PANORAMA
DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 1, octubre 1998
La evolución reciente de la economía internacional.
A medida que la crisis financiera originada en el sudeste
de Asia fue ganando en alcance y afectó economías que hasta
ese momento habían quedado al margen de los acontecimientos,
los pronósticos respecto de la evolución futura de la economía
mundial fueron revisados sistemáticamente hacia abajo. De
esta forma, pari passu la volatilidad de los mercados de activos
y la presión sobre las monedas de diferentes países se va
generalizando al tiempo que la crisis se cobra nuevas víctimas,
tales pronósticos se van tornando cada vez más preocupantes.
Inicialmente, en octubre del año pasado cuando la crisis aún
no había alcanzado a Corea del Sur existía cierto consenso
acerca de que la economía mundial prácticamente no sentiría
el impacto de las turbulencias cambiarias y financieras iniciadas
en Tailandia o que, en todo caso, lo haría en forma sólo marginal.
En ese momento el FMI pronosticaba una tasa de crecimiento
del PBI mundial del 4,3% para todo 1998. Sin embargo, una
vez que el contagio alcanzó a Corea, la economía número 11
del mundo al producirse la crisis en términos de producto
y la número 12 en términos de su participación comercial,
los pronósticos oficiales y privados fueron revisados sensiblemente
hacia abajo y se estimó que el conjunto de la economía planetaria
registraría una reducción de su tasa de crecimiento de 0,8
puntos procentuales. Al mismo tiempo, luego de una relativa
calma durante el primer trimestre del año, las malas noticias
llegadas desde Japón augurando serias perspectivas de recesión
en la segunda economía del globo agregaron un nuevo elemento
para el pesimismo. Así, el nuevo pronóstico efectuado por
el FMI en mayo de este año calculaba una tasa de crecimiento
del producto mundial del 3,1% para todo 1998 (1,2 puntos porcentuales
menos que siete meses atrás). No obstante ello, la continuación
de la volatilidad y la incertidumbre en los mercados de activos
y de divisas y la extensión de la crisis a Rusia han determinado
que en el curso del último mes se produzca una renovada ronda
de revisiones en los pronósticos relativos al desempeño de
la economía mundial. Así en el World Economic Outlook de septiembre
de 1998 el FMI revisó sus pronósticos de mayo en 1,1 puntos
porcentuales adicionales y espera que la economía internacional
crezca un 2% durante todo 1998. De esta forma, desde el pronóstico
efectuado hace un año la tasa esperada de crecimiento del
PBI mundial se ha reducido en nada menos que 2,3 puntos porcentuales
lo que pone de manifiesto la magnitud de las impactos ocasionados
por la crisis.
Las estimaciones efectuadas por diferentes analistas del sector
privado son aún más pesimistas. Algunas de tales anticipaciones
como, por ejemplo, las efectuadas por J.P. Morgan, un banco
norteamericano de inversión, a fines de agosto, estimaban
una tasa de incremento del PBI mundial de sólo el 1,5%. De
verificarse dicho pronóstico la evolución de la economía mundial
sería más desalentadora que la registrada en el "recesivo"
año 1991 y se asemejería a la del bienio 1981-82 cuando la
economía mundial experimentó su peor "recesión" desde la década
del treinta. La correción de los pronósticos de crecimiento
parece estar reflejando el marcado empeoramiento de las expectativas
producido como consecuencia tanto del virtual colapso financiero
de la economía rusa, como de la extensión de las dificultades
al mercado bursátil norteamericano y, no menos importante,
los crecientes temores generados por la aparición de nuevos
ataques especulativos sobre las monedas de algunas economías
emergentes ubicadas en regiones del globo como la latinoamericana,
muy alejadas (geográficamente) del epicentro de la turbulencia.
La sensación generalizada es que, a partir de las medidas
que se vio obligado a adoptar el gobierno ruso el 17 de agosto
cuando declaró la cesación momentánea de pagos de parte de
los compromisos externos del país y decidió la devaluación
del rublo, la crisis financiera ha adquirido verdadera dimensión
internacional. Es en este sentido que las actuales turbulencias
financieras y cambiarias se diferencian de las dificultades
ocasionadas por el efecto tequila originado en México a fines
de 1994, en el que los efectos de derrame no dejaron de adoptar
esencialmente un carácter regional y aún de la crisis de la
deuda externa latinoamericana iniciada en 1982. Con economías
que dan cuenta de las dos quintas partes del output mundial
(medido a la paridad del poder de compra) ya en franca recesión
o desacelerándose en forma marcada, el mayor peligro que acecha
a la economía internacional consiste en que la crisis afecte
a los bastiones del crecimiento internacional en los últimos
años, EEUU y Europa. Si ello ocurre y Asia no logra recuperar
al menos tasas modestas de crecimiento, entonces, el producto
mundial podría contraerse por primera vez desde la Gran Depresión,
algo que no ocurrió en las "recesiones" de 1975, 1981-82 y
1991 pues mientras en esos años la contracción alcanzaba a
los países desarrollados, la mayor parte del mundo en desarrollo
se mantenía creciendo. Ciertamente, para que dicha perspectiva
se viabilice no sólo debieran producirse los encadenamientos
más desafortunados sino que los autoridades económicas tendrían
que cometer un error tras otro en el diagnóstico, el diseño
y la gestión de la política económica, algo que a lo que pocos
analistas otorgan demasiadas probabilidades de ocurrencia.
Sin embargo, el sólo hecho de que dichos analistas incluyan
este "escenario de catástrofe" en el set de los "estados de
la naturaleza" admisibles no hace más que reflejar la profundidad
y complejidad de las dificultades que afectan a los mercados
internacionales. Lógicamente, el fantasma que acecha el pensamiento
de varios de los actores relevantes en la escena internacional
no es otro que el de los años lúgubres de la década del treinta,
algo que a esta altura de los acontecimientos parece, sin
embargo, un presagio demasiado apresurado y débilmente fundado.
De hecho, un conjunto de factores que caracterizan la actual
situación de la economía internacional permite señalar la
existencia de marcadas diferencias con aquella coyuntura (véase
en esta publicación el recuadro correspondiente). Aún así
es cierto que la gravedad de los problemas enfrentados están
exigiendo una serie de intervenciones lúcidas e imaginativas
para evitar que continúe el derrame de las dificultades. En
lo que sigue se repasan diferentes aspectos de la situación
económica internacional que permiten ilustrar dicha afirmación.
Las economías avanzadas
El PBI del conjunto de las economías avanzadas creció, durante
1997, a una tasa del 3,1% reflejando la fase particularmente
favorable que el ciclo estaba atravesando en dicho momento,
fundamentalmente en EEUU y Europa Occidental. Antes de que
las dificultades financieras se manifestaran en toda su intensidad
los pronósticos del FMI suponían la continuación sin alteraciones
de este comportamiento expansivo. Así, en octubre del año
pasado anticipaba una tasa de crecimiento del producto en
las economías avanzadas del 2,9% para todo 1998. Sin embargo,
como se ha señalado al comienzo de este informe, en mayo de
este año el FMI procedió a revisar hacia abajo sus pronósticos
a fin de tomar en cuenta las primeras repercusiones serias
de la crisis asiática. Como resultado de ello se redujo la
tasa esperada de crecimiento de las economías avanzadas en
medio punto, llevándola al 2,4% anual. Del cuadro correspondiente
surge que la revisión más importante correspondió a Japón
en el que se corrigió hacia abajo la tasa en más de dos puntos
porcentuales. Excepto ello en el resto de los casos las correcciones
fueron más bien menores reflejando la idea bastante generalizada
de que el impacto de la crisis financiera sobre dichas economías
tendería a ser relativamente acotado y, en el caso de EEUU
y Europa, incapaz de alterar el sendero expansivo en el que
ambas economías se venían desenvolviendo. En lo que se refiere
a los pronósticos de crecimiento este panorama no se alteró
radicalmente cuando la crisis se generalizó a partir del colapso
financiero en Rusia. En efecto, tanto los pronósticos efectuados
por los organismos financieros multilaterales como los llevados
a cabo por el sector privado auguran la continuidad de la
fase expansiva del ciclo en EEUU y Europa Occidental. El World
Economic Outlook de septiembre de 1998 anticipa que las economías
avanzadas crecerán en conjunto un 2% aunque este resultado
está influído fuertemente por lo que ocurre en Japón. En dicho
país las dificultades de origen doméstico y la virtual parálisis
de las autoridades en los últimos meses deterioraron aún más
el pronóstico para este año. Así, mientras en los primeros
meses del año se esperaba que la economía japonesa permaneciera
estancada, el pronóstico efectuado este mes por el FMI reconoce
la existencia de un recesión abierta y espera una caída del
2,5% para todo 1998. Por su parte algunos pronósticos privados
son aún más pesimistas. J. P. Morgan, por caso, estimaba a
fines de agosto una contracción del orden del 2,8%. En lo
que se refiere al resto de las economías avanzadas el pronóstico
no ha variado sensiblemente desde mayo e incluso en algunos
casos ha sido revisado hacia arriba. Esta es la situación
de la economía estadounidense donde se espera que el crecimiento
continúe a una tasa del 3,5%, mejorando el anterior pronóstico
en 0,6 puntos porcentuales. Lo mismo ocurre, aunque en menor
medida, con Francia y Alemania donde los pronósticos han sido
mejorados. En esos casos se espera que la economía crezca
a un ritmo del 3,1% y el 2,6%, respectivamente.
Hasta el momento los efectos benéficos provocados por la crisis
financiera sobre las economías de EEUU y Europa occidental
parecen haber superado con creces a los impactos negativos.
Por un lado, tanto la caída de los precios internacionales
de commodities y materias primas como la creciente presión
proveniente de importaciones sustancialmente abaratadas ayudaron
a relajar las presiones inflacionarias en economías que llevan
ya varios períodos consecutivos de expansión. En el caso de
EEUU dicho factor se vio reforzado fuertemente por la revaluación
del dólar provocada por el fuerte ingreso de capitales de
corto plazo en busca de refugio seguro en los bonos del Tesoro.
Por otro lado, la salida de fondos de los países emergentes
parece haber coadyuvado en los últimos meses al logro de nuevos
récords en los mercados de capitales tanto de Europa como
de EEUU. Sin embargo, los acontecimientos de mediados de agosto
en Rusia y el derrame de las presiones especulativas a Latinoamerica
parecen haber determinado un punto de inflexión en lo que
se refiere al balance de los efectos potenciales derivados
de la crisis financiera internacional sobre las economías
avanzadas. En efecto, la fuerte caída acaecida en las bolsas
de EEUU y Europa el 31 de agosto generó profundos interrogantes
respecto del fin de la supuesta burbuja especulativa que venían
experimentando los mercados de activos y sobre la que varios
analistas, y en particular el presidente de la Reserva Federal,
habían alertado ya un año y medio atrás. Asimismo, hizo patente
que las perspectivas inmediatas de las empresas europeas y
norteamericanas con operaciones en las regiones afectadas
distan de ser demasiado auspiciosas y que los bancos y otros
acreedores con exposición financiera en aquellas economías
tendrán que asumir nuevos quebrantos que se suman a los sufridos
por los agentes alcanzados inicialmente por la primera onda
de la crisis. Por último, la generalización de la turbulencia
financiera y la confirmación de su carácter decididamente
internacional tornaron evidentes las crecientes presiones
-muchas veces contradictorias- que de aquí en más deberán
enfrentar las autoridades de política económica de los países
centrales. En lo que respecta a EEUU, cabe señalar que el
principal temor reside en el impacto que un eventual inicio
de un ciclo bajista en Wall Street, gatillado por la perspectiva
de menores beneficios futuros de las empresas norteamericanas
radicadas en las regiones en emergencia económica, pueda tener
sobre la tasa de crecimiento de la economía. De lo anterior
se puede inferir entonces que el principal canal a través
del cual la debacle en los mercados internacionales de activos
puede transmitirse a la economía estadunidense parece ser
de naturaleza financiera. Ello es así pues el shock externo
negativo provocado por la caída de la demanda asiática de
productos norteamericanos aunque significativo parece tener,
en última instancia, un impacto limitado. Tal situación obedece,
naturalmente, a la reducida participación en el producto de
las exportaciones al sudeste de Asia. En efecto, dado que
los ventas a los cinco países asiáticos más afectados (Tailandia,
Indonesia, Corea del Sur, Malasia y Filipinas) representan
un 8% de las exportaciones totales de EEUU y, medidos en términos
del producto, dan cuenta de un escaso 0,7% del PBI, el Banco
Asiático de Desarrollo estimó en su informe anual que el impacto
directo de la crisis para la economía estadounidense será
una reducción de sólo 0,6 puntos porcentuales en materia de
crecimiento. Este hecho es interesante pues parece sugerir
que un factor no menor en la explicación del impacto limitado
de la crisis sobre la economía de EEUU reside en la reducida
participación que las ventas a la región, y las exportaciones
en general, tienen sobre el conjunto de la demanda agregada.
En este sentido, no deja de ser paradójico constatar que,
en el actual contexto de globalización financiera e internacionalización
productiva, una de las claves -aunque ciertamente no la única-
de la escasa vulnerabilidad de una economía grande como la
estadunidense pase, precisamente, por su carácter básicamente
cerrado en el plano real. A pesar de ello no debe subestimarse
el impacto directo que, sobre la tasa de crecimiento de la
economía, podría tener una extensión de las problemas financieros
a Latinoamérica, una región con la que EEUU mantiene conexiones
reales mucho más importantes. En dicho sentido, es importante
destacar que aproximadamente un quinto de las exportaciones
norteamericanas están dirigidas a nuestra región. En lo que
se refiere al canal financiero de transmisión cabe señalar
que, aunque hasta ahora prácticamente la totalidad de los
pronósticos le otorga una probabilidad de ocurrencia muy baja,
la única posibilidad real de que la crisis internacional afecte
seriamente a la economía de EEUU parece residir en que las
recientes correcciones ocurridas en el mercado bursátil sean
el inicio de un marcado ciclo a la baja (bearish). En tales
circunstancias, se especula con que el fuerte efecto riqueza
que estuvo operando en los últimos años a la par de la suba
en las cotizaciones accionarias se revierta y comience a afectar
negativamente la evolución del consumo. En 1984 la propensión
al ahorro por parte de las familias era de un 8,5% del ingreso
disponible. A partir de allí dicha propensión ha caído al
6% en 1992 y en la primera mitad del presente año se ha ubicado
en un prácticamente nulo 0,6% . Algunos analistas estiman,
no obstante, que, frente a una fuerte caída de las acciones,
la operatoria del efecto riqueza podría no ser simétrica.
Esto es, si los agentes del sector privado se sienten más
pobres e intentan reestructurar su hoja de balance a fin de
hacer frente a las pérdidas de capital, entonces, el efecto
riqueza negativo podría ser de mayor magnitud que el que operó
en la fase expansiva. A ello debe agregarse que, en comparación
con la década pasada, una proporción mucho mayor de los portafolios
financieros privados están constituídos por tenencias accionarias.
En tal caso, el impacto sobre el gasto de consumo del sector
privado podría llegar a ser muy marcado. Algunas estimaciones
privadas suponen que, de producirse una caída del 40% en los
precios de las acciones, el consumo privado podría reducirse
en un 4 a un 5% en los próximos dos años. Al mismo tiempo,
una caída pronunciada del precio de las acciones, al incrementar
el costo, vía mércado bursátil, del fondeo externo a las firmas,
podría impactar negativamente sobre la evolución de los planes
de inversión. Ello es así pues una reducción del valor de
mercado del capital físico significaría que el precio de oferta
de dichos activos productivos podría ubicarse eventualmente
por encima de su precio de demanda y tornar más atractiva
la compra de activos existentes antes que la creación de nuevos
bienes de capital. Si ese fuera el caso y la "q" de dichos
activos (el tradicional cociente de Tobin entre los precios
de demanda y oferta) cayera bruscamente, los encadenamientos
virtuosos que estuvieron en operación durante la fase expansiva
podrían trocarse en un círculo vicioso que ponga a la economía
norteamericana a las puertas de una recesión. Hasta el momento
ése no parece, sin embargo, ser el cuadro que enfrenta la
economía de EEUU. Durante la mayor parte de la presente década
la primera economía del globo atravesó una fase expansiva
de larga duración en la que, a diferencia del patrón usual
exhibido por el ciclo de posguerra, la presiones inflacionarias
estuvieron mayormente ausentes. Ello fue así a pesar de que,
durante la misma, la tasa de desempleo alcanzó los registros
más bajos en 24 años y, por tanto, la situación del mercado
de trabajo se caracterizó por la presencia de una demanda
tonificada. Tal evolución no impidió que las autoridades económicas,
en particular la Reserva Federal, monitorearan con sumo cuidado
la marcha de la economía, prestas a actuar subiendo las tasas
de interés de corto plazo en caso de que hubiera síntomas
de aceleración en la evolución de los precios.
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PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 1, octubre 1998
La Crisis Financiera Internacional y el
fantasma de la Gran Depresión
Como se afirma en el texto, a medida que la profundización
de la crisis internacional obligó a revisar hacia abajo los
pronósticos de crecimiento de la economía mundial las posturas
más pesimistas fueron ganando creciente terreno. La conjetura
más difundida al respecto fue que el escenario inevitable
era el de una repetición de las calamidades vividas en la
década del treinta. Aunque no se deja de reconocer las marcadas
similitudes existentes en la génesis de las dificultades y
en la naturaleza de los problemas que caracterizan al actual
panorama económico internacional, vale la pena destacar que
existen aún así notorias diferencias -particularmente en lo
que se refiere al entorno institucional y de políticas- respecto
de aquella coyuntura. En primer lugar, cabe destacar que uno
de los canales principales a través de los cuales el crack
bursátil de 1929 y las presiones recesivas iniciales derivaron
en caídas acumulativas del producto y en la generación de
desempleo en una escala masiva fue la conducción de la política
monetaria. En efecto, las autoridades monetarias de la época,
restringidas por la vigencia en varios países del régimen
de patrón oro, contaban con escasos grados de libertad para
manejar la oferta monetaria y los utilizaron de manera desafortunada
promoviendo activamente la contracción monetaria. En efecto,
no sólo se resignaron, en los países con déficit externo,
a observar cómo se producía la contracción monetaria sino
que, en el caso de EEUU, esterilizaron mediante la venta de
bonos públicos las consecuencias monetarias del superávit.
Esta política, implementada en la convicción de que la restricción
monetaria ayudaría a combatir la especulación en los mercados
de activos, era exactamente lo opuesto de lo que las economías
necesitaban para evitar caer en la depresión. En la actualidad,
por el contrario, la vigencia de tipos de cambio flotantes
entre las principales monedas, aunque al costo de una exacerbación
marcada de la volatilidad en su cotización, garantiza un mayor
control de la oferta monetaria por parte de las autoridades
económicas y las habilita para maniobrar en forma contracíclica
en caso de ser necesario. De hecho, esto es lo que desde algunos
sectores se les está reclamando a los bancos centrales de
los países industrializados -y en particular a la Reserva
Federal norteamericana- cuando se les exige que bajen las
tasas de interés que rigen para los préstamos de corto plazo.
En segundo lugar, durante la Gran Depresión la mayoría de
los gobiernos, particularmente los de EEUU y Gran Bretaña,
implementaron lo que Minsky (1982) denominó una estrategia
de "No-No intervention" caracterizada por la combinación simultánea
de la restricción monetaria, la ausencia de toda política
de salvataje a los bancos por parte del banco central y una
política fiscal pro-cíclica orientada a alcanzar el equilibrio
del presupuesto y las finanzas públicas. Dicha política fue
combatida en su momento no sólo por Keynes sino por buena
parte de los principales economistas de la época pero no fue
hasta la adopción del programa roosveltiano del New Deal y
el estallido de la segunda guerra que se comprendió cabalmente
la inadecuación de dicha estrategia. En la actualidad y principalmente
como consecuencia de las lecciones arrojadas por aquella experiencia,
no sólo los gastos e ingresos gubernamentales ocupan un lugar
mucho más significativo en la composición de la demanda agregada
y del ingreso disponible del sector privado, respectivamente,
sino que los hacedores de política cuentan con una comprensión
más acabada acerca del rol que puede desempeñar la utilización
de la política fiscal como herramienta contracíclica. En consecuencia,
el manejo del gasto, los ingresos y la política de endeudamiento
público están en condiciones de desempeñar un papel mucho
más efectivo para estabilizar el comportamiento de la demanda
agregada. Ciertamente, tal como lo pone de manifiesto el caso
japonés de los últimos años y en forma similar a lo que ocurría
en los treinta, la probabilidad de que el manejo de la política
fiscal sea capaz de alcanzar estos objetivos depende crucialmente
de la credibilidad de la misma. En tercer término, cabe destacar
que en la actualidad la economía internacional cuenta con
un conjunto de instituciones financieras multilaterales constituídas
luego de la segunda guerra con el objetivo explícito de evitar
la repetición de una depresión global. De hecho, entre las
responsabilidades específicas del FMI se cuentan lograr un
manejo adecuado de la liquidez internacional, monitorear la
evolución de la economía mundial, y actuar, en caso de necesidad,
como prestamista de última instancia en escala internacional
de aquellas economías que enfrenten dificultades transitorias
en sus balanzas de pagos. Debe notarse, no obstante, que aunque
la presencia de esta suerte de red de seguridad mundial ha
sido de crucial importancia para lograr que episodios tales
como la crisis del tequila quedara circunscripta, esencialmente,
a las regiones y agentes inicialmente afectados, su papel
en la crisis actual está siendo mucho más cuestionado. Por
un lado, pues tanto el FMI como el Banco Mundial a partir
del diagnóstico elaborado hacia fines de la década pasada
y que cristalizó en los denominados "Washington Consensus"
y "market friendly approach to development" impulsaron entusiastamente
las políticas de desregulación financiera doméstica y liberalización
de la cuenta capital implementadas por los países de Asia
inicialmente afectados por la presente crisis. Según varios
importantes economistas tales políticas, y particularmente
su adopción e implementación aceleradas a través de estrategias
de shock, se encuentran, precisamente, en la génesis de los
desequilibrios financieros que dieron origen a la debacle.
Por otro lado, el FMI ha sido criticado por su incapacidad
para prever la ocurrencia de la crisis y, especialemente,
por el carácter de las políticas recomendadas a los países
afectados. Estas recomendaciones reeditan la conocida condicionalidad
de los paquetes de ayuda financiera del FMI en los que, como
tendió a ocurrir sistemáticamente en América Latina durante
la década del ochenta, la combinación de la devaluación con
la restricción fiscal y monetaria, a las que se suma ahora
la exigencia de reformas estructurales en medio del pánico,
producía las más de las veces un overkill en el ajuste. Si
a ello se agrega el hecho de que la magnitud de la crisis
ha agotado prácticamente la capacidad de asistencia financiera
regular del FMI parece claro que en la actualidad las funciones
de prestamista de última instancia en escala internacional
están lejos de estar completamente aseguradas. En este sentido
varios analistas han señalado la presencia de una seria inconsistencia
en la situación que atraviesa la economía global. Dicha inconsistencia
residiría en la asimetría existente entre un mercado financiero
internacional completamente liberalizado y en creciente expansión
y la ausencia de un marco institucional apropiado para su
regulación. Se señala así la ausencia de instituciones dotadas
con los recursos y atribuciones suficientes como para hacer
frente a situaciones agudas de iliquidez a escala internacional
tal como la que actualmente se encuentra en pleno desarrollo.
Aunque las urgencias de la actual coyuntura señalan la necesidad
de consolidar las instituciones de intervención actualmente
existentes y reforzar su capacidad prestable está creciendo
la opinión favorable a constituir, para el mediano y largo
plazo, mecanismos de intervención precautoria o prudencial
capaces de brindar un marco institucional adecuado para el
desarrollo de las transacciones financieras internacionales.
Sin embargo, en el corto plazo, es evidente que se debe apelar
a todos los recursos existentes a fin de constituir una red
de seguridad de emergencia capaz de proveer la liquidez monetaria
internacional en caso de ser necesario. Ello ha conducido
al intento, hasta ahora fallido, de recapitalizar al FMI y
dotarlo de mayores recursos. Habida cuenta de la actual emergencia
internacional es evidente que las procupaciones relativas
al moral hazard implícito en los bail-outs del Fondo deben
dejar lugar al objetivo prioritario de acotar la posibilidad
de nuevos contagios. Sin duda, la no resolución hasta el momento
de dicha cuestión ha agregado una cuota no menor de incertidumbre
al escenario, ya de por sí crítico, en el que se desenvuelve
la economía internacional. Por último, cabe destacar que la
escasa probabilidad de que se produzca un escenario similar
al de los treinta reside, esencial y un tanto paradójicamente,
en el hecho de que aquellos acontecimientos, de por sí altamente
excepcionales, ya ocurrieron en una circunstancia. Y aunque
ello no los torna per se irrepetibles sí garantiza una dosis
no menor de inmunidad frente a su recurrencia. De hecho, no
resulta exagerado afirmar que buena parte de la gestión macroeconómica
de la segunda parte de este siglo estuvo orientada a evitar
la repetición de aquella experiencia y que el desarrollo de
la propia teoría macroeconómica estuvo signado por la crisis
del treinta que funcionó a modo de un permanente marco de
referencia. En este sentido, habría que admitir que si tales
episodios se repiten ello sería en buena medida una manifestación
de que las sociedades, en ocasiones, también pueden desaprender.
La garantía, sin embargo, para que las lecciones de la historia
no sean olvidadas pasa, en buena medida, por reconocer que
la naturaleza de los problemas que enfrenta hoy la economía
mundial guarda importantes similitudes con los que condujeron,
en su momento, a la Gran Depresión y dieron nacimiento a la
macroeconomía como rama especial del razonamiento económico.
En efecto, la macroeconomía moderna surgió esencialmente como
una reflexión sobre los problemas que, en el final de la década
del veinte y comienzos de la siguiente, condujeron a la aparición
de fallas de coordinación a nivel agregado y, consecuentemente,
a la generación de desequilibrios macroeconómicos de magnitud
y duración inusitadas. En todos los casos, frente a las serias
fallas evidenciadas en el funcionamiento de los mercados en
tales circunstancias, se tornó necesaria la intervención gubernamental
a fin de brindar señales que operaran en el sentido de coordinar
las expectativas de los agentes del sector privado y poder
sacar a las economías de la depresión, la deflación y el desempleo.
En la actualidad, el problema luce similar en más de un sentido
y distintas clases de intervenciones pueden estar siendo necesarias
para evitar que la economía mundial caiga en una recesión
global.
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PANORAMA
DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 1, octubre 1998
Declaración de la Comisión Económica para
la América Latina y el Caribe (CEPAL) sobre la Crisis Financiera
Internacional (15 de septiembre de 1998)
1. La crisis financiera internacional, que se inició en países
asiáticos de rápido desarrollo hace un año y medio, ha generado
una inestabilidad en los mercados de divisas y capitales que
tiene pocos antecedentes en la historia económica mundial.
A partir de la moratoria rusa, ha adquirido dimensiones extremadamente
preocupantes, que han afectado a las bolsas de valores de
los países industrializados y de las economías emergentes,
y planteado una severa amenaza de recesión y deflación global.
De materializarse esta amenaza, pondría en peligro muchos
de los logros de las últimas décadas, muy especialmente los
avances en la apertura del comercio mundial y en la liberalización
de las economías en vías de desarrollo y en transición.
2. La inestabilidad financiera internacional se ha reflejado
en presiones especulativas fuertes en América Latina en cuatro
ocasiones en el último año: octubre de 1997, y enero-febrero,
mayo-junio y agosto-septiembre de 1998. Estas fases especulativas
han afectado con rigor variable a los distintos países de
la región. La más reciente ha tenido efectos generalizados
y severos sobre los mercados de divisas y de valores. Esta
situación no concuerda con la solidez de las variables económicas
fundamentales de los países de la región. Además, a la estabilidad
macroeconómica, el fortalecimiento de los sistemas financieros
nacionales y la transición a economías más abiertas que ha
tenido lugar en los últimos años se ha agregado, durante la
crisis actual, una respuesta rápida y eficaz de las autoridades
económicas, como quizás nunca antes en una coyuntura similar.
Sin embargo, las medidas que ha sido necesario adoptar son
mucho más severas de lo que se podría justificar desde el
punto de vista de cada economía, dado que responden fundamentalmente
a fenómenos especulativos de origen externo. El contagio financiero
tendrá, por lo tanto, costos importantes para los países latinoamericanos,
que no se justifican desde el punto de vista interno, por
lo que son económica y socialmente ineficientes.
3. Más allá de la situación macroeconómica de cualquier país
asiático o latinoamericano que haya sido afectado por esta
inestabilidad, ella refleja, ante todo, un problema fundamental
de la economía global: la enorme asimetría que existe entre
un mundo financiero internacional cada vez más sofisticado
y dinámico, y la ausencia de un marco institucional apropiado
para regularlo. Las graves imperfecciones de los mercados
financieros y la rápida expansión de fondos de carácter especulativo,
que explican su volubilidad, exigen el desarrollo de regulaciones
prudenciales y esquemas de supervisión adecuados, así como
de "prestamistas de última instancia". Estas lecciones, aprendidas
en crisis pasadas por las naciones industrializadas y por
nuestros propios países, han dado lugar a la creación de instituciones
nacionales que cumplen estos papeles, aunque de manera no
siempre eficaz y con vacíos importantes en la regulación y
supervisión de las actividades de algunos agentes del mercado.
Por el contrario, la globalización financiera no cuenta con
instituciones similares. El Fondo Monetario Internacional
tiene recursos extremadamente limitados para enfrentar crisis
graves, como la actual. El Banco de Pagos Internacionales
ha avanzado, por su parte, en el establecimiento de normas
internacionales uniformes en materia de regulación y supervisión
de algunas actividades financieras, pero su grado de implantación
ha sido, hasta ahora, limitado.
4. Los programas de ajuste que se han puesto en marcha en
los países en crisis han tenido dos características sobresalientes.
En primer término, se ha subestimado sistemáticamente -y por
lo general en una magnitud considerable- su efecto recesivo;
más aún, en cada programa se han agregado ingredientes deflacionarios
adicionales a la economía mundial. Este fuerte impacto recesivo
ha impedido, por lo demás, en varios casos, el logro de uno
de los objetivos básicos de los procesos de ajuste: el restablecimiento
de la confianza de los inversionistas en el buen funcionamiento
de las economías involucradas. En segundo lugar, la esagregado
ingredientes deflacionarios adicionales a la economía mundial.
Este fuerte impacto recesivo ha impedido, por lo demás, en
varios casos, el logro de uno de los objetivos básicos de
los procesos de ajuste: el restablecimiento de la confianza
de los inversionistas en el buen funcionamiento de las economías
involucradas. En segundo lugar, la esfera de la condicionalidad
de los programas se ha ampliado más allá de la estabilidad.
5. En el caso de los mercados emergentes, las agencias calificadoras
de riesgo, las principales instituciones encargadas de proveer
información a los inversionistas, han demostrado ser un instrumento
insatisfactorio en los últimos años. En efecto, han actuado
en forma enteramente procíclica, por promover primero inversiones
excesivas en dichos mercados y luego una salida masiva de
capitales. De esta manera, en vez de atenuar los ciclos financieros,
papel que debería desempeñar en los mercados un buen sistema
de información, han tendido a agudizarlos. Este hecho, que
se hizo evidente con la crisis de varias naciones asiáticas
en 1997, ha sido ratificado recientemente con sus decisiones
relativas a algunos países latinoamericanos.
6. En estas circunstancias, se requieren urgentemente acciones
concertadas de los países del Grupo de los siete (G-7) dirigidas
a (i) dar señales expansionistas, que contrarresten efectivamente
la amenaza de deflación mundial y (ii) proporcionar recursos
adecuados para apoyar a los países en desarrollo que enfrenten
dificultades transitorias, elevando así los costos de ataques
especulativos contra sus monedas. Las indicaciones del Sistema
de la Reserva Federal de los Estados Unidos de que podría
reducir sus tasas de interés deben materializarse y complementarse
con acciones en igual sentido de los otros miembros del G-7,
particularmente los países europeos. En el caso japonés, deben
ponerse en marcha en forma efectiva los programas de expansión
del gasto público y de saneamiento del sistema financiero.
A su vez, el problema de recursos del Fondo Monetario Internacional
debe resolverse con igual urgencia.
7. Estas acciones inmediatas deben ir acompañadas del inicio
de negociaciones orientadas a crear un marco institucional
apropiado para la globalización financiera. Este marco debe
contar no sólo con un Fondo Monetario Internacional con mayor
capacidad de acción y funciones más amplias en materia de
prevención de crisis, sino también con sistemas regulatorios
y de supervisión adecuados a nivel internacional. Estos últimos
pueden estar basados en los sistemas nacionales existentes,
pero sujetos a una autoridad financiera internacional, que
profundice los avances que en tal sentido ha encabezado el
Banco de Pagos Internacionales. Este proceso debe ser de gran
alcance y abarcar, en particular, medidas orientadas a llenar
los vacíos que existen en la regulación y supervisión de diversos
agentes del mercado en los propios países industrializados.
El establecimiento de mecanismos para encarecer las transacciones
financieras internacionales de corto plazo, que reduzcan significativamente
la rentabilidad de los flujos más volátiles, puede formar
parte de ese marco.
8. Un mundo de globalización financiera exige, por otra parte,
reconocer que las políticas económicas de los países industrializados
tienen efectos globales y no sólo nacionales. Por este motivo,
el ordenamiento institucional consistente con el nuevo contexto
de globalización exige también una coordinación efectiva de
las políticas macroeconómicas de los países industrializados
-que no se ha logrado hasta ahora- en la cual se tengan en
cuenta sus efectos globales, vale decir, también las consecuencias
que tienen para los países menos desarrollados.
9. El debate en curso en torno a la liberalización internacional
de los flujos de capitales debe estar claramente supeditado
al diseño de este nuevo marco institucional para la globalización
financiera. En particular, la posibilidad de ampliar el mandato
del Fondo Monetario Internacional a la convertibilidad de
la cuenta de capitales depende fundamentalmente de que exista
un nuevo esquema de esta naturaleza. Mientras subsista la
situación actual, los países en desarrollo deben mantener,
por lo tanto, una mayor autonomía en esta materia. Esta autonomía
debe quedar igualmente consagrada en cualquier acuerdo multilateral
de inversiones, incluido el que se ha venido negociando en
el marco de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos
(OCDE). Como lo han señalado la CEPAL y otros analistas, en
ausencia de una regulación financiera apropiada a nivel internacional,
se justifica ampliamente la adopción de medidas prudenciales
por parte de los países en desarrollo con el fin de reducir
los flujos de capital más volátiles.
10. Deben corregirse en igual sentido dos elementos preocupantes
de la coyuntura actual. En primer término, en los programas
de ajuste encabezados por el Fondo Monetario Internacional
se debe evitar el sobreajuste y limitar la condicionalidad
a temas relativos a los equilibrios macroeconómicos y la regulación
y supervisión financiera. A su vez, las agencias calificadoras
de riesgo deben estar sujetas a regulación y su calificación
del riesgo soberano debe regirse por estrictos parámetros
objetivos y de conocimiento público. Convendría estudiar la
posibilidad de reemplazar la calificación del riesgo soberano
que hoy en día realizan estas agencias por un sistema de calificación
que apliquen las entidades de supervisión de los países donde
se originan los recursos, de acuerdo con parámetros objetivos
acordados a nivel internacional.
11. Los países en desarrollo, entre ellos los latinoamericanos
y del Caribe, deben proseguir los esfuerzos por consolidar
su solidez macroeconómica y por mejorar la regulación y supervisión
financieras internas. Deben diseñar, además, como lo ha venido
señalando la CEPAL en varios documentos recientes, nuevos
instrumentos orientados a reducir la vulnerabilidad frente
a los ciclos financieros internacionales, en especial instrumentos
destinados a hacer un buen manejo fiscal y crediticio en las
fases expansionistas del ciclo económico, para evitar el desarrollo
de situaciones que se tornen a la postre insostenibles.
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PANORAMA
DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 2,
diciembre 1998
La evolución reciente de la economía internacional
I. Las respuestas de política frente a la crisis financiera
Luego de haber atravesado más de quince meses de profunda
turbulencia, la calma parece estar retornando a los mercados
financieros internacionales. Aunque la situación presenta
todavía rasgos de extrema fragilidad y persisten una serie
de riesgos importantes que impiden afirmar con certeza que
la más seria crisis financiera de los últimos sesenta años
ha sido completamente superada, la sensación generalizada
en los mercados es que lo peor de la misma parece estar quedando
atrás. Este significativo cambio en la percepción de los agentes,
que pocas semanas atrás y en medio del pánico no encontraban
otro refugio que los bonos de más largo plazo de los gobiernos
de las principales economías avanzadas, se tradujo en un repunte
generalizado de los mercados de distintas clases de activos
financieros desde el piso que las cotizaciones habían alcanzado,
en general, hacia mediados de septiembre e inicios de octubre
(véase el recuadro). Consecuentemente, este movimiento significó
la reaparición paulatina del crédito para algunos de los deudores
que, como buena parte de los países de economías emergentes,
habían sido directamente racionados de los mercados durante
los meses de agosto y septiembre y una importante reducción
de los diferenciales de riesgo de toda clase de activos financieros
respecto de las tasas de interés "libres del riesgo de default"
que pagan los bonos de los Tesoros de las economías más avanzadas.En
este sensible cambio de escenario en los mercados financieros
fueron cruciales las respuestas de política adoptadas por
los policy-makers en varios países. En particular, a partir
del momento en que los impactos de la devaluación y el cuasi-default
ruso se dejaron sentir con fuerza en el centro nervioso del
sistema financiero internacional al afectar a los mercados
financieros de las propias economías avanzadas. La percepción
en dicho momento de que la crisis financiera había adquirido
una verdadera dimensión internacional luego de irse derramando
de una región a otra del globo y de que la misma amenazaba
seriamente con colocar a la economía mundial al borde de una
recesión generalizada por primera vez desde la década del
treinta parecieron inducir una respuesta en escala global
de las autoridades de política del mundo desarrollado. Aunque
no hubo una coordinación explícita de dichas respuestas de
política lo relevante es que, luego de la reunión anual de
los organismos financieros multilaterales mantenida en Washington
a principios de octubre y en la que el pesimismo exhibido
por los principales banqueros internacionales fue la nota
dominante, pareció producirse una suerte de punto de inflexión
e, implícitamente, todas las acciones encaradas comenzaron
a apuntar en la misma dirección. Varios fueron los factores
y acciones de política que, a nivel global, parecieron dar
lugar a la superación, al menos momentánea, de la fase más
aguda de la crisis:a) Las acciones de política monetaria encaradas
en la mayor parte de las economías avanzadas y lideradas por
la Reserva Federal de EEUU que, en menos de siete semanas,
realizó tres recortes de 25 puntos básicos en la tasa de los
fondos federales de corto plazo;b) Las medidas financieras
y fiscales adoptadas en Japón dirigidas a sanear y revitalizar
el sistema financiero y a sacar a la economía de la profunda
recesión que atraviesa desde fines del año pasado. Al mismo
tiempo, como parte del paquete fiscal, las autoridades anunciaron
la concesión de fondos de asistencia a las economías de Asia
en problemas por 30.000 millones de dólares. La magnitud de
los recursos involucrados en ambos anuncios puso de manifiesto
la voluntad de parte de las autoridades de retomar la iniciativa
luego de un par de meses de aparente desorientación y estancamiento
en materia de medidas de política. El estímulo fiscal involucra
recursos por alrededor de 24 trillones de yenes (un 4,8% del
producto) computando planes de gasto, recortes impositivos
y préstamos del gobierno y el paquete dirigido a reestructurar
el sistema financiero inyecta fondos públicos por dos veces
y media dicha cifra (60 trillones de yenes);c) La declaración
efectuada a fines de octubre por los líderes del Grupo de
los Siete ratificando formalmente las reformas específicas
anunciadas por sus Ministros de Finanzas y los presidentes
de sus Bancos Centrales dirigidas a fortalecer el sistema
financiero y monetario internacional. Esta declaración puso
de manifiesto la voluntad de los líderes de las economías
avanzadas de actuar en forma coordinada para prevenir la ocurrencia
de nuevas dificultades en la economía mundial y, en caso de
que se verifiquen crisis financieras en países particulares,
minimizar las consecuencias de las mismas y contener su contagio
a otras economías;d) La aprobación, a principios de noviembre,
por parte del gobierno de los Estados Unidos de la postergada
ampliación de su cuota de aporte al Fondo Monetario Internacional.
Dicha decisión destrabó el aumento de las contribuciones del
resto de los miembros de la institución y permitió a esta
última incrementar en forma sustantiva su capacidad prestable.
Asimismo, la mencionada capitalización permitió la entrada
en vigencia de nuevas líneas de crédito contingente; e) Finalmente,
y con el objeto de contener el contagio de la crisis a nuevas
regiones de la economía mundial, el anuncio del paquete de
ayuda financiera por 41.500 millones de dólares coordinado
por el FMI y el Tesoro norteamericano, dirigido a respaldar
el importante programa de ajuste fiscal anunciado a fines
de octubre por las autoridades económicas brasileñas. El repaso
de las iniciativas de política recién listadas parece prestar
sustento a la sensación generalizada de que los esfuerzos
de contención de la crisis han sido exitosos. Más aún, la
favorable respuesta de los mercados parece poner de manifiesto
el espacio con que cuentan los hacedores de política de los
países desarrollados para encarar nuevas acciones de política
contracíclicas en caso de ser necesario y la confianza de
los agentes en su capacidad -particularmente de la Reserva
Federal- de efectuar un fine-tuning apropiado. En efecto,
el elevado nivel en términos históricos de las tasas de interés
reales en un contexto de expectativas inflacionarias prácticamente
inexistentes permite afirmar que existe un margen considerable
para acciones ulteriores en materia de política monetaria.
Asimismo, la sólida situación fiscal de buena parte de los
gobiernos tanto en Europa como en EEUU conduce a sospechar
que hay espacio suficiente para llevar adelante, en caso de
ser necesario, acciones de estímulo fiscal de la demanda agregada.
No obstante ello, hay dos cuestiones que merecen ser tenidas
en cuenta a fin de apreciar con mayor perspectiva la presente
coyuntura de la economía internacional. En primer lugar, cabe
destacar que la crisis actual, tal como suele ocurrir con
la mayor parte de las crisis sistémicas, ha procedido mediante
una sucesión de fases de profundización y recuperación. Por
tanto, aunque poco probable dada la evidencia existente hasta
el momento, no se puede descartar en forma completa la posibilidad
de una nueva fase en la evolución de la crisis financiera.
En segundo término, no debe olvidarse que, aún cuando la fase
más profunda de la crisis haya sido superada y la calma persista
en los mercados financieros, sus impactos sobre la economía
real recién están comenzando a ser apreciados en su verdadera
magnitud y, con una elevada probabilidad, las consecuencias
de los desequilibrios financieros sobre los mercados reales
se van a dejar sentir por un tiempo todavía prolongado.
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II. ¿Superación de la crisis o interregno
hacia una nueva fase de la misma?
En lo que se refiere al primer
punto cabe mencionar que hasta el momento ha habido tres etapas
bien diferenciadas en la evolución de la crisis financiera
internacional y que las dificultades observadas en cada una
de ellas se han ido montando sobre las experimentadas en la
etapa anterior. Esto es, durante cada una de estas etapas
la crisis financiera ha ido creciendo en extensión y profundidad.
La primera de estas etapas comenzó en Tailandia en julio de
1997 cuando las autoridades se vieron obligadas a dejar flotar
la moneda doméstica, el baht, luego de una ronda de presiones
especulativas en el mercado cambiario que habían comenzado
algunos meses antes. Estas presiones, que parecieron seguir
a la suba de tasas de corto plazo efectuada por la Reserva
Federal en marzo del año pasado, ya habían conducido a una
depreciación de la corona checa de alrededor del 10% cuando
las autoridades del país europeo decidieron dejar flotar su
moneda el 27 de mayo de 1997. Como es sabido la marcada depreciación
de la moneda tailandesa, que sólo en la primera semana de
julio perdió alrededor de un 15% de su valor, se transmitió
rápidamente a las economías vecinas. Así, luego del 11 de
julio en Filipinas y del 14 de agosto en Indonesia se asistió
a una fuerte depreciación del peso y de la rupia. Poco tiempo
después las autoridades de Malasia redujeron su intervención
en el mercado de cambios y dejaron flotar el ringgit que también
experimentó una marcada desvalorización. Sin embargo, luego
de ocurridos estos efectos de contagio, se pensó que la crisis
había quedado esencialmente contenida a dichas economías y
que, por tanto, aunque muy problemática para los países afectados,
había adquirido a lo sumo una entidad subregional. Debe destacarse
que tal conjetura no parecía demasiado errónea habida cuenta
de la escasa significación desde el punto de vista real y
financiero de las economías afectadas para el conjunto de
los mercados internacionales. De hecho, el tono de las conversaciones
mantenidas en septiembre de ese año en el marco de la reunión
anual del FMI y el Banco Mundial fue relativamente optimista
y las expectativas de los agentes apuntaban, incluso, a una
suba de las tasas de interés de corto plazo por parte de la
Reserva Federal.Sin embargo, poco tiempo después el 22 de
octubre, y en forma completamente no anticipada, se produjo
el derrumbe de la bolsa de valores de Hong-Kong y el derrame
de las dificultades a Corea del Sur que, luego de dos meses
de profunda turbulencia financiera y cambiaria, se vio obligada
a dejar flotar el won libremente a mediados de diciembre.
Ello dio inicio a una segunda etapa de la crisis financiera
en la que se verificó la generalización de las dificultades
al conjunto de la economía asiática, incluyendo a Japón que
pasó de una situación de estancamiento a la recesión abierta.
Dicha etapa duró aproximadamente hasta fines de enero cuando
la intensidad de la crisis comenzó a ceder y una calma relativa
retornó a los mercados financieros y cambiarios de Corea del
Sur e Indonesia, las dos economías más afectadas de esta nueva
ronda de dificultades. Luego de ello se verificó una fuerte
recuperación de los mercados cambiarios de los países de la
región entre febrero y abril de este año y las autoridades
de política estuvieron en condiciones de reducir paulatinamente
las tasas de interés de corto plazo. También en dicho momento
se pensó que la fase más aguda de las dificultades financieras
había sido superada.Sin embargo, en mayo de este año la situación
de las economías más afectadas por la crisis (Corea del Sur,
Indonesia, Tailandia, Malasia y Filipinas) volvió a experimentar
un marcado deterioro cuando la publicación de los datos relativos
al desempeño de dichas economías durante el primer trimestre
del año puso en evidencia que el impacto de la crisis había
sido considerablemente peor de lo inicialmente pensado. El
impacto negativo sobre la confianza de los inversores determinó
que las monedas de la región experimentaran una nueva ronda
de depreciaciones, aunque sin llegar a los pisos alcanzados
en cada caso en enero de este año. Aunque a partir de junio
la calma retornó a los mercados cambiarios del sudeste asiático,
las presiones especulativas derramaron sobre la economía rusa
que ya había estado sometida a algunos importantes remezones
financieros durante la intensificación de la crisis asiática
a partir de octubre. Esta vez, sin embargo, el contagio interregional
de las dificultades pareció llegar para quedarse: a pesar
de la intervención de las autoridades rusas en los mercados
de cambios y de las fuertes subas impulsadas en las tasas
de interés de corto plazo, los mercados parecieron poner en
duda la sustentabilidad de dicha respuesta habida cuenta de
la creciente concentración de los vencimientos de deuda en
el corto plazo. Al mismo tiempo, la presión en los mercados
financieros reflejó las expectativas negativas de los inversores
en relación al impacto de la declinación de los precios del
petróleo sobre la situación del sector externo de la economía
rusa, la persistencia de fuertes desequilibrios fiscales,
la excesiva dependencia de los flujos de capitales de corto
plazo y el retraso en la implementación de las reformas estructurales.
En estas condiciones, y luego de algunas idas y vueltas, el
encadenamiento negativo de los acontecimientos determinó que
el episodio culminara en la crisis en gran escala que la economía
experimentó en agosto y que obligó a las autoridades a decidir
la devaluación del rublo y la reestructuración compulsiva
de algunas de las obligaciones externas del país. Esta drástica
decisión inauguró la tercera y más profunda de las etapas
de la crisis caracterizada por la definitiva internacionalización
de los desequilibrios financieros. Como se dijo más arriba
el hecho distintivo de esta fase es que esta vez la transmisión
de las dificultades, vía las significativas pérdidas de capital
experimentadas por los agentes que habían invertido fondos
en Rusia, afectó en forma directa a los mercados financieros
de las propias economías avanzadas. No sólo hubo caídas significativas
en los mercados de valores sino que se produjo un inusual
incremento en los diferenciales de riesgo pagados por los
mejores deudores del sector privado (las compañías de la categoría
de riesgo AAA) respecto de las tasas de interés pagadas por
los bonos del gobierno de las economías más avanzadas. Al
mismo tiempo, aunque Corea del Sur e Indonesia ya lo habían
decidido de facto durante la segunda etapa de la crisis, la
declaración formal por parte de Rusia de la imposibilidad
de hacer frente a parte de los compromisos que vencían en
el corto plazo instaló el fantasma de la reedición de las
moratorias unilaterales decididas por las economías latinoamericanas
en los ochenta durante la crisis de la deuda internacional.
La reaparición abrupta del riesgo de default afectó naturalmente
a las economías latinoamericanas y el ataque especulativo
eligió como blanco a la economía brasileña. El derrame de
las dificultades desde Rusia a Brasil y el riesgo de generalización
al conjunto de la región latinoamericana terminaron de sancionar
el carácter internacional de la crisis financiera. La caída
de la demanda de los títulos emitidos por las economías emergentes
determinó que, en pocas semanas, los mercados internacionales
de crédito pasaran a operar en una situación de virtual racionamiento.
De hecho, durante el mes de septiembre prácticamente desaparecieron
las emisiones de deuda de los países en desarrollo reflejando
que los mercados internacionales sólo estaban dispuestos a
otorgar nuevo financiamiento a estas economías a una tasa
de interés tendiendo a infinito. En estas condiciones, la
dinámica de funcionamiento de los mercados financieros hizo
temer en forma creciente que si los mercados de valores de
las economías avanzadas ingresaban en una espiral deflacionaria
los efectos riqueza negativos podrían terminar arrastrando
a los últimos bastiones del crecimiento y provocar que el
conjunto de la economía mundial ingresara en un escenario
recesivo. Paradójicamente, tal vez, en la internacionalización
de la crisis financiera estuvo parte de su comienzo de solución.
Ello fue así pues el riesgo de una recesión -y el fantasma
de la Gran Depresión- en escala global acabó de convencer
a las autoridades de política de las economías avanzadas de
que "el balance de los riesgos" en la situación económica
internacional había cambiado y de la necesidad de intervenir
en forma más activa para poner fin a la propagación de los
impactos de la crisis poniendo fin al encadenamiento negativo
de los acontecimientos. La sensible recuperación de los mercados
financieros a partir de mediados de octubre como consecuencia
de las medidas de política arriba detalladas parece haber
echado por tierra los peores presagios y dado lugar a la percepción
antes comentada de que lo peor de la crisis ya ha pasado.
Sin embargo, sería erróneo subestimar los riesgos presentes
en la actual coyuntura y suponer que la crisis financiera
ha finalizado. De hecho, la evolución evidenciada por los
mercados financieros de todo el mundo durante la primera semana
de diciembre pone de manifiesto la precariedad de la situación
actual y la subsistencia de numerosos interrogantes. En particular,
tres son los frentes a monitorear con cuidado para aventar
la posibilidad del ingreso a una nueva fase de la crisis:1)
Que no se produzca un nuevo deterioro de la situación de alguna
de las economías emergentes que conduzca a la aparición de
renovados efectos de contagio. Dos son las economías que los
inversores internacionales están siguiendo con atención a
este respecto. En primer lugar, existen temores acerca de
que China pueda decidir una devaluación de su moneda para
hacer frente a una pérdida de competitividad si la recesión
japonesa se profundiza y ello conduce a nuevas presiones bajistas
en la cotización del yen. En los últimos días, de hecho, los
mercados financieros de todo el mundo experimentaron caídas
pronunciadas alimentadas por algunos rumores en este sentido.
Sin embargo, los últimos indicadores de crecimiento hablan
de una expansión del 10% del PBI chino entre octubre de este
año y octubre del año pasado y del 7,6% durante el tercer
trimestre del año en relación con igual período del año anterior.
Estas cifras son muy superiores a las pronosticadas por el
FMI en su último informe sobre la economía mundial y pondrían
de manifiesto que el crecimiento jalonado por el gasto doméstico
en infraestructura auspiciado por las autoridades está permitiendo
compensar la desalentadora evolución de las exportaciones.
Asimismo, para varios analistas -incluídos los miembros de
la Administración Estatal china ocupada de las cuestiones
cambiarias- la cuestión del supuesto atraso cambiario está
sobreestimada en lo que respecta al desempeño de las ventas
al exterior. En segundo lugar, no poca atención está depositada
en la evolución de la economía brasileña luego de alcanzado
el acuerdo con el FMI. Aunque el comportamiento de los mercados
financieros con posterioridad a la difusión del mismo ha sido
favorable y las medidas destinadas al ordenamiento de las
cuentas públicas están realizando progresos notorios en el
Parlamento, es cierto que, como todo intento de defender una
moneda frente a un fuerte ataque especulativo, la situación
presenta riesgos no menores. De hecho, en la primera semana
de diciembre los mercados reaccionaron en forma muy negativa
al rechazo del parlamento al incremento de la contribución
proyectada de los empleados públicos al régimen de seguridad
social poniendo de manifiesto el estrecho sendero por el que
actualmente transita la economía brasileña en su intento de
recuperar la confianza de los inversores. Respecto a ello,
la preocupación central de los mercados está depositada en
que las autoridades sean capaces de reducir en forma pronunciada
las tasas de interés domésticas a fin de descomprimir la carga
financiera sobre el endeudamiento de corto plazo y en que
la recesión que la economía va a experimentar el año próximo
no sea muy superior a la proyectada para elaborar el ajuste
de las cuentas públicas;2) La posibilidad de que las importantes
medidas fiscales y financieras adoptadas en Japón no logren
evitar una profundización de la recesión en dicha economía.
En este sentido cabe tener en cuenta que a pesar de que las
medidas fiscales dan cuenta de más del 4% del producto y que
las mismas ponen de manifiesto la voluntad de las autoridades
japonesas de retomar la iniciativa luego de varios meses de
quietismo la reacción inicial de los mercados frente a las
mismas no ha sido demasiado satisfactoria. En dicha respuesta
parece haber influído el hecho de que el anuncio del paquete
fue opaco y no está del todo claro si la totalidad de los
recursos involucrados son nuevos o si, en parte, se trata
de fondos provenientes de viejos paquetes que no han sido
ejecutados. Ello coincidió con la decisión de la agencia Moody's
de recalificar la deuda del gobierno japonés desde la más
alta categoría a un segundo nivel de riesgo. De hecho, los
últimos datos disponibles que muestran que el PBI del tercer
trimestre cayó un 2,6% a tasa anualizada señalan que, por
ahora, la recesión, lejos de haber sido superada, sigue su
curso;3) La posibilidad de que se produzcan desarrollos adversos
en los mercados financieros de las propias economías avanzadas.
En este frente, dos son las cuestiones a monitorear con atención.
En primer lugar, la posibilidad de que se produzca una abrupta
restricción del crédito (credit crunch) motivada por la aparición
de dificultades en la hoja de balance de los intermediarios
financieros. En este sentido, las causas de la nueva reducción
de tasas decidida por A.Greenspan el 17 de noviembre no están
del todo claras y la mención de que persisten dificultades
en el sector financiero ha conducido a algunos analistas a
interrogarse respecto de la posibilidad de que la decisión
de la Reserva federal haya estado motivada por la existencia
de problemas en algunas entidades financieras desconocidos
por el mercado. En segundo término, la posibilidad de que
la propia rebaja de tasas de interés conduzca a la reaparición
de los fenómenos de sobrevaluación de activos en los mercados
financieros, particularmente en Wall Street. En este sentido,
la preocupación de la mayor parte de los analistas está concentrada
en la evolución de la tasa de ahorro de las familias norteamericanas
cuya proxi se ha tornado negativa en septiembre por primera
vez en sesenta años y en la posibilidad de que el fin de la
supuesta burbuja especulativa venga acompañado de una abrupta
contracción del gasto privado. Aunque el fin del período de
apreciación no necesariamente tiene que venir acompañado por
un desplome de las cotizaciones y del gasto privado de consumo
e inversión y la tasa de ahorro podría recomponerse gradualmente
en los próximos años, es cierto que la evidencia indica que
los ciclos de excesivo crecimiento del gasto usualmente finalizan
en forma pronunciada. Claramente en el actual contexto de
fragilidad ello tendría consecuencias muy negativas para la
estabilidad financiera.
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III. Los impactos reales de la crisis financiera internacional
En lo referido al segundo punto
mencionado más arriba no hay demasiado espacio para la euforia.
En efecto, aún cuando la crisis financiera haya sido finalmente
superada cabe señalar que, una vez pasada la tormenta, los
impactos de la misma sobre la economía real serán muy pronunciados.
Es sabido que, como consecuencia de los serios desequilibrios
financieros, en el caso de varias economías se ha pasado en
pocos meses de un crecimiento robusto a una recesión profunda
y que pocos países han quedado al margen de la crisis global.
Al mismo tiempo, las consecuencias sociales de la crisis en
los países más afectados han sido muy profundas y están llamadas
a tener impactos no sólo en el corto sino también en el medio
plazo a través del incremento en los niveles de pobreza y
desempleo, el deterioro de las condiciones de acceso a la
salud y la educación y el empeoramiento en la distribución
del ingreso. De las proyecciones efectuadas por los principales
organismos e instituciones multilaterales surge que, en el
mejor de los casos, el año próximo cabe esperar una evolución
del producto mundial similar a la pobre performance observada
durante 1998 y que recién en el 2000 se podría apreciar una
moderada recuperación (véase el gráfico). Así, en su último
informe la OCDE anticipa que la tasa de crecimiento del producto
mundial prácticamente se mantendrá el año próximo en los exiguos
niveles registrados este año de forma tal que el PBI mundial
sólo crecería 2,1% en 1999 frente al 2,0% que se espera para
el presente año. Para el 2000 dicho organismo anticipa una
recuperación moderada de la economía mundial cuya tasa de
crecimiento se situaría en un 2,9%. Sin embargo, cabe mencionar
que si el arte de pronosticar siempre es una tarea difícil
y sometida a riesgos importantes y, por tanto, todo pronóstico
económico está sujeto per se a un importante grado de variabilidad,
dicha situación se ha visto exacerbada en el actual contexto
de profunda incertidumbre. Ya en nuestro informe pasado se
destacó que, a medida que la crisis se desarrollaba y se tomaba
consciencia de su gravedad creciente, la revisión de los pronósticos
de crecimiento de la economía mundial evidenciaba un sesgo
sistemático a la baja. Ello puso de manifiesto no sólo que
la precisión y el grado de confianza de las proyecciones se
ven particularmente afectados durante los períodos de elevada
incertidumbre sino también que, en la presente situación,
los riesgos se encuentran distribuídos asimétricamente a la
baja. Dicha situación continuó verificándose en el último
mes y medio. Así, mientras en octubre el World Economic Outlook
del FMI pronosticaba que el año próximo la economía mundial
crecería un 2,6%, el último informe del Banco Mundial anticipa
un crecimiento del PBI mundial en 1999 de sólo el 1,9% (véase
gráfico). De hecho, habida cuenta de la nueva evidencia disponible
que indica que las consecuencias reales de la crisis internacional
son mucho más serias de lo inicialmente pensado, el propio
FMI proyecta presentar antes de fin de año, tal como lo hizo
el año pasado, una nueva versión de su Outlook de la economía
mundial. Sin duda esa nueva versión contendrá una revisión
a la baja de la mayor parte de las estimaciones y pronósticos
respecto al desenvolvimiento futuro de la economía internacional
Por su parte, la tasa de crecimiento del comercio mundial
experimentaría una leve recuperación desde los magros niveles
a los que se ha visto contraída su evolución como resultado
de la crisis internacional. En efecto, luego de crecer a una
tasa superior al 9% durante 1997, la OCDE espera que los flujos
reales de bienes y servicios crezcan un 4,6% durante este
año, un 5,3% durante 1999 y un 6,1% durante el año 2000. En
lo referido a la evolución de los precios, excepto en los
países que sufrieron fuertes ataques especulativos contra
sus monedas y experimentaron episodios de crisis financiera,
se espera un escenario de desaceleración. Ello es lógico habida
cuenta del exceso de oferta prevaleciente en varios mercados.
Para las economías avanzadas la tasa de inflación para el
próximo año se espera que se sitúe en los muy bajos niveles
de este año (1,7%), los más bajos de los últimos cuarenta
años. Por su parte, para las economías en desarrollo se prevé
que, luego de haber subido levemente por encima del 10% en
el presente año, la tasa de evolución de los precios se ubicará
en un exiguo 8,3%. Este resultado está influído, sin embargo,
por la marcada aceleración que experimentó la evolución de
los precios en los países asiáticos más afectados por la crisis.
Para las economías en transición se espera que el próximo
año la tasa de inflación se sitúe alrededor de un 34% luego
de que los precios registraran una suba de alrededor del 29%
durante el presente año. Este resultado esconde, sin embargo,
una evolución dispar: mientras se espera que la inflación
en Rusia se sitúe por encima del 70% el año próximo luego
de haber registrado una tasa del 14% en 1997, el resto de
las economías en transición tienden a exhibir importantes
desaceleraciones. Aún así, y a pesar de los temores que surgieron
durante los peores momentos de la crisis, la evolución de
los precios está lejos de haber ingresado en una espiral deflacionaria.
Aunque hubo algunos desarrollos que pudieron indicar la existencia
de presiones en este sentido lo máximo que puede decirse es
que la economía mundial está atravesando actualmente una etapa
de marcada desinflación. En efecto, aunque los precios de
las commodities cayeron más de un 30% desde mediados del año
pasado como resultado fundamentalmente de la contracción de
la demanda en Asia debe tenerse en cuenta que dichas caídas
parecen haberse detenido en los últimos meses. Asimismo, mientras
dichas reducciones de precios generaron importantes pérdidas
de ingresos para los países productores, para los países importadores
representaron una favorable evolución de los precios relativos
que ayudó a reducir costos y, por tanto, contribuyó a mejorar
los ingresos reales. Por otra parte, aunque el comportamiento
de los precios de las materias primas y de muchas mercancías
de origen industrial, provocó la caída generalizada de los
precios mayoristas en los principales países desarrollados,
la evolución de los precios de los servicios impidió que tales
reducciones en los precios al productor se trasladarán a la
evolución del nivel general de precios. Así, aunque los precios
mayoristas han caído, por ejemplo, un 4,7% en Alemania y un
0,7% en EEUU en el año transcurrido hasta octubre, de los
países desarrollados los únicos que han experimentado una
leve deflación en los precios al consumidor han sido Japón
y Suecia (0,2% y 0,4%, respectivamente). Por último, otro
de los indicadores que se utilizaron para señalar la existencia
de presiones deflacionarias en la economía mundial ha sido
la evolución de los rendimientos nominales de los bonos de
los distintos gobiernos. En efecto, dado que el rendimiento
nominal de los bonos es igual a la suma de su rendimiento
real más el premio pagado por el riesgo de default más la
tasa de inflación esperada, si se supone que los dos primeros
factores se mantienen constantes, entonces toda reducción
en el rendimiento nominal de los bonos debería reflejar reducciones
de la tasa de inflación esperada. Precisamente, durante las
peores instancias de la crisis, varios analistas adujeron
que la fuerte reducción del rendimiento nominal de los bonos
era un factor que señalaba la presencia de marcadas expectativas
de deflación. Sin embargo, dado que durante dichos meses se
verificó un importante cambio en la composición de los portafolios
financieros a favor de dichos bonos es muy difícil sostener
que la reducción en su rendimiento nominal no esté reflejando
en realidad una disminución del rendimiento real de los bonos
y del riesgo de default.
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III.1. Las economías avanzadas
Como puede suponerse, los pronósticos
recién mencionados respecto de la evolución de la economía
internacional durante el año próximo encierran situaciones
bastante disímiles. En efecto, mientras la mayor parte de
las anticipaciones supone que en las economías avanzadas,
con la clara excepción del Japón, la situación macroeconómica
continuará exhibiendo síntomas de fortaleza aunque evidenciará
cierta desaceleración, los pronósticos relativos al desempeño
de los países en desarrollo son mucho menos alentadores. En
lo que se refiere, entonces, a la evolución de las primeras
los informes elaborados por los organismos financieros y las
instituciones multilaterales en el último mes y medio coinciden
en anticipar para el año próximo sólo una leve desaceleración
del crecimiento. Aunque con diferente intensidad ciertos impactos
de la crisis internacional se han dejado sentir aún en dichas
economías, cabe destacar que, con la excepción de Japón, la
situación macroeconómica ha permanecido hasta ahora bastante
robusta. Así, aunque se anticipa una cierta pérdida de dinamismo,
se espera que el crecimiento continúe firme en el caso europeo
y, luego de varios años de elevado e ininterrumpido crecimiento,
se prevé un soft-landing de la economía de EEUU. En el caso
de la economía japonesa, la mayor parte de los pronósticos
estima que, si no hay nuevas dificultades, los paquetes fiscales
y financieros recientemente anunciados posibilitarán una salida
suave pero firme de la presente recesión. De esta forma, mientras
el Banco Mundial proyecta un crecimiento del 1,6% para el
PBI del conjunto de los países desarrollados en 1999, la OCDE
estima que las economías de su área crecerán el año próximo
un 1,7% y un 2,3% en el 2000 (véase el cuadro).Como recién
se dijo la mayoría de los pronósticos estiman que la economía
estadounidense efectuará el año próximo un aterrizaje suave
y desacelerará su crecimiento desde el elevado 3,4%/3,5% que
se prevé para este año. En dicha prognosis coinciden tanto
la mayor parte de los analistas del sector privado como los
principales organismos e instituciones multilaterales. Así,
mientras la OCDE estima que la economía norteamericana crecerá
el año próximo un 1,5%, el promedio de los pronósticos privados
relevados por la revista The Economist sitúa la tasa de crecimiento
de EEUU para 1999 en un 1,7%. Dichos pronósticos parecen estar
basados en la anticipación de una fuerte desaceleración del
gasto de consumo privado durante el año próximo en la medida
en que se asume que el actual ciclo de endeudamiento masivo
de las familias que ha conducido a una tasa de ahorro negativa
por primera vez desde los año treinta (véase el Box n 2) va
a llegar a su fin durante el año próximo. De este modo, habida
cuenta de que como resultado de la crisis internacional las
exportaciones netas están evolucionando en forma negativa
y que la inversión parece haberse desacelerado durante la
segunda mitad de este año desde los elevados niveles exhibidos
durante la década del noventa, parece evidente que la clave
de lo que ocurra en el futuro con la economía norteamericana
depende en forma crucial de la evolución del gasto de consumo
privado. Hasta el momento, sin embargo, dicho gasto ha dado
escasas muestras de desaceleración y la economía de EEUU ha
seguido creciendo por encima de lo que la mayor parte de los
pronósticos anticipaban. En el tercer trimestre del año, de
la mano de una inesperada continuación del gasto de consumo
que no cayó en ningún mes desde junio de 1996 y de la recuperación
en noviembre del índice de confianza de los consumidores que
volvió a crecer luego de caer por cuatro meses consecutivos
desde el pico alcanzado en junio, la economía norteamericana
volvió a crecer un 3,5% contra igual período del año anterior.
La pregunta central es, entonces, qué es lo que ocurrirá en
el próximo período con el gasto de consumo de las familias
norteamericanas. Dos son los factores relevantes en relación
a esta cuestión y se encuentran estrechamente vínculados:
la suerte de las cotizaciones bursátiles y los impactos que
la reciente baja de tasas de corto efectuada por la Reserva
Federal pueda tener en la evolución del gasto privado, fundamentalmente
de consumo. En relación a la primera de dichas cuestiones
cabe destacar que, durante los peores meses de la crisis,
cuando se temió la generalización de la recesión al conjunto
de la economía mundial uno de los principales canales de transmisión
apuntado fue precisamente la posibilidad de que el desplome
de las cotizaciones en la bolsa generara un fuerte efecto
riqueza negativo sobre la posición patrimonial de las familias
que terminara arrastrando a la economía norteamericana a la
recesión. Sin embargo, a pesar de la caída del 20% ocurrida
en los precios de las acciones desde el anterior pico alcanzado
en julio de este año, el consumo privado estuvo lejos de sentir
algún impacto. Este hecho podría ser interpretado en forma
positiva si se asume que los efectos riqueza provocados por
la porción de la riqueza privada que se mantiene bajo la forma
de tenencias bursátiles es menos robusto de lo que se suponía
y que los consumidores no estaban asumiendo al tomar sus decisiones
de gasto que los valores de las acciones se mantendrían en
los niveles record que tenían antes de la crisis y que han
vuelto a alcanzar en estos días. Sin embargo, dicho comportamiento
es plausible de ser interpretado desde una óptica menos optimista.
En efecto, los consumidores podrían haber interpretado la
caída de las cotizaciones como un fenómeno meramente transitorio
y haber supuesto que las acciones continuarían creciendo a
las elevadas tasas en que lo han venido haciendo en los últimos
cuatro años. En tal caso, dicho comportamiento se tornaría
altamente preocupante y plantearía una amenaza potencial toda
vez que las cotizaciones en el mercado accionaro se han vuelto
a situar en los elevados niveles de mitad de año y la mayor
parte de los analistas estiman que los mismos ponen en evidencia
la existencia de una inflada burbuja en la valuación de los
activos. En tales circunstancias un desplome de la bolsa de
valores podría acarrear consecuencias muy severas para la
economía norteamericana y poner fin de manera abrupta a su
etapa de elevado crecimiento. Sin embargo, el segundo de los
factores recién mencionados podría actuar de forma de compensar
estos desarrollos. En efecto, aunque según algunos analistas
el recorte decidido sobre las tasas de interés ya ha agotado
su estímulo expansivo a través del rebote de las cotizaciones
bursátiles, la mayor parte de los pronosticadores suponen
que el gasto privado de consumo e inversión todavía tiene
que disfrutar los efectos completos de la nueva instancia
expansiva de la política monetaria. En dicha interpretación,
y asumiendo que el impacto del recorte de tasas recién va
a dejar sentir sus efectos con cierto lag, la economía norteamericana
va a experimentar una nueva aceleración desde mediados del
año próximo y, en forma completa, a partir del año 2000 cuando
se espera que vuelva a crecer al 3%. En lo que se refiere
a la economía de los países que van a adoptar en menos de
un mes la moneda única europea ya se ha destacado más arriba
que la mayoría de los pronósticos prevén una leve pérdida
de dinamismo de forma tal que el pronóstico de consenso es
que la tasa de crecimiento se desacelerará en aquella región
desde el 2,8% que probablemente se registre este año hasta
un 2,1%/2,3% para el año próximo. De este modo, de la mano
de la crisis internacional, el ciclo económico europeo que
se encontraba en una fase más temprana que el norteamericano
ha dado muestras de enfriamiento y ha provocado un cambio
inesperado pocos meses atrás en el perfil inicial de la política
monetaria común encarada por el Banco Central Europeo. El
sector más afectado de la economía europea es probablemente
la industria manufacturera que, como consecuencia de la fuerte
desaceleración del comercio mundial, enfrenta muy malas perspectivas
en el corto plazo. La mayoría de los pronósticos anticipan
que cuando se conozcan los números de la parte final de este
año el output industrial europeo exhibirá una importante contracción
y que la recesión industrial se prolongará hasta bien entrado
1999 en la medida en que la presión competitiva proveniente
fundamentalmente de Asia continúe desplazando producción local.
En dicho contexto los gobernadores de los once bancos centrales
europeos que forman parte de la unión monetaria decidieron
el 3 de diciembre fijar la tasa de interés de corto plazo
en el 3%, acelerando el proceso de convergencia de tasas que
se venía dando en el último mes y medio hacia el nivel del
3,3% prevaleciente en Alemania y Francia. De esta forma, contra
la mayor parte de los pronósticos que anticipaban que el debutante
Banco Central Europeo se vería obligado a priorizar el combate
contra la inflación a fin de construir su reputación, las
autoridades decidieron relajar la política monetaria frente
a los síntomas de debilidad que estaba comenzando a exhibir
el crecimiento europeo. La reacción de los mercados financieros
a dicha iniciativa de política fue ampliamente favorable poniendo
de manifiesto que, tal como lo señaláramos más arriba, existe
un amplio margen para encarar, en caso de ser necesario, política
económicas anticíclicas más expansivas a fin de proteger el
crecimiento. Al mismo tiempo, esa decisión pone de relieve
que el riesgo principal no se encuentra del lado de una aceleración
inflacionaria sino, por el contrario, surge de la existencia
de presiones recesivas e incluso deflacionarias. En efecto,
no sólo el precio de las commodities afectado por la reducción
de la demanda mundial está corrigiendo los índices de precios
hacia abajo sino también la declinación de los precios de
productos manufacturados afectados por el exceso de capacidad.
Asimismo, se espera que la desregulación en el sector de servicios
públicos conduzca a una desaceleración de la tasa de crecimiento
de los precios de los servicios. En este sentido, no es que
el Banco Central Europeo haya decidido abandonar la construcción
de su reputación en materia antiinflacionaria sino que parece
haber decidido contruirla como garante de la estabilidad de
precios reconociendo los riesgos de la deflación de precios
en un contexto recesivo o de menor tonicidad de la demanda.
De ser exitosa la política de reducción de tasas, la mayor
parte de los pronósticos estiman que la actual desaceleración
del crecimiento puede ser de corta vida y que, junto al estímulo
brindado por el lanzamiento del euro, la economía puede volver
a crecer a tasas más altas en el año 2000. Así, mientras las
OCDE anticipa que en dicho año el producto de la Unión Europea
crecerá un 2,5%, algunos pronósticos privados anticipan una
importante recuperación que situaría la tasa de crecimiento
en el 3,2%. Como se ha señalado más arriba, la evolución de
la economía japonesa es un outlier en el comportamiento previsto
del conjunto de las economías avanzadas y es probable que,
en los próximos dos años su tasa de crecimiento se mueva en
sentido contrario a la del resto de los países desarrollados.
En efecto, mientras como se dijo recién se espera que el año
próximo tanto la economía europea como la de EEUU vean desacelerar
su crecimiento, es casi seguro que la tasa de variación del
PBI japonés experimente una mejoría desde la preocupante contracción
de alrededor del 2,6% experimentada durante 1998. Por otra
parte, mientras que en la práctica totalidad del mundo desarrollado
se anticipa que en el 2000 habrá una sensible recuperación
del crecimiento, los pronósticos existentes anticipan -aunque
con un nivel de confiabilidad no demasiado elevado y con un
alto grado de incerteza- que en dicho año la economía japonesa
volverá a experimentar una contracción de su nivel de actividad
económica. Dicho pronóstico -una recuperación de corta vida
de la economía japonesa- se asienta en la idea de que las
medidas recientemente anunciadas de estímulo fiscal a la demanda
agregada se van agotar el año próximo sin generar demasiados
efectos multiplicadores si la reestructuración del sistema
financiero y del sector corporativo proceden a un ritmo lento
sin sentar bases sólidas para una recuperación duradera de
la economía nipona. Cabe señalar, sin embargo, que algunos
analistas destacan que es muy difícil e inconveniente adoptar
medidas de reforma estructural y reestructuración en un contexto
recesivo por lo que el grueso de las iniciativas debieran
estar orientadas en el actual contexto a lograr por todos
los medios el estímulo de la demanda agregada. Aún así, la
mayor parte de los pronósticos anticipan que, en el mejor
de los casos, la economía japonesa dejará el año próximo la
recesión para instalarse en el estancamiento y crecer no más
del 0,2% como espera que ocurra la OCDE. Los pronósticos privados
son, de hecho, más pesimistas y el promedio elaborado por
The Economist supone que el PBI de Japón todavía se contraerá
el año próximo un 0,8%. De esta forma, a pesar de los recursos
involucrados en las iniciativas fiscales y de reforma financiera
más arriba señaladas, prácticamente ningún analista espera
hasta ahora que la segunda economía del mundo exhiba tasas
positivas de crecimiento. Antes bien, la mayor parte de las
anticipaciones parecen esperar que las dificultades continúen
situando los riesgos a la baja y, por ejemplo, Morgan Stanley,
una consultora privada norteamericana, anticipa que luego
de una corta recuperación el año próximo la economía japonesa
se contraiga en el 2000 un 1,5%. En ese caso la preocupación
volvería a estar situada en una posible depreciación del yen
frente al dólar norteamericano luego de que la moneda japonesa
se recuperara hacia noviembre de este año más de un 21% desde
los niveles de inicios de agosto. En tales circunstancias
reaparecería uno de los principales factores de riesgo para
la economía global: la posibilidad de que una depreciación
del yen induzca una devaluación en China y que ello conduzca
a una ronda de devaluaciones competitivas en el conjunto de
Asia. Por ello la principal amenaza para la evolución de la
economía mundial en los próximos meses parece ser lo que suceda
en Japón y la clave para evitar una nueva fase de la crisis
internacional parece descansar en que la recesión allí no
se profundice.
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III.2. Las economías en desarrollo
De hecho, el anuncio de las medidas
financieras y fiscales en Japón -que incluían la concesión
de líneas de crédito por 30.000 millones de dólares para las
economías asiáticas en crisis- y la apreciación del yen respecto
del dólar profundizó el proceso de apreciación generalizada
que las monedas del sudeste asiático vienen experimentando
desde mediados del año respecto de dólar (véase el gráfico).
Es evidente, entonces, que la evolución favorable de la economía
de Japón es un factor de extremada importancia para la suerte
de la economía regional. Ello no debe, sin embargo, conducir
a sobreestimar el rol de Japón para las economías de la región
asiática. De hecho, contra la creencia convencional hace tiempo
que Japón ha cesado de funcionar como la locomotora regional.
En la actualidad las exportaciones del conjunto de los países
del sudeste asiático -incluyendo la India- a Japón dan cuenta
de alrededor del 12% de las ventas externas totales de dichos
países mientras que las colocaciones en EEUU representan un
21% y las exportaciones a la Unión Europea alrededor de un
15%. Estrictamente, el flujo comercial singular más importante
para las economías de la región asiática es el propio comercio
intrarregional por lo que la recuperación de dichas economías
residirá fundamentalmente en lo que ocurra con EEUU y Europa
y en la posibilidad de que a medida que se recupere alguna
de las economías de la subregión se vayan generando interacciones
virtuosas al interior de la misma. En tal sentido, algunos
pronósticos parecen anticipar que, aún cuando Japón continúe
sin recuperarse pero sin empeorar en forma notoria, y de la
mano de la mayor estabilidad cambiaria alcanzada en los últimos
meses en la región, las menores tasas de interés y la reestructuración
del sistema financiero y de las deudas pendientes del sector
privado, las economías del sudeste asiático comenzarán a recuperarse
a mediados del año próximo. Algunos pronósticos privados son
bastante optimistas, y si bien admiten que la fase de recuperación
va a ser muy diversa entre los diferentes países de la región,
esperan que el conjunto de Asia, incluyendo a China y la India,
crezca un 2,9% el año próximo para acelerarse a un elevado
4,8% en el año 2000. El propio Banco Mundial que en su último
informe elabora un diagnóstico detallado, preciso y sombrío
de la crisis asiática, anticipa, por ejemplo, que si no se
producen nuevos desarrollos negativos, en las cinco economías
más afectadas por la crisis se pasará de un virtual estancamiento
el año próximo a una marcada recuperación en el año 2000 (3,2%
de crecimiento del PBI). Aún así cabe señalar que en la actualidad
la situación de dichas economías continúa exhibiendo signos
de fragilidad. En lo que respecta a América Latina es evidente
que la clave de su desempeño reside en la performance de la
economía brasileña. A pesar de que el fuerte ataque especulativo
que tuvo que enfrentar Brasil una vez que Rusia devaluó amenazó
con diseminar la crisis financiera al conjunto de la economía
regional, los esfuerzos de contención de crisis desplegados
por las autoridades brasileñas y la comunidad financiera internacional
permitieron que la región lograra hasta ahora mantenerse al
margen de una diseminación completa de los efectos de contagio.
Ello no quiere decir que diversas economías de la región no
hayan experimentado serias dificultades en los planos real
y financiero como consecuencia de la crisis internacional.
En primer lugar, el conjunto de la economía regional se vio
afectada, como el resto de las economías en desarrollo, por
el marcado endurecimiento de los mercados de capitales internacionales
y, durante los meses de agosto y septiembre, los países de
la región se vieron prácticamente excluídos del acceso al
crédito externo. Sin embargo, a diferencia de la región asiática
donde se ha verificado una fuerte retracción, las estimaciones
del FMI sugieren que la región sólo experimentará una leve
desaceleración de los flujos netos de capital privado. De
hecho, en 1997 cuando los flujos netos dirigidos al conjunto
de las economías emergentes cayeron a la mitad desde su record
de un año atrás, la región experimentó un leve crecimiento
de los ingresos netos de fondos y pasó de recibir 81.800 millones
de dólares en 1996 a ser receptora de 87.500 millones. Durante
1998 mientras Asia experimentaba salidas netas de fondos privados
América Latina sólo experimentó una caída moderada de los
ingresos netos de capital privados. Sin embargo, éstos continuaron
siendo positivos y se espera que totalicen alrededor de 75.000
millones de dólares. Las estimaciones del FMI para el año
próximo suponen que la región experimentará una nueva retracción
y que los flujos netos de fondos externos de origen privado
alcanzarán los 66.600 millones de dólares. De estos ingresos
netos se estima que durante 1998 49.000 millones de dólares
representaron inversión extranjera directa y que este concepto
dará cuenta de ingresos por un total de 44.300 millones durante
el año próximo. En segundo lugar, varias de las economías
de la región han sentido de manera marcada los impactos reales
de la crisis internacional y han experimentado fuertes shocks
externos de naturaleza comercial. Así, Venezuela, y en menor
medida México, se vio muy afectada por la fuerte declinación
de los precios del petróleo y la fuerte caída verificada en
el precio del cobre planteó graves dificultades a la dinámica
de corto plazo de la economía chilena. Asimismo, la mayor
parte de las economías de la región sufrieron en distinto
grado los impactos de una negativa evolución de sus términos
de intercambio. Sin embargo, como recién se dijo, la suerte
de la dinámica macroeconómica del conjunto de la economía
de la región es muy dependiente de lo que ocurra en Brasil
cuyo PBI da cuenta de alrededor del 40% del producto regional.
Como se analiza en otra sección del presente volumen la clave
del éxito del programa de fuerte ajuste fiscal lanzado por
el gobierno del país vecino a fines de octubre con el aval
financiero otorgado semanas más tarde por la comunidad internacional
reside en que las autoridades sean capaces de llevar a cabo
la reducción prevista de la tasa de interés de corto plazo.
Ello permitirá descomprimir gradualmente la comprometida situación
financiera que enfrentan las cuentas públicas y posibilitará
una paulatina recuperación de la confianza y una desactivación
de las presiones en el frente cambiario. De todas formas,
debe quedar claro que la dinámica de corto plazo de la economía
brasileña transita por un corredor estrecho y que, a pesar
de la asistencia financiera brindada por los organismos multilaterales
de crédito y los gobiernos del G7, la situación es todavía
precaria tal como lo puso de manifiesto la negativa reacción
de los mercados a las dificultades surgidas en el parlamento
para la aprobación de parte de la reforma del sistema de seguridad
social. En el mejor de los casos, sin embargo, el propio gobierno
descuenta que el año próximo la economía brasileña experimentará
un panorama recesivo caracterizado por una caída del 1% del
PBI. Si ese es el panorama y la recesión brasileña no se profundiza
tal como lo prevén algunos analistas del sector privado que
esperan una contracción del 2 al 3%, América latina experimentará
durante 1999 una modesta evolución con el producto creciendo
a un escaso 0,6%. Aunque evidentemente "gris" dicho pronóstico
debe ser comparado con el desempeño del producto de la región
en el escenario alternativo de una generalización de las dificultades
financieras al conjunto de la región. Sin embargo, si el programa
resulta exitoso las previsiones suponen que en el año 2000
la economía brasileña volverá a crecer a una tasa del 3%.
En ese caso, la economía regional estaría en condiciones de
crecer a una tasa superior al 2,5% durante dicho año. Un panorama
similar -repetición del débil crecimiento durante 1999 y una
fuerte recuperación a partir del 2000- se espera para el conjunto
de las economías en desarrollo. Ello es lo que surge del último
informe del banco Mundial (Global Economic Prospects and the
Developing Countries 1998/99). Allí se destaca que las economías
del mundo en desarrollo crecerán un 2,7% durante el año próximo
frente al 2% estimado para este año y que, como resultado
de las iniciativas de política decididas en el último tiempo
con el objeto de superar la crisis financiera y fortalecer
las perspectivas de mediano plazo de la economía mundial reseñadas
más arriba, dichas economías se recuperarán fuertemente en
el año 2000 para crecer al 4,3% -sólo 0,5 puntos por debajo
de la tasa de crecimiento registrada en 1997. De todas maneras,
la gravedad de la crisis para el mundo en desarrollo se puede
sintetizar en los datos ofrecidos en la presentación del informe
de la institución multilateral: mientras en 1997 el ingreso
per cápita cayó en 21 países que daban cuenta del 10% del
PBI del mundo en desarrollo y un 7% de su población, durante
este año ocurrió lo propio con 36 países del mundo en desarrollo
que representan el 40% de su PBI y más de un 25% de su población.
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IV. A modo de conclusión
El informe del Banco Mundial recién
comentado está dirigido a examinar las causas de la crisis
financiera, realizar un análisis de las respuestas del mundo
a la misma y otorgar una guía acerca de como hacer para que
tales crisis sean menos frecuentes y dolorosas. Como resultado
del análisis se enfatizan allí algunas de las principales
enseñanzas brindadas por la crisis actual. Esencialmente se
señala allí que los orígenes de la crisis en Asia residen
en la interacción entre las debilidades institucionales observadas
en el manejo de la liberalización financiera doméstica y las
imperfecciones del mercado internacional de capitales. Al
mismo tiempo, se destaca que la prosecución de políticas monetarias
y fiscales excesivamente contractivas recomendadas, en general,
por los organismos multilaterales impidió en las primeras
etapas de la evolución de la crisis operar en forma contracíclica
y, de hecho, produjo un overkill en el ajuste contribuyendo
a profundizar la recesión. Según el Banco Mundial, por el
contrario, el objetivo de las intervenciones de política durante
la crisis debería ser contribuir a sostener la demanda, expandir
la red de seguridad social para proteger a los sectores más
vulnerables de la población, recapitalizar los bancos y evitar
las quiebras de las firmas endeudadas mediante la reestructuración
de sus deudas. Al mismo tiempo, en la medida en que la crisis
habría puesto de manifiesto las dificultades que enfrentan
los países en desarrollo para manejar flujos de capitales
muy volátiles y de gran magnitud en relación al tamaño financiero
de dichas economías, la institución multilateral recomienda
la prosecución de una mayor regulación del sector financiero
y, en caso de ser necesario, alguna restricción a los flujos
de corto plazo. Vale la pena destacar tales recomendaciones
por dos razones. Por un lado, pues las mismas contradicen
algunas de las principales orientaciones recomendadas hasta
ahora a los países en desarrollo por los principales organismos
financieros multilaterales, cristalizadas en los denominados
Washington Consensus del FMI y market friendly approach to
development del propio Banco Mundial de los años ochenta.
Tales orientaciones han caracterizado el espíritu y la implementación
concreta de las reformas estructurales encaradas no sólo en
las economías afectadas por la crisis sino por la mayor parte
de las economías emergentes desde inicios de la presente década.
Por otro lado, tales lecciones son importantes pues en la
medida en que la institución que las extrae será uno de los
actores clave en el prometido proceso de reforma de la arquitectura
financiera internacional, las mismas podrían formar parte
de la constitución del futuro sistema monetario y financiero
internacional.
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PANORAMA
DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 2,
diciembre 1998
1998:
Malos tiempos para el Comercio Mundial
Introducción
Los años que van desde 1990 hasta el estallido de la crisis
asiática hacia la segunda mitad de 1997 han sido una etapa
de fuerte expansión para el comercio mundial. La tasa de crecimiento
que las corrientes internacionales de intercambio de bienes
-medidas en términos de volumen- han alcanzado durante dicho
período, no solo resulta ampliamente superior a la correspondiente
a las dos décadas precedentes, sino que resulta incluso comparable
a la experimentada durante los "dorados" años 60: La creciente
integración financiera entre países y empresas, el desarrollo
incesante de nuevos instrumentos comerciales y financieros
tendientes a la facilitación de los negocios internacionales,
el abaratamiento de los sistemas de transporte y la creciente
tendencia hacia la "containerización" -y por ende la mayor
transabilidad- de cada vez más productos, sumado al auge de
las comunicaciones y la creciente difusión de ciertas "pautas
de consumo" universales, están contribuyendo fuertemente a
reducir las distancias geográficas y culturales entre diferentes
países y regiones, lo que se traduce en los años noventa en
condiciones estructuralmente más favorables para la expansión
de las corrientes comerciales. Del mismo modo, el fortalecimiento
de las normativas internacionales en materia comercial, y
los avances alcanzados en materia de reducción de aranceles
y barreras al comercio -tanto desde la órbita multilateral
como los emprendidos voluntariamente por numerosos países
en desarrollo- sumados a la proliferación de diferente tipo
de esquemas de integración y/o asociación entre países tendientes
a reducir o eliminar las barreras al comercio recíproco, también
han contribuido al mayor crecimiento de los intercambios transfronterizos.
En definitiva, la creciente interdependencia económica y financiera
entre los países encuentra su expresión en el hecho que el
comercio de bienes se ha ido expandiendo a tasas que duplican
-y a veces triplican- al crecimiento de la producción: En
este marco, a lo largo de la década en curso un conjunto importante
de países en desarrollo implementaron y/o profundizaron diferente
tipo de esquemas de crecimiento basados -en mayor o en menor
medida- en los mercados externos (export led growth), fenómeno
que en buena parte de los casos les permitió alcanzar (o mantener)
elevadas tasas de crecimiento en forma continuada. Del mismo
modo, otros países, que por sus características naturales,
geográficas o históricas no se encontraban en condiciones
de adoptar estrategias de ese tipo, comenzaron crecientemente
a "entender" al comercio exterior como una herramienta de
gran utilidad a efectos de apoyar sus respectivos modelos
de desarrollo, tanto desde el aspecto de la consistencia macroeconómica
de sus políticas, como desde el campo de la competitividad
global de sus economías. Por otra parte, el señalado dinamismo
del comercio internacional del período 1990/1997 -que prácticamente
no fue afectado por la crisis mexicana de 1995, y al que se
sumaba una favorable coyuntura en materia de precios de la
mayor parte de las commodities- aparecía como una herramienta
"útil" tanto a los fines de amortiguar los efectos de la etapa
descendente de los ciclos económicos nacionales -del estilo
stop and go-, como para afrontar en mejores condiciones las
situaciones de crisis regionales (a este respecto, es de destacar
el positivo "papel" jugado en ese sentido por los mercados
externos en ocasión de la crisis del tequila para los países
de América Latina).
El impacto de la crisis sobre el
comercio mundial: una visión de conjunto
Si durante la primera fase de la década en curso (1990/93),
el crecimiento de las corrientes comerciales internacionales
fue impulsado por las economías en desarrollo (las asiáticas
en particular), la recuperación económica y comercial que
los países desarrollados (excepto Japón) comenzaron a experimentar
a partir de 1994/1995, contribuyó a otorgar un mayor impulso
a los flujos de comercio internacional, cuyo volumen se expandió
a tasas superiores al 10% anual en tres de los cuatro años
que van de 1994 a 1997. Pero la crisis financiera desatada
en el Este de Asia hacia mediados de 1997 puso fin a este
ciclo expansivo. Y si bien sus efectos se manifestaron con
gran rapidez sobre los mercados bursátiles y de capitales
de prácticamente todo el planeta, su impacto sobre las corrientes
de producción y comercio se ido ha verificando con cierto
retraso, pero no por ello con menor vigor. Las devaluaciones
de las monedas de algunos países "relevantes" en el comercio
mundial (Indonesia, Korea, Tailandia, Filipinas, Malasia y
Rusia), sumado a la depreciación de las paridades cambiarias
de otro grupo importante de economías (Japón, Taiwan, Singapur,
México y el área del euro), junto a los fuertes procesos recesivos
en los que ha quedado inmersa la mayor parte de la región
asiática (alrededor de la tercera parte de la economía mundial
y algo más de un cuarto del comercio) y a la fuerte restricción
del financiamiento internacional que siguió a dichos acontecimientos,
han afectado fuertemente tanto el volumen como el sentido
de los flujos de comercio, fenómeno que comenzó a insinuarse
muy parcialmente hacia fines de 1997, para hacerse plenamente
visible a partir del primer semestre de 1998. De este modo,
la tasa de expansión del volumen del comercio mundial proyectada
para el año en curso resulta la mitad del promedio de la década,
siendo a su vez tres veces inferior a la verificada durante
1997, con una proyección de crecimiento nominal -en valores-
que por primera vez desde 1983 arroja una variación negativa
respecto de los valores del año anterior: De este modo, el
menor crecimiento del comercio internacional significa una
pérdida de ingresos para la economía mundial del orden del
1% del PBI global.Uno de los primeros efectos directos de
la crisis desatada en el Este de Asia en el terreno del comercio
ha sido la fuerte disminución de las importaciones de los
países más afectados -las que se redujeron rápidamente, en
magnitudes del orden del 30% o 40% anual-, consecuencia tanto
de la virtual desaparición del crédito comercial para sus
importadores y/o productores, como por la brusca reducción
de su nivel de actividad económica interna. No obstante ello,
la "tan temida" explosión exportadora de dichos países aún
no parece haber comenzado a ser visible. Por el contrario,
hasta el tercer trimestre del año en curso, el valor de las
ventas al exterior originadas en el Este de Asia no había
logrado recuperar los niveles anteriores a la crisis, con
proyecciones que indican que -en el mejor de los escenarios-
recién hacia mediados de 1999 podrán obtenerse valores de
exportaciones similares a los anteriores a la crisis.La generalizada
deflación de precios de los bienes transados internacionalmente
-y que incluye una dramática caída en las cotizaciones de
las principales commodities, tendencia que se venía manifestando
limitadamente desde antes del estallido de la crisis, pero
que indudablemente fue potenciada por la misma-, genera sin
dudas un adicional factor depresivo sobre las corrientes comerciales
internacionales. No obstante ello, las fuertes alteraciones
en los precios relativos de dichos bienes se traducen en ganancias
y pérdidas de ingresos comerciales -es decir redistribuciones
de riqueza- entre los diferentes países. A este respecto,
es interesante tener en cuenta que si en términos puramente
comerciales, las más afectadas por este fenómeno son las economías
cuyo perfil de exportaciones se basa en las commodities -y
dentro de ellas, las especializadas en aquellos bienes cuyos
precios muestran tendencias más desfavorables-, en términos
más estrictos las pérdidas/ganancias estáticas de bienestar
de los diferentes países dependen no solo de la composición
de sus ventas al exterior sino también de la participación
relativa que el comercio exterior tiene en términos de su
PBI. De este modo, puede observarse que economías no particularmente
afectadas por caída de sus términos del intercambio pero fuertemente
dependientes del comercio exterior (tal el caso de los cinco
países del Este de Asia) sufran mayores pérdidas de bienestar
que otras áreas en las que la participación de las commodities
en la oferta exportable es relativamente mayor, pero en los
que la exportación es una actividad menos relevante (tal el
caso de América Latina). Del mismo modo y dentro del grupo
de países cuyos términos del intercambio se han modificado
favorablemente, las ganancias de bienestar son mayores en
los casos de las economías más abiertas al comercio (tal el
caso de los países europeos), mientras que los países más
autosuficientes (tal el caso de EE.UU.) reciben beneficios
relativamente menos significativos.
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El comercio mundial durante el primer
semestre de 1998: Ganadores y perdedores
En un escenario global caracterizado por la alta volatilidad
financiera y el racionamiento de los mercados de capitales,
sumado a la existencia de alrededor de un tercio de la economía
mundial atravesando procesos de estancamiento, recesión o
fuerte recesión -a los que se suma el paulatino surgimiento
de indisimulados síntomas de desaceleración en algunas de
las que hasta ahora eran los "baluartes" del crecimiento mundial,
y con los precios de los bienes exportables en uno de sus
puntos más bajos de los últimos años, no debe sorprender que
sean muy pocos los países exitosos en materia de exportaciones.
De este modo, analizando el desempeño que a ese respecto han
evidenciado las principales regiones/países durante el primer
semestre de 1998 se pueden obtener algunas conclusiones acerca
del nuevo mapa comercial que esta configurándose luego de
la crisis asiático-rusa: En base a los datos precedentes y
a efectos de realizar un análisis global de las principales
tendencias, resulta oportuno clasificar el comportamiento
exportador-importador de los principales países/regiones en
tres grupos diferentes: · performances exportadoras muy afectadas
por la crisis: Se ubican dentro de este grupo a los países
del Este de Asia (excluyendo a China), Japón y el grupo de
las economías extra regionales "Asia Dependientes". En los
tres casos, durante el primer semestre del año en curso sus
ventas al exterior se han contraído en términos absolutos,
poniendo así fin a un largo período de notable dinamismo exportador.
La característica común a este conjunto de economías es su
alta dependencia comercial de la región del Este Asiático:
el 45% del comercio de los países del Este de Asia se realizaba
durante 1996/7 dentro de la misma región (incluyendo a Japón),
mientras que el 40% de las ventas japonesas al exterior se
destinan a estos mismos países. Del mismo modo, la "Asia dependencia"
de Australia llega al 41%, la de Nueva Zelandia supera el
25%, mientras que las de Chile y Perú se ubican en el 26%
y 23% respectivamente. En consecuencia, el desplome de la
demanda asiática -fenómeno visible desde fines de 1997-, ha
implicado reducciones absolutas en los valores exportados
por todos estos países, los que -al menos hasta el momento-
no han podido ser compensadas con el incremento de las ventas
hacia mercados alternativos -ni siquiera en el caso de las
economías que han depreciado sus monedas respecto del dólar-.
En el caso de los países asiáticos, el descalabro de los sistemas
financieros nacionales y regionales ha afectado adicionalmente
su capacidad exportadora e importadora, a partir de la imposibilidad
de sus empresas para financiar sus ventas al exterior y/o
la importación de insumos utilizados en la producción de bienes
exportables. Por su parte, la situación comercial de los países
"Asia Dependientes" se ha visto adicionalmente afectada por
la fuerte caída de los precios de sus productos exportables
(commodities en gran su mayoría) y el consiguiente deterioro
de sus términos de intercambio. Por el lado de las importaciones,
los señalados procesos recesivos han impulsado la fuerte contracción
de las importaciones de Japón y el Este de Asia, fenómeno
que en el caso de las economías "Asia dependientes" (que "solo"
han sufrido una desaceleración de su ritmo de crecimiento)
también se observa, aunque de manera mucho menos drástica.
· performances exportadoras relativamente afectadas por la
crisis: Países de América Latina, EE.UU. y China. En los tres
casos las ventas al exterior siguen mostrando resultados positivos,
si bien notoriamente menos plausibles a los de los años precedentes.
Pero más allá de esta característica común, existen importantes
diferencias entre los tres casos. China, país cuya performance
exportadora ha sido relativamente poco afectada por la caída
de los precios de las commodities, ha sufrido el impacto de
la brusca reducción de la demanda proveniente de Japón y del
resto de los mercados del Este de Asia (más del 50% de sus
exportaciones durante 1997), a lo que se agrega el efecto
de la revaluación relativa de su moneda frente al yen y demás
signos monetarios de la región. No obstante ello, la fortaleza
de su sector exportador le ha permitido seguir siendo durante
el primer semestre del año una de las grandes "estrellas"
del comercio mundial. Por su parte, los países de América
Latina, que -con la señalada excepción de Chile y Perú- no
mantenían lazos comerciales de gran importancia con el Este
de Asia, son en buena medida exportadores de commodities agropecuarias
y energéticas, de forma tal que la caída de los precios internacionales
las ha afectado particularmente en sus términos del intercambio.
Del mismo modo, el escaso dinamismo de la demanda brasileña
(30% de las exportaciones argentinas y 35% de las de Uruguay)
y el desplome de las ventas latinoamericanas a la región asiática
han generado efectos negativos adicionales sobre la performance
exportadora de la región. En el caso de EE.UU. -país cuyas
exportaciones han sido solo marginalmente afectadas por la
caída de los precios-, el menor dinamismo exportador es marcado
(1,2% de incremento durante el primer semestre de 1998, frente
al 10,2% de todo 1997) y se explica tanto por la debilidad
de la demanda japonesa-este asiática (25% de sus exportaciones
en 1997), como por el menor dinamismo de las importaciones
latinoamericanas -20% de sus ventas externas, habiendo sido
el mercado más dinámico para EE.UU. entre 1990 y 1997-. Del
mismo modo, el proceso de fuerte apreciación que ha venido
sufriendo su moneda está teniendo efectos negativos sobre
la competitividad de algunos productos norteamericanos, tanto
en su mercado nacional como en otros países o regiones. Por
el lado de las importaciones, en los tres casos se observa
una desaceleración de las compras al exterior, las que sin
embargo siguen manteniendo su ritmo ascendente. Pero mientras
que en América Latina, el menor dinamismo de las compras al
exterior -respecto de las altas tasas de crecimiento de los
años precedentes- se explica por la menor disponibilidad de
financiamiento internacional -y consiguientemente, la desaceleración
del nivel de actividad interno-, en EE.UU. el menor ritmo
de incremento de las compras al exterior -respecto del año
anterior- es solo parcial y se explica en su totalidad por
disminución de precios -y no por un menor crecimiento de los
volúmenes de las compras al exterior-. · performances exportadoras
poco afectadas o no afectadas por la crisis: Economías del
área del Euro (Unión Europea + Europa Oriental), región que
hasta el momento pareciera sentir muy levemente los efectos
de la crisis internacional. Dado que algo más de las dos terceras
partes de las ventas externas de la U.E. se realizan dentro
de la misma región, resulta natural que su flujo de exportaciones
refleje el "razonable" dinamismo que aún sigue exhibiendo
dicha región. Por otra parte, es preciso tener en cuenta que
con algunas pocas excepciones (Noruega, Gran Bretaña y Países
Bajos), las commodities ocupan un lugar de escasa relevancia
en la oferta exportable de los países comunitarios, razón
por la cual la actual coyuntura de precios afecta a sus exportadores
en forma parcial, siendo el resultado neto de dicho fenómeno
una mejora en los términos del intercambio de los países europeos
(tal como se señalara anteriormente). Por el lado de las importaciones
europeas, el panorama es similar, observándose incluso un
leve incremento en el ritmo de crecimiento de las importaciones
de extra zona -aún cuando los precios promedio de las mismas
se ha reducido-, lo que refleja un incipiente incremento en
el ritmo de crecimiento de las importaciones provenientes
del Este de Asia.
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Ajustes comerciales con diferentes
características
En definitiva y a efectos de aproximarnos al nuevo mapa del
comercio internacional generado a partir de la crisis asiático-rusa,
resulta interesante analizar cuales son los cambios verificados
tanto en la cuantía como en la dirección de los flujos comerciales
internacionales netos De acuerdo con la información disponible
para el primer semestre del año en curso, pueden detectarse
cinco tipos de ajustes diferentes: · Ajustes comerciales restrictivos:
Es este el caso de los países del Este de Asia (excluyendo
Japón y China), cuyo resultado comercial ajusta "violentamente",
impulsado por la reducción de las importaciones. De este modo,
en menos de un año la región ha pasado de una posición comercial
deficitaria a otra de fuerte superávit, situación que no se
observa con ninguna otra área comercial del planeta. Japón
repite el mismo fenómeno -reducción simultánea de importaciones
y exportaciones- aunque la disminución de las compras al exterior
es allí menos acentuada (ya que la recesión es menos profunda)-.
Otra diferencia que se observa entre Japón y el resto de la
región este-asiática es que dicho país ya exhibía una situación
superavitaria desde antes del estallido de la crisis regional,
de forma tal que el nuevo escenario no hace más que impulsar
un mayor incremento de dicho excedente comercial. · "No ajustes":
Economías escasamente afectadas por la crisis internacional:
Es el caso de los países europeos y de EE.UU, áreas económicas
que hasta el momento parecen estar siendo poco afectadas por
la crisis. Si bien la característica común es que las dos
"avenidas" del comercio exterior (exportaciones e importaciones)
mantienen un ritmo saludablemente expansivo, se observan algunas
importantes diferencias entre ambas situaciones. En el caso
europeo, la pre existente posición comercial superavitaria
ha ido sufriendo una cierta desmejora, no obstante lo cual
los países de la U.E. siguen siendo superavitarios respecto
del resto del mundo. Para EE.UU. los flujos comerciales también
son expansivos, pero a diferencia de lo que sucede en el caso
europeo, su pre existente desbalance comercial ha dado un
fuerte salto cuantitativo -aún cuando la mejora en sus términos
del intercambio contribuye a "amortiguar" el incremento de
dicho déficit-, acelerando notoriamente la tendencia que ya
se venía observando desde 1992: Puede también incluirse dentro
de este grupo al conjunto de las economías del Este de Europa
(excluida Rusia), cuyo comercio exterior -crecientemente vinculadas
a Alemania y al resto de los países de la U.E.- también muestra
signos expansivos. De todos modos y como resultado del importante
dinamismo de algunas de las economías de esta región (particularmente
Hungría y Polonia) y de la disminución de los precios de las
commodities, el desequilibrio comercial ha sufrido un modesto
incremento. · Ajustes preventivos por desaceleración del crecimiento:
China y los países de América Latina. En ambos casos los flujos
de comercio exterior se han desacelerado respecto de los altos
ritmos de crecimiento que venían experimentando durante el
último lustro, hecho que refleja tanto las mayores dificultades
para colocar productos en el exterior como la menor demanda
de importaciones que se deriva del menor crecimiento de sus
economías -respecto de los elevados niveles de 1997, año en
que la región en su conjunto creció más del 5%-. No obstante
estas similitudes, se observa que mientras que en China la
tendencia es hacia el incremento del superávit comercial,
en América Latina el desequilibrio externo ha seguido ampliándose,
si bien a tasas sensiblemente menores a las de años anteriores
(si el crecimiento de las importaciones ha sido afectado por
el menor dinamismo de la actividad económica interna, las
exportaciones han sufrido plenamente el impacto de la caída
de los precios de las commodities, a lo que se agrega el efecto
del menor dinamismo del comercio intra regional). · Ajustes
restrictivos por "contagio" comercial: Países "Asia Dependientes",
cuyas economías han sido fuertemente afectadas en su ecuación
comercial por el colapso de las compras asiáticas, a lo que
se suma el efecto de la caída de los precios internacionales
de su oferta exportable. Como resultado de este proceso, sus
desequilibrios comerciales se han profundizado notoriamente,
lo que se ha traducido en una fuerte disminución del anterior
ritmo de crecimiento de este grupo de países. · Desajuste
caótico: Si normalmente muchos países incrementan su desequilibrio
comercial durante los ciclos de expansión y lo reducen en
los momentos de recesión, la Rusia actual es una excepción
a esta regla, que combina lo peor de ambas situaciones. La
explicación de este atípico fenómeno no debe buscarse sino
por el lado de la fuerte crisis política y social por la que
este país atraviesa desde hace varios años, la que se ha visto
agravada aún más por la caída en el precio del petróleo (40%
de las exportaciones rusas) y del oro. Del mismo modo, aún
en un marco de fuerte caída del producto, las importaciones
se han incrementado, debido a las graves insuficiencias alimentarias
y productivas que se derivan de la señalada crisis política.
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Lo que se viene: muchas dudas y
pocas promesas
Si una de las tantas causas que llevaron a la crisis
en el Este de Asia era el elevado desequilibrio de la cuenta
corriente que exhibían la mayor parte de los países de dicha
región, es indudable que pasado un año, dicho problema ha
sido corregido en forma completa y drástica. Y que uno de
los efectos de los ajustes de los balances de pagos de los
países de dicha región (sumado al incremento del superávit
japonés) ha sido la profundización de las situaciones de sobre
oferta en diferentes mercados (y consiguientemente, profundización
de las caídas de precios). Analizando los resultados comerciales
correspondientes al primer semestre del año en curso, se observa
que el Este de Asia (incluyendo a Japón y China) ha ajustado
sus balances en algo más de U$S 80.000 millones (con una proyección
superior a los U$S 200.000 millones para el año completo),
al tiempo que todas las restantes áreas económicas del mundo
han visto deterioradas sus cuentas comerciales por un valor
similar. Cabe preguntarse entonces, cuales son los países
o regiones que están "cargando con el peso" del ajuste de
las balanzas comerciales asiáticas, para luego intentar analizar
en base a ello tanto los escenarios previsibles para 1999
como los efectos secundarios de la actual coyuntura comercial.
Como una aproximación a la primer pregunta, pueden encontrarse
dos diferentes tipos de resultados: · perdedores comerciales
"pasivos": Son las economías cuyas posiciones comerciales
se han deteriorado como resultado del impacto -directo o indirecto-
de la crisis, lo que las ha obligado a efectuar ajustes internos
que las conduzcan hacia posiciones comerciales más sostenibles
(lo que en todos los casos implica una reducción de sus tasas
de crecimiento esperadas). Dentro de este heterogéneo conjunto
de países, el incremento de los desequilibrios comerciales
de los países de América Latina y del grupo de economías "Asia
Dependientes" explican un 10% del ajuste asiático. En ambos
casos, esta situación se explica por un menor dinamismo -o
bien caídas absolutas- de las exportaciones, que no llegan
a ser compensadas con ajustes por el lado de la reducción
de las compras al exterior (o por la caída en sus precios
unitarios). En el caso de América Latina, la disminución de
los precios de las commodities es la principal causa del menor
dinamismo exportador, mientras que para las economías "Asia
Dependientes" el desplome de la demanda asiática aparece como
la principal causa de la disminución de las ventas (a lo que
también se agrega el efecto precios). Por último, los países
"mono" exportadores de commodities energéticas, agrícolas
y mineras (Medio Oriente, África y otros) explican otro 15%
del ajuste, a partir del fuerte deterioro de sus términos
de intercambio. Por su parte, el mayor desequilibrio comercial
de Rusia explica algo más de un 10% del ajuste asiático, ya
que si por un lado sus ventas al exterior han sufrido el impacto
de la caída de los precios del petróleo, el extraño dinamismo
de sus importaciones la hizo receptora -durante el primer
semestre de 1998- de excedentes comerciales provenientes de
diferentes regiones. · importadores de última instancia: Son
las economías que por sus características, su tamaño y/o por
su posición comercial anterior a la crisis, se encuentran
en condiciones de contribuir positivamente a "balancear" el
ajuste comercial asiático, sea absorbiendo productos provenientes
de dicha región o bien siendo depositarios de exportaciones
de terceros países que han sido "rechazadas" por la deprimida
demanda asiática-japonesa. La "gran estrella" de este grupo
de países es indudablemente EE.UU. El incremento en el desequilibrio
comercial norteamericano (que se genera por partes iguales,
por las mayores importaciones desde el Este de Asia como por
la caída de las ventas norteamericanas a dicha región) explica
hasta el momento casi un tercio del ajuste asiático. En mucha
menor medida, la Unión Europea -área que pareciera estar comenzando
a incrementar sus vínculos comerciales con dicha región-,
refleja (junto con Canadá) poco menos del 10% del ajuste comercial
asiático (principalmente como resultado de la reducción de
las ventas europeas a dicha región). Los países de Europa
Oriental podrían ser considerados de algún modo partícipes
indirectos -y temporarios- de este grupo (con algo menos del
10% del ajuste), habida cuenta de su creciente incorporación
al área del euro y de su tendencia a incrementar su desequilibrio
comercial con los países de la U.E. ¿Cuáles son los escenarios
futuros más previsibles? Las principales proyecciones y los
datos disponibles están indicando que las tendencias superavitarias
de Japón y de los países asiáticos se han ido acentuando durante
el segundo semestre del año, al tiempo que la caída de los
precios de las commodities parece haberse detenido -con la
excepción del petróleo y el cobre-. Por su parte, el colapso
ruso de agosto pasado ha sacado de carrera a esta economía
en su carácter de fuerte demandante de importaciones (tal
como sucedía durante el primer semestre), al tiempo que la
crisis brasileña y la desaceleración de las demás economías
latinoamericanas (particularmente Argentina y Chile, y en
menor medida México) ya se ha traducido en un menor dinamismo
-o reducciones absolutas- de sus importaciones y -consiguientemente-
en una tendencia hacia la reducción -o menor incremento- de
sus desequilibrios comerciales, en el marco del estancamiento
de una panoramo poco satisfactorio en materia de exportaciones.
Un fenómeno similar se observa para el grupo de las economías
"Asia dependientes", que ya están entrando en un período de
menor dinamismo y que -consiguientemente- tienden a reducir
sus desequilibrios comerciales a costa de sacrificar su tasa
de crecimiento global. En definitiva, todo un importante grupo
de países y/o regiones "comercialmente relevantes" ya están
realizando esfuerzos en pos de reducir o eliminar sus actuales
desequilibrios comerciales, lo que se traduce en la implementación
de diferente tipo de políticas tendientes a reducir las importaciones
e incrementar las importaciones. De este modo, en mercados
mundiales sobre ofertados, con precios en baja y con pocos
demandantes o compradores, la mejora de los balances comerciales
de los países parece más factible desde el "poco plausible"
lado de la baja de las importaciones, que por el incremento
del valor de las ventas al exterior. En este marco, el papel
de EE.UU. como gran "depositario" de la oferta comercial excedente
es un fenómeno que ha seguido in crescendo, al tiempo que
más allá de que las economías europeas parecen haber sido
hasta el momento poco afectadas por la crisis internacional,
factores de diferente índole -que van desde la ya visible
desaceleración de la economía de Gran Bretaña y las expectativas
referidas al lanzamiento del Euro, hasta los complejos procesos
de Reforma de la Política Agraria Común y/o la incorporación
de los países del Este a la Unión que deberán definirse en
el futuro inmediato- hacen poco razonable esperar que su comercio
con el resto del mundo pueda llegar a jugar -al menos en el
corto plazo- un papel de "locomotora comercial", cuantitativamente
similar al que actualmente tiene EE.UU. De acuerdo con las
opiniones de los principales analistas internacionales, la
esperada -pero incierta- recuperación económica y comercial
de Japón y las demás economías del Este de Asia será -en el
mejor de los casos- un proceso lento y paulatino, mientras
que las perspectivas de corto plazo de la principal economía
latinoamericana (Brasil) no resultan nada alentadoras, al
tiempo que la capacidad de compra de los países exportadores
de petróleo y commodities agropecuarias no parece que pueda
experimentar más que una muy leve recuperación durante el
año entrante. Por otra parte, resulta poco razonable esperar
que la política monetaria que inicialmente impulsará el nuevo
Banco Central Europeo esté orientada a estimular la demanda
de manera importante, de forma tal que sólo podría esperarse
nada más que un limitado incremento en su desequilibrio comercial
comunitario con el Este de Asia. En el mismo sentido, autoridades
de dicha institución ya han hecho saber su disposición a evitar
que un tipo de cambio inadecuado afecte la competitividad
de la producción europea vis a vis el resto del mundo, lo
que reafirma una vez más la escasa disposición europea a permitir
desequilibrios comerciales importantes con las regiones en
crisis. Del mismo modo y hacia "adentro" de las diferentes
economías nacionales, es interesante observar que la fuerte
caída de los precios de los bienes transados internacionalmente
vis a vis los bienes y servicios no transables -fenómeno que
viene observándose desde 1996 pero que ha cobrado particular
vigor a partir de la crisis asiático-rusa-, actúa (al menos
en el corto plazo) como un incentivo hacia la "sustitución
de exportaciones" por parte de las empresas. Dicho de otro
modo, si en las principales economías del mundo la tasa de
inflación (precios al consumidor) se mantiene en niveles de
entre el 1 y el 2% anual, mientras que los precios internacionales
de los bienes objeto del comercio exterior (transables) muestran
una trayectoria claramente descendente, esta situación debería
inducir a las empresas de los diferentes países a realizar
esfuerzos en pos de re-orientar parte de sus actividades y/o
sus proyectos de inversión hacia sus respectivos mercados
internos -al menos en los casos en los que esto es materialmente
posible-. Que esta tendencia termine "contagiando" la deflación
de los bienes transables hacia los sectores no transables
(con lo cual la economía mundial entraría en un "muy peligroso"
terreno), o bien que la reactivación del comercio internacional
-alentada al menos parcialmente por la caída de los precios
de los bienes importados- contribuya a re equilibrar los precios,
es una cuestión que depende -en buena medida- de cuanto tiempo
tarde la economía mundial en retomar un sendero de crecimiento
"razonable". En otras palabras, cuanto más tarde la economía
mundial en eliminar -o mediatizar- las expectativas negativas
y/o la incertidumbre actualmente existentes, mayores serán
los riesgos de ingresar en proceso de deflación generalizada
-fenómeno que en ese caso sería también retroalimentado por
la debilidad de la demanda interna y externa-, contingencia
que la totalidad de los economistas y analistas aconsejan
evitar por todos los medios. En cualquier caso y en el marco
de un panorama internacional caracterizado por la fuerte incertidumbre,
la alta volatilidad y el bajo crecimiento global, no parece
demasiado razonable albergar expectativas acerca de una recuperación
significativa del comercio mundial para 1999. En este sentido,
la preservación del actual proceso de sostenido dinamismo
de la economía norteamericana aparece como una condición de
vital importancia a efectos de evitar una mayor depresión
de los flujos comerciales internacionales. Las preguntas del
millón son entonces al menos dos. La primera tiene que ver
con la continuidad del ya señalado ciclo expansivo de la economía
norteamericana -condición necesaria para que su "decisiva"
demanda de importaciones mantenga su actual dinamismo-, proceso
que diferentes analistas ponen en duda. A este respecto, es
indudable que una eventual desaceleración significativa de
la misma, devendría casi inevitablemente no solo en una espontánea
reducción del ritmo de crecimiento de su demanda de importaciones,
sino también en un recrudecimiento de las siempre latentes
presiones proteccionistas internas. La segunda se relaciona
con la magnitud de desequilibrio comercial que el Gobierno
Norteamericano está dispuesto a tolerar, aún en un escenario
doméstico expansivo.
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PANORAMA
DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 2,
diciembre 1998
El efecto contagio: ¿una metáfora conducente
o un mito sin fundamento?
Aunque resulte algo paradójico, los momentos de crisis profunda,
tal como la que atraviesa actualmente el sistema financiero
internacional, son al mismo tiempo fuente de sufrimiento y
aprendizaje. En efecto, al lado de los lamentables costos
económicos, sociales y humanos generados por tales acontecimientos,
los episodios de crisis han sido tradicionalmente prolíficos
en materia de enseñanzas referidas a la gestión de la política
económica y un estímulo a la generación en la disciplina de
nuevo conocimiento científico orientado a evitar la repetición
de tales disrupciones. Baste recordar que la propia teoría
macroeconómica moderna surgió esencialmente como una respuesta
a los serios desafíos planteados por la lúgubre experiencia
de la Gran Depresión.Como no podía ser de otra forma, la crisis
actual y la experiencia acumulada en el entorno de creciente
liberalización financiera e integración económica de los noventa,
no parecen estar siendo la excepción a esta curiosa- aunque
inexorable- regla. Entre los tantos aspectos que concitan
actualmente la atención de la profesión hay un debate que
ya ha generado un apreciable cuerpo de literatura y parece
llamado a exhibir rendimientos crecientes por un tiempo todavía
prolongado. Se trata de la existencia o no de los denominados
efectos de contagio en la transmisión internacional de las
dificultades financieras entre unas economías y otras. Como
tiende a ocurrir en estas cuestiones, y aún pecando de cierto
esquematismo, puede afirmarse que existen dos visiones marcadamente
contrapuestas. La primera de ellas afirma la existencia de
los mencionados efectos y destaca como evidencia a favor de
dicha postura que el derrame de las dificultades alcanzó a
un conjunto muy variado de economías sin distinción del estado
preciso de sus fundamentals. En tales circunstancias, la respuesta
de los inversores no guardaría ninguna proporción con la realidad
económica de los países afectados y el "castigo" infligido
a dichas economías estaría, entonces, fuera de toda relación
con el "crimen" cometido por ellas. Así, la crisis se habría
diseminado bajo la forma de una sucesión de shocks externos
negativos de naturaleza financiera y que, alimentados por
el "pánico irracional" de los inversores, se diseminaron de
Tailandia al resto de Asia, de allí a Rusia y luego a Brasil,
amenazando seriamente con generalizarse al resto de América
Latina. Incluso, los efectos del contagio alcanzaron a los
mercados financieros de las economías avanzadas que, en uno
de los picos de la crisis durante los meses de septiembre
y octubre, experimentaron una marcada volatilidad. La segunda
visión sostiene, por el contrario, que el diagnóstico trazado
por la postura anterior es impreciso e inexacto. La crisis,
se argumenta, no afectó aleatoriamente a cualquier economía
sino que aquellas que resultaron víctima de las presiones
cambiarias y financieras habrían sido, precisamente, las más
vulnerables. En tal sentido, la transmisión de los desequilibrios
no habría avanzado en forma indiscriminada contagiando una
economía tras otra sino que el virus habría sido altamente
selectivo y sólo habría atacado a los "organismos económicos"
más débiles. Lógicamente, este contrapunto no tiene un interés
puramente académico ya que de cada una de esas visiones se
derivan prescripciones contrarias en materia de política económica.
En efecto, un corolario de la tesis que afirma la existencia
de efectos de contagio es que existen fuertes fundamentos
para coordinar internacionalmente la ayuda a los países afectados
por la crisis pues la contención de la misma tendría la naturaleza
de un bien público de escala internacional. La justificación
de ello sería que como los ataques especulativos inexorablemente
se diseminan afectando a toda clase de economías independientemente
de su grado de interrelación económica y de la salud de su
cuadro macroeconómico y financiero , las ganancias de asistir
a una economía en dificultades exceden largamente el salvataje
de los agentes -prestamistas y prestatarios- directamente
involucrados. Como las economías afectadas difícilmente internalicen
la externalidad negativa que generan sobre el resto de la
economía internacional hay espacio, entonces, para la intervención
multilateral. Este fue, precisamente, el fundamento utilizado
para instrumentar el paquete de ayuda de alrededor de 50.000
millones de dólares que México recibió de parte del Fondo
Monetario Internacional, EEUU y otros gobiernos del Grupo
de los Siete en ocasión del efecto tequila. El mismo argumento,
destinado a impedir la profundización y el desarrollo de una
nueva ola de la crisis internacional y que la misma se disemine
por el conjunto de América Latina, justificó en buena medida
el reciente paquete de asistencia financiera de 41.500 millones
de dólares a Brasil.De la visión contraria, que sostiene que
los inversores internacionales discriminan entre los países
víctimas del ataque especulativo y que sólo las economías
con débiles fundamentals, graves desequilibrios macroeconómicos
y políticas inconsistentes son vulnerables a los mismos, se
sigue que tales intervenciones resultan injustificadas. Más
aún, continúa el argumento, el salvataje multilateral de las
economías en problemas corre el riesgo de agravar seriamente
el fenómeno de moral hazard. Esto es, si los inversores observan
que, ante la aparición de dificultades en países con una mala
performance en materia de indicadores de fragilidad y solvencia,
se asiste rápidamente a su rescate ello generará incentivos
para que los prestamistas se despreocupen de realizar una
cuidadosa evaluación tanto de los riesgos involucrados en
los proyectos que financian como de la calidad de la cartera
de sus deudores. De hecho, uno de los argumentos en esta línea
de pensamiento es que, en buena medida, el origen de los malos
préstamos realizados en el sudeste de Asia encuentra un precedente
en el bail-out experimentado por la economía mexicana en los
primeros meses de 1995 y la consecuente percepción por parte
de los inversores de que, en caso de default, sus acreencias
serían resguardadas por el auxilio multilateral a los deudores
en problemas. Similares argumentos se escucharon -esta vez
con bastante éxito- en ocasión de las dificultades que Rusia
sufrió a fines de junio de este año y que condujeron a la
firma de un acuerdo con el FMI a mediados del mes siguiente.
Aunque el arreglo, anunciado en forma conjunta con un importante
ajuste fiscal, despertó una respuesta inicial favorable de
los mercados, la negativa de la Duma a aprobar el paquete
y del Sberbank a refinanciar los vencimientos sobre sus tenencias
de títulos públicos condujeron a un rápida pérdida de confianza
y a un marcado agravamiento del cuadro de inestabilidad financiera.
En tales condiciones, el Fondo Monetario Internacional decidió
reducir el primer desembolso del acuerdo de facilidades extendidas
de los 5.600 millones de dólares originalmente previstos a
4.800 millones. Cuando el 17 de agosto las autoridades rusas
anunciaron la devaluación del rublo y el cuasi-default sobre
parte de las obligaciones externas del país, los organismos
multilaterales y los gobiernos del Grupo de los Siete decidieron,
de hecho, no continuar con la ayuda.Como es sabido, una de
las consecuencias del colapso financiero ruso fue la definitiva
internacionalización de la crisis y el derrame de las dificultades
al conjunto de la economía mundial. No sólo el conjunto de
las economías emergentes experimentaron un notorio endurecimiento
de las condiciones de acceso al crédito -y, en varios casos,
un virtual racionamiento en los mercados financieros internacionales-
sino que las propias economías avanzadas sufrieron, en distinto
grado, los efectos de la inestabilidad financiera global.
La víctima inmediata de las renovadas presiones especulativas
fue la economía brasileña que, a fines del año pasado, ya
había experimentado una fuerte turbulencia en sus mercados
de activos financieros. Esta vez, los principales actores
de la escena internacional no quisieron tomar el riesgo de
una profundización ulterior de la crisis -que en la opinión
de varios analistas podría haber conducido a la primera recesión
abierta de la economía mundial desde la década del treinta-
y los organismos multilaterales y los gobiernos del Grupo
de los Siete comenzaron a trabajar para organizar el paquete
de rescate que, junto al anuncio de un drástico ajuste fiscal,
fue finalmente acordado el 13 de noviembre. Sin embargo, la
asistencia acordada en este caso difiere en dos aspectos cruciales
de la brindada a México durante la crisis del tequila. Por
un lado, el monto de la ayuda está lejos de cubrir la totalidad
de las necesidades de financiamiento de corto plazo de una
deuda interna superior a los 300.000 millones de reales e
indexada en un 66% a tasas muy superiores al 30%. Por otro
lado, el desembolso no será once-and-for-all sino que se suministrará
en varias etapas y conforme la economía brasileña vaya realizando
progresos en los importantes ajustes de las cuentas fiscales
que tiene por delante. En el contraste entre estas dos actitudes-
la decisión, luego de reiterados intentos de encarrilar la
situación, de no concurrir al salvataje de la economía rusa
en el momento de máxima dificultad y la de intentar prevenir
aunque con una actitud precavida que el difícil cuadro macroeconómico
brasileño desemboque en una situación de crisis abierta- se
esconde un trade-off de difícil solución. Esto es, cómo conciliar
la necesidad de acotar el riesgo sistémico y los desequilibrios
financieros una vez que se han declarado las dificultades
con el imperativo de no estimular el moral hazard que es lo
que, en el largo plazo, conduce a la inestabilidad y a la
generación de ciclos especulativos. Así, por una parte si
con el argumento de no estimular los comportamientos oportunistas
se retacea el apoyo a las economías y/o agentes en situaciones
de iliquidez, se corre el riesgo de provocar una amplificación
de las dificultades iniciales. De otra parte, si se es demasiado
laxo en otorgar auxilio a los agentes que han tomado decisiones
erróneas, el riesgo es enviar señales contraproducentes que
estimulen la repetición de dichos comportamientos. Lo importante
es comprender que dicho dilema es inevitable y que lo mejor
que puede hacerse es intentar suavizarlo mediante una gestión
inteligente y anticipada de los dos riesgos involucrados.
Como puede apreciarse fácilmente ello se vincula estrechamente
aunque no se yuxtapone directamente con la cuestión de si
existen o no efectos de contagio en las crisis financieras.
Ello es así pues si se cree que, una vez desencadenadas las
crisis financieras, existe una elevada probabilidad de que
ocurran efectos de contagio entonces posiblemente se estará
dispuesto a priorizar la contención de las dificultades y
a otorgar el auxilio financiero a las economías en crisis.
Por el contrario, si se asume que las crisis no se generalizan
aleatoriamente y sin consideración de los fundamentals de
las economías involucradas, entonces, es posible que se prioricen
las consideraciones asociadas a los fenómenos de moral hazard.
Sin embargo, en la medida en que, como se destaca más adelante,
los episodios de crisis financiera están caracterizados por
la presencia de equilibrios múltiples y profecías autocumplidas,
es probable que la prudencia aconseje otorgar alguna clase
de auxilio financiero a las economías inicialmente en crisis
a fin de evitar el derrame ulterior de las dificultades.
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En la búsqueda de fundamentos para
afirmar la existencia de los efectos de contagio.
Aunque
la existencia o no de efectos de contagio es un tópico ineludible
en la literatura sobre crisis financieras y de balanza de
pagos, la cuestión ha cobrado renovada importancia en el análisis
de las crisis ocurridas en el primer lustro de la presente
década -la del sistema monetario europeo en 1992/93 y la crisis
ocasionada por la devaluación mexicana en diciembre de 1994-
y, particularmente, en el examen de las turbulencias actuales
iniciadas en julio de 1997 en el sudeste de Asia. De hecho,
y ello pareciera no contradecir en principio el sentido común,
la opinión de la mayor parte de los analistas es que durante
este último episodio la existencia de efectos de contagio
ha alcanzado su máximo apogeo. En efecto, una crisis que en
principio parecía circunscripta a una región en particular
fue adquiriendo verdadera dimensión internacional a medida
que nuevas regiones y países ingresaban en dificultades, víctimas
de la diseminación epidémica del contagio. Al mismo tiempo,
el hecho de que tantos países hayan sido afectados al mismo
tiempo por las dificultades financieras y requirieran el auxilio
de los organismos multilaterales pareció sugerir la existencia
de dificultades de naturaleza sistémica. Cuando durante los
meses de septiembre y parte de octubre el conjunto del sistema
financiero internacional -incluyendo los mercados de activos
financieros de las economías más desarrolladas- estuvo al
borde de sufrir serias disrupciones en su funcionamiento pocos
se atrevieron a dudar que la economía mundial había sido afectada
por una extraña clase de infección contagiosa. Puesto de otra
forma, el encadenamiento de los acontecimientos pareció prestar
apoyo a la sensación generalizada de que perturbaciones más
bien menores en determinada economía -tal como pudo ser Tailandia,
escasamente significativa para la economía internacional según
cualquier indicador convencional- culminan transmitiéndose
de manera amplificada a los rincones más alejados de la economía
mundial. Ello pareció alimentar la percepción de que el funcionamiento
del sistema financiero internacional en el actual contexto
de globalización, creciente interdependencia e integración
en los planos real y financiero entre las diversas economías
nacionales, proliferación de innovaciones financieras y de
acelerado avance en las tecnologías de manejo de la información
es dinámicamente inestable. Esta constatación dista, sin embargo,
de ser explicativa y de brindar una justificación precisa
de cuáles son los canales de propagación a través de los cuales
ocurriría el contagio. No obstante, en la literatura existen
algunos argumentos para justificar la existencia del contagio
y su diseminación amplificada en el actual contexto.En lo
que se refiere a la evidencia empírica acerca de la existencia
de efectos de contagio no cabe duda que una pieza valiosa
de información se vincula con lo acaecido con las funciones
de distribución de los retornos de los activos financieros
emitidos por los países emergentes. En efecto, un test interesante
del grado de contagio podría efectuarse estudiando la evolución
que experimentaron en los últimos meses los diferenciales
de riesgo que pagan dichos activos respecto de la tasa de
interés internacional. Si, como es de sospechar, se encuentra
que en los meses de crisis activos financieros emitidos por
diferentes países que tendían a covariar en forma negativa
o estaban débilmente relacionados pasaron a moverse en forma
conjunta y a correlacionarse positivamente ello sería indicativo
de la presencia, en principio, de importantes efectos de contagio.
Ello sería así pues la inestabilidad provocada en la distribución
de los retornos podría estar señalando la existencia de efectos
de derrame generados por el cambio en la percepción del riesgo
de parte de los inversores y el surgimiento de un exceso de
oferta generalizado de los títulos emitidos por los países
en desarrollo.Varios estudios de este tipo se realizaron para
analizar lo acaecido durante la ocurrencia del efecto tequila.
En uno de tales trabajos Calvo y Reinhart testean precisamente
la hipótesis respecto de la existencia de efectos de contagio
y encuentran evidencia de que el grado de co-movimiento de
las acciones y los bonos Brady de los países de América Latina
se incrementó como consecuencia del efecto tequila. Dada la
heterogeneidad exhibida en el comportamiento de los fundamentals
de las economías de la región interpretan dicha evidencia
como sugestiva de la existencia de comportamientos de tipo
imitativo de parte de los inversores. Adicionalmente, encuentran
evidencia de que el balance de la cuenta capital de las economías
pequeñas de la región tiende a estar afectado por los desarrollos
y las tendencias de los países grandes lo que apuntaría hacia
formas de contagio más persistentes que las típicamente asociadas
a los episodios de crisis. La recomendación de política que
se seguía de su análisis era que los hacedores de política
debían resguardar de alguna forma a los sistemas financieros
domésticos de la volatilidad de los flujos internacionales
de capital en la medida en que el movimiento de éstos respondía
a elementos de contagio que podrían guardar poca relación
con la evolución de los fundamentals macroeconómicos.En el
mismo sentido, pero analizando lo acaecido durante las crisis
ocurridas en el sistema monetario europeo en 1992/93, Eichengreen
et. al. (1996) encuentran fuerte evidencia acerca de la existencia
de efectos de contagio. Utilizando datos trimestrales de panel
para 20 países y para el período 1959-93 conducen una batería
de tests y de análisis de sensibilidad que les permiten concluir
uniformemente, y luego de controlar por los fundamentals económicos
y políticos de los países involucrados, que la ocurrencia
de crisis en cualquier punto de la economía mundial incrementa
de manera significativa la probabilidad de que se produzca
un ataque especulativo sobre la moneda doméstica del país
bajo estudio.Sin embargo, tal como admiten los propios autores,
aunque el trabajo mencionado fue uno de los primeros en presentar
un análisis empírico sistemático que respaldara la hipótesis
del contagio, una limitación del enfoque adoptado es que resulta
incapaz de distinguir los efectos de una crisis en un país
vecino que tiene efectos de spill over sobre otras (efecto
contagio per se) de los efectos de un shock global común a
varias economías (factores de contexto no observados que afectan
de manera simultánea los fundamentals de un número significativo
de economías). De acuerdo a los autores la situación es similar
a la que enfrenta el epidemiólogo para quien el problema es
determinar si la diseminación del virus refleja la naturaleza
contagiosa del germen o la característica favorable a la transmisión
del medio o del entorno.
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Efectos contagio versus efectos demostración.
Es precisamente el tipo de analogía reseñada en
el párrafo anterior lo que objetan los analistas contrarios
a la hipótesis que afirma la existencia de los efectos de
contagio puro. En la opinión de dichos analistas la utilización
del término por parte de la prensa internacional ha resultado
altamente perjudicial y ha conducido a la utilización de una
serie de metáforas poco constructivas -de tipo médico, meteorológico
con abundantes referencias a tormentas y huracanes de tipo
financiero o incluso militar- propias del sentido común pero
lejanas al espíritu que debería guiar al estudio científico
de los episodios de crisis financiera.En un ameno e inteligente
artículo Robert A. Feldman, analista de Morgan Stanley, arremete
contra la utilización de lo que denomina "metáforas distorsivas
y retórica provocativa" en el análisis de la crisis financiera
internacional. Según dicho analista la utilización de la metáfora
del contagio por parte de los medios dio lugar a una visión
apocalíptica en la evaluación de la magnitud real del problema
enfrentado por los mercados internacionales y puso en una
perspectiva errónea la búsqueda de soluciones a las dificultades.
Citando a Susan Sontag destaca que "la enfermedad NO es una
metáfora" y que "...la manera más constructiva de considerar
a la enfermedad" resulta de evitar, precisamente, la utilización
de tales analogías. Desde su punto de vista la apelación al
razonamiento metafórico sólo contribuyó a poner el debate
fuera de foco. De este modo, tanto el FMI como los hedge funds
habrían sido vindicados como la causa de la crisis global.
En el primer caso, aduciendo que sus recomendaciones erróneas
serían las que condujeron al caos económico resultante. En
el segundo, el foco en los hedge funds, dada su naturaleza
off-shore, habría servido como perfecto argumento a los "provocadores"
para poner la naturaleza de las dificultades fuera de la responsabilidad
de los policy-makers domésticos, calzando a la perfección
en el molde que Sontag identifica para la enfermedades epidémicas:
"la enfermedad invariablemente procede de afuera". Debe admitirse
que esta visión se ajusta muy bien al cariz que, en algunos
casos, tomó el debate respecto de la necesidad de reintroducir
controles a la movilidad de capitales y a la actitud que,
respecto de los flujos de corto plazo, adoptaron algunos gobiernos
(Malasia dixit). Aunque no cabe duda que el ingreso masivo
de fondos externos (y particularmente, su rápida reversión
en situaciones de incertidumbre) es capaz de inducir disrupciones
económicas muy profundas en el contexto de mercados financieros
poco desarrollados, no es menos cierto que la respuesta adecuada
a tales problemas en el actual contexto de globalización y
fuerte interdependencia financiera no pasa necesariamente
por la reintroducción lisa y llana de los viejos esquemas
de controles cambiarios y de capitales. Ello es así pues tales
medidas , en el mejor de los casos, serían inútiles para detener
las fugas de divisas y, en la mayoría de las situaciones,
sólo contribuirían a agravar la naturaleza del problema enfrentado
por las economías víctimas del ataque especulativo. En este
sentido, la respuesta adecuada parece encontrarse en el diseño
de un conjunto consistente de regulaciones prudenciales dirigidas
a monitorear el comportamiento de los agentes en el sistema
financiero doméstico. No parece ser casualidad que los países
más afectados por la debacle hayan sido justamente aquellos
caracterizados por una estructura de incentivos que estimuló
de manera marcada los comportamientos del tipo moral hazard
y en los que las imperfecciones propias de los mercados de
capitales internacionales interactuaron en forma muy negativa
con las debilidades institucionales existentes para manejar
la desregulación financiera doméstica. Este es precisamente
el punto destacado por los teóricos contrarios a la idea de
que los efectos de contagio afectan aleatoriamente a cualquier
economía emergente independientemente del estado de sus fundamentals,
regulaciones y estructura de incentivos. Uno de los principales
expositores de dicho punto de vista es Michael Bordo quien
luego de estudiar un conjunto muy amplio de episodios de crisis
financieras, pasados y contemporáneos, afirma no encontrar
un solo caso de contagio financiero puro. Según dicho autor,
en todos los casos en los que un país experimentó crisis financieras
y cambiarias los inversores contaban con buenas razones de
origen doméstico para retirar sus fondos de dichas economías.
Más aún, aunque admite que los episodios de crisis tienden
a presentar un elevado grado de correlación temporal -dando
lugar según él a la creencia errónea de que se está en presencia
de efectos de contagio, dicha evidencia sería confirmatoria
de la operación de un efecto demostración. Esto es, frente
a la aparición de dificultades en una economía particular,
los inversores se tornarían más cuidadosos y, contrariamente
a lo sugerido por la hipótesis de los comportamientos de tipo
manada, se involucrarían en un escrutinio más activo y detallado
sobre el estado de los fundamentals de las economías a las
que hasta dicho momento se hallaban dispuestos a financiar.
De este modo la noción de que existen efectos demostración
descarta la idea de que los inversores se comporten irracionalmente
o que, víctimas del pánico y de la información incompleta
que poseen, tiendan a exhibir comportamientos de manada. Por
el contrario, en presencia de tales efectos, los agentes tenderían
a discriminar con sumo cuidado la situación de fragilidad
financiera y solvencia externa de diferentes economías y contarían
con buenos fundamentos para decidir si retiran o no sus fondos
de una economía particular. Así, el supuesto de efectos demostración
aparece en principio consistente no sólo con la conducta racional
de los agentes sino con el supuesto de información completa
y mercados eficientes. Esto es, no cualquier economía sería
víctima de la crisis internacional sino sólo aquellas que
cuenten con una mala gestión macroeconómica y débiles fundamentals.
De hecho, si se observa con atención la lista de países que
han sufrido con mayor virulencia las consecuencias de la presente
crisis se apreciará que la misma no se ha diseminado en forma
indiscriminada ni en Asia ni el resto de las regiones afectadas
sino que las más afectadas han sido precisamente aquellas
que evidenciaban, por diferentes razones, un mayor grado de
vulnerabilidad frente a la ocurrencia de shocks negativos.
Nadie discute que Tailandia, la economía en la que se iniciaron
las dificultades, era un ejemplo de una poco saludable gestión
macroeconómica y que evidenciaba profundas debilidades en
varios planos. Entre los más notorios cabe destacar la presencia
de profundos desequilibrios en el sector financiero, una inadecuada
gestión del proceso de desregulación financiera doméstica,
un desequilibrio de cuenta corriente persistente y una moneda
sobrevaluada. En el resto de las economías asiáticas directamente
afectadas por la crisis (Indonesia, Malasia, Filipinas y Corea)
tampoco parecen caber dudas que la combinación de una política
de fijación del tipo de cambio -que condujo a la apreciación
de la moneda doméstica y a un déficit externo creciente, los
desbalances en el sector financiero, la afluencia masiva de
fondos externos de corto plazo y las debilidades y prácticas
poco transparentes en el financiamiento del sector de corporaciones
o la presencia de al menos algunos de estos elementos condujeron
al desencadenamiento de la crisis. Sin embargo, otras economías
de la región, aunque sufrieron inicialmente una importante
presión en sus mercados de activos financieros y divisas pudieron
sobrellevar la situación con menores dificultades. Taiwán
y Singapur, por caso, con sólidos fundamentals macroeconómicos
y del sector financiero y en el contexto de profunda crisis
atravesada por sus vecinos, sólo han experimentado una desaceleración
de sus tasas de crecimiento -aunque bastante marcada en el
caso de Singapur. China, por su parte, aunque ha visto desacelerarse
su tasa de crecimiento a un estimado del 5,5% desde los elevados
niveles experimentados anteriormente -y en buena medida por
el carácter básicamente cerrado de la cuenta capital de su
balance de pagos- se ha mantenido hasta ahora relativamente
al margen de los desarrollos más negativos de la crisis. Algo
similar ha ocurrido al producirse el derrame de la crisis
desde la región sudasiática hacia Rusia. Entre sus vecinos
sólo Ucrania, con estrechos vínculos comerciales y financieros
con la economía rusa y similares dificultades estructurales
y en el plano fiscal, ha sentido con toda su virulencia las
dificultades derivadas de la crisis rusa. Las autoridades
de otras economías vecinas como Polonia, Hungría y Checoslovaquia,
aunque enfrentaron fuertes presiones en los mercados cambiarios
y bursátiles no sólo durante la debacle financiera en Rusia
sino a fines del año pasado, estuvieron a fines de agosto
y principios de septiembre en condiciones, no obstante, de
mantener políticas monetarias relativamente laxas y de desacelerar,
incluso, la tasa de depreciación pautada de sus monedas. Asimismo,
durante septiembre, la producción industrial continuó creciendo
en Polonia y Hungría -en este último caso a una tasa anual
del 14%.
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En busca de un punto de vista más equilibrado
De lo anterior parece inferirse -aunque por cierto
se trata de evidencia dispersa y no sistemática- que las dificultades
no avanzaron en forma indiscriminada y que el contagio de
las dificultades tuvo una importante cuota de selectividad.
Este es, precisamente, el punto de los teóricos contrarios
a la hipótesis de los efectos contagio. Sin embargo, para
realizar una apreciación adecuada de los puntos de vista en
pugna sería conveniente distinguir con cuidado entre lo que
se podría denominar efectos de contagio puro en los que se
produce un cambio abrupto en la conducta de los inversores
motivada por una modificación en su percepción del riesgo
-una suerte de shock negativo en los animal spirits de los
inversores- de los efectos de derrame o spill-over en los
que el "contagio" se produce justamente porque existen fundamentos
para que así ocurra. En este último caso existirían una serie
de canales precisos a través de los cuales se produce la transmisión
de las dificultades entre unas economías y no una mera "depresión
exógena de los animal spirits de los inversores". En efecto,
es evidente que la probabilidad de "contagio" entre diferentes
economías crecerá de manera significativa dependiendo de:
a) el desarrollo y la integración de sus mercados financieros
domésticos con el mercado financiero internacional y/o los
mercados financieros de las economías inicialmente afectadas
por la crisis; b) la magnitud de los desequilibrios macroeconómicos
exhibidos por cada una de ellas y su similitud con los evidenciados
por las economías en crisis; c) de la profundidad de sus vínculos
comerciales y financieros con las economías en crisis.Sin
embargo, afirmar que la crisis se transmite a las economías
pequeñas en la forma de shocks externos que afectan a sus
fundamentals y que, por tanto, existe una justificación para
afirmar por qué determinada economía fue víctima del "contagio"
y no otras no significa postular que no existan fallas en
el funcionamiento de los mercados financieros internacionales
y que éstos operen siempre en forma eficiente como implícitamente
parecen hacerlo los proponentes de la hipótesis de los efectos
demostración. Hay algunos ejemplos que permiten ilustrar esta
afirmación. En primer lugar, podría citarse la experiencia
de Chile. No es casual que la economía trasandina haya sido,
en ocasión de la crisis del sudeste asiático, una de las primeras
y más afectadas economías de América Latina debido a sus estrechos
vínculos comerciales con la región y al peso de las ventas
de cobre en su canasta de exportaciones. Chile colocaba inmediatamente
antes de la crisis un 36% de sus exportaciones en los mercados
asiáticos y los precios del cobre han experimentado, como
otras commodities, una fuerte declinación. La conjunción del
shock externo negativo sobre sus términos de intercambio y
su elevada exposición a la evolución del ciclo macroeconómico
de sus socios comerciales se tradujeron, naturalmente, en
un significativo empeoramiento de su balance de cuenta corriente
y es lógico que, en tales circunstancias, sus perspectivas
de crecimiento hayan empeorado significativamente en el corto
plazo. Difícilmente pueda hablarse aquí de un contagio "injustificado"
de las dificultades. Sin embargo, las dificultades experimentadas
por el sector externo de la economía chilena dieron lugar
a una fuerte desaceleración de los flujos de ingreso de capitales
y a cierta presión en el mercado de cambios lo que obligó
a las autoridades a adoptar algunas medidas de política económica
para desacelerar la tasa de crecimiento de la economía, acentuando
el impacto recesivo inicial sobre la economía doméstica. Este
hecho pone de manifiesto la forma altamente procíclica y volátil
en la que operan los mercados financieros internacionales
exacerbando el ciclo macroeconómico en lugar de tender a suavizarlo.
Ello ha generado, lógicamente, serios problemas para la gestión
de la política económica. Durante los primeros años de la
década del noventa la economía chilena, considerada la "estrella"
de América Latina, asistió a un exceso de oferta de fondos
externos que, dado el tamaño de los flujos de capitales vis-a-vis
los stocks transados en los mercados financieros domésticos,
tendió a provocar un proceso de importante apreciación cambiaria.
De hecho, ello es lo que condujo a las autoridades de política
económica del país vecino a introducir ciertas restricciones
a los ingresos de capitales. Cuando, a pesar de la ponderada
gestión de la política económica, el saludable estado de sus
fundamentals y el grado de avance alcanzado en materia de
reformas estructurales, la economía chilena sufrió un shock
externo negativo los mercados de fondos voluntarios, contrariamente
a lo que cabría esperar si los mercados financieros funcionaran
en forma eficiente, se mostraron más reacios a otorgar el
financiamiento necesario para transitar este período de mayor
desequilibrio externo que podría ser considerado como transitorio.En
segundo lugar, está la cuestión de lo que podría denominarse
"contagio positivo" típico de los ciclos financieros "a la
Minsky" en los que a una expansión y boom iniciales les suceden
una depresión y un crack final. En efecto, así como la explicación
de los efectos contagio reside en la existencia de una ola
de pesimismo y en la "depresión de los animal spirits inversores"
no es menos cierto que la fase inicial de las burbujas especulativas
está caracterizada por una ola -en muchos casos igualmente
infundada- de euforia -y miopía- de parte de los inversores.
En tales condiciones se produce, aunque con signo contrario
al existente durante los períodos de pánico, una incorrecta
evaluación de los riesgos involucrados. No es impensable que
algo de ello haya ocurrido no sólo en la región asiática en
los últimos años sino en América Latina a inicios de los noventa:
una porción muy significativa de los ingresos de capitales
recibidos por nuestra región en aquellos años estuvieron dirigidos
a Brasil que, a diferencia de la mayor parte de los países
de la región que habían estabilizado y realizado importantes
progresos en materia de reformas estructurales, todavía enfrentaba
un cuadro de marcada inestabilidad macroeconómica. Esta cuestión
no ha sido suficientemente discutida por los proponentes de
la hipótesis de los efectos demostración.Por último, debe
mencionarse la existencia en los episodios de crisis financieras
y cambiarias de fenómenos de profecía autocumplida. El caso
de la transmisión de las dificultades de Rusia a la economía
brasileña ilustra bien el punto. Como es sabido, los vínculos
reales y financieros entre ambas economías son de escasa significación
por lo que, de tener algún fundamento, es evidente que el
"contagio" operó a través de otro canal. La explicación más
plausible es suponer que, si no se trató de efectos de contagio
puros, los inversores hayan percibido algún patrón común en
el cuadro macroeconómico de ambas economías. En efecto, dado
que la economía brasileña exhibía un importante desequilibrio
en las cuentas fiscales y evidenciaba una significativa acumulación
de vencimientos de deuda pública en el corto plazo, los mercados
parecieron descontar que Brasil, tal como lo habían hecho
las autoridades rusas, también podría decidir una renegociación
compulsiva de sus compromisos y una devaluación de su moneda.
Resulta interesante notar que, en tales circunstancias, poco
importa si el diagnóstico inicial era correcto o erróneo pues
la lógica presente en esta situación es la de una crisis alimentada
por un fenómeno de profecías autocumplidas. Al asumir que
la situación de Brasil era no sostenible, los agentes comenzaron
a mostrarse reticentes a financiar los vencimientos de corto
plazo y ello exacerbó las dificultades iniciales, lo que ex-post
tendía a validar la suposición inicial. El fenómeno de las
crisis autocumplidas es típico de la literatura dedicada a
examinar los episodios de crisis financieras. Un trabajo particularmente
interesante a este respecto es el realizado por Sachs, et.
al. (1996) en el que se estudian las lecciones derivadas de
la crisis del tequila y se testea, una vez más, la existencia
o no de efectos de contagio. En dicho trabajo los autores
intentan aportar nuevos elementos respecto de la naturaleza
de las crisis financieras y de balanza de pagos y se preguntan
por qué países como Argentina y Brasil experimentaron reacciones
muy negativas como consecuencia de la devaluación mexicana
mientras que otros países de la región como Chile y Colombia
u otros fuera de la región que, como Malasia y Tailandia que
exhibían déficits de cuenta corriente comparables o superiores
a los de México a fines de 1994, pudieron sortear sin mayores
sobresaltos la turbulencia financiera. La hipótesis de los
autores es afín a lo que más arriba hemos presentado como
efectos de demostración pues postulan que no cualquier economía
será presa del contagio sino sólo aquellas que sean vulnerables
a un ataque especulativo. El grado de vulnerabilidad financiera
de una economía particular dependerá, a su turno, de los fundamentals
de dicha economía, condensados en tres factores: a) si el
país ha experimentado un proceso de fuerte apreciación cambiaria;
b) la fragilidad de su sistema financiero; y c) el nivel de
sus reservas externas en relación a algún agregado monetario
amplio. Lo interesante del modelo propuesto, sin embargo,
es que existe la posibilidad de equilibrios múltiples. Esto
es, un país experimentará crisis financiera y será "víctima
del contagio" sólo si exhibe débiles fundamentals pero no
todo país con débiles fundamentals sufrirá necesariamente
una crisis financiera y un ataque especulativo sobre su moneda.
El punto crucial del argumento es la circularidad propia de
todo evento caracterizado por la posibilidad de ocurrencia
de equilibrios múltiples y profecías autocumplidas: la posibilidad
de una devaluación depende del comportamiento exhibido por
los flujos de capitales, pero dicho comportamiento depende,
a su vez, de las propias expectativas de devaluación. En otros
términos, si un país exhibe débiles fundamentals y se viera
obligado a devaluar, entonces, sufriría una fuga de capitales.
Pero que tal devaluación se verifique o no depende del comportamiento
exhibido por los agentes. Si cada uno de ellos espera que
la devaluación ocurra y supere el umbral tras el cual está
dispuesto a retirar capitales, entonces la devaluación ocurre
y el país enfrenta un ataque especulativo. Pero si cada uno
de ellos no espera que tal devaluación ocurra, no retira sus
capitales y, ex-post, la devaluación no se verifica. La evidencia
parece prestar sustento a la hipótesis del trabajo. En efecto,
uno de los hallazgos del mismo es que, para una muestra de
veinte mercados emergentes, las tres medidas de vulnerabilidad
antes descriptas son capaces de explicar alrededor del 70%
de la variabilidad de un índice de crisis construído como
un promedio ponderado del cambio porcentual en las reservas
internacionales y la tasa de devaluación de la moneda doméstica
de cada uno de los países de la muestra respecto del dólar
norteamericano entre diciembre de 1994 y los primeros meses
de 1995. Ello quiere decir que, en promedio, sólo los países
que exhibían un bajo coeficiente de reservas respecto de M2
(esto es, aquellos activos monetarios líquidos que, en caso
de crisis, los agentes pueden convertir en demanda de divisas),
una moneda sobrevaluada y habían experimentado un fuerte boom
crediticio con anterioridad a 1994, estaban expuestos a sufrir
un ataque especulativo.De alguna forma las conclusiones del
trabajo de Sachs et. al. (1996) podrían ayudar a entender
por qué fue tan diferente la performance de la economía argentina
en ocasión del efecto tequila y durante la crisis actual.
En aquella ocasión no sólo los inversores tendieron a asimilar
la dinámica de corto plazo de la economía argentina con la
descripta por la economía azteca sino que la Argentina caía
en la categoría de los países que dicho trabajo caracterizaba
como de débiles fundamentals -particularmente, debido a un
importante grado de apreciación cambiaria y a la existencia,
en el período previo, de un significativo boom de crédito.
Como es sabido nuestro país logró sortear, no sin dificultades,
la crisis financiera que se produjo como consecuencia de la
abrupta contracción de los depósitos en el sistema bancario.
Gracias a la conjunción de una activa y pragmática política
de redescuentos y un importante apoyo financiero externo se
pudo evitar la devaluación de la moneda doméstica aunque al
costo de una aguda recesión y de un abrupto incremento en
la tasa de desempleo. En la actualidad, la consolidación de
la situación de solvencia del sistema financiero y la buena
performance de los indicadores macroeconómicos lograron mantener
a la economía local relativamente al margen de los desarrollos
más negativos de la crisis financiera internacional. Aunque
el nivel de actividad se desaceleró marcadamente en el segundo
semestre de este año, la creación de empleos se detuvo y el
mercado bursátil experimentó una marcada volatilidad, no existieron
ninguna clase de presiones en el mercado cambiario y, cuando
luego de mediados de octubre los mercados de crédito externo
tendieron lentamente a normalizarse, nuestro país fue uno
de los primeros en recuperar cierto acceso al financiamiento.
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A modo de conclusión preliminar
De
todo lo anterior parece seguirse que existe alguna clase de
fundamento para descartar la idea de sentido común -y ampliamente
reproducida en los medios de comunicación masiva- de que el
contagio entre las economías se disemine aleatoriamente sin
ninguna clase de consideración al estado de sus fundamentals
macroeconómicos e indicadores de fragilidad y solvencia. Antes
bien, parece haber cierta evidencia de que existe algún grado
de selectividad en el comportamiento de los inversores y que
los efectos de spill-over operan a través de precisos canales
de transmisión. No cualquier economía parece pasible de sufrir
los "embates de la tormenta financiera". No obstante ello,
dicha constatación no significa desconocer que la economía
mundial ha experimentado en estos meses una crisis de naturaleza
sistémica y que, en muchos casos, la reacción inicial de los
mercados ha estado exacerbada por el pánico de los inversores.
De alguna forma, la evidencia parece sugerir que la respuesta
de los mercados financieros internacionales ha sido en dos
etapas: una primera caracterizada por los efectos impacto
de un shock negativo en la que el pánico de los inversores
se disemina "indiscriminadamente" hacia diferentes economías
en una suerte de contagio alimentado por el brusco incremento
de la incertidumbre; una segunda en la que las expectativas
de los inversores absorben el shock y discriminan más cuidadosamente
entre las diferentes economías.Aún así, el hecho de que finalmente
puedan discriminar y no todas las economías resulten igualmente
afectadas por el contagio no significa asumir que los mercados
de capitales operen siempre en forma eficiente. Tampoco implica
suponer que la conducta de los inversores esté basada en todo
momento en la disponibilidad de información completa, precisa
y detallada sobre el estado de cada una de las economías como
el pánico que dominó los mercados internacionales en los últimos
meses parece mostrar en forma palpable. De todas formas, los
estudios actualmente en curso y los que se encaren en el futuro
brindarán nueva evidencia respecto de esta relevante cuestión.
La esperanza es que tales estudios provean al mismo tiempo
sugerencias respecto de la forma más efectiva de prevenir
-o, en todo caso, de acotar al máximo sus consecuencias- la
repetición de estos episodios. Si de algo vale la formulación
de metáforas en la actividad científica, entonces, sería deseable
que el nuevo conocimiento derivado de la actual experiencia
otorgue creciente inmunidad frente a la aparición de nuevos
virus contagiosos. Sería sumamente lamentable que las futuras
terapias y medicinas derivadas de las enseñanzas brindadas
por los actuales acontecimientos sean inocuas en la prevención
de nuevas enfermedades.
Bibliografía
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and Macroeconomic Management. Tequila Lessons, University
of Maryland, mimeo. Calvo, S. y Reinhart, C. (1996): Capital
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PANORAMA
DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 3,
mayo 1999
1- Introducción
En los meses transcurridos desde el anterior número de esta
publicación, y a pesar de la ocurrencia de nuevos episodios
de contagio, la economía mundial ha continuado transitando
un camino de retorno gradual a una mayor normalidad en su
funcionamiento. Aunque persisten numerosos riesgos y se han
producido nuevos episodios de crisis como el que obligó a
las autoridades brasileñas a dejar flotar su moneda, las iniciativas
encaradas por las autoridades de política de los países desarrollados
parecen haber alejado a la economía mundial del escenario
de "catástrofe" que orilló a fines del verano y comienzos
del otoño boreales. De hecho, los efectos de contagio y los
impactos financieros inducidos por la crisis brasileña han
sido mucho menores de lo que ex-ante se temía y han estado
básicamente confinados a Latinoamérica. De esta forma, se
redujo en forma importante la probabilidad de que una de las
más serias crisis financieras internacionales de los últimos
sesenta años culminara en una profunda depresión a escala
global. En los últimos días, de hecho, se ha observado una
renovada ola de optimismo que se tradujo en subas importantes
en los mercados de activos financieros de algunos países en
desarrollo y podría estar indicando una cierta reversión de
la extrema aversión al riesgo exhibida por los inversores
internacionales con posterioridad al default ruso de agosto
del año pasado. Un factor de importancia no menor en este
incipiente cambio de actitud de parte de los inversores ha
sido, sin duda, la relativa estabilización de la situación
en Brasil luego del período de fuerte incertidumbre que siguió
a la decisión de dejar flotar el real a mediados de enero.
Sin embargo, aún en el plano estrictamente financiero, persisten
numerosos interrogantes y la mayor parte de los observadores
espera que, durante este año, los mercados de fondos voluntarios
para las economías en desarrollo continúen bastante retraídos,
lejos de las favorables condiciones de acceso al crédito observadas
durante los mejores años de la década. Más aún, la mayor parte
de las anticipaciones estima que el comportamiento del mercado
financiero internacional será altamente selectivo y privilegiará
sólo a aquellas economías emergentes con indicadores sólidos
de solvencia. De todos modos, la aparición de noticias positivas
en el escenario internacional se encuentra básicamente confinada
al lado financiero de la economía; en el plano real, aún cuando
la tormenta financiera haya pasado, sus consecuencias están
llamadas a ser muy importantes. Lejos de haberse comportado
en forma neutral, ello significa que los desequilibrios verificados
en los mercados financieros se han transmitido a otros mercados,
afectando el comportamiento de variables tales como la tasa
de crecimiento de las diferentes economías, la tasa de desempleo,
el volumen del comercio mundial, etc. En ese contexto la performance
global de la economía mundial para el presente año no parece
demasiado alentadora. Mientras tanto el Banco Mundial como
el FMI estiman que la tasa de crecimiento del producto mundial
se va a desacelerar aún respecto del magro registro exhibido
el año pasado y parece extremadamente dependiente del notable
desempeño de la economía norteamericana, los flujos de comercio
internacional no terminan de recuperarse. El Banco Mundial,
por ejemplo espera que este año crezcan aún menos que los
deprimidos niveles ya verificados en 1998. Por su parte, los
precios de toda una serie de commodities exportadas por los
países en desarrollo continúan deprimidos (excepto una importante
recuperación del precio del crudo en las últimas jornadas),
al tiempo que, como se dijo antes, la mayor parte de los observadores
espera que, luego del pánico, los flujos de capitales dirigidos
a estos países sólo se recuperen lentamente y en forma altamente
selectiva. De este modo, aunque se observan ciertos signos
de recuperación en algunos de los países asiáticos más afectados
por la crisis, el panorama para el conjunto de las economías
emergentes continúa estando muy lejos del que caracterizó
a los mejores años de la década.De hecho, buena parte de los
pronósticos formulados a fines del año pasado respecto del
desempeño del mundo en desarrollo han debido ser corregidos
a la baja. El propio Banco Mundial ha corregido sus previsiones
y, si un par de meses atrás, esperaba que el producto de los
países en desarrollo creciera durante este año un 2,7%, en
la actualidad anticipa que lo hará sólo en un 1,5%. Sin embargo,
no fueron éstas las únicas previsiones que debieron ser modificadas
desde fines del año pasado. En efecto, mientras a fines del
año pasado se esperaba alguna desaceleración en el crecimiento
de EEUU y su reemplazo, en el contexto del lanzamiento del
euro, por una mayor expansión de la economía europea, dichos
pronósticos parecen lejos de verificarse. Tal como lo revela
la reciente decisión del flamante Banco Central Europeo de
reducir las tasas de interés de corto plazo, las economías
de la eurozona, principalmente Alemania e Italia, están desacelerándose,
al tiempo que, jalonada por nuevos récords de Wall Street
y el gasto de consumo, la economía de EEUU continúa creciendo
a un ritmo que algunos observadores comienzan a sospechar
como no sostenible. Por su parte, a pesar de los importantes
estímulos fiscales y monetarios y de algunos síntomas que
parecen indicar que lo peor de la recesión ya ha sido superado,
la economía japonesa todavía se debate en los vericuetos de
una clásica trampa de liquidez. Esto significa que, contra
todos los pronósticos formulados a fines del año pasado, la
economía de EEUU seguirá operando como la locomotora exclusiva
del desempeño de la economía mundial. Lo preocupante en este
sentido es que la creciente dependencia respecto de un vector
único de crecimiento impide una adecuada diversificación del
riesgo si, debido a cualquier circunstancia, aquella locomotora
se quedara sin suficiente combustible o, en el peor de los
casos, llegara a descarrilar.Dichas preocupaciones se han
visto exacerbadas por el comportamiento exhibido en el último
período por los precios de toda una serie de bienes. Según
no pocos analistas dicha evidencia podría estar indicando
que la economía mundial ha ingresado, por primera vez desde
la década del treinta, en una nueva fase signada por la existencia
de importantes presiones deflacionarias. Si ello fuera así,
y habida cuenta de los calamitosos efectos que la deflación
puede tener sobre el comportamiento del consumo y la inversión,
es evidente que las autoridades de política económica tendrán
que mantenerse bastante alertas. Sin embargo, cabe acotar
que el nivel históricamente muy elevado de las tasas de interés
reales y la relativamente holgada o, en algunos casos, aceptable
situación fiscal de las economías avanzadas otorga a los hacedores
de política un margen de acción relativamente amplio para
encarar acciones de respuesta en caso de ser necesario. Por
otra parte, debe mencionarse también que no todos los observadores
concuerdan con que la tendencia observada en el comportamiento
de los precios sea una manifestación de una deflación de naturaleza
monetaria o macroeconómica generada por la existencia de una
marcada debilidad de la demanda agregada. Por el contrario,
tales observadores afirman que la caída de precios observada
en algunos sectores podría ser de naturaleza benigna y estar
reflejando más bien las ganancias de productividad inducidas
por el progreso tecnológico y la desregulación económica.
En tal caso, se estaría simplemente en presencia de una variación
del precio relativo de los bienes transables respecto del
de los no transables, fenómeno ya largamente anticipado por
la teoría del desarrollo económico.Hasta ahora, la evidencia
es mixta y no parece confirmar de manera concluyente ninguna
de tales hipótesis. Por un lado, de la mano del exceso de
oferta generado por la reducción de la demanda en los países
más afectados por la crisis, los precios de las commodities
se han derrumbado y ello ha terminado traduciéndose en la
evolución negativa de los precios mayoristas de las economías
más avanzadas. Respecto de un año atrás, excepto EEUU y Gran
Bretaña, dichas economías están experimentando deflación abierta
en los precios al productor (mayoristas). Sin embargo, a pesar
de dichas tendencias, ninguna de tales economías -con la notable
excepción de Japón- está atravesando todavía un proceso de
caída en el nivel general de precios al consumidor. Es cierto
que se observa un proceso generalizado de desinflación (vgr.
menor inflación) pero aún así dicha tendencia esconde importantes
discrepancias en el comportamiento de los precios de bienes
y servicios. Por su parte, son relativamente pocos los países
en desarrollo que experimentaron durante los últimos doce
meses (febrero contra febrero) deflación en el nivel general
de precios (Argentina, China, Hong Kong, Singapur, Taiwán).
De todas formas, lo que sí es innegable es que, aún cuando
la economía mundial no se encuentre frente a un abismo deflacionario,
las significativas caídas de precios experimentadas por las
commodities exportadas por las economías en desarrollo han
representado una notable redistribución de ingresos desde
estos países hacia los países ricos que importan dichas mercancías.
Esta transferencia de ingresos ha sido muy marcada en el caso
de América Latina cuyos términos de intercambio empeoraron
fuertemente desde el inicio de la crisis financiera internacional.
En este contexto, las perspectivas para América Latina durante
1999 no son claramente las mejores, luego de haber sido afectada
por una sucesión de shocks externos fuertemente negativos
que se han ido acumulando a medida que la crisis financiera
se generalizaba y alcanzaba a nuevas regiones del globo. De
esta forma, luego de recibir los coletazos de la crisis en
el sudeste de Asia en 1997 y del colapso ruso a mediados de
1998 y sus consecuencias en materia de precios internacionales
y flujo de capitales, las economías de Latinoamérica se vieron
negativamente afectadas por el colapso del régimen cambiario
en Brasil. En efecto, a pesar de que los impactos financieros
de la depreciación de la moneda brasileña fueron muchos menores
de lo que ex-ante se temía, las perspectivas reales para el
conjunto de las economías de la región empeoraron fuertemente
con el ingreso de Brasil a un escenario de franca y marcada
recesión. Así, luego de crecer durante todos los años de la
década del noventa, se espera que en 1999 el PBI del conjunto
de la región latinoamericana se contraiga. Mientras el Banco
Mundial estima que dicha contracción se ubicará alrededor
del 0,8%, el FMI anticipa que será del 0,5%.
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2- Los limitados impactos internacionales
de la devaluación brasileña
Como se señaló más arriba, luego de las oportunas
intervenciones de política de las autoridades de las economías
avanzadas registradas en el punto más agudo de las dificultades
en los mercados financieros, la economía mundial parece haber
continuado su camino de retorno a un escenario de mayor normalidad.
Sin embargo, la evidencia acumulada en los últimos meses parece
indicar que dicho retorno será, cuando menos, un proceso paulatino,
trabajoso y no exento de riesgos. De hecho, una clara señal
de que el "sendero de retorno a una situación más equilibrada"
está plagado de "no linealidades" es que, a pesar de aquellas
medidas de intervención, en el último período se verificaron
renovados episodios de contagio y nuevas economías se vieron
alcanzadas por la crisis financiera. Así, a mediados de enero
de este año, con el colapso del régimen cambiario en Brasil,
las turbulencias financieras terminaron de generalizarse y
alcanzaron, al afectar de manera directa a la región latinoamericana,
una definitiva dimensión global. Sin embargo, a diferencia
de lo que cabía esperar ex-ante, los impactos financieros
de la debacle del real han sido relativamente limitados y,
luego de un primer momento de renovada incertidumbre, los
mercados financieros internacionales parecieron retomar la
tendencia hacia la normalización de su funcionamiento -que
ya venían exhibiendo antes del shock brasileño. Estrictamente,
los impactos ocasionados sobre los flujos financieros han
quedado confinados a Latinoamérica y aún en este caso han
sido mucho menores de lo que los observadores antipaban. En
el caso de la Argentina, por ejemplo, donde la mayor parte
de los analistas temían que una devaluación en Brasil pudiera
ocasionar dificultades financiera tan graves como las observadas
durante el tequila, los impactos de naturaleza financiera
estuvieron relativamente acotados más allá de un incremento
transitorio en las tasas de interés domésticas Es muy probable,
también, que una buena dosis de suerte haya acompañado a la
economía internacional ya que es evidente que si el colapso
cambiario brasileño hubiera ocurrido un par de meses antes
otra hubiera sido la historia que habría que relatar en este
momento. En efecto, el encadenamiento en cierta forma fortuito
de los acontecimientos parece haber contribuido a que buena
parte de los agentes anticiparan el shock y que, mediante
la recomposición de sus portafolios, en algunos casos pudieran
reducir el grado de su exposición a los desarrollos adversos
verificados en la economía del país vecino. De esta forma,
y a diferencia de lo que ocurrió cuando Rusia se vio obligada
a devaluar en agosto del año pasado, los efectos de derrame
inducidos por la marcada depreciación de la moneda brasileña
sobre los mercados financieros de las economías más avanzadas
han sido sensiblemente menores que los verificados en aquella
oportunidad. En consecuencia, los acontecimientos que siguieron
a la flotación de la moneda brasileña han estado lejos de
replicar el pánico y la dramática reconsideración de la actitud
frente al riesgo observado en la conducta de los inversores
en agosto del año pasado. Parece difícil, no obstante, que
esta discrepancia en la respuesta de los mercados financieros
pueda ser explicada por la diferencia en el tamaño relativo
de los epicentros de ambos shocks (Rusia y Brasil) y por la
magnitud de los impactos financieros y reales que cada uno
de ellos estaba en condiciones de generar. Si ello fuera así,
en principio, las consecuencias internacionales de la crisis
brasileña deberían haber sido bastante más pronunciadas de
lo que fueron. De hecho, una de las cuestiones que ha concitado
el interés de los analistas en el último tiempo fue intentar
explicar por qué -y a través de que mecanismos de amplificación-
una perturbación aparentemente menor como la inducida por
Rusia fue capaz de generar efectos derrame de tal magnitud
(véase el recuadro número 1). En cualquier caso, una vez ocurrido
el shock , los agentes comenzaron a observar a otras economías
emergentes y descontaron que podrían verificarse nuevos episodios
de default.En lo que se refiere al financiamiento disponible
para los denominados mercados emergentes ello trajo aparejadas,
al menos, dos consecuencias importantes. Por un lado, y en
forma instantánea, activó el pánico de los inversores, induciendo
el virtual racionamiento crediticio y ocasionando, por tanto,
una severa restricción de la liquidez disponible para dichas
economías y el surgimiento de una situación abiertamente crítica
en muchas de ellas.En segundo término, determinó un cambio
sensible en la percepción del riesgo de default asociado a
la exposición en mercados emergentes determinados. Consecuentemente,
al incorporar en su formación de expectativas esta nueva pieza
de información, los inversores pasaron a considerar en forma
explícita que ya no había economías "demasiado grandes como
para no quebrar" y anticiparon a partir de ese momento la
ocurrencia de nuevos shocks tales como el que, finalmente,
indujo Brasil. Aunque la concesión de un importante paquete
de apoyo financiero preventivo en la primeras semanas de noviembre
a la economía del país vecino por parte de la comunidad internacional
permitió inicialmente alejar el escenario de crisis cambiaria,
las dificultades enfrentadas en el Congreso por el ambicioso
programa de ajuste fiscal deterioraron una vez más la confianza
de los mercados y determinaron, finalmente, la imposibilidad
por parte de las autoridades de defender el régimen de cambios.
A esa altura de los acontecimientos los mercados ya estaban
altamente precavidos respecto de la posibilidad de que dicho
escenario se verificase y el relato de los acontecimientos
que condujeron a la flotación de la moneda brasileña no pasó
de ser, en buena medida, la crónica de una devaluación bastante
anunciada. Lo anterior podría explicar, al menos en parte,
el menor impacto relativo del shock brasileño vis-a-vis el
ocasionado por el caso ruso. Aún así, un factor de importancia
no despreciable para dar cuenta de ese menor impacto diferencial
es que, a pesar de los temores y especulaciones iniciales,
las autoridades brasileñas - aparte de la decisión de modificar
la paridad- no se vieron compelidas a desconocer sus compromisos
financieros. Sin embargo, ello no fue tan claro en un primer
momento y algunos analistas estimaron que la evolución de
los acontecimientos daba crédito a los pronósticos más pesimistas
y se pensó que la extensión de los efectos de contagio a Brasil
en particular y a América latina en general había dado inicio
a nueva fase de la crisis signada por una profundización aún
mayor de los desequilibrios a escala global (véase el recuadro
número 2). Es posible que, tal como se afirmó anteriormente,
los agentes ya hubieran descontado en buena medida la ocurrencia
de dicho shock y que aquellos más expuestos hayan estado en
condiciones de "deshacer" en parte sus posiciones críticas
durante los meses de fuerte salida de capitales que precedieron
a la mudanza del régimen cambiario. En cualquier caso, lo
que muestra la evidencia es que, luego de la muy breve interrupción
que siguió al anuncio de la flotación del real, los mercados
financieros de las economías avanzadas prosiguieron la tendencia
a una importante recuperación desde el punto más bajo alcanzado
en el momento más álgido de la crisis.
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3- EEUU: la prosecución de la expansión.
Ese, sin duda, es el caso del mercado bursátil
norteamericano cuyo índice Dow Jones tocó transitoriamente
la marca de los 10.000 puntos a mediados de marzo y el 29
de ese mes cerró por primera vez en su historia por encima
de ese nivel. De esta forma, el mercado accionario, a pesar
de las repetidas advertencias formuladas en más de una oportunidad
por los bears y varios destacados macroeconomistas respecto
de la existencia de una burbuja en la valuación de mercado
de los activos de las firmas que cotizan en Wall Street, continuó
su marcha aparentemente initerrumpida hacia nuevos records.
Es cierto que como todo índice agregado la evolución del Dow
Jones y de otros indicadores más amplios como el S&P 500 encierra
grandes disparidades en la evolución de la cotización de acciones
individuales. Al mismo tiempo no lo es menos que, mientras
aquellos índices han experimentado desde el primer semestre
del año pasado incrementos de entre el 12 y el 20%, indicadores
tales como el Russell 2000 que incluye un conjunto aún más
amplio de firmas -entre ellas varias pequeñas y medianas empresas-
se redujeron en el mismo período alrededor de un 11%. Sin
embargo, en promedio, y aunque es cierto que la rentabilidad
de varias firmas de la economía norteamericana se ha incrementado
sustancialmente como resultado de significativas ganancias
de productividad, el elevado price/earnings ratio resultante
(el cociente de los precios de las acciones a los beneficios
de las firmas) parece, en la opinión de varios analistas,
difícil de justificar en la evolución de los fundamentals
de la economía de EEUU. En tales circunstancias los temores
respecto de la existencia de un fenómeno de sobrevaluación
de activos y de una "exuberancia irracional" en el mercado
bursátil, presentes desde mucho tiempo atrás, han vuelto a
manifestarse con fuerza. La inflación en el precio de los
activos puede ser incluso mucho más dañina que la inflación
convencional en los precios de bienes y servicios al inducir
una asignación errónea de los recursos. Dos son los canales
principales a través de los cuales ello puede ocurrir. Por
un lado, la burbuja accionaria abarata el costo de fondeo
de las firmas y puede impulsar un crecimiento de la inversión
en proyectos de dudosa rentabilidad a precios de equilibrio.
Por otro lado, al incrementar el valor de la activos financieros
de las familias, estimula el gasto de consumo a través de
un efecto riqueza positivo.En este sentido, la preocupación
central de buena parte de los analistas es que la economía
norteamericana se haya ubicado en un sendero de crecimiento
no sostenible impulsado por una evolución exagerada del gasto
privado. La evidencia muestra que la tasa de ahorro combinada
de las familias y las firmas norteamericanas se ha reducido
a un nivel sin precedentes históricos. De hecho, a fines del
año pasado la tasa de ahorro de las primera se ubico, por
primera vez, en territorio negativo. A partir de ello, la
mayor inquietud reside en que una reversión de las cotizaciones
bursátiles interrumpa en forma brusca la fuerte expansión
que actualmente experimenta la mayor economía del mundo e
impida un "aterrizaje suave" de la tasa de actividad económica.
Hasta ahora, sin embargo, la economía de EEUU ha desafiado
todos los pronósticos formulados en este sentido y la lógica
de su funcionamiento parece describir una suerte de círculo
virtuoso de profecías autovalidadas: el fuerte dinamismo responde
a la evolución del consumo alimentado por el efecto riqueza
y ello revierte en nuevos incrementos bursátiles que dan lugar,
a su vez, a renovados impulsos de la demanda agregada. En
cualquier caso, lo cierto es que la economía ha continuado
su ciclo expansivo -que a esta altura es el más prolongado
en tiempos de paz- y en el último trimestre del año pasado
el PBI creció a una tasa anualizada de nada menos que el 6%.
Para este año, el consenso de los pronósticos recogido por
la revista inglesa The Economist arroja una estimación del
3,6%, no demasiado inferior a la tasa de crecimiento registrada
el año pasado del 3,9%.Por su parte, la tasa de desempleo
cayó en marzo a su nivel más bajo en 29 años (4,2%) a pesar
de la desaceleración registrada en la creación de nuevos empleos
y explicada fundamentalmente por la caída de los puestos de
trabajo en algunos sectores de la industria manufacturera
afectados por la competencia de las importaciones a bajo costo
provenientes de los países asiáticos en crisis. A pesar de
que estos registros permiten inferir que la economía se encuentra
cerca de su "nivel de pleno empleo", ello no se ha traducido,
como era usual en ciclos anteriores y contra las predicciones
de la tradicional curva de Phillips, en un incremento de las
presiones inflacionarias. En el año transcurrido hasta febrero
los precios al consumidor han crecido sólo un 1,6% y los mayoristas
se han incrementado un 0,5%. Esta situación ha reactualizado
uno de los dilemas que enfrentan las autoridades de la Reserva
Federal respecto de si:1. deben o no endurecer la política
monetaria y elevar las tasas de interés de corto plazo y;
2. qué ponderación otorgan en sus decisiones a las consideraciones
estrictamente domésticas y a las de naturaleza internacional,
respectivamente. Por ahora, el criterio adoptado en la última
reunión del comité de mercado abierto del 30 de marzo ha sido
mantener la tasa de los fondos federales en su actual nivel
del 4,75% anual. Sin embargo, dicha decisión sólo parece haber
estado parcialmente basada en apreciaciones vinculadas a la
evolución de la economía doméstica. De hecho, aunque en términos
reales las tasas de interés norteamericanas de corto plazo
son elevadas si se las compara con el promedio histórico,
la evolución de algunos agregados monetarios y financieros
parece indicar que la política monetaria es bastante laxa.
Mientras M1 ha crecido un 1,5% en el año transcurrido hasta
febrero, agregados más amplios como M2 o M3 lo han hecho a
una tasa superior al 10%, al tiempo que según datos de la
Reserva Federal el financiamiento otorgado por el sector financiero
alcanzó el record de 1,1 trillones de dólares el año pasado
(contra 653 billones en 1997). Por otra parte, según Goldman
Sachs si bien el índice de condiciones monetarias que elabora
dicho banco de inversión y que combina el nivel de las tasas
de interés de corto plazo, los rendimientos de los bonos y
la evolución del tipo de cambio de cesta de monedas no indica
que las condiciones monetarias sean laxas en términos históricos,
una vez que se incorpora a dicho índice la evolución de las
cotizaciones en el mercado bursátil resulta que las condiciones
financieras son tan laxas como a comienzos de 1993 cuando
la economía recién estaba saliendo de la recesión. Más aún,
la difícil situación atravesada por el mercado financiero
estadounidense como consecuencia del default ruso y el temor
a un credit crunch y que motivaron el recorte en un cuarto
de punto en tres ocasiones de la tasa de fondos federales
desde fines de septiembre pasado parecen haberse disipado.
En tales condiciones, y habida cuenta de la continuidad de
la expansión en el nivel de actividad y la suba ininterrumpida
de las cotizaciones bursátiles no hubiera resultado osado
esperar una moderada suba preventiva de las tasas por parte
de la Reserva Federal si ésta hubiera guiado sus decisiones
por consideraciones exclusivamente domésticas. Es por ello
que, afortunadamente para los países en desarrollo, la decisión
de no modificar las tasas parece más bien haber otorgado una
elevada ponderación al objetivo de preservar la estabilidad
financiera internacional aún al riesgo de permitir que la
economía estadounidense siga evolucionando "a elevada velocidad
por un camino resbaloso". Si ello fuera así, es evidente que
la decisión de no intervenir por parte de la Reserva Federal
puede entrañar riesgos importantes de cara al futuro. En este
sentido, la la no modificación de las tasas por parte de las
autoridades monetarias norteamericanas podría interpretarse
como el resultado subóptimo ocurrido como consecuencia de
la ausencia de coordinación en las políticas macroeconómicas
de las principales economías. Sin medidas monetarias más expansivas
en Europa y Japón es evidente que una suba de las tasas norteamericanas
podría haber resultado muy riesgosa para la economía global
en su conjunto si dicha medida se traducía en una caída abrupta
de las cotizaciones bursátiles en Wall Street, lesionando
seriamente la expansión económica del país y derramando efectos
depresivos sobre el conjunto de la economía mundial. De ello
parece concluirse que un requisito de importancia para evitar
que la economía internacional se introduzca en un callejón
de estrecha salida es que las autoridades de política de las
economías avanzadas se comprometan en acciones de coordinación
explícita. De lo contrario, el conjunto de la economía mundial
puede ver peligrosamente incrementada su dependencia de la
continuidad de la expansión de un único "oasis de prosperidad".
Dicha situación, como es sabido, va en contra de los principios
elementales de la diversificación del riesgo.
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4- La Unión Europea y el Euro: promesas y debilidades
Afortunadamente, y luego de no pocas vacilaciones,
las autoridades del recientemente constituido Banco Central
Europeo decidieron el 8 de abril reducir la tasa de interés
de referencia en 50 puntos básicos, llevándola a un nivel
de 2,5% anual. Dicho recorte persigue estimular el crecimiento
europeo que en los últimos meses experimentó síntomas de importante
desaceleración, particularmente en Alemania e Italia. Al mismo
tiempo, parece poner en evidencia que las autoridades de la
nueva unión monetaria, preocupadas por no aparecer vulnerables
a las presiones provenientes del sector político y por cimentar
una reputación de independencia, estaban esperando la renuncia
del ex-hombre fuerte del gobierno alemán Oskar Lafontaine
para implementar una medida que, a todas luces, parecía inevitable.Hasta
ahora, a efectos de contrarrestar las opiniones no sólo del
ex-ministro de finanzas sino las de buena parte de los analistas
e incluso las de las autoridades de política norteamericana
, Wim Duisenberg -máxima autoridad del Banco Central Europeo-
había venido aduciendo erróneamente que las tasas de interés
en el Viejo Continente eran históricamente muy reducidas.
Ello sólo puede ser cierto si se consideran las tasas nominales,
error que cabría esperar de cualquiera pero no de un banquero
central. En efecto, si se toman en cuenta las tasas en términos
reales (esto es, restando a las tasas nominales la tasa de
inflación) puede comprobarse que, antes de la reducción recién
comentada, aquéllas se ubicaban aproximadamente en un 2,2%
anual, no demasiado por debajo de la tasa de interés real
de corto plazo vigente en la pujante economía norteamericana
(3,1%). Más aún, las autoridades del Banco Central Europeo
en el intento de establecer en sus primeras semanas de vida
una reputación de firmeza, parecieron confundir la credibilidad
en materia de estabilidad de precios con una tarea sesgada
exclusivamente a combatir los peligros asociados a la aceleración
inflacionaria. Aunque habida cuenta del patrón observado en
las economías de mercado desde la segunda posguerra dicha
identificación aparece como comprensible, cabe tener en cuenta
que, en la actualidad, la principal amenaza a la estabilidad
de precios en la eurozona proviene no del riesgo de un incremento
en la tasa de inflación sino de la posibilidad concreta de
que alguna de sus economías pueda experimentar deflación.En
promedio, la tasa de inflación minorista para el conjunto
de los 11 países que forman parte de la unión monetaria ya
se ubica en un insignificante 0,8% en el año transcurrido
hasta febrero. Sin embargo, algunas economías como Alemania
o Francia, luego de varios meses de experimentar una fuerte
deflación en los precios mayoristas, ya están enfrentando
tasas de variación prácticamente nulas en los precios al consumidor.
Para la primera de ellas, cuyo producto ya se contrajo en
términos anualizados un 1,8% el último trimestre del año pasado
respecto del trimestre anterior, la tasa de interés real de
corto plazo aún después del recorte reciente se ubica en niveles
"astronómicos" del 2,3% anual. En tales condiciones cabe esperar,
incluso, que las autoridades monetarias se vean obligadas
a inducir nuevos recortes de las tasas de referencia. IPMSin
embargo, bienvenida como puede ser, la reciente reducción
de las tasas de interés permite observar los enormes desafíos
que enfrentará la gestión de la política macroeconómica en
las nuevas condiciones de la unificación monetaria ya que
las autoridades de política de la Unión deben hacer frente
a realidades económicas nacionales muy disímiles. El cuadro
siguiente muestra la disparidad en la fase del ciclo económico
que experimentan las distintas economías de la eurozona. Allí
puede observarse que países periféricos como España y Portugal
están creciendo a tasas muy elevadas y que para este año se
espera que el producto se incremente por encima del 3%. Incluso
algunos como Irlanda, que creció un 10% en 1998 y se espera
que lo haga por encima del 6% este año, están al borde de
experimentar un recalentamiento de la demanda agregada. En
tales condiciones es difícil afirmar que la dinámica de corto
plazo de dichas economías requería un recorte de las tasas
de interés. Después de la reciente reducción en ninguno de
esos países la tasa de interés real de corto supera el 1%
y, de hecho, en Portugal es negativa (-0,2% anual). Contra
este razonamiento puede aducirse que cualquier espacio monetario
unificado experimenta similares dificultades. La Reserva Federal
de Estados Unidos, por caso, debe lidiar con tasas de evolución
económica muy dispares en los diferentes estados de la unión
cuando decide su política de tasas de interés. Sin embargo,
a diferencia de la economía norteamericana, en el caso europeo
la homogeneización del espacio económico es un fenómeno que
todavía debe completar varias etapas y en el que la ausencia
de transferencias fiscales masivas y de una elevada movilidad
del trabajo puede dificultar la suavización de tales discrepancias
en la dinámica de corto plazo de las diferentes economías
nacionales. Tales dificultades, no obstante, no son novedosas
y nadie anticipaba antes del lanzamiento del euro que la tarea
del Banco Central Europeo fuera a ser sencilla. Sin embargo,
lo que sí resulta más preocupante es la creciente discrepancia
en las tasas de evolución del nivel de actividad de las economías
más importantes de Europa. Mientras la evolución del producto
en Alemania e Italia se está desacelerando a un ritmo creciente,
la tasa de crecimiento en Francia todavía se mantiene por
encima del 2% anual. Dicha discrepancia puede deberse al hecho
de que la exposición de la economía alemana tanto desde el
punto de vista financiero como del lado real a los desequilibrios
macroeconómicos ocurridos en el sudeste asiático y en Rusia
es bastante mayor que el caracteriza a la economía gala. De
hecho, de las economías grandes de la eurozona Alemania es
la que mayor porcentaje de sus exportaciones (14,1%) dirige
a exta-zona y en el último trimestre de 1998 las ventas al
exterior cayeron un 3,4% mientras las de Francia lo hicieron
un 1,6%. Aún así, dicha participación es relativamente baja
y difícilmente pueda explicar por sí sola la desaceleración
del nivel de actividad en Alemania. En ese sentido, las razones
de la debilidad de la demanda agregada habría que buscarlas
también en cuestiones de índole doméstica. Según algunos analistas,
que vieron con alegría la salida del ministro de finanzas
Lafontaine, las mismas se relacionan con un deterioro de la
confianza de los consumidores y, particularmente, de las expectativas
empresariales inducidas por el sesgo de las decisiones adoptadas
en su primera fase por el nuevo gobierno alemán. En cualquier
caso, lo significativo es que, luego de varios años de moverse
en conjunto, el ciclo de las economías del core de la eurozona
muestra evidencia de estar desincronizándose y planteando
un dilema aún más difícil para las autoridades de política,
pues ahora no se trata únicamente de lidiar con la discrepancia
en la fase del ciclo entre el "centro" y la "periferia" de
Europa.Si la política monetaria enfrenta tales dificultades,
cabe preguntarse cuáles son las otras alternativas de política
disponibles por parte de las autoridades. Hacia el interior
de la eurozona la política cambiaria, luego de la adopción
del euro, ha desaparecido como herramienta contracíclica.
Hacia afuera de la misma, todavía es posible apostar a una
modificación del tipo de cambio respecto de las principales
divisas internacionales. De hecho, ello es lo que ha estado
pasando en los últimos meses cuando el euro, luego de una
breve apreciación en los primeros días posteriores a su lanzamiento,
se depreció respecto del dólar norteamericano. Algunas estimaciones
señalan que el euro ponderado por una cesta de monedas se
ha depreciado hasta el momento alrededor de un 4%. Más aún,
la reciente decisión de Frankfurt de modificar las tasas de
interés se supone que profundizará dicha tendencia y se espera,
por tanto, una depreciación adicional del euro.De acuerdo
a estimaciones de la OECD, si la debilidad del euro continúa,
es posible que ello induzca un crecimiento adicional del conjunto
de la región de 0,3 puntos porcentuales. Sin embargo, debe
tenerse en cuenta que la adopción de la moneda única probablemente
ha modificado en cierta medida los canales a través de los
cuales una alteración del tipo de cambio afecta la demanda
agregada de los países de la eurozona. En la medida en que
buena parte del comercio europeo es intrazona, es de esperar
que las fluctuaciones cambiarias afecten ahora a una porción
menor de dicha demanda. Sólo en aquellas economías que colocan
una parte sustancial de sus exportaciones en mercados extra-comunitarios
es concebible que dicho mecanismo continúe teniendo una influencia
importante (Irlanda, Bélgica y Finlandia). En el corto plazo,
de hecho, es probable que la depreciación del euro incremente
la expansión de la demanda precisamente en los países que,
como Irlanda, menos la necesitan. En el caso de Alemania,
aunque la participación de las exportaciones como proporción
del PBI fuera de la zona europea es mayor que en Italia y
Francia, es probable que los movimientos del tipo de cambio
no aporten demasiado para inducir una recuperación sostenida
del nivel de actividad. De hecho, una de las preocupaciones
que concita la atención de no pocos analistas es que la economía
alemana puede haber ingresado a la moneda única con un tipo
de cambio real significativamente sobrevaluado lo que podría
afectar seriamente su competitividad respecto de otros países
de la eurozona. 3,30,624,617,680,443,7Por otra parte, si Europa
confía en utilizar en forma sistemática un tipo de cambio
depreciado para estimular el nivel de actividad es probable
que recrudezcan las tensiones comerciales con EEUU, cuyo déficit
de cuenta corriente ha crecido en forma muy marcada y se acerca
peligrosamente a los 300.000 millones de dólares. Habida cuenta
de las dificultades que enfrentan las políticas monetarias
y de manejo del tipo de cambio el estímulo a la demanda agregada
todavía podría provenir del lado fiscal, a través de mayores
gastos y/o menores impuestos. Sin embargo, varios países ya
enfrentan déficits elevados en las cuentas públicas (Francia
2,9% del PBI, Alemania 2,4% e Italia 2,6%) que los acercan
peligrosamente al límite del 3% impuesto por el denominado
Pacto de "Estabilidad y Crecimiento" firmado por los países
de la unión monetaria. En tales condiciones, si el debilitamiento
del nivel de actividad continua, varios países podrían, de
hecho, verse obligados a inducir un ajuste fiscal en lugar
de permitir que el desequilibrio de las cuentas públicas amortigüe
la contracción de la demanda privada. La falta de flexibilidad
para el manejo de la política económica implícita en dicho
acuerdo podría determinar de esta forma que, contrario sensu
de lo que recomienda el sentido común económico, el déficit
público se mueva en forma pro-cíclica. El corset impuesto
a la política de corto plazo de manejo de la demanda agregada
por este conjunto de novedosos factores institucionales delega
a la política monetaria un rol muy destacado. Como se ha visto,
sin embargo, las autoridades del Banco Central Europeo deben
realizar un trabajo de extremada sintonía fina para conciliar
necesidades muy disímiles. Aún así es muy difícil que el manejo
de dicha política permita lidiar con varios de los frentes
de conflicto antes señalados. En tales circunstancias, la
recomendación de política preferida por varios analistas y
por las propias autoridades del Banco Central Europeo es inducir
la desregulación de la economía y eliminar las rigideces existentes
en varios mercados, particularmente el de trabajo. En la opinión
de varios de tales analistas ésa es la única forma que Alemania
tiene, por caso, de reducir el elevado nivel de sus costos
laborales. Si es cierto que ello es así y que la falta de
dinamismo de la economía europea no está sólo asociada a las
deficiencias de la demanda agregada sino a la existencia de
graves problemas estructurales, se sigue que la única manera
de que Europa se coloque en un sendero de crecimiento sostenido
es que se encaren un conjunto de reformas estructurales de
largo plazo, postergadas durante un período prolongado. Según
varios de tales observadores la suavización de la política
monetaria recientemente ocurrida brinda a los gobiernos de
la zona del euro una oportunidad inédita para avanzar en la
implementación de dichas reformas. Sin embargo, no puede ignorarse
que la desregulación y la reestructuración de las economías
no sólo toman tiempo sino que pueden tener efectos cíclicos
adversos desde el punto de vista de la dinámica de corto plazo
e inducir, de hecho, una reducción de la demanda agregada.
En este sentido, no debe olvidarse que siempre es más fácil
pagar los inevitables costos asociados a los programas de
reforma estructural en un contexto de crecimiento económico
y dinamismo de la demanda agregada que en el actual escenario
de desaceleración del producto, presiones comerciales en territorio
propio y en terceros mercados y existencia de incipientes
pero visibles tendencias deflacionarias.
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5- La postergada recuperación de Japón
En buena medida, aunque en forma mucho más aguda,
ése es el dilema en el que todavía se debate Japón, cuya economía
no termina de salir del estancamiento que la ha caracterizado
desde el final de la burbuja financiera de los ochenta y del
estado depresivo en que se encuentra desde la segunda mitad
de 1997. La economía está atravesando un proceso de incipiente
reconversión centrado en la reestructuración del sistema financiero
y del sector industrial; lo que es una buena noticia desde
el punto de vista de los agentes individuales y de la eficiencia
con que asignan los recursos pero no necesariamente desde
las necesidades cíclicas de la economía nipona. En el corto
plazo la segunda economía del mundo continúa inmersa en una
profunda recesión caracterizada por la presencia de evidentes
presiones deflacionarias. La tasa de interés nominal de corto
plazo es prácticamente nula, y a pesar de que las autoridades
han estado intentando "cebar la bomba" mediante importantes
medidas de estímulo fiscal, el gasto privado no se ha reactivado
o, lo que es lo mismo, el ahorro deseado se ha mantenido de
manera persistente por sobre la inversión planeada. ¿No suena
esta descripción parecida a una configuración que casi todos
los textos de macroeconomía consideraban una curiosidad teórica
con casi nulas posibilidades de existencia histórica? De hecho,
ello ha conducido a varios autores, notablemente Paul Krugman,
a señalar en Japón la existencia de una trampa de liquidez
que, sin embargo, ha resultado muy difícil de remediar con
las recomendaciones típicas de expansión del gasto público.
Aún así, a pesar de la decepcionante performance de la economía
japonesa, hay alguna evidencia que podría sugerir que la economía
japonesa está saliendo del punto más bajo del pozo recesivo.
Aunque las autoridades se han apresurado a utilizar dichas
señales como evidencia de que "lo peor ya está definitivamente
superado", nada parece autorizar una actitud eufórica respecto
de las perspectivas de una rápida recuperación de la economía
japonesa. De todas formas, estos datos cíclicos sumados a
las buenas noticias provenientes del frente estructural permiten
entender que algunos observadores estén estimando un leve
crecimiento positivo para el primer semestre del año. Todavía
nadie, sin embargo, parece apostar a que dicha recuperación
sea sostenida y, por lo tanto, el consenso de los pronósticos
de evolución se ubica para todo 1999 en -1,1%. Entre las noticias
que permiten una leve reducción del pesimismo respecto del
que ha sido característico en relación a Japón en los últimos
tiempos, cabe destacar las tres siguientes, una de naturaleza
cíclica y dos de orden estructural. En primer lugar, la difusión
de los resultados de la encuesta Tankan -la más importante
del país- llevada a cabo para escrutar el estado de las expectativas
empresariales indicó que, por primera vez luego de siete trimestres,
el deterioro de los animal spirits parece haber tocado fondo
y que la confianza en el futuro de la economía comienza muy
lentamente a recomponerse. De todas maneras, la interrupción
del pesimismo no debe ser confundida con el optimismo. Todavía
la encuesta indica que, de cada 100 empresarios que creen
que las cosas irán mejor en el futuro, 147 opinan que las
condiciones de los negocios experimentarán un nuevo deterioro.En
segundo lugar, la reforma orientada a lograr el saneamiento
del sistema financiero ha hecho grandes progresos. El ambicioso
paquete de 500.000 millones de dólares destinados a recapitalizar
los bancos lanzado en la primavera pasada no sólo ha logrado
contener la crisis bancaria. Ha impulsado también una marcada
recuperación de las cotizaciones de las acciones del sector
-que han ganado más de un 55% en los últimos seis meses. Las
acciones del sistema financiero japonés habían estado entre
las activos más castigados como consecuencia de la sucesión
de shocks adversos sufridos por el sector (finalización de
la burbuja de los ochenta con fuertes implicancias para la
hoja de balance de los bancos que habían alimentado la expansión
de la demanda de toda clase de activos y, más recientemente,
la caída en desgracia de sus deudores del sudeste de Asia).
Aún así, el sistema financiero está lejos de haber saneado
su hoja de balance y para que los bancos estén en condiciones
de prestar nuevamente a largo plazo todavía es necesario "depurar"
el activo de la montaña de malos préstamos acumulada, a la
que se han venido a sumar los nuevos defaults que la actual
recesión ha generado. Algunas estimaciones indican que todavía
serían necesarios entre 125 y 170 mil millones de dólares
para completar dicha tarea. Al mismo tiempo se señala que
los bancos todavía no han encarado una reestructuración seria
de su negocio que los torne más rentables. En cualquier caso,
lo que parece evidente es que la situación más saludable de
los bancos ha suavizado el credit crunch de corto plazo. Sin
embargo, ello no es suficiente y todavía parece quedar un
largo camino por transitar para resolver las dificultades
del sistema financiero. En este sentido, el mayor peligro
es que las autoridades japonesas, acostumbradas a intervenir
sólo en momentos de pánico, canten vistoria antes de tiempo
y cedan en su impulso reformista. Finalmente, en tercer término,
ha habido indicios crecientes de una ola de reestructuración
en las compañías japonesas -risutora. El caso paradigmático
de esta tendencia es la participación minoritaria de la firma
Renault en la automotriz Nissan. Varios analistas coinciden
en que las firmas japonesas están sobredimensionadas y han
invertido en los últimos años en proyectos de dudosa rentabilidad.
Hasta ahora las decisiones adoptadas parecen involucrar un
recorte de costos pero no reformas de naturaleza radical.
De todas formas, aunque puedan ser estrictamente necesarias
en el largo plazo para incrementar la tasa de crecimiento
potencial, en el corto dichas decisiones pueden mantener deprimida
a una economía que ya se caracteriza por una brecha de output
de entre el 6 y el 10% (la diferencia entre el producto potencial
y el efectivo).De hecho, parece muy difícil que el gasto en
capital se incremente mientras las firmas están involucradas
en el mencionado proceso de reestructuración. Eso es lo que
surge de la encuesta antes mencionada en la que las compañías
japonesas declaran planear una reducción de su demanda de
bienes de capital en un 13%, al tiempo que pretenden seguir
recortando sus plantillas de personal. Esta tendencia ya se
ha traducido en un salto dramático de la tasa de desempleo
oficial que ha alcanzado en febrero un registro de 4,6%, un
máximo histórico desde que comenzaron dichas mediciones hace
45 años. La evolución del desempleo ha tenido naturalmente
efectos devastadores sobre las decisiones de consumo. En el
año transcurrido hasta febrero el gasto de las familias cayó
un 3,7% al tiempo que la actitud precautoria de los consumidores
determinó que la propensión a gastar del ingreso disponible
se haya reducido a su nivel más bajo desde que las mediciones
comenzaron en la década del setenta.Hasta ahora las autoridades
han ensayado sin demasiado éxito varios intentos de inducir
una recuperación del nivel de actividad mediante la política
fiscal financiada con emisión de títulos. El problema es que
el déficit del sector público es ya tan elevado que las enormes
sumas de bonos emitidos sólo pueden generar un exceso de oferta
en dicho mercado y, por tanto, un incremento en las tasas
de interés a largo plazo, reforzando la carga financiera sobre
un sector corporativo altamente endeudado. En tales condiciones
las vías de salida del actual atolladero parecen haberse reducido
a dos alternativas contrapuestas. Por un lado, algunos burócratas
oficiales entusiasmados con la reforma estructural han comenzado
a argumentar que, antes de salir de la recesión, la economía
japonesa tendrá que atravesar un necesario período de saneamiento.
En este sentido recomiendan que el gobierno deje de intervenir
para sostener los mercados de activos y que induzca una aceleración
en el proceso de reconversión productiva de las firmas japonesas.
En este razonamiento la economía tendría que atravesar una
largo período de "purga" antes de tocar fondo y "rebotar"
y la tasa de desempleo todavía podría subir varios puntos.Por
otro lado, quienes se oponen a esta suerte de "destrucción
creadora" argumentan que una prolongación de la recesión en
la segunda economía del globo podría tener efectos altamente
perjudiciales para la frágil economía internacional. En este
sentido, para evitar que la economía nipona ingrese de manera
decidida en una espiral depresiva y deflacionaria, varios
analistas liderados por el audaz Paul Krugman argumentan que
las autoridades monetarias deben comportarse en "forma irresponsable",
induciendo una agresiva monetización de la economía. El objetivo
deliberado de esta conducta monetaria "no convencional" sería
generar, en un contexto de tasas de interés nominales cercanas
a cero, expectativas de inflación capaces de inducir una tasa
real negativa y estimular así el gasto privado. Desde mediados
de marzo, hay alguna evidencia que podría indicar que las
autoridades gradualmente están involucrándose en un cambio
radical de sus puntos de vista y la tasa del overnight a la
que unos bancos se prestan a otros ha caído literalmente a
cero (0,03% anual). Aunque sus sostenedores tienden a subestimarlo
el peligro más grande de que las autoridades monetarias se
involucren en forma masiva en una política monetaria expansionista
es que el yen podría depreciarse en forma importante respecto
de otras divisas claves y perjudicar la competitividad de
los países asiáticos en crisis. De tal forma, desde el punto
de vista de la economía mundial, surgiría el siguiente trade-off:
la continuidad de la recesión en Japón con un yen en sus actuales
valores vis a vis una recuperación del nivel de actividad
con un yen depreciado. Frente a ello puede objetarse que el
dilema no es tal pues de profundizarse la depresión en Japón
bien podría esperarse que el yen se depreciara. Por otra parte,
y ello resulta crucial para las economías del Sudeste asiático,
es muy probable que, en términos netos, los efectos positivos
de un Japon recuperado sean superiores a los efectos negativos
provenientes de un debilitamiento del yen. De no ser así,
ello podría afectar seriamente, mediante una renovada ola
de inestabilidad cambiaria y elevadas tasas de interés, la
incipiente recuperación que se observa en algunas de las economías
asiáticas más afectadas por la crisis.
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6- ¿ Asia se recupera?
Tal como recién se dijo, la evidencia de los últimos
meses permite observar que algunas de las cinco economías
más afectadas por la crisis iniciada a mediados de 1997 experimentan
signos de apreciable recuperación. Este son los casos, principalmente,
de Corea del Sur y Tailandia y, en menor medida, de Malasia
en los que se espera, incluso, un leve crecimiento positivo
para este año. Ya en la segunda mitad de 1998 se observó un
retorno de la estabilidad a los mercados financieros y cambiarios,
permitiendo un relajamiento creciente de las duras políticas
monetarias y fiscales que dichos países tuvieron que encarar
para hacer frente a la crisis. En efecto, en casi todos los
casos, luego de experimentar un notable overshooting el tipo
de cambio evidenció una marcada caída y ello permitió un descenso
de las tasas de interés a niveles incluso inferiores a los
de pre-crisis. En Corea del Sur, por caso, la tasa de interés
de corto plazo ha caído a un 8% anual al tiempo que la moneda
doméstica, luego de haberse depreciado alrededor de un 50%,
recuperó tres cuartas partes de su valor respecto del dólar
norteamericano. Por su parte, las reservas internacionales,
que prácticamente se habían agotado cuando a fines de 1997
los bancos coreanos se vieron obligados a hacer frente a una
montaña de deudas de corto plazo, se recompusieron fuertemente
como resultado de un drástico ajuste de la cuenta corriente
hasta alcanzar en la actualidad a alrededor de 50.000 millones
de dólares.Tales positivos desarrollos en los mercados financieros
han sido utilizados por el FMI como evidencia en favor de
la dura estrategia de política de corto plazo recomendada
a dichos países y consistente en inducir una severa restricción
monetaria -y, en menor medida, fiscal- a efectos de revertir
el overshooting cambiario y contener el inicio de una espiral
inflacionaria. Aunque las consecuencias reales en términos
del nivel de actividad de la conjunción de la crisis financiera
y las duras medidas de política adoptadas fueron muy severas,
el retorno de la calma a los mercados financieros indujo en
el último tiempo el surgimiento de algunos síntomas incipientes
de recuperación.En el caso de Tailandia, cuya economía se
contrajo el año pasado alrededor de un 8%, algunos analistas
pronostican para 1999 un crecimiento modesto del 1%, liderado
por una fuerte expansión del consumo privado y una marcada
suavización de la restricción del sector público, cuyo déficit
fue autorizado por el FMI a alcanzar un 6% del PBI durante
el presente año. En cierta forma, esta actitud más permisiva
del organismo multilateral refleja tanto el mayor margen de
maniobra otorgado por la dinámica de los mercados financieros
como la preocupación por exhibir indicadores positivos que,
frente a las críticas recibidas, validen la estrategia de
política adoptada en el último año y medio.El caso de Corea
es bastante similar aunque los indicadores aparecen un poco
más robustos en la medida en que las condiciones del mercado
financiero han permitido una notable relajación de la política
monetaria. Luego de la abrupta contracción del largo ciclo
de crecimiento ocurrida el año pasado cuando el PBI cayó un
5,5%, para 1999 se espera que el nivel de actividad crezca
alrededor de 2,5%. También aquí la recuperación viene liderada
por los consumidores que han decidido gastar parte de los
ahorros constituidos durante la crisis. Durante febrero las
ventas minoristas y mayoristas crecieron un 7,6% respecto
del mismo mes del año pasado al tiempo que la producción industrial
lo hizo en un 4%.Sin embargo, en ambos casos persisten dudas
similares respecto de la sostenibilidad de la recuperación.
Por un lado, la renovada fortaleza del gasto de los consumidores
puede ser un fenómeno transitorio en la medida en que el desempleo
siga creciendo de la mano de la reestructuración pendiente
en las corporaciones y firmas del sector privado. Por otro
lado, el caso japonés pone de manifiesto que existen límites
precisos a un endeudamiento excesivo del gobierno orientado
a financiar mediante la emisión de bonos la expansión fiscal.
En este sentido, buena parte de los analistas estima que para
asegurar la sustentabilidad del renovado crecimiento las autoridades
tendrán que hacer frente al problema generado por la enorme
deuda acumulada por el sector privado (debt overhang) y la
reticencia de los bancos, con una montaña de mala deuda en
su hoja de balance, a volver a prestar. En tales condiciones,
es improbable que un boom jalonado por el consumo pueda ser
de naturaleza duradera y, si dicho gasto se desacelera nuevamente,
no está claro cuáles podrían ser las fuentes de crecimiento
que lo reemplacen. En un contexto de débil crecimiento mundial
y regional y de marcado exceso de capacidad en el sector industrial
no es evidente que las exportaciones o el gasto de inversión
puedan cumplir dicho rol.Las autoridades han tomado una serie
de iniciativas para hacer frente al problema de la deuda y
encarar la reforma del sistema financiero y la reestructuración
de las firmas del sector industrial. Sin embargo, en algunos
casos el progreso ha sido relativamente lento y las reformas
estructurales sólo se encuentran en una etapa inicial. De
hecho, en Tailandia las demoras en aprobar una nueva ley de
quiebras han impedido hasta ahora que los bancos tomen medidas
decisivas para "limpiar" su balance de los malos préstamos
y han generado pocos incentivos para que los deudores decidan
repagar sus préstamos. Algunas estimaciones colocan a la cartera
irregular de los bancos encima del 46% del PBI. El problema
no es menor en Corea del sur donde los malos préstamos todavía
dan cuenta de un nivel bien por encima del 30% del producto.
Por otra parte, los programas de reforma de los bancos sólo
se encuentran en sus fases iniciales y, aunque ha habido algunos
recortes importantes de costos, la reestructuración de los
chaebols (conglomerados empresariales) coreanos todavía está
esencialmente pendiente. En este sentido, el actual contexto
de bajas tasas de interés y de estabilidad financiera facilita
la implementación de programas de largo alcance de reestructuración
de la deuda privada en comparación con las condiciones vigentes
unos meses atrás. Aún así, el panorama luce todavía altamente
complejo: mientras que la postergación de las reformas pendientes
puede provocar que la actual recuperación sea una corta primavera,
la prosecución de las mismas -aunque mejore las perspectivas
de crecimiento potencial de dichas economías- no necesariamente
se va a traducir en un rápido rebote en la dinámica macroeconómica
de corto plazo. De esta forma, no es impensable que, en el
mejor de los casos, transcurran algunos años hasta que, luego
de la profunda crisis experimentada, dichas economías puedan
volver a operar normalmente. Obviamente, la difícil experiencia
de la década pasada en las economías latinoamericanas y el
largo estancamiento de la economía japonesa indica qué es
lo que puede ocurrir en un escenario menos benigno.Desde una
perspectiva de más corto plazo surgen también algunos interrogantes
vinculados a la dinámica futura de las exportaciones. Como
es sabido, el fuerte ajuste de cuenta corriente alcanzado
por las economías del sudeste asiático durante 1998 tuvo un
sesgo claramente contractivo. Esto es, la súbita y espectacular
reversión del desbalance comercial de dichas economías se
produjo como consecuencia del desplome de las importaciones
inducido por el severo escenario recesivo en que ingresaron
dichas economías a partir del colapso financiero y cambiario.
A pesar de la fuerte mejora experimentada por el tipo de cambio
real, las exportaciones tuvieron una performance sumamente
desalentadora, en buena medida como resultado de la virtual
desaparición del crédito y de la desesperante situación financiera
de las firmas.En este sentido, la pregunta relevante son dos.
Del lado de la oferta, si en la medida en que las economía
de la región se recuperan y la situación financiera se recompone,
las firmas estarán ahora sí en condiciones de aprovechar la
fuerte mejora evidenciada por el precio relativo de los bienes
transables. Del lado de la demanda, si los países de la región
contarán con mercados suficiente dinámicos para colocar su
mayor oferta exportable. En este sentido, habida cuenta de
los síntomas de recuperación de la región, es dable esperar
que se produzca una recomposición gradual de los flujos comerciales
intrarregionales que, en años pasados, explicaron una porción
muy relevante del comercio externo de estas economías. La
recuperación de los flujos intra-zona resulta crucial en la
medida en que no está claro hasta que punto la economía estadounidense,
cuyo déficit de cuenta corriente ha crecido de manera importante
el año pasado, estará en condiciones de seguir absorbiendo
los excedentes de las economías en crisis. Por otra parte,
como se planteó anteriormente al analizar la coyuntura de
la economía japonesa, debe tenerse en cuenta que el crecimiento
del comercio intrarregional puede encontrar un límite en la
postergada recuperación de la economía nipona. Sin embargo,
no debe olvidarse tampoco que una política muy agresiva de
parte de las autoridades japonesas podría producir una tendencia
a la depreciación del yen lo que si bien en el corto plazo
es bueno para la demanda agregada en ese país podría producir
eventos que conduzcan a una renovada inestabilidad financiera
y cambiaria en la región. Estos eventos no están sólo asociados
a una eventual desvalorización de la moneda japonesa. No menos
se ha hablado en el último tiempo respecto de la posibilidad
de que las autoridades chinas decidan devaluar el yuan-renminbi
si las exportaciones, que han experimentado tasas negativas
de evolución anual desde agosto del año pasado con la excepción
de diciembre, continúan cayendo. A pesar de ello, no todos
los analistas concuerdan con que este sea un evento que se
vaya a producir con una elevada probabilidad. Entre las más
importantes de las razones adelantadas en dicho sentido se
destaca que: a. en las actuales circunstancias no hay tendencias
a un empeoramiento acelerado del resultado de la cuenta corriente
y, a pesar de la falta de transparencia de las estadísticas
oficiales del balance de pagos, todavía se está produciendo
una importante acumulación de reservas; b. el superávit comercial
de todo 1998 todavía fue positivo en 43.600 millones de dólares
y que las autoridades cuentan con un importante stock de reservas
como resultado de los superávits pasados del balance de pagos;
c. y, fundamentalmente, que la moneda china no es transable
libremente y que la existencia de importantes controles en
la cuenta capital impediría la posibilidad de que se produzca
un ataque especulativo contra la moneda. Obviamente, es cierto
que desde inicios de la década la elevada tasa de crecimiento
de la economía china se ha desacelerado en forma marcada y
que, en el último período, la evolución del nivel de actividad
ha descansado fuertemente en el estímulo provisto por las
políticas de gasto público. En tales condiciones, no sería
impensable que las autoridades quieran reemplazar la debilidad
exhibida por la demanda privada incentivando el crecimiento
de las ventas al exterior. Aún así, debe tenerse en cuenta
que, comparada con la pobre performance de los países en desarrollo
afectados por la crisis, la economía china continúa disfrutando
de tasas muy elevadas de crecimiento y prácticamente ningún
observador espera que en el próximo año la misma caiga por
debajo de un 6/7%.
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7- Un panorama poco alentador para el conjunto de los países
en desarrollo.
No obstante, a pesar de los síntomas de recuperación
existentes en algunas de las economías del sudeste de Asia
afectadas por la crisis y de la continuidad del crecimiento
en algunas grandes economías en desarrollo como China y la
India, el contexto externo que enfrenta buena parte de los
países en desarrollo ha evidenciado nuevos signos de deterioro
desde el estallido de la crisis rusa. Como se comentó al inicio,
los impactos inducidos por la crisis brasileña han estado
relativamente contenidos -y confinados esencialmente a Latinoamérica.
Al mismo tiempo, estuvieron lejos de iniciar una nueva ronda
de pánico global. Sin embargo, la reanudación de los flujos
de capitales hacia las economías en desarrollo -un hecho característico
de los noventa- promete ser muy lenta y bastante selectiva.
Esto es, se anticipa que los inversores internacionales exhibirán
una conducta de mayor cautela, exigiendo un mayor rendimiento
y priorizando a aquellas economías que gocen de una mejor
calificación de riesgo y buenos fundamentals. Al mismo tiempo,
la declinación del precio de las commodities industriales
y agropecuarias que componen el grueso de las exportaciones
de estos países ha sido bastante más pronunciada de lo que
inicialmente se anticipaba. Aunque el precio del petróleo
ha recuperado en el último tiempo algo de la fuerte caída
de más de 30% que experimentó durante el año pasado, el precio
promedio de las commodities no energéticas -que ya cayó un
15% en 1998- se espera que experimente una caída adicional
de más del 6% durante el presente año. Por último, la evolución
del volumen del comercio mundial, que durante la mayor parte
de la década creció a tasas muy elevadas, ha sido claramente
desalentadora y en el último trimestre del año pasado permaneció
virtualmente estancado respecto de un año atrás. Para este
año el Banco Mundial ha recortado su pronóstico de crecimiento
del volumen de comercio desde el 5,7% que esperaba unos meses
atrás hasta el 4,2% actual. Esta tasa de evolución es menor
aún que el decepcionante registro verificado el año pasado
del 4,8%.Todo ello condujo recientemente al Banco Mundial
a revisar sus pronósticos de crecimiento para el conjunto
de los países en desarrollo en 1,2 puntos porcentuales respecto
de los que había formulado a fines de 1998. De esta forma,
en la actualidad se espera que los países de ingreso mediano
y bajo sólo crezcan durante 1999 un exiguo 1,5%, por debajo
aún de los magros registros del año pasado. Más preocupante,
sin embargo, es que dicha tasa de crecimiento significa que
el ingreso per cápita de dichos países se contraerá - luego
de permanecer prácticamente estancado durante 1998- en un
0,1%. La contrapartida de esta notable desaceleración del
crecimiento del mundo en desarrollo será una marcada reducción
del déficit en cuenta corriente agregado de tales países,
continuando una tendencia ya observada durante la crisis financiera
internacional de los últimos veinte meses. En efecto, una
característica prominente de la evolución económica internacional
durante el último período ha sido que los países asiáticos
afectados por las turbulencias financieras se han visto obligados
a un inducir un vuelco espectacular en sus cuentas corrientes
y han estado generando importantes superávits. Como se analiza
en otros artículos de la presente publicación la contracara
de dichos superávits ha sido un acelerado incremento del déficit
de cuenta corriente en alguna de las economías avanzadas,
en particular EEUU, cuyo desequilibrio externo creció de 155
mil millones de dólares en 1997 a 235 mil millones el año
pasado. Para el año en curso, la conjunción de los factores
antes mencionados tornará muy difícil para las economías en
desarrollo financiar sus desequilibrios en cuenta corriente
por lo que se espera una sensible desaceleración de sus compras
externas de la mano de la menor disponibilidad de financiamiento
y de la contracción del nivel de actividad en varias de ellas.
En conjunto, el déficit de cuenta corriente agregado para
los países en desarrollo caerá hasta un 0,4% del PBI, un tercio
del experimentado en promedio durante la década. Esta brusca
desaceleración de los flujos de ahorro externo dirigidos al
mundo en desarrollo ha mantenido en el tapete uno de los debates
que ha reactualizado la reciente crisis financiera: la eficiencia
del mercado internacional y los riesgos y beneficios asociados
a la liberalización financiera. Como ha sido ampliamente destacado,
uno de los hechos estilizados más destacados es la elevada
volatilidad observada en flujo de capitales hacia el mundo
en desarrollo y los perjuicios que la misma puede ocasionar
en términos de inducir una exacerbación del ciclo económico:
bruscas aceleraciones seguidas de contracciones igualmente
abruptas. Ello puede ser observado en el siguiente cuadro
que reproduce las estimaciones del Banco Mundial respecto
de los flujos de largo plazo dirigidos a los países en desarrollo
en el período 1990-98. Un primer hecho que merece ser destacado
es el acelerado incremento que el total de dichos flujos evidenciaron
en el período 1990/96 cuando crecieron a un ritmo del 20%
anual promedio, la notable desaceleración evidenciada en 1997
a partir de la crisis asiática y la súbita contracción acaecida
en 1998 como resultado del pánico generado a partir del default
ruso. Un segundo punto a tener en cuenta es que los diferentes
rubros han experimentado un comportamiento muy desparejo.
Por una parte existe una tendencia de carácter más permanente
a una declinación de la importancia de los flujos de origen
oficial respecto de los de naturaleza privada. Mientras en
1990 los flujos oficiales explicaban alrededor de un 56% de
los ingresos netos de capitales en los años 1996/97 dicha
participación se había reducido a un exiguo 10/11%, reflejando
el renovado acceso de los países en desarrollo a los mercados
de fondos voluntarios. Sin embargo, en el contexto de renovada
incertidumbre de los últimos años, los flujos oficiales de
naturaleza compensatoria volvieron a crecer como consecuencia
de los paquetes de apoyo financiero destinados a auxiliar
a los países directamente afectados por la crisis.En lo que
respecta a los flujos privados se observa un comportamiento
altamente disímil. De una parte, los flujos de IED muestran
una tendencia más permanente de crecimiento que sólo se ha
visto interrumpida con la caída relativamente menor observada
en 1998. De otra parte, los flujos privados de más corto plazo
asociados a la demanda de bonos, acciones y préstamos bancarios
han evidenciado una notable volatilidad. Mientras crecieron
a un ritmo del 40% anual promedio entre 1990 y 1996, en los
dos últimos años se redujeron hasta alcanzar su nivel más
bajo desde 1992. Durante el presente año es muy probable que
los flujos de capitales experimenten una débil recuperación
respecto de los magros niveles observados en 1998 aunque seguirán
ubicándose bien por debajo de los niveles de pre-crisis. Como
se afirmó antes, el súbito incremento en la percepción del
riesgo y la consecuente reticencia de los inversores internacionales
determinará, sin embargo, que dichos influjos sean altamente
selectivos y se dirijan a aquellas economías que exhiban una
performance más sólida en términos de fundamentals. A nivel
regional, luego de la debacle del régimen cambiario en Brasil,
cabe esperar que América Latina se encuentre entre las zonas
más afectadas por la creciente precaución de los inversores
internacionales.
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8- América Latina enfrenta uno de sus peores momentos en la
década
Aunque como se analizara anteriormente, los impactos
financieros inducidos por la decisión brasileña de dejar flotar
el real han sido muchos más moderados de lo que se temía ex-ante,
la crisis de la mayor economía de la región se ha venido a
sumar a una sucesión de shocks fuertemente negativos que las
economías latinoamericanas experimentaron desde el inicio
de las turbulencias en Asia. De esta forma, en un contexto
de fuertes caídas en los precios de las commodities, aguda
estrechez en las condiciones de acceso al financiamiento y
con Brasil inmerso en una severa recesión, 1999 va a ser el
peor año en materia de desempeño económico para la región
desde el inicio de la década que, por primera vez desde 1990,
evidenciará una tasa de evolución negativa. Luego de crecer
a una tasa promedio anual del 3,3% hasta 1998, el PBI del
conjunto de Latinoamérica se contraerá este año, según diferentes
estimaciones, entre un 0,5% y un 1,2%.En este sentido, vale
la pena tener en cuenta que la crisis actual difiere de la
del tequila en varios aspectos. En primer lugar, a diferencia
de la actual, la crisis ocasionada por la devaluación mexicana
estuvo circunscripta a unas pocas economías de la región -esencialmente
México y la Argentina que sufrieron una contracción muy aguda
de su nivel de actividad durante 1995. De hecho, a pesar de
la intensidad del impacto contractivo sobre las economías
afectadas, el PBI regional creció durante dicho año. Un factor
importante en dicho sentido fue que la economía brasileña,
que sólo sufrió marginalmente los coletazos financieros de
la tormenta azteca, se encontraba en las primeras etapas,
naturalmente expansivas, de su programa de estabilización.
En segundo lugar, aquella crisis aunque fue muy intensa fue
de duración relativamente acotada y las economías más afectadas
por el shock financiero registraron una espectacular recuperación
una vez superadas las dificultades. En tercer lugar, y en
claro contraste con la actual situación, aquella crisis se
verificó en un contexto comercialmente muy expansivo. Los
precios de las commodities se encontraban en niveles muy elevados
y el volumen del comercio mundial se expandía a tasas cercanas
al 10% anual. Muy pocos países serán capaces de escapar a
este negativo panorama regional: Perú, cuya tasa de crecimiento
se anticipa que se incremente del 0,9% observado en 1998 a
un 2,7% durante el presente año, Bolivia que ha exhibido tasas
de crecimiento superiores al 4% anual y se ha mantenido relativamente
al margen de las turbulencias financieras de los últimos años
y, en cierta medida México donde, aunque se espera una desaceleración
del crecimiento, ha contado con el privilegio de una estrecha
integración comercial a la dinámica economía estadounidense.
Para el resto de las economías de la región el panorama luce
bastante menos alentador. Por un lado, aquellas cuyos ingresos
externos se encuentran atados a la suerte de unos pocos productos
verán sus tasas de crecimiento sensiblemente afectadas por
la negativa evolución del precio internacional de las commodities.
Este es el caso, por ejemplo, de Venezuela donde las exportaciones
de petróleo dan cuenta de más del 70% de sus ingresos externos
y del 40% de los fiscales. Ya en 1998 el producto se contrajo
casi un 1% y para este año se espera una fuerte caída adicional
del 2,2%. Muy similar es la situación de Ecuador debido a
la pobre performance de los precios del crudo y de otras exportaciones
primarias. Ello ha determinado que la economía se mantuviera
prácticamente estancada durante 1998. Las perspectivas para
este año han empeorado sensiblemente como consecuencia de
la severa crisis financiera y cambiaria desatada a mediados
de febrero. La misma economía chilena, considerada hasta no
hace poco como una de las rising stars de la región, se ha
visto seriamente afectada por la notable caída de los precios
del cobre y ello se ha traducido en una marcada desaceleración
de sus anteriores tasas de crecimiento de "milagro". Sin embargo,
la mayor estabilidad macroeconómica relativa de dicha economía,
ha permitido que las autoridades hayan estado en condiciones
de suavizar en parte, mediante la "sintonía fina" de las políticas
macroeconómicas de corto plazo, los fuertes impactos negativos
de un shock externo que, en el pasado, hubiera inducido niveles
más agudos de desequilibrio macroeconómico. Aún así, para
este año se anticipa que el PBI no crecerá más que un magro
1,6%.Otros países, en particular los del Mercosur, serán afectados
en forma más intensa por los impactos directos inducidos por
la crisis brasileña. No obstante, y a contrario sensu de lo
que a priori podía anticiparse cuando se especulaba sobre
la posibilidad de una devaluación del real los derrames financieros
sobre la economía argentina han estado relativamente acotados.
En particular, a pesar de los estrechos vínculos existentes
entre la economía argentina y la brasileña, del lado financiero
los impactos locales inducidos por la devaluación del Brasil
han sido escasos y, a excepción de la suba de las tasas de
interés domésticas y la persistencia de un escenario ciertamente
endurecido en el acceso al financiamiento, los indicadores
monetarios y financieros de la economía argentina han exhibido
hasta el momento una evolución más que satisfactoria. No obstante
ello, si del lado financiero el escenario para la economía
argentina se presenta hasta ahora claramente más favorable,
los impactos esperados del lado real amenazan ser muy pronunciados.
La Argentina dirige casi un 30% de sus exportaciones al socio
mayor del Mercosur y se verá afectada en forma importante
por la acción conjunta de los efectos de precio y cantidad
inducidos por el fuerte deterioro de la paridad real entre
el peso y la moneda brasileña y la severa caída que experimentará
el nivel de actividad del socio comercial. Este shock real,
sumado a la fuerte desaceleración que ya venía experimentando
el nivel de actividad con posterioridad al default ruso, ha
determinado que, por segunda vez desde el lanzamiento del
plan de Convertibilidad, la tasa de evolución del PBI sea
negativa. La mayor parte de los pronósticos sitúan dicha contracción
en un entorno de entre el 1,5 y el 2,5%. Con las dos mayores
economías del cono Sur de América en recesión, las perspectivas
de los socios menores del Mercosur lucen francamente desfavorables.Es
evidente que por su tamaño relativo la evolución de la economía
brasileña opera como un impulso negativo para el conjunto
de la región y que es difícil que la misma se recupere hasta
que Brasil retorne a una situación de mayor normalidad. Es
cierto que, desde la firma del nuevo acuerdo con el FMI a
inicios de marzo, la situación ha mejorado notablemente respecto
de la aguda incertidumbre que siguió a la decisión de las
autoridades de dejar flotar el real a mediados de enero. Las
expectativas de los agentes que operan en los mercados financieros
han evidenciado una favorable reversión y el gobierno ha recuperado
una cuota no menor de credibilidad por su decisión de implementar
las duras medidas monetarias y fiscales acordadas con el organismo
financiero multilateral. Ello se ha traducido en el último
mes en una positiva evolución del mercado bursátil y en la
desaparición, al menos transitoria, del exceso de demanda
en el mercado de cambios. En tales circunstancias, la economía
del vecino país parece haber comenzado a recorrer un sendero
que podría dar lugar al círculo virtuoso al que han apostado
"todas sus fichas" las autoridades de política y que va de
la reaparición del ingreso de capitales, a menores tasas de
interés y un menor desequilibrio de las cuentas públicas por
concepto de servicios financieros de la abultada deuda doméstica
de corto plazo. Algo de ello se observó en los últimos días
cuando la autoridad monetaria estuvo en condiciones de reducir
las tasas de corto plazo -que habían sido elevadas al 45%
anual a fines de febrero- hasta el 34% sin que reaparecieran
presiones en el mercado de divisas.Sin embargo, a pesar de
un apreciable exceso de optimismo de buena parte de los analistas,
la situación dista de haberse estabilizado y, en el mejor
de los casos, la economía del país vecino todavía tendrá que
atravesar un período muy duro en el que las dificultades no
estarán ausentes. Este año la economía experimentará una fuerte
recesión. Desde el punto de vista de los fundamentals tanto
en el plano externo como en el fiscal los desequilibrios continúan,
lógicamente, siendo muy pronunciados y existen numerosos interrogantes
respecto de que puedan ser reducidos al ritmo proyectado por
las autoridades. Aunque en febrero la balanza comercial experimentó
un superávit no está para nada claro que la devaluación, aparte
de contraer las importaciones a través de un fuerte efecto
ingreso, sea capaz de estimular una respuesta muy dinámica
de las exportaciones que permita cumplir con las ambiciosas
metas de resultado comercial. Por otro lado, a pesar de la
reciente baja de tasas de corto plazo, éstas continúan todavía
en niveles insostenibles y no está claro que las autoridades
puedan reducirlas al ritmo necesario para alejar a la deuda
del sendero explosivo en el que se encuentra. Lo que sí parece
claro es que, si cualquier perturbación alejara nuevamente
a la dinámica de corto plazo del estrecho corredor en el que
se encuentra, podrían observarse reverberaciones financieras
que, afortunadamente, hasta ahora han estado ausentes a nivel
global y, a lo sumo han estado confinadas exclusivamente al
plano regional.
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PANORAMA
DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 4,
septiembre 1999
La
evolución reciente de la economía internacional
Hace exactamente un año, la economía mundial atravesaba una
de las peores coyunturas que se recuerde desde la Gran Depresión
de la década del treinta. La devaluación del rublo y el default
sobre parte de los compromisos externos del país decidido
a mediados de agosto del año pasado por las autoridades rusas
desató el pánico en los mercados financieros globales y sancionó
la definitiva internacionalización de la crisis, que hasta
ese entonces se había pensado confinada a la región asiática.
En unas pocas semanas las turbulencias se extendieron a todos
los mercados del globo, no sólo a los de las economías emergentes
sino a los mercados de activos financieros de las propias
economías avanzadas. La diseminación de las dificultades puso
al borde de la quiebra al hedge fund Long Term Capital Management
dejando en claro que el contagio había alcanzado al centro
nervioso mismo del sistema financiero internacional. En tales
circunstancias, el temor sobre el ingreso de la economía internacional
a un escenario de recesión abierta se hizo presente y la necesidad
de una intervención decidida de parte de las autoridades de
política de los países avanzados adoptó el carácter de un
clamor generalizado. Desde aquel fatídico momento el panorama
de la economía internacional, aunque todavía difícil, ha mejorado
en forma notable, poniendo de manifiesto la efectividad y
oportunidad de aquellas intervenciones de política. Aunque
la reducción internacional de las tasas de interés liderada
por las autoridades monetarias de EEUU no pudo impedir que
se produjeran nuevas turbulencias -como la que, a pesar del
fuerte apoyo financiero externo recibido, condujo al quiebre
de la política cambiaria brasileña en enero de este año- esos
episodios estuvieron mucho más acotados y la virulencia de
la crisis fue cediendo gradualmente en intensidad. Desde comienzos
de este año, entonces, la calma comenzó a retornar gradualmente
a los mercados financieros internacionales. De esta forma,
si a inicios de este año se anticipaba que la tasa de crecimiento
de la economía mundial durante 1999 sería aún menor (con un
fuerte sesgo a la baja en el pronóstico) que el magro registro
de 2,5% verificado durante 1998, ese escenario se ha ido modificando
de manera notable durante el transcurso de los últimos meses.
En la actualidad, la mayor parte de las previsiones anticipan
que el crecimiento del producto mundial se ubicará alrededor
del 2,9% durante el año en curso y se acelerará a un 3,3%
para el 2000, ubicándose cerca del promedio registrado durante
la década del noventa. Aunque persisten riesgos importantes
y la incertidumbre no se ha disipado por completo de los volátiles
mercados internacionales, puede afirmarse que se asiste a
las primeras instancias de recuperación de la economía internacional
luego de las fuertes turbulencias que la azotaron durante
los dos últimos años. En tal sentido, y si nuevos desarrollos
adversos no se interponen en el camino, los analistas más
optimistas prevén que en los primeros años del próximo milenio
la economía mundial exhibirá tasas de evolución no muy lejanas
a las del período previo a la crisis. Es cierto que varias
economías están sintiendo todavía con fuerza las consecuencias
provocadas por la conjunción de los desequilibrios financieros
y cambiarios, el incremento de las tasas de riesgo país, la
desfavorable evolución de los términos de intercambio y la
fuerte desaceleración del comercio internacional. Este es
el caso particularmente en América Latina donde, a pesar de
que la flotación de la moneda brasileña estuvo lejos de inducir
la crisis financiera que ex-ante se temía, los impactos de
la misma sobre el nivel de actividad y el comercio de los
países de la región se han dejado sentir con bastante fuerza.
Sin embargo, la recuperación de las economías asiáticas más
afectadas por la crisis ha sido bastante más rápida de lo
inicialmente anticipado, tomando por sorpresa a no pocos observadores.
En el corto plazo, algunos de dichos países están experimentando,
luego de efectuar profundos ajustes en sus cuentas corrientes,
una importante y rápida reactivación -particularmente notable
es el caso de Corea del Sur, cuya economía creció durante
el segundo trimestre a la "espectacular" tasa del 9,8%-. Aunque
persisten interrogantes sobre la sustentabilidad de mediano
y largo plazo de las actuales tendencias, la rápida recuperación
cíclica ha puesto de manifiesto la flexibilidad y capacidad
de respuesta de dichas economías frente a las pronunciadas
perturbaciones enfrentadas, ciertamente auxiliadas por el
enfoque más permisivo -fundamentalmente en materia fiscal-
de los organismos multilaterales de crédito.Por su parte,
la economía europea, que desde mediados del último año había
comenzado a exhibir un desempeño bastante desalentador, está
retomando lentamente el crecimiento a tasas razonables de
la mano del efecto combinado de la depreciación del euro acaecida
en el primer semestre del año, la reducción de tasas de interés
efectuada por el nuevo Banco Central Europeo a inicios de
abril, una leve reducción del desempleo y la recuperación
de la demanda en Asia. Si a inicios de este año se anticipaba
para 1999 un magro crecimiento del 1,8% (frente al 2,8% registrado
durante 1998), la aparición de renovados signos de confianza
en la comunidad de negocios en Francia y en Alemania e Italia
-dos de las economías más afectadas por el colapso de las
economías emergentes- ha posibilitado una mejora moderada
de las previsiones de crecimiento para todo 1999. Aunque tampoco
cabe esperar un dramática reactivación, los pronósticos de
incremento de la actividad en la eurozona se ubican ahora
en un 2/2,2% para el año en curso y entre un 2,4/2,8% para
el año 2000. En lo que respecta a la problemática situación
del Japón parece haber indicios de que, finalmente, la economía
nipona está superando el punto más bajo de la profunda recesión
de 1998. Las cifras del primer trimestre, que mostraron un
llamativo crecimiento anualizado del 7,9% respecto del mismo
período del año anterior, parecen reflejar los efectos del
importante estímulo fiscal brindado por las autoridades, en
particular durante el último bienio. Y aunque varios observadores
anticipaban que dicho estímulo podría evidenciar signos de
agotamiento en el transcurso del año, el resultado para el
segundo trimestre ha vuelto a ser favorable (0,8% respecto
de igual período del año anterior), situación que parece indicar
que la salida del ciclo recesivo -si bien lenta- es ya una
incipiente realidad.Cabe notar no obstante, que más allá de
estos favorables números, la evidencia hacia el futuro sigue
siendo mixta: por caso, datos recientes muestran que la producción
industrial se contrajo en julio un 0,6% respecto del mes anterior
y que las órdenes de compra recibidas por la industria de
la construcción se han contraído. Aún así, de ser cierta la
salida de la recesión, ello está lejos de significar que se
vaya a producir un fuerte rebote de la actividad que permita
absorber los inéditos niveles de desempleo que, para los estándares
nipones, exhibe el mercado de trabajo. Entre los obstáculos
más importantes para una sólida recuperación parecen contarse
las tareas pendientes en materia de una profunda reforma estructural
de la economía, fundamentalmente en materia de resolución
de las notorias fragilidades que aún exhibe el sistema financiero
a pesar de algunos progresos verificados en los últimos tiempos
y la incipiente pero todavía insuficiente reestructuración
y consolidación del sector empresario. En este contexto de
franca mejoría del escenario de la economía mundial, los precios
de las commodities y los insumos básicos parecen haber encontrado
un piso y algunos de ellos comienzan a evidenciar, como es
el caso del petróleo, una importante recuperación. Al mismo
tiempo, la mejoría observada en materia de crecimiento comenzó
a traducirse en una incipiente reversión de la tendencia negativa
que los flujos reales y financieros internacionales exhibieron
desde el inicio de la crisis. El comercio mundial, que desde
el tercer trimestre de 1997 había exhibido una brusca desaceleración
de las elevadas tasas de crecimiento que lo caracterizaron
durante la mayor parte de la década, comenzó una incipiente
recuperación desde el primer trimestre de este año. Aunque
todavía las tasas de variación inter-anuales siguen siendo
negativas, ellas contrastan fuertemente con la aguda contracción
que el intercambio mundial de mercancías mostró en el tercer
trimestre de 1998, en medio de la crisis financiera. Por su
parte, aunque lentamente, los capitales que en el momento
más álgido de la crisis habían encontrado refugio en los activos
más seguros (flight to quality) han vuelto a buscar oportunidades
rentables de inversión y ello se ha reflejado en una mejora
de las cotizaciones bursátiles -que en algunos casos han sido
muy importantes- y las de toda otra gama de instrumentos financieros.
La sensible mejora en el escenario económico internacional
permite apreciar que, contra la creencia bastante generalizada
en el sentido de que en un mundo cada vez más interdependiente
y globalizado los márgenes de acción para la política pública
se encuentran severamente acotados, las intervenciones de
los gobiernos y los organismos multilaterales todavía cumplen
un rol fundamental a efectos de contribuir a la estabilización
de los mercados y la coordinación de las expectativas. No
obstante ello, en forma paralela al papel desempeñado por
la política económica, un factor clave a efectos de comprender
por qué la economía mundial estuvo en condiciones de eludir
el ingreso a un escenario de contracción global ha sido la
continuidad de la expansión en la mayor economía del planeta,
que ya contabiliza 101 meses de crecimiento ininterrumpido.
Durante el año pasado, la economía de EEUU mantuvo las elevadas
tasas que exhibió en los últimos tres años y creció casi al
4%, mientras que para el año en curso los pronósticos de consenso
sólo esperan una muy leve desaceleración. No resulta, entonces,
exagerado afirmar que el gasto "exhuberante" de consumidores
y firmas norteamericanos cumplió al menos tres funciones cruciales
para evitar una debacle internacional: facilitó el ajuste
de cuenta corriente de las economías más afectadas por la
crisis, fue capaz de sostener a la demanda agregada mundial
y, en consecuencia, evitó un deterioro más profundo de las
expectativas en los momentos de mayores dificultades.Paradójicamente,
sin embargo, donde residió la mayor fortaleza de la economía
internacional para evitar el colapso, parece habitar hoy una
de sus principales debilidades.
Ello es así pues el auxilio brindado por la economía estadounidense
no parece haber ocurrido sin costo: la continuidad del crecimiento
de dicha economía se verificó a expensas de agravar varios
de los desequilibrios y fragilidades más evidentes que exhibe
su actual ciclo expansivo y no parece prudente descartar por
completo que, de producirse alguna noticia negativa, se produzca
un final abrupto de la prolongada fase expansiva del ciclo.
En un entorno internacional que, a pesar de las mejorías recién
listadas, exhibe una cierta precariedad y con mercados todavía
sensibilizados por los acontecimientos recientes, las consecuencias
para la economía internacional de un aterrizaje forzoso de
la economía norteamericana podrían ser comprensiblemente muy
negativas. No obstante ello, frente a los signos de una continuada
fortaleza de la demanda doméstica, la creciente estrechez
del mercado de trabajo, los temores respecto del resurgimiento
de la inflación y la certeza de que el stress en los mercados
financieros había sido superado, en los últimos dos meses
la FED "desanduvo" 2/3 partes de la reducción de la tasa de
fondos federales que había decidido en el pasado otoño boreal.
De todos modos, hay alguna evidencia que permite afirmar que
la economía acusó en parte el impacto de la restricción monetaria:
de crecer a un ritmo del 4% anual, la tasa de crecimiento
pasó a un 2,3% en el primer trimestre para desacelerarse a
un 1,8% anualizado en los últimos tres meses. De ahí que varios
analistas consideren que, por fin, la mayor economía del globo
está comenzando a desacelerarse y a efectuar un aterrizaje
suave.
Sin embargo, hay otras piezas de evidencia que apuntan en
la dirección contraria, lo que ha llevado a otro grupo de
analistas a una conclusión diferente. Algunos indicadores
de la evolución de la demanda doméstica -gasto de los consumidores,
ventas minoristas, producción industrial, ordenes de exportación,
ventas internas de bienes de capital, etc.- permiten inferir
que la misma continuará creciendo en el corto plazo a una
tasa muy elevada (Merrill Lynch proyecta un 4% o 4,5% para
la segunda mitad del año en curso, con una leve desaceleración
para el 2000), al tiempo que la apreciación bursátil mantuvo
en los últimos meses su marcha ascendente aparentemente incontenible.
En este sentido, dicha evolución ha conducido a varios observadores
a preguntarse sobre la sostenibilidad de una expansión liderada
tanto por un gasto de consumo apoyado en un fuerte endeudamiento
y el incremento de los valores bursátiles como por una elevada
deuda corporativa. El déficit financiero del sector privado
alcanza el 5% del PBI y la tasa de ahorro de las familias
hace tiempo que ha ingresado en territorio negativo.
En tales circunstancias no resulta de mucho consuelo suponer
que, dado que las cuentas del sector público exhiben un apreciable
superávit, el exceso de gasto privado por sobre el ingreso
no es motivo de preocupación y que sus decisiones de endeudamiento
son enteramente racionales. Aunque las burbujas financieras
y los ciclos de euforia desmedida son difíciles de diagnosticas
ex-ante, a la luz de los desarrollos ocurridos en los últimos
tiempos en los mercados financieros internacionales no parece
insensato destacar que, en determinadas circunstancias, la
miopía puede afectar también a las decisiones inter-temporales
adoptadas por los agentes del sector privado. Quienes así
opinan, no descartan la posibilidad de que algún desarrollo
o noticia adversa pueda poner un límite abrupto a la expansión
y que ello se traduzca en un hard landing de la economía.
Aunque existe un importante debate respecto de si la economía
de EEUU ha ingresado o no en un nuevo paradigma caracterizado
por la conjunción de elevadas tasas de crecimiento, la virtual
ausencia de inflación y la revolución incesante de las condiciones
de productividad posibilitadas por las nuevas tecnologías
de la información, numerosos analistas se mantienen escépticos
respecto de tal posibilidad y destacan que algunos de los
factores recién mencionados provocan que la expansión luzca
cada vez menos robusta.
Es cierto que la inflación no ha dado muestras todavía de
aceleración y ha permanecido bastante contenida a pesar de
la fortaleza exhibida por la demanda doméstica y la estrechez
del mercado laboral. Sin embargo, en este frente algunos factores
están comenzando a afectar el balance: el dólar se ha depreciado
frente al yen y -en menor medida- frente al euro, los precios
del petróleo se han incrementado fuertemente, la caída del
precio de las commodities transadas internacionalmente parece
haber encontrado un piso y los costos laborales unitarios
crecieron en el segundo trimestre a su tasa más elevada en
cinco años (4,5% anualizado si se excluye al sector agrícola).
Esta evolución de los costos laborales pone en interrogante
uno de los presupuestos de la tesis de la "nueva economía":
la productividad -que en los últimos tres años había estado
creciendo a un ritmo del 2% anual superando el magro registro
de fines de los ochenta y comienzos de los noventa- se ha
contraído a un desalentador 0,6% en el segundo trimestre del
año.Al mismo tiempo, aunque la inflación todavía se sitúa
en niveles bastante modestos (2,1% en los últimos doce meses),
dicho registro es ciertamente superior que el de hace un año
atrás cuando se ubicaba en un 1,6% anual. De ello se sigue
que, a pesar de la continuidad de la expansión económica,
la tasa de interés de interés real de corto plazo es muy inferior
a la vigente en septiembre del año pasado (3,1% en la actualidad
contra 3,8% hace 12 meses) y que si las autoridades monetarias,
en el intento por inducir una desaceleración, quisieran retornar
a los niveles vigentes en aquel momento debieran subir las
tasas nominales de corto todavía 75 puntos básicos para llevarlas
al 6% anual. Más allá de cuál sea la conducta precisa en el
futuro de parte de las autoridades monetarias, para varios
analistas no parece improbable esperar que, en la próxima
reunión del Comité de Mercado Abierto, la FED decida un nuevo
retoque de la tasa de fondos federales.
Dicha perspectiva se refuerza cuando se observa la evolución
de las cuentas externas de la economía norteamericana: el
déficit comercial de junio se ubicó en el nivel récord de
31.400 millones de dólares y la cuenta corriente se acerca
peligrosamente a un desequilibrio no muy lejano al 4% del
PIB.
Aunque las características de la economía norteamericana la
distinguen notoriamente de cualquiera de las economías emergentes
que han dependido en forma acentuada del ahorro externo, los
paralelismos de un fuerte desequilibrio de cuenta corriente
impulsado por un exceso del gasto privado no dejan de causar
cierta perplejidad. En la medida en que las perspectivas de
crecimiento en Europa y en Japón están comenzando a mejorar,
los inversores extranjeros podrían comenzar a demandar mayores
tasas de interés para continuar financiando el desequilibrio
externo norteamericano. Si el sentimiento externo cambiara
en forma aguda, ello podría conducir a que la necesaria desaceleración
de la economía norteamericana ocurriera en forma mucho más
abrupta que la deseada. De hecho, la suba que en los últimos
meses se ha observado en el rendimiento de los bonos de largo
plazo de la tesorería parece apuntar en dicha dirección. De
modo similar, ello permite entender la reciente caída en la
cotización del dólar y lo que ha estado ocurriendo en los
volátiles mercados de divisas durante el último mes y medio.Luego
de haberse apreciado en forma importante respecto del euro
en la primera mitad del año (alrededor de un 15%), desde mediados
de julio el dólar ha exhibido un comportamiento fuertemente
errático respecto de la moneda europea. En cambio, ha seguido
una trayectoria claramente descendente en relación al yen,
habiendo alcanzado a fines de agosto su cotizaciòn más baja
en siete meses (109,05 yenes por dólar). Resulta interesante
destacar que aunque este movimiento en la cotización de las
principales monedas parece ocurrir en la dirección adecuada
como para resolver los grandes desajustes existentes entre
los resultados de cuenta corriente de las economías avanzadas
(elevado dèficit en EEUU y superávits en Europa y Japón),
en el corto plazo -y desde el punto de vista del nivel de
actividad- podría generar dificultades para la recuperación
de la economía mundial, particularmente si dicha corrección
adopta la forma de una caída pronunciada de la divisa norteamericana.
En efecto, un desplome del dólar operaría como una fuerza
contractiva global en una situación internacional todavía
muy frágil: en EEUU ello podría eliminar uno de los factores
que hasta ahora ha permitido mantener baja la inflación en
una economía que ha estado funcionando por encima de su capacidad,
forzando a las autoridades a elevar las tasas de interés;
por su parte, en Europa y Japón ello podría conspirar contra
la tímida reactivación de los últimos meses. Cuán contractiva
puede terminar resultando dicha fuerza depende, obviamente,
de la magnitud de la corrección. Esto es, si los inversores
extranjeros fuerzan a la economía estadounidense a reducir
su déficit de cuenta corriente en forma drástica no se puede
descartar la posibilidad de una nueva ronda de incertidumbre
financiera acentuada a escala global, particularmente si se
tiene en cuenta que el resto de las economías avanzadas no
parecen en condiciones de reemplazar a EEUU como sostenes
de la demanda agregada mundial. Aún cuando no se produjera
una corrección acentuada, hay alguna evidencia que indica
que el actual nivel del yen ya está produciendo dificultades
importantes a las empresas exportadoras japonesas.
Un estudio de la Agencia de Planeamiento Económico japonesa
plantea que la tasa "crítica" (a partir de la cual la rentabilidad
de los exportadores puede verse seriamente afectada) es una
cotización de 112 yenes por dólar. Aunque las estimaciones
del sector privado difieren un poco -por caso Merill Lynch
estima que dicha tasa se ubica entre 108 y 110 yenes por dólar-
es evidente que las actuales cotizaciones ya se ubican cerca
de dicho nivel crìtico.Esta situación ha conducido a las autoridades
japonesas a reclamar a sus colegas del grupo de los Siete
una intervención conjunta para impedir una posible profundización
de la actual tendencia. Hasta ahora, las autoridades norteamericanas
han sido reacias a involucrarse en un experimento de este
tipo en la confianza de que la depreciación del dólar mantenga
un ritmo moderado y ello ayude a corregir el fuerte desequilibrio
que exhibe la cuenta corriente. Parece, entonces, evidente
que las percepciones y el diagnóstico de las autoridades de
política serán claves en el derrotero futuro de las cotizaciones
entre las principales monedas internacionales. En el caso
de EEUU todavía no es del todo claro si habrá una actitud
de "desentendimiento benigno" y los mercados ignoran cuál
es la postura precisa al respecto del nuevo secretario del
Tesoro Larry Summers. En particular, no es todavía claro si
el nuevo secretario del Tesoro continuará la política de su
antecesor R.Rubin, cuya orientación puede resumirse en la
repetida afirmación de "un dólar fuerte está en el interés
de los EEUU" o si, por el contrario, permitirá una depreciación
de la divisa. En este sentido, resulta interesante destacar
que, desde que se pasara al sistema de flotación a inicios
de la década del setenta, ha habido un patrón bastante sistemático
que señala que los secretarios del tesoro provenientes del
sector financiero han sido propensos a favorecer una moneda
apreciada, mientras que los provenientes de la comunidad académica
y el sector político han tendido a promover un dólar depreciado.
De hecho, los dos grandes períodos de apreciación cambiaria
de la historia económica reciente en los EEUU se produjeron
en momentos en los que algún miembro de la comunidad financiera
estuvo al frente del Tesoro (Donald Reagan en 1981-85 de Goldman
Sachs y Rober Rubin de Merril Lynch).
Habida cuenta de la procedencia "académica" de Larry Summers
algunos sospechan que, dentro de ciertos límites, el nuevo
secretario pueda ser propenso a favorecer las pretensiones
de agricultores y exportadores. En lo que respecta a Japón
es evidente que existen algunas contradicciones entre la posición
del Ministerio de Finanzas -que ya en junio ha planteado la
preocupación por un dólar por debajo de los 120 yenes- y el
Banco Central, menos preocupado por la apreciación de la moneda
y que ha señalado que las empresas deben adaptarse para ser
competitivos a los nuevos precios relativos. De hecho, fue
la oposición de la autoridad monetaria a las políticas de
relajamiento monetario la que parece haber conducido a fortalecer
la moneda japonesa. En tales circunstancias, algunos opinan
que antes que una intervención conjunta entre las autoridades
de EEUU y Japón, lo que haría falta sería una política de
intervención no esterilizada en el mercado cambiario que,
al expandir la oferta monetaria, podría cumplir el doble propósito
de facilitar la recuperación y desactivar la tendencia a la
apreciación del yen (lo que ayudaría a contener las señales
negativas sobre las exportaciones, ayudando aún más en el
corto plazo). El principal obstáculo para ello, sin embargo,
es la reticencia del Banco Central japonés. Esta inconsistencia
entre las posiciones de diferentes formuladores de política
al interior del gobierno japonés -y las dificultades que ello
puede plantear para las perspectivas de corto plazo de la
economía japonesa- vuelve a recordar el "tri-lemma" clàsico
de la economía abierta, que en una economía financieramente
integrada al resto del mundo significa las políticas cambiarias
y monetarias son una y la misma cosa.En cualquier caso, lo
concreto es que -en parte favorecida por las actitudes de
los formuladores de política pero, fundamentalmente, por los
importantes desbalances que exhibe la situación global- una
nota distintiva del próximo período de la economía internacional
será la presencia de un importante grado de volatilidad cambiaria
entre las principales monedas. De lo anterior surge que, en
lo inmediato -y aún cuando no debe descartarse la posibilidad
de que se verifique algún desarrollo negativo en alguna de
las economías emergentes de particular importancia resultará
seguir con atención la evolución de la economía china y la
renovada preocupación acerca de que sus autoridades se vean
obligadas a devaluar la moneda.
En definitiva, las principales amenazas para la mayor estabilidad
de las finanzas internacionales alcanzada en los últimos meses
y la consecuente recuperación de la economía mundial parecen
depender -una vez más- en buena medida de lo que ocurra en
las principales economías. Es decir que, una de las cuestiones
a monitorear con atención en el próximo período se vincula
críticamente con la forma en que se resuelva el cambio en
el "balance" del crecimiento global que ha caracterizado hasta
ahora a la economía internacional. A este respecto dos escenarios
surgen como posibles. Por un lado, si la economía norteamericana
lograra efectuar un "aterrizaje suave" (vgr. el fine tunning
de las autoridades monetarias permitiera que las elevadas
tasas de crecimiento observadas hasta el momento declinaran
en forma moderada) y su expansión fuera reemplazada por la
afirmación del crecimiento en Europa y la definitiva salida
de la recesión en Japón, el escenario de la economía mundial
de los próximos años volverá a lucir promisorio; por el contrario,
si esta instancia optimista no se viabilizara y -de la mano
de una fuerte corrección en el mercado de valores- la expansión
de "filo de navaja" por la que parece transitar la economía
de EEUU se viera abruptamente interrumpida, dicha situación
podría abortar la incipiente recuperación en los otros centros
de la actividad y colocar a la economía internacional en las
puertas de una crisis de mayores proporciones. Aunque buena
parte de los indicadores existentes hasta el momento parecen
señalar que el primero de los escenarios descriptos se presenta
como el de más elevado grado probabilidad, hay que reconocer
que la evidencia empírica está lejos de ser concluyente y,
en el mejor de los casos, continúa siendo mixta. Parafraseando
a Keynes, cabe afirmar que "cuando los hechos permanecen irresueltos,
yo prefiero mantener mi mente abierta…¿Qué es lo que hace
usted, señor?"
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PANORAMA
DEL MERCOSUR Nº 1, octubre 1998
La
Crisis Asiática y las Economías Latinoamericanas
Los años transcurridos de la década del 90 han sido indudablemente
un período de fuerte recuperación económica para América Latina.
Luego de haber sido el epicentro de las turbulencias financieras
de los años 80, y aún cuando algunos de los principales países
de la región han sido fuertemente afectados por la crisis
de 1995, la economía latinoamericana ha crecido entre 1990
y 1997 a una tasa superior a la del conjunto de la economía
mundial, habiendo también evidenciado un favorable desempeño
en términos de su participación en el comercio mundial y la
atracción de inversiones extranjeras, en el marco de niveles
inflacionarios históricamente reducidos. Este proceso de dinamismo
económico y estabilidad monetaria y cambiaria, que tuvo su
mayor expresión en 1997 cuando la región creció a la tasa
más alta de las últimas dos décadas (5,1%), ha sido dramáticamente
alterado por la crisis financiera internacional que estalló
en el Este de Asia hacia la segunda parte de dicho año. Si
el impacto de la misma se transmitió rápidamente hacia el
resto de los mercados emergentes en el terreno de las finanzas
y los mercados accionarios, el agravamiento de las turbulencias
acaecido hacia mediados de 1998 y su "globalización" hacia
el resto del mundo en desarrollo han profundizado los peligros
del "efecto contagio" y han comenzado a hacer sentir sus efectos
sobre el sector "real" de las economías latinoamericanas,
fenómeno del que no han podido escapar economías cuyos "fundamentals"
políticos y macroeconómicos no las hacían -a priori- pasibles
de situaciones de ese tipo. De este modo, de un entorno caracterizado
por el crecimiento y la previsibilidad, la región ha pasado
en poco tiempo a un escenario en el que la incertidumbre,
las presiones especulativas y la volatilidad financiera no
parecen ser fenómenos pasajeros.
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El panorama global de la crisis
Si en un primer momento, los organismos internacionales y
los principales analistas privados tendieron a interpretar
la crisis originada en el Este de Asia como una turbulencia
pasajera y derivada de los desajustes existentes en los sectores
bursátil, financiero e inmobiliario, existe hoy cierto consenso
entre los principales economistas del mundo acerca de que
los problemas actuales son mucho más profundos y preocupantes
que los generados tres años atrás en ocasión del "efecto tequila"
(shock financiero en el que la turbulencias tuvieron una corta
duración y que en buena medida se limitaron a algunos países
del área latinoamericana). Del mismo modo, se observa con
claridad que si los efectos reales de la "primera" oleada
de la actual crisis se habían limitado en buena medida a la
región asiática, su "segunda" fase -iniciada de alún modo
a partir del default de Rusia en agosto último- ha comenzado
a afectar visiblemente al conjunto de las economías en desarrollo,
algunas de las cuales han pasado a ser actualmente centro
de atención de analistas internacionales (particularmente
Brasil y Venezuela). De este modo, los "optimistas" pronósticos
de crecimiento del producto y el comercio mundiales para 1998
realizados hacia fines de 1997, han ido siendo corregidos
a la baja en más de una ocasión. En este sentido, es interesante
señalar que mientras que los efectos "reales" de la crisis
parecen ser por el momento menores para las dos principales
áreas economicas del mundo (EE.UU. y la U.E.), las previsiones
de crecimiento para los mercados emergentes de Asia han sido
drásticamente reducidas, quedando América Latina en una situación
intermedia, con una desaceleración importante respecto de
1997 pero aún muy por encima del conjunto de la economía mundial.
De este modo y por primera vez en muchos años, se prevé que
durante 1998 el ritmo de crecimiento del mundo en desarrollo
sea superado por EE.UU. y la Unión Europea, siendo también
posible la continuidad de dicha tendencia durante el año venidero:
Como puede observarse, la corrección más notoria ha sido -lógicamente-
la correspondiente a los NIC's asiáticos (con la excepción
de China), cuyas expectativas de crecimiento para 1998 han
sido fuertemente corregidas a la baja, lo que indicaría que
la región habría entrado por primera vez en tres décadas en
un escenario de contracción absoluta del PBI. Del mismo modo,
la confirmación de los pronósticos más pesimistas respecto
de la debilidad de la economía japonesa y -consecuentemente-
su imposibilidad de actuar como "locomotora" de la reactivación
regional -tal como hiciera EE.UU. con México luego del tequila-,
contribuyen a reducir aún más la posibilidad de una rápida
recuperación del área asiática. Por el contrario y con la
sola excepción de Brasil (cuyas previsiones se han reducido
a menos de la tercera parte respecto de las estimaciones pre-crisis),
los pronósticos correspondientes a los principales países
latinoamericanos han sufrido solo leves correcciones a la
baja: En relación con el panorama para 1999, el abanico de
pronósticos es mucho más variado, existiendo algunos analistas
que pronostican una desaceleración de las economías latinoamericanas
mucho más marcada que la de 1998. De todos modos, la posibilidad
de un escenario recesivo solo es prevista por algunos observadores
para el caso de Brasil.
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El primer impacto de la crisis
Si la magnitud -absoluta y relativa- de las necesidades de
financiamiento externo de una economía ha sido "desde siempre"
uno de los indicadores de solvencia más utilizados por organismos
internacionales y analistas, la crisis mexicana contribuyó
a poner definitivamente el tema en el candelero. Si bien resultaría
una obviedad decir que no es éste el único indicador relevante
acerca de la solidez de una economía, existe cierto consenso
entre economistas y analistas acerca de que caeteris paribus
las demás variables, los déficits de cuenta corriente inferiores
al 5% pueden considerarse como "razonables", mientras que
los superiores a dicho porcentaje debieran ser considerados
como de "alto riesgo". En este sentido, se observa que el
desequilibrio pre-crisis de las economías asiáticas que luego
devaluaron sus monedas era -en términos generales- sustancialmente
más elevado que el de los países de América Latina: Pero más
allá del nivel del déficit de la cuenta corriente del balance
de pagos, la forma en la que este se financia no es un tema
menor. En condiciones normales no es indistinto que dicho
desequilibrio se financie a partir del ingreso de capitales
volátiles y/o de corto plazo ("hot money"), a que ello se
realice por medio de inversiones extranjeras directas. En
este sentido, es interesante señalar que en el caso de América
Latina -y el Mercosur en particular-, el tipo de financiamiento
del déficit de la cuenta corriente parece hacer menos vulnerable
a la región en comparación con otros rincones del planeta:
Mientras que en 1997, los flujos netos de capital destinados
a América Latina en concepto de IED superaron los us$ 50.000
millones, dicho monto representó alrededor del 50% del déficit
de la cuenta corriente de la región. En este sentido, las
buenas perspectivas globales de la región, la existencia de
marcos regulatorios y jurídicos favorables al ingreso de dichos
flujos, sumado a las oportunidades que la región ofrece en
el campo de las privatizaciones (particularmente en Brasil)
o la atracción que generan los procesos de integración regional
(especialmente el Mercosur) permiten prever la continuidad
futura de los ingresos de IED, canal más seguro -y más saludable-
para el financiamiento de los déficits de cuenta corriente
de la región. Del mismo modo, la desaceleración de la actividad
económica prevista para el próximo bienio promete contribuir
a disminuir las demandas de importaciones y, consiguientemente,
de financiamiento externo. Si bien es esperable también una
paralela disminución de los ingresos netos de fondos en concepto
de IED, se observa que al menos durante 1998 dichos flujos
resultan incluso superiores a los de 1997 para los casos de
Argentina, Brasil y México. En segundo lugar, el grado de
solidez de los sistemas financieros de la región parece ser
mucho más elevado que lo que era en el pasado, fenómeno particularmente
evidente luego de las reformas efectuadas en materia de normas
de supervisión y requisitos de liquidez efectuadas con posterioridad
a la crisis mexicana (particularmente en Argentina y Brasil).
Del mismo modo, tanto la tendencia hacia la concentración
del sector, como el desembarco de importantes entidades internacionales
(algunas de las cuales han absorbido bancos más pequeños y/o
han capitalizado otros) también han contribuido a mejorar
los índices de solvencia financiera del sector. Como consecuencia
de ello, las tensiones producidas por la crisis internacional
no se han traducido hasta el momento en pérdidas de depósitos
y/o corridas bancarias, tal como sí había acontecido durante
el primer trimestre de 1995, cuando las presiones sobre las
reservas y/o los tipos de cambio motivaron a buena parte de
los operadores a retirar sus depósitos del sistema financiero,
situación que contribuyó a potenciar aún más la contracción
de la oferta de crédito y la elevación de las tasas de interés,
con los consiguientes efectos negativos sobre el nivel de
actividad económica. De todos modos, estas dos características
(mayor presencia relativa de IED y mayor fortaleza de los
sistemas financieros) no implican en modo alguno que la región
no tenga que afrontar costos ni que esté exenta de problemas
macroeconómicos hacia el futuro. En este sentido, la decisión
de los países de la región de afrontar los cambios en el escenario
internacional sin efectuar modificaciones en el "espíritu
de sus respectivas políticas económicas, ha sido de alún modo
reafirmada a través de la puesta en práctica de diferente
tipo de ajustes fiscales tendientes a mejorar "preventivamente"
la situación de sus cuentas públicas.
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Los efectos comerciales de la crisis
Los efectos comerciales de las turbulencias
iniciadas a partir de la crisis asiática se han comenzado
a hacer sentir a lo largo y a lo ancho del sistema mundial
de comercio a través de tres vías. Por un lado, a partir de
la drástica y repentina caída en las importaciones de una
región que -incluyendo a Japón- representa casi un cuarto
del comercio mundial. Por otro lado, a partir del efecto que
dicho fenómeno genera sobre los precios internacionales de
numerosas commodities agropecuarias, industriales y energéticas,
de las que algunos de los países en crisis eran importantes
compradores. La tercera vía depende en buena medida de lo
que suceda en el futuro con la performance exportadora de
los países que han devaluado sus monedas, situación que -presumiblemente-
puede traducirse en el corto plazo en un fuerte incremento
en las ventas externas de dichas economías. En cualquier caso,
la reducción de la demanda proveniente de los países afectados
por la crisis (Japón incluído) ya está influyendo fuertemente
sobre la magnitud de los flujos comerciales internacionales.
Si hacia fines del año pasado la OMC pronosticaba un incremento
del volumen del comercio mundial del orden del 8%, en la actualidad
el FMI prevé que dicha tasa se ubique en el 3,7%. Del mismo
modo, si bien la caída de los precios internacionales de las
principales commodities era un fenómeno que ya se venía observando
con nitidez desde al menos un semestre antes del estallido
de la crisis en Tailandia, dicha tendencia se aceleró fuertemente
a partir del segundo semestre de 1997, para profundizarse
aún más durante la primera mitad del año en curso, existiendo
un amplio consenso entre los analistas acerca de la baja probabilidad
de que el actual panorama se revierta sustancialmente durante
los próximos dos años. De todas maneras, entre los propios
países latinoamericanos existe una gran variedad de situaciones,
tanto en lo que a su grado de vinculación comercial con los
países más afectados se refiere como a su patrón de exportaciones
o a los efectos de la modificación de los respectivos términos
de intercambio. Aunque la contracción de las importaciones
asiáticas influye sobre el desempeño exportador latinoamericano,
sus efectos se ven limitados por la reducida importancia global
de ese mercado para los principales países de América Latina,
con las excepciones de Chile y Perú: En su carácter de países
densamente poblados, con un escaso nivel de autosuficiencia
en materia alimenticia y energética, y con la necesidad de
importar buena parte de los insumos necesarios para las actividades
industriales, los países del Este de Asia son importantes
demandantes de numerosas commodities y materias primas. En
este sentido, antes del estallido de la crisis (1996) la región
explicaba más de la mitad de las importaciones mundiales de
productos tales como pescados congelados, mineral de hierro
y algodón en bruto, siendo también uno de los principales
demandantes de petróleo crudo y lingotes de acero: En definitiva,
si bien otros factores además de la crisis han contribuido
a alimentar la declinación de los precios internacionales,
no hay dudas acerca de que dicho fenómeno ha sido potenciado
por la fuerte caída de la demanda proveniente de la región
asiática. Del mismo modo, el estallido de la crisis en Rusia
ha contribuido a reducir las demandas de alimentos provenientes
de ese país (importante importador de carnes y cereales europeos
durante la última década), situación que introduce otra señal
depresiva sobre los mercados agrícolas. Este movimiento, que
supone para Latinoamérica en su conjunto un fuerte deterioro
de los términos de intercambio, actúa en la dirección de acentuar
la vulnerabilidad externa de las economías de la región. De
todos modos, dichas consideraciones guardan diferencias seún
las características del patrón de comercio exterior de cada
país en particular. Chile, país cuyo patrón de exportaciones
se basa fundamentalmente en los recursos naturales (minerales,
pescado, maderas, frutas,) ha sido uno de los países más golpeados
por la caída de la demanda asiática y la baja en el precio
de las commodities: el valor de sus ventas al exterior ha
caído un 11% a lo largo del primer semestre del año en curso.
Un análisis similar puede aplicarse a México, país afectado
por la baja del precio del petróleo y por el posible desplazamiento
de una parte de sus exportaciones de manufacturas a EE.UU.,
que no obstante lo indicado siguen mostrando signos de fortaleza
(crecen 11% durante el primer semestre de 1998 ). Del mismo
modo, si el trade-off crecimiento-resultado del balance de
pagos es una de las principales limitaciones que hoy enfrenta
la economía brasileña para mejorar su no muy destacada performance
global, la batalla por mejorar el desempeño del sector exportador
de ese país no parece encontrar en la actual coyuntura internacional
el terreno más propicio. La Argentina, por su parte, se encuentra
en una situación intermedia entre los primeros casos (Chile
y México) y Brasil, tanto desde el punto de vista del impacto
financiero de la crisis como desde la óptica comercial. Respecto
a la primera cuestión puede decirse que aunque la economía
argentina no ha sufrido ataques especulativos -por el contrario,
las reservas internacionales y los depósitos bancarios han
continuado incrementándose-, el acceso al financiamiento internacional
se ha visto seriamente complicado. De igual manera, el importante
aumento en los volúmenes exportados (11% durante el primer
semestre de 1998) se ha visto en buena medida compensado por
la caída en los precios de las commodities agropecuarias y
el petróleo, situación que tiende a profundizar el pre-existente
problema de balance de pagos. De todos modos, las implicancias
de esta tendencia deflacionaria global varían seún la contribución
de dichos productos en el comercio de cada país. Para países
como Chile, Perú y Venezuela (exportadores relativamente poco
diversificados de minerales, productos de la pesca, maderas
y otros recursos naturales) el impacto es claramente negativo,
situación que se agrava aún más para Chile y Perú en su carácter
de economías fuertemente vinculadas comercialmente con la
región asiática. Para Argentina el impacto es también negativo
aunque a una escala algo menor, debido a la mayor diversificación
de sus ventas al exterior. Por el contrario, los efectos de
la caída de precios internacionales sobre el resultado comercial
de Brasil son menos claros, debido a que si bien la caída
de precios del café, el azúcar, la soja o el acero afectan
el desempeño exportador, la disminución de los precios del
trigo o petróleo y sus derivados juega en su favor.
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Efectos de corto plazo vs efectos de largo plazo
Los procesos de depreciación de
la moneda doméstica vienen frecuentemente acompañados por
alteraciones más o menos importantes en los precios internos.
Es por ello que una devaluación nominal implica una mejora
en el tipo de cambio real solamente en el caso de que los
precios internos no se modifiquen, o bien se incrementen a
una tasa inferior a la de la paridad cambiaria. En cualquier
caso, la devaluación real de una moneda implica entonces un
cambio en los precios relativos en favor de los bienes transables,
lo que -caeteris paribus las demás variables- favorece a las
exportaciones y desalienta las importaciones. Adicionalmente,
las devaluaciones pueden inducir efectos adicionales sobre
el nivel de actividad global de la economía. Si bien existen
diferentes modelos que analizan las condiciones bajo las cuales
una depreciación de la moneda tiene efectos expansivos o contractivos
sobre el conjunto de la economía, es indudable que -al menos
en el corto plazo- las recientes devaluaciones asiáticas han
devenido en procesos dramáticamente recesivos para los países
en cuestión. En condiciones normales, dichos escenarios refuerzan
los efectos comerciales de las devaluaciones, ya que la disminución
generalizada de la actividad interna deprime la demanda de
importaciones e induce a las empresas productoras de bienes
transables -particularmente de los basados en economías de
escala- a incrementar sus ventas al exterior a efectos de
contrabalancear la caída de sus ventas al mercado interno.
En otras palabras, las situaciones de recesión usualmente
contribuyen a la mejora ("ajuste recesivo") del resultado
comercial de los países afectados, respecto de la situación
de pre-crisis. En el caso de los países asiáticos que han
devaluado sus monedas, la situación guarda estrecha relación
con el escenario descripto, con la salvedad de que tanto las
características como la profundidad de la crisis han generado
-al menos en el corto plazo- una situación de "caos macroeconómico"
(particularmente en Indonesia y Corea) que se ha manifestado
con particular énfasis en el descalabro del sistema financiero.
Si bien este fenómeno ha contribuido a deprimir rápida y drásticamente
las compras al exterior de estos países, las empresas exportadoras
también han visto afectadas sus posibilidades de realizar
ventas al exterior (por la imposibilidad de financiarlas y/o
de importar insumos o componentes) aún en un escenario de
fuerte recesión interna y mejora de la competitividad, derivadas
de la depreciación cambiaria. De todos modos, ya hacia fines
del primer semestre de 1998 los volúmenes exportados por algunos
de los países asiáticos (particularmente Corea, Tailandia,
Filipinas e Indonesia) habían comenzado a crecer a tasas cercanas
al 15-20% anual. No obstante ello y como resultado tanto de
la fuerte caída de los precios internacionales como de la
brusca declinación del comercio intra-asiático, los números
actualmente disponibles no permiten aún apreciar esta tendencia
en su real magnitud. Por el contrario, el drástico ajuste
producido en los balances comerciales de los países en crisis
se explica mucho más por la fuerte caída de sus importaciones
que por un aumento en el valor de sus ventas al exterior.
En cualquier caso, la suma de ambos efectos -menor demanda
de importaciones y mayor oferta de exportaciones- se traduce
en un ajuste de los balances comerciales de los países de
la región de más de U$S 210.000 entre el "antes y el después"
de la crisis (o U$S 110.000 si consideramos solamente a los
cinco países cuyas monedas se han depreciado en mayor medida).
Este fenómeno, ocurrido en el marco de mercados internacionales
caracterizados por el escaso dinamismo y la existencia de
expectativas poco favorables, contribuye a reforzar aún más
la señalada tendencia deflacionista sobre los precios de los
bienes de los que estos países son importadores relevantes
(combustibles, minerales, materias primas agrícolas y alimentos
en general), o bien poseen un importante potencial exportador
(siderurgia, textiles, bienes durables, químicos, calzado,
etc.): De cara al futuro, resulta razonable prever que la
paulatina recuperación de la capacidad productiva y financiera
de las economías afectadas por la crisis -que luego de haber
"tocado fondo" durante el primer trimestre de 1998 parecería
estar comenzando a gestarse, si bien a paso lento- se vaya
traduciendo en el mediano plazo en un incremento de su potencial
exportador, fenómeno que posiblemente induzca no solo tendencias
deflacionarias adicionales sobre los mercados de commodities
sino también el desplazamiento de actuales exportaciones de
manufacturas latinoamericanas en terceros mercados, en los
que compiten con producción de origen asiático. En la misma
dirección, un reciente trabajo del Instituto de Finanzas Internacionales
(IIF) prevé pérdidas comerciales para América Latina como
consecuencia del aumento de importaciones provenientes del
Este de Asia en mercados propios y ajenos -particularmente
en el mercado estadounidense-. Dicho estudio (realizado en
julio ppdo.) estima pérdidas para los países latinoamericanos
por desvío de exportaciones latinoamericanas en terceros mercados
por un valor de alrededor de casi U$S 8.000 millones anuales:
Como puede observarse, los efectos de desplazamiento o sustitución
son mayores en el caso de los países en los que las manufacturas
ocupan un lugar destacado en la oferta de exportaciones destinadas
a los países de la OECD. Es por ello que México, país cuyas
ventas externas se componen esencialmente de manufacturas
-que se dirigen hacia el NAFTA en alrededor de un 80%-, aparece
como el principal damnificado de la mayor "competitividad"
de los países que han visto depreciada su paridad cambiaria.
Del mismo modo, otro importante exportador de manufacturas
como Brasil también recibe perjuicios comerciales, si bien
en menor medida que México, debido a su menor dependencia
de los mercados desarrollados. Para el caso de los demás países
latinoamericanos (particularmente Argentina, Perú y Chile)
los efectos sustitución son menos importantes, primando en
esos casos el efecto directo derivado de la caída de sus ventas
a Asia y la caída en los precios de las commodities.
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Conclusiones
A más de un año ya del inicio de
la crisis asiática a partir de la hoy lejana devaluación del
bath tailandés, varias cuestiones comienzan a aflorar sobre
la superficie. Desde una perspectiva general, la crisis ha
alterado el anterior ambiente caracterizado por la certidumbre,
el dinamismo del comercio y la abundancia de financiamiento
internacional, por otro en el que la inestabilidad, el bajo
crecimiento y la permanencia de expectativas negativas han
pasado a ser la regla general. Del mismo modo, si antes del
estallido de la crisis en Asia el conjunto de países en desarrollo
exhibía tasas de crecimiento del producto y del comercio que
duplicaban o triplicaban a las correspondientes a los países
más adelantados, dicha tendencia pareciera estar ahora revirtiéndose.
En el marco de este poco favorable escenario global, los países
latinoamericanos -y el Mercosur en particular- están soportando
la crisis en mucho mejores condiciones que lo que lo habían
hecho en el pasado en situaciones de este tipo, tanto en lo
que hace a la preservación de sus equilibrios macroeconómicos
básicos como en relación con el mantenimiento de sus respectivos
esquemas económicos y comerciales. No obstante ello, los efectos
a futuro del nuevo escenario mueven a una conclusión más cautelosa.
Dicho de otro modo, si la solidez de los fundamentals macroeconómicos
de algunos de los principales países de la región -y particularmente
la de sus sistemas financieros- son elementos claves para
poder interpretar la respuesta de la misma al shock global,
el enrarecimiento de los mercados financieros internacionales,
la caída en los precios de las commodities, las mayores dificultades
para acceder a los mercados de los países desarrollados o
bien la pérdida de competitividad de la producción latinoamericana
vis a vis los países que han visto depreciado el valor de
sus monedas, ya están generando efectos desfavorables sobre
el sector externo de las principales economías de la región,
que -presumiblemente- se irán traduciendo en el surgimiento
de mayores dificultades para mantener y/o sostener el actual
ritmo de crecimiento. En este sentido y si bien las expectativas
de crecimiento de América Latina para 1998 han sufrido solo
leves correcciones a la baja y con la excepción de Brasil
se ubican en un "saludable" rango de entre el 4% y el 5,5%
-tasas que más duplican la performance del conjunto de la
economía mundial- tanto las proyecciones para el segundo semestre
de 1998 como los pronósticos para el año próximo resultan
menos alentadores. Ello significa que si la crisis asiática
y el default de Rusia han ido haciendo sentir sus efectos
sobre los flujos de comercio y sobre las decisiones de inversión,
consumo y producción de la región con cierto "lag", es de
prever la posibilidad de que a lo largo de 1999 tales efectos
se manifiesten con mayor vigor.
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PANORAMA
DEL MERCOSUR Nº 2, marzo 1999
Los
requisitos de acceso de carácter ambiental: ¿Un problema para
las exportaciones argentinas?
Desde la creación
del GATT, las sucesivas rondas de negociaciones comerciales
multilaterales tuvieron como propósito fundamental la eliminación
y/o la reducción de los aranceles y de los cupos de importación.
Pero a medida que el empleo de estos instrumentos fue sujetándose
a ciertas reglas comunes -con la significativa excepción de
los relacionados con el sector agrícola-, comenzó a crecer
en importancia el uso de barreras no arancelarias -v.g., derechos
antidumping y compensatorios, restricciones voluntarias de
exportación y normas técnicas-, en especial por parte de los
países desarrollados. Con el tiempo se sumaron también otras
medidas de política interna con repercusión sobre los flujos
comerciales internacionales, siendo así que desde la Ronda
Uruguay (1986/1994) forman parte de la agenda de negociación
cuestiones internas que afectan al comercio, como la política
relacionada con las inversiones extranjeras y el tratamiento
dado a los derechos de propiedad intelectual. En esta línea
se inscriben los nuevos temas, como la relación entre comercio
y la política de defensa de la competencia, de protección
al consumidor, las normas laborales y la política ambiental.
Es así como se ha desdibujado la línea divisoria entre las
medidas comerciales que actúan en la frontera y las medidas
de política interna con efectos sobre el comercio exterior
(Tussie, 1993).De esta manera la problemática ambiental se
ha ido incorporando a la agenda de las negociaciones comerciales
internacionales como un nuevo argumento en el debate librecambio
versus proteccionismo y como un elemento más para fundamentar
restricciones al comercio, tanto veladas como abiertas. Además
de la menor transparencia que tienen las medidas no arancelarias
en general, las barreras comerciales de tipo ambiental presentan
el peligro particular de poder apelar a un conjunto de valores,
cada vez más arraigados en la sociedad de los países desarrollados,
que dan prioridad a la protección y al cuidado del ambiente,
para así poder fundamentar actitudes que de otro modo no se
aceptarían tan fácilmente, como ser el proteccionismo comercial.
De ahí el particular cuidado que merecen las alianzas explícitas
o implícitas entre grupos ecologistas y sectores industriales
que buscan privilegios frente a la competencia externa.Estas
medidas se presentan con el objetivo de reducir y eliminar
las externalidades ambientales que, a causa del comercio,
se producen en el país importador y en el exportador. En el
primero puede ser la contaminación por el consumo -v.g., efluentes
gaseosos de los autos- y la disposición de los residuos -v.g.,
materiales no biodegradables y elementos potencialmente riesgosos
para la salud-, mientras que entre los problemas que ocurren
en el país de origen se encuentra la contaminación derivada
del proceso productivo empleado, la explotación no sostenible
de los recursos naturales y las actividades que afectan la
supervivencia de ciertas especies animales. Sin embargo, nada
impide que también tengan como objetivo la protección de los
productores locales.En este contexto resulta de particular
interés analizar la influencia que las barreras comerciales
de tipo ambiental pueden tener sobre el comercio exterior
argentino, el objetivo de este trabajo. En primer lugar se
presenta una visión de conjunto de estas medidas y un breve
diagnóstico preliminar de la situación de Argentina. Luego
se analizan en detalle distintos tipos de requisitos de acceso
de carácter ambiental. A continuación se procede a una evaluación
del impacto que las normas sobre procesos productivos pueden
tener sobre las exportaciones argentinas de manufacturas,
para posteriormente clasificar los sectores industriales en
base al grado de vulnerabilidad relativa frente a estos requisitos
de acceso, sean obligatorios o voluntarios.
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Una visión de conjunto y un primer
diagnóstico
El estudio de la vinculación entre el ambiente
y la política comercial se puede llevar a cabo a partir del
ordenamiento de las medidas de política en dos grandes categorías
(Galperín, 1995): las que corresponden al empleo de la política
comercial con fines ambientales y las que hacen a la utilización
de la política ambiental como barrera al comercio. Dentro
de los primeros se encuentran: i) las medidas unilaterales
para intentar modificar la política ambiental de otro país,
como las propuestas de barreras al comercio de maderas provenientes
de bosques tropicales, las restricciones al ingreso según
cuál haya sido el método de producción utilizado o el condicionamiento
para recibir los beneficios de sistemas de preferencias comerciales;
ii) las medidas unilaterales para hacer cumplir estándares
nacionales, como las normas sobre características de los envases,
impuestos diferenciales según el tipo de embalaje y medidas
fitosanitarias; iii) los acuerdos multilaterales ambientales
que apelan a medidas comerciales como elemento de "enforcement",
tal el caso de la CITES -"Convention on International Trade
in Endangered Species"o Convención sobre el Comercio de Especies
en Peligro de Extinción-, el Protocolo de Montreal -sustancias
que afectan la capa de ozono- o la Convención de Basilea -comercio
de residuos peligrosos-.iv) los subsidios diferenciales a
la exportación de productos con características ambientales
específicas, como material para ser reciclado o equipos de
control de la contaminación; v) la pretensión de imponer el
derecho por dumping ecológico y derechos compensatorios de
subsidios implícitos en estándares internos menos rigurosos.Dentro
de las medidas de política ambiental interna que, deliberadamente
o no, resultan en barreras al comercio, se puede mencionar
al "compre ambiental"-cláusulas que exigen a las compras gubernamentales
a dar preferencia a bienes elaborados de acuerdo a ciertas
normas de cuidado ambiental- y al etiquetado ecológico. Aunque
el objetivo básico que persiguen estas etiquetas es brindar
información al consumidor sobre los atributos ecológicos de
los diversos bienes, como ser sus efectos ambientales al consumirlo,
si son reciclados o van a serlo y, en algunos casos, sobre
el impacto ambiental a lo largo del ciclo de vida del producto,
pueden surgir problemas para el comercio internacional si:
i) se torna obligatorio el uso del sello; ii) aun cuando el
sello sea de carácter voluntario, los criterios para hacerse
acreedor de la etiqueta y las características del proceso
de verificación y certificación pueden discriminar en contra
de los productos importados (Jha y Zarrilli, 1993).Por otro
lado, e íntimamente relacionado con los sellos ambientales,
el desarrollo de la denominada "conciencia ecológica" está
modificando los patrones de consumo hacia un crecimiento sostenido
de los mercados de productos que no dañan el medio ambiente,
ya sean de origen agropecuario o industrial. Esta tendencia
se verifica principalmente en países de mayor poder adquisitivo
donde los consumidores no sólo están dispuestos a pagar un
precio mayor si es que el producto ofrecido cumple con normas
de producción "environmentally friendly", sino que pueden
dejar de adquirir bienes que no respeten dichos requisitos.Hasta
ahora Argentina no ha sentido los efectos de estas medidas
comerciales porque no desarrolla actividades particularmente
sensibles para otros gobiernos y organizaciones ecologistas,
como ser la tala de bosques tropicales, caza de ballenas o
exportar productos como atún o camarones que hayan sido pescados
usando métodos de captura dañinos para otras especies en peligro,
como delfines y tortugas marinas. Sin embargo, un nuevo problema
la puede afectar en especial: las barreras a la importación
de productos elaborados con semillas transgénicas.Las semillas
transgénicas son variedades modificadas genéticamente con
el objeto de tornarlas resistentes a plaguicidas e insectos.
Entre sus ventajas se puede mencionar el mayor rendimiento
y, desde el punto de vista ambiental, que requieren un menor
uso de agroquímicos -lo cual implica un menor costo de producción-
y facilitan llevar adelante técnicas de labranza más conservacionistas.
Las principales críticas que reciben estas semillas se relacionan
con los problemas que se pueden originar al liberar estos
productos al medio ambiente, como ser impactos desconocidos
sobre la salud humana, deficiencias en su biodegradabilidad,
amenaza a la supervivencia de plantas silvestres y de insectos
benéficos, transmisión de toxinas a través de la cadena alimentaria
natural y modificación en la resistencia de bacterias dañinas
al ser humano por el contacto con estos alimentos en el tracto
digestivo de animales y personas.A pesar de que todavía se
están discutiendo los fundamentos científicos de estas apreciaciones,
la presión de la opinión pública está creciendo, liderada
por organizaciones ecologistas como Greenpeace, que propone
la suspensión de las importaciones por motivos precautorios
hasta que se lleve a cabo una adecuada evaluación de los riesgos
involucrados y se analice la nueva evidencia científica. También
se está presionando a grandes empresas alimenticias europeas
para que no adquieran materias primas elaboradas con estas
semillas. No hay que olvidar que el consumidor europeo es
en particular sensible a la aplicación de biotecnología en
alimentos, tanto por motivos culturales como por desconfianza
en la opinión de los entes reguladores, en especial luego
del problema de la "vaca loca".En este marco se inscribe la
decisión de la Unión Europea de exigir el etiquetado de alimentos
que se hayan elaborado con soja o maíz transgénico (reglamento
1139/98 de mayo de 1998). La aplicación de este reglamento
genera diversos inconvenientes y limitaciones prácticas, por
ejemplo, en el caso de los productos mezclados y alimentos
elaborados que contienen materias primas de diversas fuentes.
Asimismo, no todos los alimentos que contienen derivados de
soja o maíz utilizan cantidades significativas de los mismos,
lo cual implica determinar un umbral mínimo para que el etiquetado
sea exigible. Por otra parte, EE.UU. ha planteado en la OMC
que el Reglamento no establece claramente qué se entiende
por organismo modificado genéticamente ni qué procedimientos
se seguirán para garantizar que el etiquetado se aplique de
manera no discriminatoria (OMC, 1998). Por último, la diferenciación
de los productos haría necesario desarrollar sistemas paralelos
de almacenamiento, transporte y procesamiento, hecho que elevaría
notablemente los costos de producción. Lo más probable es
que el costo del procedimiento recaiga en los consumidores,
sin que ello ofrezca mayores garantías de seguridad.Para el
caso argentino es en especial relevante la soja por varios
motivos: i) es un importante producto de exportación, con
el 13% del total de las ventas externas del país y el 27%
de las destinadas a Europa; ii) a Europa se vende el 38% de
las exportaciones totales del complejo sojero y el 50% de
las harinas y pellets, el principal rubro dentro del sector
(cuadro 1); iii) más de la mitad del área sembrada lo está
con semillas transgénicas, según estimaciones privadas; iv)
Argentina se encuentra entre los tres primeros países en cuanto
a las hectáreas sembradas con estas semillas (James, 1997);
y v) destina la mayor parte de su producción a los mercados
externos -80% de los aceites y 95% de las harinas proteicas-
(Giorda y Baigorri, 1997). Todos estos factores señalan que
es un sector potencialmente muy vulnerable si estas medidas
comerciales prosperan.
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Requisitos de acceso de carácter ambiental
Por la necesidad de introducir criterios que permitan
diferenciar los bienes "environmentally friendly" de los que
no lo son y por su carácter de normas técnicas, dentro de
las medidas de política que pueden actuar como barreras al
comercio cobran relevancia los requisitos de acceso de carácter
ambiental, sea con el objetivo de modificar la política ambiental
de otro país o para hacer cumplir los estándares internos.
Estas normas se refieren a productos o a procesos y pueden
ser tanto voluntarias como obligatorias. A partir de estas
características se puede elaborar una primera taxonomía de
requisitos.Las normas sobre productos apuntan a externalidades
durante el consumo mientras que los requisitos sobre procesos
se dirigen a corregir externalidades durante la etapa productiva,
como ser el proceso industrial, la extracción de productos
primarios y el cultivo y cosecha de los productos agropecuarios.
El ejemplo clásico de requisito de acceso voluntario relacionado
con el producto es el de los sellos ecológicos, donde el principal
efecto discriminatorio sobre el comercio tiene que ver, como
ya se comentó, con los criterios de certificación.Por su parte,
los estándares técnicos y normas fitosanitarias son normas
obligatorias sobre productos que regulan sus características
para impedir las externalidades causadas por su uso o por
las sustancias que contienen. Los casos más comunes se refieren
a los productos químicos y a los elaborados con los mismos,
a las limitaciones al uso de sustancias que afectan la capa
de ozono, a las normas sobre el nivel de emisión de gases
de los motores de combustión y a los residuos de agroquímicos
en los productos agrícolas. Estas regulaciones suelen exigir
etiquetas que informan al consumidor sobre los posibles efectos
dañinos de un uso inadecuado, en base a las leyes de protección
del consumidor.Dentro de los requisitos voluntarios sobre
procesos, se encuentran en primer lugar los sellos que se
basan en el ciclo de vida. Para acceder a estas etiquetas,
como la de la Unión Europea, se deben cumplir requisitos respecto
a la contaminación del suelo, agua, aire, nivel de ruido,
importancia de los residuos, consumo de energía y de recursos
naturales, en la fase previa a la producción, durante la producción,
la distribución, el consumo y la disposición final de los
desechos. De este modo, los consumidores de un país pueden
decidir su compra en base a los impactos ambientales en el
país de origen. Por lo tanto, los exportadores y toda la cadena
productiva pueden verse obligados a seguir un "comportamiento
ambiental correcto" durante la producción si es que no quieren
perder el favor de los consumidores, más allá de los problemas,
ya mencionados, que surgen con los criterios para obtener
la certificación, con las características del proceso de verificación
y con la subjetividad en la evaluación global de los impactos
ambientales. El número de productos involucrados está creciendo,
siendo los sectores más afectados aquellos más intensivos
en recursos naturales y en contaminación.Las normas ISO 14000
tienen por objetivo establecer los requerimientos para implantar
sistemas de gestión ambiental en las empresas destinados al
cumplimiento de la política ambiental de estas organizaciones.
Dentro de los objetivos a cumplir se deben incluir los que
prescriben las leyes locales, pero la obtención de esta certificación
no implica ninguna inmunidad legal. En este sistema de gestión,
la empresa debe evaluar los impactos ambientales directos
e indirectos en todas las fases del ciclo de vida del producto.
Un aspecto importante es que no prescriben criterios específicos
respecto al desempeño ambiental ni a los métodos de producción
a seguir, disminuyendo así la probabilidad de su empleo como
barreras encubiertas al comercio.A pesar de su carácter de
cumplimiento voluntario, una diferencia importante entre los
sellos y las ISO 14000 es que los primeros son unilaterales
o regionales, mientras las últimas son multilaterales, esto
es, los países en desarrollo pueden participar activamente
en el proceso de determinación de estos requisitos. De acuerdo
a Motta Veiga (1999), este carácter multilateral hace de las
ISO 14000 un instrumento voluntario menos propenso a restringir
el comercio de manera discriminatoria. Primero, y a diferencia
de varios esquemas de etiquetado, no define ni tácita ni explícitamente
la tecnología a utilizar. Segundo, no sugiere una única metodología
de evaluación de los impactos ambientales. Tercero, su preocupación
es el cumplimiento de las leyes locales del país productor
y no de criterios que favorezcan la extraterritorialidad.
Entre los requisitos relacionados con el proceso, se ubica
una de las metodologías de evaluación de riesgos más empleadas
en el sector agroalimentario: el análisis de riesgo de puntos
de control o HACCP según su sigla en inglés ("hazard analysis
critical control point"). Esta metodología, que se utiliza
para disminuir la probabilidad de contaminación en el procesamiento
de alimentos, permite determinar más fácilmente si las distintas
empresas de la cadena productiva están observando los estándares
sanitarios y fitosanitarios (IICA, 1997). La implantación
del HACCP es voluntaria u obligatoria para los exportadores,
según los mercados de destino y los productos que vendan.
Esto es, aun cuando su cumplimiento mejora las ventajas competitivas
de las empresas, a veces se constituye en un requerimiento
impuesto si se quiere exportar a ciertos mercados.Por último,
las normas obligatorias sobre los procesos y métodos de producción
(PPM o "processes and production methods") son usadas por
la política ambiental interna y la política comercial. Las
restricciones a la importación que se emplean para mejorar
el "enforcement" de estas normas, afectan a productos con
externalidades ambientales negativas en la etapa de consumo
y, principalmente, en la etapa de producción. En este último
caso buscan mejorar el desempeño ambiental estableciendo los
niveles máximos aceptados de emisión de contaminantes, los
insumos a utilizar o una técnica productiva o de cosecha específica.En
OECD (1997) se los divide en dos grandes grupos: a) los relacionados
con el producto, y b) los que no se relacionan con el impacto
ambiental por el consumo del producto. Estos últimos se subdividen
en: i) procesos con impactos transfronterizos, ii) procesos
con efectos sobre especies migratorias y otras especies naturales
compartidas, iii) procesos que afectan los bienes públicos
globales -capa de ozono, clima global-, y iv) procesos con
impactos acotados al país productor.Los PPM relacionados con
el producto son aquellos donde la forma en que son producidos
los bienes genera externalidades durante el consumo. Por ejemplo,
una técnica agrícola intensiva en agroquímicos influye sobre
las características del bien final y tiene impactos en el
país importador. Como se describe en la siguiente sección,
estos PPM son aceptados por el sistema multilateral de comercio.Los
PPM más discutidos son los que no se relacionan con el producto
final. En primer lugar, están los requisitos a la importación
de bienes que durante su proceso productivo contaminan a países
vecinos. Por ejemplo, limitar el ingreso de productos agropecuarios
o industriales que descargan residuos en ríos compartidos
o condicionar la compra de energía eléctrica por las emisiones
gaseosas transfronterizas. Similar es el caso de los PPM que
buscan proteger especies migratorias, como aves y peces, muchas
veces regulando los procedimientos de captura y acordando
límites de pesca por país. En tercer lugar se encuentran las
normas sobre procesos que afectan la capa de ozono o inducen
el cambio climático, presentes en acuerdos multilaterales
ambientales. Por ahora, sólo el Protocolo de Montreal abrió
la puerta a una posible futura barrera comercial a bienes
elaborados con procesos productivos que utilicen gases prohibidos.El
caso más conflictivo es el de los PPM que sólo afectan al
país productor. Aquí un país busca que sus leyes internas
tengan alcance más allá de sus fronteras, exigiendo que se
cuiden los recursos naturales de la misma manera que en su
propio país. De este modo se pretende imponer juicios de valor
sobre el nivel aceptable de emisión de contaminantes, el manejo
de bosques y el trato a animales silvestres, al prohibir o
limitar la importación de bienes elaborados con procesos productivos
contaminantes, maderas provenientes de bosques tropicales
o de explotaciones forestales que no tienen un sistema de
gestión sustentable y pieles de animales cazados con técnicas
"no humanitarias". Si bien la motivación primaria es ambiental
-bajo el criterio de que los bienes ambientales pertenecen
a la humanidad y cualquiera tiene derecho a exigir su cuidado,
no importa el país en que se encuentren-, los argumentos proteccionistas
también están presentes. Esto se nota cuando se aduce que
el costo de los bienes importados es menor porque no utilizan
tecnologías "limpias", razón por la cual se les debe cobrar
un derecho por "dumping ecológico" para "nivelar el campo
de juego" o restringir su importación mediante PPM obligatorios.
El grado de discrecionalidad que involucran atenta contra
los principios del GATT y permitiría la proliferación de barreras
comerciales justificadas por la consecución de un motivo "noble",
como la protección del ambiente.Esto no implica que las normas
de producción de los países en desarrollo no tiendan a ser
cada vez menos contaminantes. La experiencia muestra que los
estándares de los países desarrollados se están difundiendo
a los países en desarrollo vía la transferencia de tecnología
y mediante la presión de la demanda de los mercados de exportación,
en particular sobre las empresas orientadas a los mercados
externos (Tussie and Vázquez, 1999). Los sellos y las ISO
14000 enseñan cómo el comercio es capaz de transmitir las
preferencias de los consumidores por productos y procesos
menos dañinos para el ambiente, sin necesidad de un gobierno
que exija su cumplimiento. Además, a los consumidores se les
puede criticar sus gustos, pero no se los puede acusar de
tener patrones de consumo proteccionistas. Por eso la importancia
de un atento seguimiento del desarrollo de los requisitos
para acceder a estos estándares voluntarios.
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Normas sobre procesos: una evaluación preliminar de su impacto
De la interacción entre las políticas comerciales
y ambientales surgen dos preguntas: i) ¿tienen efectos positivos
sobre el medio ambiente los instrumentos de política comercial
que apuntan a objetivos ambientales?; ii) ¿en cuánto afectan
a los flujos comerciales las restricciones de carácter ambiental?
Como estas dos preguntas son de carácter empírico, requieren
respuestas también empíricas, por ejemplo, evaluaciones de
impacto y análisis de casos. En esta sección se toma el primer
camino, presentando una evaluación preliminar del impacto
potencial sobre las exportaciones argentinas de requisitos
de acceso ambientales, en particular los referidos a los procesos
productivos, que constituyen una amenaza potencial al comercio
exterior del país.Una forma de aproximarse al impacto de las
normas relacionadas con los proceso productivos sobre las
exportaciones argentinas es clasificar las ventas externas
según el grado de contaminación derivado de su proceso productivo
y detallar cuáles de ellas tienen como destino mercados propensos
a este tipo de medidas comerciales, sean obligatorias -por
decisión del gobierno- o voluntarias -por decisión de los
consumidores-. De este modo se podrá identificar a los sectores
potencialmente perjudicados y se contará con una medida aproximada
de la magnitud de las exportaciones argentinas que podrían
verse afectadas si en sus mercados de destino se diseñan instrumentos
que apunten a la internalización de los efectos ambientales
durante el proceso productivo.Para este ejercicio de evaluación
se seleccionaron los sectores manufactureros porque para ellos
se cuenta con mejor información respecto del grado de contaminación
generada en la etapa productiva y porque, motivo no menor,
las exportaciones manufactureras representan el 66% de las
ventas externas (cuadro 3). A su vez, de los destinos más
propensos a implementar estas normas se eligió a la Unión
Europea debido al nivel de "conciencia ecológica" de sus consumidores,
a la rigurosidad creciente de su política ambiental, a su
tradición en aplicar medidas no arancelarias a las importaciones,
muchas veces con el objetivo de modificar aspectos de la política
interna de sus socios comerciales, y a la importancia como
mercado para las manufacturas argentinas. En el cuadro siguiente
se precisa el conjunto de exportaciones a estudiar, donde
se observa que, en el trienio 1995/1997, las exportaciones
a Europa representaron el 18% del total y su composición,
en términos de manufactureras y no manufactureras, fue similar
al de las ventas globales .Para ordenar a los sectores industriales
según su grado de contaminación se utilizó el índice lineal
de toxicidad aguda para la salud humana -LAHTI, según su sigla
en inglés- presentado en Hettige et al. (1995), sectores que
a su vez se han subdividido en industrias de alto, mediano
y escaso potencial contaminante, según el criterio seguido
en Chudnovsky et al. (1995) .A partir de esta información,
se puede analizar la estructura de las exportaciones manufactureras
argentinas según su contaminación potencial durante la etapa
productiva y ensayar una respuesta a la pregunta de cuán dependientes
son estas exportaciones de las intensivas en contaminación
y cuáles sectores serían los más sensibles .En el cuadro 4
se observa que, en promedio, en el trienio 1995/1997 los sectores
de mediano potencial contaminante fueron los más importantes,
con el 38% del total, seguidos por los de escaso y los de
alto. Este orden se mantiene en las ventas a la Unión Europea,
aunque se incrementa el peso relativo de las de mediano y
disminuye el de las de escaso y alto potencial, lo cual señalaría
una especialización hacia productos con procesos menos contaminantes,
tanto en la estructura de las exportaciones como en la participación
que tiene Europa en las ventas totales de cada uno de estos
tipos de industrias. Un detalle de los sectores que componen
cada categoría se presenta en los cuadros A1, A2 y A3, en
el anexo. En el primero de ellos se resalta que las exportaciones
de alto potencial provienen principalmente de la industria
química, curtiembres, papeleras, aluminio, siderúrgicas, de
plástico y refinerías de petróleo, para las cuales, excepto
las dos últimas, la Unión Europea es un destino importante.
Dentro de las de mediano potencial se destaca la industria
aceitera, que dirige a Europa cerca del 29% de sus exportaciones,
mientras que en las de escaso potencial sobresalen la industria
cárnica y la automotriz. Es decir, dos de las actividades
manufactureras que más exportan no forman parte de los sectores
más sensibles si los socios comerciales de Argentina, y en
especial la Unión Europea, adoptan medidas para reducir el
comercio en los bienes más intensivos en contaminación.Este
grado de sensibilidad por agrupación económica se refleja
en el cuadro A4, donde se presentan las exportaciones a la
Unión Europea a un nivel un poco más agregado. Así se observa
que la industria alimenticia, que concentra las dos terceras
partes de las ventas, no registra presencia de subsectores
de alto potencial contaminante. Sin embargo, en los sectores
que le siguen, como cueros, química básica, acero, pasta y
papel, aluminio y refinerías de petróleo, el total de sus
exportaciones son pasibles de sufrir limitaciones, tornándolos
en las industrias que más se perjudicarían con medidas que
apunten a las externalidades ambientales durante el proceso
productivo.
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Grado de vulnerabilidad relativa
A su vez, este conjunto de sectores se puede ordenar
según su grado de vulnerabilidad ante este tipo de medidas
de acuerdo a la importancia que revisten las exportaciones
en el total de sus ventas. Así, es posible determinar no sólo
qué exportaciones serían las más afectadas sino también el
impacto sobre la producción de cada sector. Con este criterio
es posible clasificar a los sectores exportadores en cuatro
categorías según la importancia de los mercados de destino
más propensos a aplicar estos instrumentos en el total de
sus ventas externas y la relevancia de las exportaciones como
destino de su producción total.Aquí se observan dos casos
extremos: los más vulnerables (tipo I) y los menos vulnerables
(tipo III). Los más sensibles son los sectores tipo I, donde
las exportaciones tienen un peso importante en sus ventas
totales y una parte significativa de sus ventas externas se
dirigen a mercados sensibles. Por lo tanto, las empresas de
estas industrias cuentan con una motivación particular para
adecuar sus métodos de producción. Los sectores tipo III tienen
al mercado interno como principal destino y los mercados propensos
representan una proporción baja en el total de sus exportaciones.
Los tipo II y IV son casos intermedios, ya sea porque el mercado
externo no es importante en la estrategia de las empresas
o porque los mercados propensos no representan una magnitud
importante del total de sus exportaciones.Para el caso argentino
se seleccionaron las exportaciones a la Unión Europea de las
industrias de alto potencial contaminante en su proceso productivo,
las en principio más sensibles ante estas medidas comerciales.
En el gráfico A1 se ordenan estas industrias de acuerdo al
coeficiente de exportaciones sobre el valor bruto de producción
(VBP) y a la importancia de Europa como mercado de destino,
para el promedio de los años 1993-1995, con la media de estas
industrias como parámetro de comparación. Para la estimación
del grado de vulnerabilidad se utilizó el promedio de los
años 1993/1995, en vez de 1995/1997, porque eran los años
más recientes para los que se disponía de información sobre
la participación de las exportaciones en el VBP por grupos
de la CIIU Rev. 2. Con los datos del último trienio el análisis
podría sufrir alguna modificación, dado que la participación
de las exportaciones a Europa de algunos sectores experimentó
un descenso.En el gráfico se observa que dentro del cuadrante
I se encuentran importantes sectores exportadores, como la
industria de pulpa y papel, química básica, cueros, metales
no ferrosos y refinerías de petróleo, que no sólo son pasibles
de sufrir restricciones comerciales por la contaminación que
generan, sino que las exportaciones, y en particular las destinadas
a Europa, constituyen una parte significativa de su producción.
Además, representan el 85% de las exportaciones de sectores
con alto potencial contaminante y el 18% del total de las
exportaciones manufactureras. Por su parte, la industria del
acero, otro de los sectores relevantes en las exportaciones
industriales, presenta una posición menos vulnerable en términos
relativos (cuadrante II), debido a que el mercado europeo
significa una porción menor de sus ventas. Es importante marcar
que en el último trienio algunos de estos sectores redujeron
su dependencia del mercado europeo, destacándose las refinerías
de petróleo y, en menor medida, pulpa y papel y química básica,
que disminuyeron así su grado de vulnerabilidad.Dentro de
los sectores con mediano potencial contaminante, que corresponden
a la mitad de las exportaciones manufactureras (gráfico A2),
la industria de grasas y aceites es la más vulnerable, lo
cual se explica por ser un sector especializado en la exportación
y donde Europa es uno de los principales destinos. A su vez,
comprende el 86% de las ventas de sectores con mediano potencial
contaminante y casi el 40% de todas las ventas de manufacturas
a la Unión Europea. Aunque con menor grado de vulnerabilidad
relativa, otro sector también muy sensible a barreras comerciales
ambientales es la industria de hilados.La vulnerabilidad de
estos sectores se potencia si, para conservar el mercado europeo,
deben adaptar su proceso productivo, con el consiguiente impacto
sobre sus empresas proveedoras. Además, el cambio en la función
de producción no es en general divisible según el destino
de las ventas, con lo cual el total de la producción cumplirá
con los requisitos de acceso del mercado europeo, aun cuando
esto no sea necesario para los demás destinos. Una dificultad
adicional surge si las normas de distintos mercados no son
compatibles entre sí, de modo que el productor se enfrenta
a dos alternativas: o produce para cada destino según las
normas que éste fije, con la consecuente pérdidas de economías
de escala, o se especializa en la venta a los mercados que
aceptan el proceso empleado. Por último, un comentario respecto
a la comparación de la situación argentina con el principal
socio del MERCOSUR. En un estudio hecho para Brasil (Motta
Veiga, 1994), aun cuando se utilizan criterios ligeramente
diferentes para la clasificación de las industrias, se señala
a las papeleras, las químicas y las alimenticias como las
más frágiles, seguidas por metalurgia, cueros y textiles,
lo cual muestra cierta similitud con el caso argentino. En
ese estudio se resalta además la importancia de las relaciones
verticales entre los diferentes eslabones de la cadena industrial
para hacer frente a estos requisitos de acceso, porque las
normas sobre métodos y procesos de producción implican cambios
que exceden al productor final. Así concluye que los sectores
con un mayor grado de integración vertical o con un mayor
nivel de cooperación entre los participantes de la cadena,
son los que se encuentran en mejoras condiciones de adaptarse.
A conclusiones similares llega Scholz (1996) para el caso
chileno, donde resalta la importancia de la conjugación de
factores a nivel empresario, a nivel de organizaciones intermedias
y a nivel de políticas públicas macro y sectoriales, para
llevar adelante un proceso de adaptación ágil y eficiente.
Dentro de los primeros incluye a estructuras favorables a
la innovación, personal capacitado y con un proceso de actualización
sistemática y la articulación en redes empresariales. En el
nivel mesoeconómico señala a los grupos de trabajo de asociaciones
empresarias. los cursos de capacitación y la vinculación de
las empresas con los centros de investigación aplicada, mientras
que a nivel macro subraya la apertura económica -que posibilita
la importación de tecnología de punta-, la estabilidad -que
permite planificar a largo plazo- y una política ambiental
sólida que incentive la búsqueda de mayores niveles de cuidado
ambiental.
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Conclusiones
La relación entre comercio y medio ambiente es
un tema de creciente interés en el mundo, en especial por
su fuerza para justificar barreras no arancelarias, muchas
veces con un objetivo proteccionista encubierto. A su vez,
la preocupación por el medio ambiente es creciente en mercados,
como la Unión Europea, con los cuales Argentina tiene fuertes
vínculos comerciales. Por eso cobra relevancia la atención
de estas cuestiones.El objetivo de este trabajo ha sido identificar
potenciales problemas para ubicar al país en este contexto.
De este análisis resulta que, aun cuando el país no ha mostrado
hasta el presente actividades productivas ecológicamente sensibles,
las barreras a la importación de productos elaborados con
semillas transgénicas, en especial la soja, surgen como un
nuevo problema que sí lo puede afectar, y en forma nada despreciable.
Pero como en este caso Estados Unidos será el principal país
afectado, Argentina puede beneficiarse de las negociaciones
de este actor de peso en el sistema multilateral. Asimismo,
habría lugar para acciones conjuntas con Brasil en los foros
multilaterales, cuyo sector sojero también se vería perjudicado
cuando comience a utilizar este tipo de semilla.Por otro lado,
un problema que puede ser crítico en la vinculación entre
comercio y medio ambiente, se relaciona con un tema "aún"
no aceptado por el sistema multilateral de comercio: las normas
obligatorias sobre métodos y procesos productivos (PPM). La
principal crítica que reciben es el carácter extraterritorial
de estas medidas comerciales, donde un país puede influir
sobre los métodos de producción y cosecha de los demás. Hasta
ahora, el GATT y la OMC han fallado en contra de estos instrumentos
de política comercial, pero en los países desarrollados es
cada vez mayor la presión para que se los acepte. Mientras
tanto, están ganando aceptación los requisitos de acceso voluntario
que apuntan al proceso, como los sellos ecológicos que abarcan
el ciclo de vida del producto y las ISO 14000. Una evaluación
preliminar del impacto de los requisitos de acceso que atienden
a la contaminación en el país productor sobre las exportaciones
manufactureras argentinas, muestra que el 28% de las mismas
podría verse afectado porque corresponden a los sectores de
mayor potencial contaminante durante su proceso productivo,
seguidos por los de mediano potencial, que comprenden el 38%.
Entre las de mayor potencial contaminante se encuentran curtidurías,
acerías, refinerías de petróleo, química básica, metales no
ferrosos y pulpa y papel, mientras en las de mediano potencial
sobresalen la industria de aceites y grasas, de hilado y de
productos farmacéuticos.Un panorama más preciso de este impacto
requiere analizar la distribución geográfica de las exportaciones
y la importancia de las ventas externas en la estrategia de
las industrias, que es lo que marca la vulnerabilidad sectorial
frente a barreras comerciales de corte ambiental. De la evaluación
de la dependencia con el mercado europeo -uno de los más propensos
a poner en práctica estas barreras comerciales-, surge que
los sectores más vulnerables en términos relativos son curtidurías,
química básica, metales no ferrosos, pulpa y papel, aceites
y grasas e hilados. Por lo tanto, más de la mitad de las exportaciones
de manufacturas a Europa estarían potencialmente comprometidas.Por
supuesto, esta conclusión preliminar precisa ser complementada
con un análisis sectorial que determine el verdadero grado
de exposición de cada industria a estos requisitos y la capacidad
de adaptación de cada una. Porque las normas externas pueden
ser incompatibles con las características ecológicas locales
y con la estructura y tecnología de las empresas, elevando
en exceso el costo del ajuste necesario para continuar exportando.
De la evidencia recogida en estudios para el caso argentino
(ver Chudnovsky y Chidiak, 1995 y Chudnovsky et al., 1995),
se desprende que los sectores exportadores más sensibles están
prestando atención a este problema, en particular las grandes
empresas. Pero esta conclusión no es generalizable ni a todas
las firmas ni a todos los sectores. A su vez, una extensión
de este análisis puede incluir también las exportaciones al
NAFTA, otro de los mercados con consumidores atentos a las
cuestiones ambientales, con organizaciones ecologistas con
una muy desarrollada capacidad de presión política y con gobiernos
preocupados por su imagen de protectores del ambiente. De
este modo, se podría contar con una base empírica más amplia
que brinde nuevos elementos para la posición negociadora del
país en foros como la OMC y el ALCA, donde sería deseable
evitar que cobren legitimidad medidas comerciales que sean
discriminatorias y favorezcan la aplicación extraterritorial
de las políticas ambientales de los países desarrollados.
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PANORAMA
DEL MERCOSUR Nº 3, julio 1999
¿Qué se puede esperar de la Ronda del Milenio?
Introducción
La tercera Conferencia Ministerial de la Organización Mundial
del Comercio (OMC) a desarrollarse en Seattle a fines de noviembre
próximo, será uno de los hitos del acontecer económico internacional
de los últimos años. Durante esa reunión se decidirá formalmente
tanto el lanzamiento de una nueva ronda global de negociaciones
comerciales multilaterales como sus alcances y objetivos.La
importancia de las decisiones a las que se arrive en ese cónclave,
más allá de la agenda que se defina finalmente, radica en
que la mentada Ronda del Milenio pasará a constituirse en
una nueva prueba para ratificar la tendencia a la liberalización
presente en cada una de las ruedas anteriores, que fueran
la columna normativa de la expansión comercial internacional
generada desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La Ronda
Uruguay (1986 - 1994) fue un arduo, prolongado y finalmente
exitoso esfuerzo para mantener ese proceso, pero el contexto
era entonces bastante diferente del actual. Basta decir que
durante su transcurso tuvieron su apogeo las políticas derivadas
del "Consenso de Washington", que más allá de diferencias
de "color" local, impulsó la implementación de políticas basadas
en la apertura comercial y la liberalización en materia de
inversiones. Hoy el entorno no resulta ser el más favorable
a una nueva iniciativa negociadora. Por un lado están creciendo
una sensación de "desengaño" respecto de la globalización
en varios países industrializados. El creciente peso de los
sectores "perdedores" ha impulsado el advenimiento de gobiernos
menos proclives a impulsar una apertura adicional de sus economías.
Al mismo tiempo en varios países asiáticos han crecido los
resquemores luego de la crisis que los afectara desde el segundo
semestre de 1997. Por otra parte se detectan crecientes ataques
a la OMC a nivel institucional, a la que acusan de ser un
ente "cerrado", en el cual se desarrollan cónclaves "secretos"
y que, para colmo de males, tiene una capacidad única para
vulnerar el libre accionar de los estados soberanos. Por supuesto,
estas críticas distan de ser novedosas, dado que las mismas
fueron emitidas en uno u otro "envase" desde los tiempos de
la Ronda Uruguay, salvo por el hecho que ahora coinciden con
un rebrote de presiones proteccionistas generadas en buena
medida por los efectos originados en la crisis de los mercados
emergentes iniciada a mediados de 1997. La crisis de las commodities
es un elemento perturbador adicional, que en el caso de la
agricultura y otros productos, dificultará aún más la puesta
en marcha de iniciativas de liberalización. Ante precios bajos
las demandas por la utilización de subsidios resultan más
frecuentes y, por ende, su reducción y/o limitación se vuelve
más difícil de aceptar en términos políticos. La OCDE ha estimado
que las medidas de apoyo a la agricultura en los países que
componen esa organización superaron en 1998 los 360 mil millones
de dólares, lo que representa un incremento de un 7,7% respecto
a 1997 (OECD, 1999) Otro elemento que siembra dudas sobre
las perspectivas de la nueva Ronda es la actitud de los supuestamente
dos principales jugadores del comercio internacional: los
Estados Unidos y la Unión Europea. Si bien formalmente, ha
sido el Comisario Europeo de Comercio Exterior, Sir Leon Brittan,
la primera personalidad en instar por la realización de una
ronda global y aunque el Presidente Clinton anunciara su apoyo
a tal idea en Ginebra en ocasión de la segunda Conferencia
Ministerial, existen razones para abonar el escepticismo acerca
del grado de compromiso real de estos países con el esfuerzo
liberalizador. Por un lado, la UE ha anunciado recientemente
que no alterará fundamentalmente la Política Agrícola Común
hasta el año 2006, mientras que en los EE.UU., se percibe
cierta apatía sobre la efectividad de una ronda global, en
tanto y en cuanto esta no arroje resultados rápidos y - lógicamente
- positivos sobre las temáticas sectoriales que son de su
mayor interés, además de los recurrentes planteos proteccionistas
del Congreso, la carencia de fast track y la actitud "anti-NAFTA"
sostenida por grupos de interés de ese país que, por contagio,
se convierte en una actitud contraria a toda negociación comercial
que implique liberalización.Desde el plano puramente nacional
(razonamiento que también puede extenderse a escala Mercosur),
a pesar del fuerte aumento de la importancia del comercio
exterior verificado a partir de la apertura y de la creciente
influencia de las reglas multilaterales sobre el ordenamiento
productivo doméstico (caso patentes farmacéuticas, régimen
automotor, protección a la industria del calzado y textil,
sin mencionar a la agricultura), se detecta que los temas
de la OMC son seguidos por el sector privado desde cierta
lejanía, ya que las negociaciones son percibidas como un dato
de la realidad cuyo resultado final es más un estado de la
naturaleza que el resultado de una actitud proactiva (Casiburi
et al, 1998).No obstante ello, resulta claro suponer que el
principal interés para nuestro país son las negociaciones
sobre la agricultura. Pero en la consecución de una equiparación
en el tratamiento dispensado a este sector respecto a los
demás, deberán efectuarse diversas concesiones en otros aspectos.
Si bien en algunos de ellos el ejercicio resulta relativamente
sencillo para nuestro país, en virtud al régimen liberal implementado
de manera unilateral durante los últimos años (servicios,
inversiones), en otros segmentos los impactos pueden ser más
notables (aranceles industriales y regionalismo).En suma,
la nueva Ronda brinda a los miembros del Sistema Multilateral
de Comercio (SMC) la posibilidad de renovar su compromiso
por la liberalización, evitando a la vez una "recaída" en
el proteccionismo. Las lecciones de la crisis de los mercados
emergentes son útiles sobre el particular. Las reglas comerciales
multilaterales han contribuido a evitar que las devaluaciones
competitivas hayan tenido un correlato en la política comercial
a través de la generalización de correcciones arancelarias
de tipo proteccionista. Es más, la posibilidad de tener el
acceso a los mercados más importantes con un alto grado de
certidumbre ha servido para facilitar el ajuste externo de
varios países afectados por la crisis (DFAT-Australia, 1999).En
la siguiente sección se plantean diferentes alternativas sobre
el alcance y el formato de la agenda de negociación, detallándose
en la tercera parte las características sustantivas de los
principales temas posiblemente a tratar, quedando la cuarta
parte para las consideraciones finales.
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Panorama general
Durante la segunda Conferencia Ministerial de la
Organización Mundial del Comercio (OMC) -mayo de 1998 - quedó
plasmada la decisión de iniciar una nueva ronda global de
negociaciones comerciales multilaterales. De esa forma tuvieron
fin las especulaciones en torno a la propia realización de
la ronda, en virtud que hasta ese momento aún existían posibilidades
de adoptar un enfoque de negociaciones sectoriales.Las posiciones
enunciadas hasta el presente por los principales jugadores
de las negociaciones multilaterales permiten establecer -
con cierto margen de seguridad - algunos parámetros dentro
de los cuales se desarrollará la futura ronda:1. Existe amplio
consenso en establecer un plazo máximo de 3 años para el desarrollo
de las negociaciones, es decir que para comienzos de 2003
deberían alcanzarse resultados concretos. El desarrollo efectivo
de los acontecimientos revelará cuán vigoroso es este límite,
especialmente si a la fecha prevista no pueden obtenerse resultados
positivos y "balanceados" de - al menos - una parte de los
temas. Esto es resultado del "cansancio" producido tras los
más de 8 años que requirieran las negociaciones de la Ronda
Uruguay.2. En función del mencionado límite temporal, es posible
que la lista de aspectos a incluir sea un tanto reducida o
que los objetivos planteados en cada uno de los temas sea
muy concretos y delimitados. No obstante, existe un compromiso
entre el balance de negociación y la brevedad de las negociaciones,
ya que cuanto menos abarcativo sea el paquete a negociar,
más difícil resulta encontrar una mayor equilibrio en los
resultados finales.3. Lo más probable es que se adopte el
criterio de "compromiso único" (single undertaking), lo que
significa que "hasta que no esté todo acordado, no hay nada
definitivamente acordado". No obstante, aún están vivos los
intentos de algunos países para obtener cierto tipo de "cosecha
temprana" (early harvest) - que incluso pueda alcanzarse durante
la Conferencia Ministerial de Seattle - bajo la forma de un
"minipaquete" más o menos balanceado, que represente avances
en diversos temas (denominados "los deliverables"), propuesta
impulsada por los EE.UU.
La "urgencia" por obtener resultados palpables se vincula
tanto a satisfacer intereses concretos del sector privado
como a la necesidad de satisfacer requerimientos de un Congreso
norteamericano renuente a otorgar la autoridad de negociación
especial o fast track. Dado el plazo que se maneja para finalizar
la ronda, queda un estrecho margen para obtener resultados
"tempranos" en alguna revisión de medio plazo.Ante este panorama,
pueden determinarse los siguientes escenarios posibles para
la próxima ronda:a. Escenario "de mínima": "mini ronda" compuesta
por los temas incluidos en la agenda incorporada en los resultados
de la Rueda Uruguay. Las negociaciones se limitarían a la
agricultura, los servicios y ciertos aspectos de la propiedad
intelectual. En realidad este sería un panorama de "cuasi-catástrofe",
ya que el mismo significa un duro golpe al proceso de liberalización,
en la medida que reflejaría que durante cinco años - plazo
transcurrido tras la firma de los Acuerdos de Marrakesh que
formalizaron los resultados de la Ronda Uruguay - no se ha
podido avanzar respecto a lo ya acordado. Sin embargo, esta
perspectiva es de baja probabilidad, especialmente tras conocerse
los resultados de la primera reunión ministerial de la Cuadrilateral
realizada recientemente en Tokio, que reflejan que existe
acuerdo en ampliar el espectro temático.b. Escenario de ronda
"limitada": a los temas incluidos en la agenda incorporada,
se le agregarían aquellos en los cuales existe consenso entre
los principales actores. Los temas a incorporar serían los
aranceles para productos industriales y la facilitación del
comercio. Menor nivel de acuerdo existe en torno a la incorporación
de la temática relativa a las inversiones y a las políticas
de competencia (temas ambos que carecen de apoyo abierto de
parte de los EE.UU.), aunque podrían llegar a sumarse en versiones
"descafeinadas" o bajo un cronograma especial, fuera del "compromiso
único", a la manera de los servicios en la RU..Con el objeto
que este paquete resulte atractivo a los países menos adelantados
(PMA) y a los efectos de crear menores resistencias en ciertos
países en desarrollo reticentes a la incorporación de nuevos
aspectos (la India, Egipto y Pakistán), el listado de temas
debería ser complementado por iniciativas que pongan énfasis
en la relación entre el comercio y el desarrollo, facilitando
la integración de tale países al sistema multilateral. Esta
iniciativa podría materializarse, ya sea a través del compromiso
de reforzar el Sistema General de Preferencias (iniciativas
"SGP-plus") limitándolo a los PMA, o a través de la consolidación
a "0" por parte de los países desarrollados del arancel de
nación más favorecida aplicado a los principales productos
de exportación de esos países.c. Escenario de ronda "abarcativa":
a los temas del escenario "b" se agregarían algunos temas
relativamente "conflictivos", pero cuya inclusión podría resultar
imprescindible para que la nueva ronda llegue a buen término,
teniendo especialmente en cuenta los problemas que tiene la
Administración Clinton para obtener el fast track. En principio,
pueden mencionarse el comercio y medio ambiente, las normas
laborales fundamentales y la revisión del acuerdo Sanitario
y Fitosanitario de la OMC (SPS, en inglés). A los fines de
contrarrestar estos temas - típicamente del "norte" - deberían
incluirse otros de interés de ciertos PED, como la profundización
de la relación entre desarrollo y el SMC implicando la reforma
de algunos acuerdos existentes (propiedad intelectual -TRIPS-
e inversiones -TRIMS- entre otros) con el objeto de otorgar
mayores grados de libertad para diseñar "políticas de desarrollo"
decididas a nivel nacional. Es claro que este listado de temas
sería amplio, con una perspectiva de negociación muy difícil,
haciendo prácticamente imposible dar cumplimiento al plazo
de 3 años de negociación.Por lo expuesto no resulta aventurado
considerar que, con algunas variantes leves, el escenario
"b" sea el que cuenta con las mayores probabilidades. De esa
forma se estaría perfilando la siguiente agenda, con los temas
ordenados según la probabilidad de inclusión estimada:Con
mayores probabilidades:· Agricultura · Servicios · Otros puntos
de la agenda incorporada (algunos aspectos del Acuerdo sobre
Propiedad Intelectual) · Aranceles de productos industriales
· Facilitación del comercio · Asuntos institucionales (coordinación
con Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización
Mundial del Trabajo y otros organismos internacionales y acciones
para incrementar la transparencia dentro de la OMC) Con menores
probabilidades (existes mayores posibilidades de que algunos
de ellos continúen como "grupos de trabajo" o se incorporen
en versiones "limitadas"):
· Regionalismo
· Comercio y medio ambiente
· Comercio e inversiones (posiblemente dentro de un cronograma
de acciones futuras fuera del "compromiso único")
· Comercio y políticas de competencia
· Comercio electrónico
· Compras gubernamentales
· Normas laborales
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Análisis de los puntos de la posible
agenda
1. Agricultura:
Obviamente es éste el tema que concita el mayor interés para
nuestro país, al punto que podría decirse, que, desde el punto
de vista argentino, justifica por sí mismo la realización
de la nueva ronda.Es conocido que la agricultura ha sido una
especie de "paria" del Sistema Comercial Multilateral, dado
que desde la creación del GATT en 1947 el sector había quedado
prácticamente excluido de las normas que regulan los intercambios
comerciales internacionales. Factores históricos han contribuido
a consolidar esa situación, los cuales están relacionados
con la necesidad de asegurar el abastecimiento nacional de
una buena parte de los alimentos como una "estrategia nacional"
ante la eventualidad de conflictos bélicos y los períodos
de hambruna. Así, la autosuficiencia alimentaria se fue convirtiendo
de esa forma en un objetivo de política pública, muchas veces
alejado de las razones de eficiencia económica. De esa forma,
existía cierta "vía libre" para imponer toda clase de trabas
y distorsiones al comercio de estos productos. De esa forma
era muy frecuente la utilización de restricciones cuantitativas,
precios de entrada, subsidios, normas sanitarias establecidas
sin fundamentación científica, etc..Esta situación sólo se
vería parcialmente modificada durante la Ronda Uruguay, a
través del Acuerdo sobre Agricultura (AA) y el Acuerdo sobre
Aspectos Sanitarios y Fitosanitarios (SPS).Si bien el AA determina
sólo modestas reducciones en materia de subsidios y aranceles,
su relevancia radica en dos hechos: por un lado, se logra
incorporar la agricultura a las reglas del SMC y segundo,
se establece la necesidad de reanudar las negociaciones a
fines de 1999 a efectos de lograr mayores avances en la materia.
En cumplimiento de esto último es que las nuevas negociaciones
agrícolas deberían comenzar en pocos meses.Aunque el mandato
de negociación ya está determinado por la agenda "incorporada"-
es decir, que el mismo no está "atado" a ningún tipo de negociación
-, la posibilidad de que el mismo se lleve a cabo en una ronda
global permite aumentar las posibilidades de obtener resultados
ambiciosos.El mapa de posiciones previas puede ser trazado
con relativa sencillez. Pueden identificarse dos grupos extremos:
por un lado se ubican los países productores "eficientes"
- en el sentido que su producción no está basada en la aplicación
sistemática de subsidios - compuesto por el Grupo Cairns y
los EE.UU. El planteo básico de estos países puede resumirse
en el reclamo por la eliminación de todo elemento que establezca
diferencias entre la agricultura y el resto de los bienes.En
el otro "bando" se ubican aquellas economías en las cuales
la producción agrícola se sostiene en el otorgamiento generalizado
de subsidios y otros tipos de medidas de apoyo. Sus más claros
exponentes son la Unión Europea (mas otros piases europeos
extracomunitarios como Suiza y Noruega), Japón y Corea.Además,
este grupo tiene gran influencia sobre ciertos países en desarrollo
que encuadran en alguna o más de una de estas situaciones:·
países importadores netos de alimentos que resultan favorecidos
por el statu quo, dado que de esa manera pueden conseguir
alimentos a precios subsidiados, · países beneficiarios de
algún régimen preferencial de acceso a los mercados altamente
protegidos (como el de la UE), tales como los partícipes del
Convenio de Lomé, formado básicamente por ex colonias británicas
y francesas, y · países muy dependientes de la ayuda al desarrollo
en general (particularmente de Africa), lo que termina influyendo
en sus decisiones de un modo tal que las mismas se determinan
por esa única razón más allá de que las mismas puedan resultar
contrarias a sus propios intereses desde el punto de vista
de la eficiencia económica. Estos grupos apoyan visiones que
procuran mantener la "especificidad" del tema agrícola, sosteniendo
para ello una batería de argumentos, que pueden reunirse en
lo que se ha dado en denominar la "multifuncionalidad de la
agricultura" o "preocupaciones no comerciales". A través de
estos conceptos, se afirma que la agricultura, además de su
aporte productivo, genera una serie de externalidades, ya
sean de índole demográfica - al evitar una excesiva concentración
de la población en las ciudades -, de índole paisajística
- al mantener cierta "vista de campiña" valorada por la sociedad
- y de orden ambiental - aspecto más difícil de sostener -
, entre otras.Podría sintetizarse que el debate radica entonces
en diferencias de orden "filosófico" sobre el papel que desempeña
la agricultura en la sociedad. Dado que difícilmente ello
pueda dilucidarse en una negociación de carácter comercial,
la vía de negociación no debería direccionarse en torno a
la discusión del concepto de la "multifuncionalidad", sino
en cómo evitar que el sostenimiento de tales valores sean
lo menos distorsivos del comercio como sea posible.Se pueden
identificar tres áreas básicas de negociación, que en definitiva
responden a la estructura del Acuerdo Agrícola: acceso a los
mercados, subsidios a las exportaciones, y medidas de apoyo
interno. La primera de ellas hace referencia a la continuidad
del proceso de rebajas arancelarias iniciado en la Ronda Uruguay.
El objetivo en este sentido sería la eliminación o reducción
del trato diferencial existente entre los bienes agrícolas
y el resto de los productos. En virtud de la alta "sensibilidad"
de este tema, es probable que el logro de tal objetivo sólo
pueda alcanzarse tras el transcurso de varias rondas de negociación,
en un proceso que, en cierta manera, replicaría al verificado
en el caso de los productos industriales.Otro elemento a considerar
en materia de acceso a los mercados son las denominadas "cuotas
arancelarias" establecidas en el Acuerdo Agrícola para otorgar
una oportunidad de acceso "mínimo" y mantener el acceso "corriente",
con el objeto de impedir que el proceso de arancelización
disminuya los niveles de importación preexistentes al mismo.
En este caso, los países impulsores de la liberalización agrícola
se encontrarán ante la disyuntiva de elegir según sus principios,
abogando por la eliminación de estas "cuotas" al ser un elemento
"extraño" aplicado únicamente a los productos agrícolas o,
actuar de acuerdo a sus oportunidades, favoreciendo una ampliación
de estos contingentes y acrecentar de esa manera las posibilidades
de acceso efectivo.b. "Subsidios a la exportación": la peculiar
carga distorsiva sobre el comercio, y el hecho de que resultan
muy difíciles de justificar en términos de la "multifuncionalidad"
hacen que sobre los mismos recaiga la mayor batería de críticas.
De acuerdo al principio de "igualación" sostenido por Cairns,
este tipo de subsidios debería ser abolido, ya que se encuentra
dentro de la categoría de los prohibidos en el Acuerdo sobre
Subsidios y Medidas Compensatorias (aplicable para bienes
no agrícolas). Más allá de cual sea el resultado final que
se pudiera conseguir, el mismo debería complementarse con
la introducción de disciplinas en materia de créditos de exportación.
Es fácil deducir que los créditos concesionales podrían convertirse
en una "válvula de escape" para eludir las mayores obligaciones
que pudieran surgir en materia de subsidios a la exportación.
Si bien el AA contiene una disposición por la cual los países
miembro deben "esforzarse" para negociar los mecanismos de
créditos y seguros a la exportación subsidiados, ningún acuerdo
ha podido ser alcanzado hasta el momento.Otro elemento inherente
al apoyo a las exportaciones, es el relacionado con las actividades
de las empresas comercializadoras estatales (cuando actúan
como importadoras se convierten en otra variable del "acceso").
En cierta medida este problema tiende a agravarse en la medida
que se produce la incorporación a la OMC de Miembros con economías
en transición (Rusia), o con sistemas con fuertes resabios
de planificación centralizada (China) en las cuales estar
firmas no son la excepción, sino la regla.En realidad el conflicto
con estas empresas es de naturaleza horizontal, es decir que
es atinente a todo el SMC sin ser de naturaleza específicamente
agrícola, siendo por ello necesario el establecimiento de
disciplinas generales. Así pues, su negociación debería realizarse
fuera del contexto del Acuerdo Agrícola, evitándose de paso
una excesiva sobrecarga de demandas de modificación sobre
el mismo (Hoekman y Anderson, 1999).c. Subsidios internos:
a los fines de definir los compromisos de reducción el Acuerdo
Agrícola distingue tres tipos de subsidios:I) Los pasibles
de reducción (la caja "ámbar"), entre los cuales se cuentan
aquellos directamente relacionados con el nivel de producción
(precios mínimos, subsidios a la utilización de factores de
la producción, etc.),ii) los subsidios no directamente vinculados
a la producción (pagos directos por retiro de producción o
"deficiency payments") o "caja azul" yiii) los subsidios no
distorsivos sobre el comercio y la producción (ayudas destinadas
al mejoramiento ambiental, aliento a la tecnología, etc.)
en tanto y en cuanto sean financiados explícitamente, es decir,
a través del presupuesto público (financiación a través del
contribuyente) y no a través de administración de precios
(financiación a través del consumidor). Las categorías ii)
e iii) se hallan excluidas de los compromisos de reducción.
Además, siempre que tales subsidios no excedan el 5% del valor
de la producción (10% en los PED) pueden descontarse del monto
sujeto a reducción (cláusula "de minimis").De acuerdo a la
visión de Cairns, el objetivo final debería ser la aplicación
directa y llana del Acuerdo sobre Subsidios al comercio agrícola,
dejando de lado todo el esquema especial de "cajas" institucionalizado
en el AA. Para ello, el resultado de la negociación debería
propender a reducir la importancia de los subsidios vinculados
con la producción (lo que incluye a la caja azul e incluso
a algunos de la caja verde), concentrando el apoyo permitido
en las medidas "no distorsivas" relacionadas con políticas
específicas, permitiendo de paso, que cada país "pague", en
la medida que lo considere necesario, los servicios "multifuncionales"
provistos por la agricultura.Puede observarse que existen
múltiples variables-objetivo a considerar en la renegociación
del Acuerdo Agrícola. Cada una de las tres áreas básicas (acceso,
subsidios a la exportación y ayuda interna), se abren a su
vez en varios ítems a negociar, por lo cual el resultado a
obtener posiblemente surja del sutil balance entre cada una
de esas metas.
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II. Servicios
Estas negociaciones integran la otra gran rama de la agenda
incorporada del Acuerdo de Marrakesh. Es fácil deducir la
importancia y los impactos potenciales de estas negociaciones
dada la creciente participación de los servicios en el producto
y ocupación y el mayor grado de "transabilidad" de algunos
sectores debido a los avances tecnológicos, los cuales a la
vez han permitido un importante crecimiento de la productividad
en este sector.Las negociaciones en este sector- denominadas
"GATS 2000" - deberían brindar una oportunidad para ampliar
las listas de concesiones nacionales, las cuales presentan
un alto grado de disparidad. EE.UU. ha propuesto incluso cambiar
el formato de negociación llevándolo a uno de "lista negativa"-,
la introducción de disciplinas en materia de regulación interna
(lo que en muchos casos resulta definitoria en materia de
acceso a los mercados) y la negociación de medidas de "alivio
comercial" (salvaguardias y antidumping) y subsidios en esta
materia.A nivel sectorial pueden encontrarse algunos aspectos
particularmente conflictivos: por un lado la UE ha manifestado
el interés en que las negociaciones sean abarcativas, subterfugio
para decir que desea incorporar el transporte marítimo a la
negociación, lo cual históricamente ha generado oposición
de los EE.UU. A la vez, este país por su parte insistirá por
la incorporación de los sectores proveedores de servicios
audiovisuales, lo cual generará rechazo en la UE (especialmente
en Francia siempre alerta en defensa de los "bienes culturales")
e intentará incorporar plenamente el transporte aéreo, en
procura de multilateralizar los acuerdos tipo "cielos abiertos".
Finalmente, los países en desarrollo buscarán contrapesar
la agenda, señalado la necesidad de dinamizar las negociaciones
sobre el movimiento de personas físicas.
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III. Aspectos Sanitarios y "preocupaciones
no comerciales"
Estrechamente vinculado a la renegociación
agrícola se encuentra el interés de ciertos miembros en promover
la reapertura del Acuerdo Sanitario y Fitosanitario (SPS)
y el Acuerdo sobre Obstáculos Técnicos al Comercio (TBT, en
inglés). Como se ha señalado este acuerdo forma parte del
paquete resultante de la negociación agrícola de la Ronda
Uruguay y, básicamente, limita los grados de libertad de los
países miembro para invocar de manera unilateral razones de
esta índole que impliquen trabas al comercio, imponiendo la
necesidad de utilizar fundamentos científicos, bajo el criterio
de riesgo mínimo razonable.Ahora bien, en los últimos años
se ha desatado en algunos países desarrollados y especialmente
en la UE, un creciente movimiento que en nombre de las "preocupaciones
del consumidor" procura incrementar el nivel de información
sobre la composición y los procesos de producción de los alimentos.
Esta visión tuvo un gran empujón tras la crisis de la BSE
("vaca loca") y los pollos belgas que puso al desnudo graves
fallas de control sanitario en el ámbito de la Comunidad.
La reacción, en vez de tratar de profundizar los métodos científicos
de control interno, se ha volcado a inculpar al SPS de ser
una barrera que impide "dar satisfacción" a esas preocupaciones
de los consumidores. En esa tónica puede ubicarse la presente
disputa entre la UE y los EE.UU. sobre la prohibición de importación
de carnes vacunas con hormonas y la naciente disputa sobre
la comercialización de productos conteniendo Organismos Genéticamente
Modificados (OGMs).En ese sentido el interés de la UE es la
"reapertura" del SPS, con el objeto de incorporar explícitamente
el denominado "principio precautorio", el cual actualmente
sólo está admitido de forma implícita y restringida, manteniendo
en todo caso un papel subalterno en relación al criterio científico.En
este aspecto se están disputando "batallas" paralelas en diferentes
"frentes" de negociación. Por ejemplo, el tema de los OGMs
es el centro de las discusiones relativas a un posible "Protocolo
de Bioseguridad" del Convenio de Diversidad Biológica (CDB).
Así pues, como resultado de la férrea oposición de un grupo
de países exportadores de granos de clima templado (el "Grupo
de Miami" conformado por Argentina, Australia, Canadá, Chile
y Uruguay más un "no-parte" del CDB, los EE.UU.), en el pasado
mes de marzo fracasaron en Cartagena de Indias los intentos
por acordar un texto que incluía severas restricciones al
comercio de granos transgénicos y sus derivados.Otra "batalla"
se está librando en el marco de la Comisión del Codex Alimentarius,
órgano que tiene la responsabilidad de recomendar normas mínimas
de sanidad alimentaria con el objeto de proteger la salud
humana y, al mismo tiempo, evitar la aplicación de prácticas
comerciales desleales bajo pretextos de orden sanitario. La
relevancia de la Comisión - anteriormente casi desconocida
salvo para los especialistas- cobró impulso gracias a los
resultados de la Ronda Uruguay, ya que el Acuerdo SPS reconoce
como "necesarias para proteger la salud humana" y "consistentes
con las reglas de la OMC" a aquellas medidas comerciales fundadas
en las normas establecidas por el Codex.De esa forma, las
decisiones del Codex han tomado una fuerte relevancia política,
y en su ámbito se ha desplegado sin embagues la disputa que
enfrenta al "criterio científico" versus el "principio precautorio".
El Comité de Etiquetado del Codex durante su última sesión
(Ottawa, abril de 1999) debatió infructuosamente sobre una
recomendación atinente al etiquetado de alimentos procesados
que contienen OGMs. De la resolución de esta negociación depende
la posibilidad de justificar ante la OMC el régimen de etiquetado
sobre productos transgénicos establecido por la UE, que los
EE.UU. y otros países atacaran por su falta de "necesidad"
y factibilidad técnica en el ámbito del Comité de Obstáculos
Técnicos al Comercio de la OMC.Si el caso de los OGMs sigue
el camino trazado por las carnes con hormonas, esto es, un
panel con resultado adverso para la UE, las presiones de las
ONGs y otros sectores por "reabrir" el Acuerdo SPS y el TBT
pueden volverse aún más fuertes.
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IV Aranceles Industriales
Hasta la Ronda Uruguay este tema había sido "la razón de ser"
de las sucesivas rondas del GATT. Este proceso, realizado
en etapas y sin retrocesos, ha sido la columna vertebral de
la expansión del comercio mundial verificado desde la postguerra.
No obstante, y a pesar de los indudables avances logrados,
persisten ciertas distorsiones que afectan el acceso a los
mercados.Dado que el promedio arancelario vigente en los países
en desarrollo es bastante más elevado que el de los países
desarrollados, suele afirmarse que la inclusión de este tema
responde mayormente a los intereses de este último grupo.
Sin embargo, esta visión queda relativizada ante la frecuente
aplicación por parte de los PD de picos y escalonamientos
arancelarios para aquellos productos en los cuales los PED
tienen ventajas comparativas.Gran parte de los debates versarán
sobre el "enfoque" que deberá primar a los fines de asegurar
cierto balance de intereses, es decir si la negociación debe
ser "across the board" (general) o sectorial, si debe incluir
"cosechas tempranas", etc.Pueden detectarse los siguientes
subitems relativos a este punto:a. Niveles arancelarios: se
trata de continuar el proceso de rebajas arancelarias, incluyendo
rebajas mínimas por posición y niveles promedio máximos variables
según el nivel de desarrollo. También se han presentado iniciativas
"0x0" como la denominada "liberalización arancelaria acelerada"
negociada en el contexto de APEC, que incluye acuerdos de
eliminación arancelaria total en el 44% de las líneas arancelarias
industriales.b. Picos y escalonamiento: se ha propuesto la
utilización de fórmulas que contemple su eliminación o reducción
sustancial de estas distorsiones, que afectan particularmente
el acceso a los mercados de los productos originarios de los
PED.c. Aranceles insignificantes: se refiere a aquellos aranceles
muy próximos a cero. Se sostiene que su eliminación implicará
importantes ventajas debidas a la simplificación aduanera,
sin que ello signifique una gran pérdida en materia de recaudación
o en el nivel de protección sectorial.d. Simplificación de
las estructuras arancelarias: la misma también produciría
ganancias a través de la reducción de costos de administración
aduanera, una mayor transparencia y un menor margen para maniobras
fraudulentas, proponiéndose concretamente homogeneizar aranceles
a un nivel de seis dígitos del Sistema Armonizado.e. Consolidación:
se propone aumentar el porcentaje de líneas arancelarias en
las cuales queda fijado o "consolidado" su nivel máximo permitido.
Además se ha propuesto reducir el margen existente entre el
nivel consolidado y el nivel efectivamente aplicado.f. Aspectos
"no arancelarios": bajo este nombre se hace referencia a la
necesidad de complementar los diversos esfuerzos en materia
arancelaria con el reforzamiento de las reglas relativas a
valuación aduanera, licencias de importación, reglas de origen,
normas y certificación, etc.g. Intereses de los países en
desarrollo: se trata de volver el tema "mas atractivo" para
este grupo de países, muchos de ellos reacios a ofrecer nuevas
concesiones en este aspecto. Para ello se han mencionado la
posibilidad de reforzar el Sistema General de Preferencias
o disponer mayores plazos para implementar los compromisos
acordados.V. Facilitación del comercioBajo este aspecto se
concentran los esfuerzos por reducir la carga administrativa
de los procedimientos relativos a los trámites de frontera,
mayormente los de índole aduanera. Si bien existe amplio consenso
en los beneficios potenciales de la simplificación en este
aspecto, no hay total acuerdo sobre si resulta necesario la
creación de reglas nuevas y específicas. De esa forma algunos
países sostienen que no hay necesidad evidente de crear disciplinas
en el contexto de la OMC dado que existen otras organizaciones
que tienen programas de trabajo sobre este tema (por ej. la
Organización Mundial de Aduanas), escondiendo quizás cierto
temor de someter nuevas esferas al arbitrio del Sistema de
Solución de Controversias, mientras que los impulsores de
la creación de nuevas reglas OMC afirman que sólo ésta organización
tiene la capacidad de integrar todos los interés relativos
al comercio y favorecer un acuerdo real en la materia. Entre
las propuestas concretas que se han presentado se pueden citar
la armonización de procedimientos o la utilización de normas
internaciones, el despacho rápido de los productos, la "ventanilla
única" para la entrega de datos, la informatización y la automatización
de los trámites y el reconocimiento mutuo de la documentación.
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VI. Comercio e Inversiones
A lo largo de las últimas dos décadas resultan cada vez más
evidentes los fuertes vínculos existentes entre las corrientes
de inversión y los flujos de comercio. La creciente internacionalización
de las firmas y el proceso de fusiones y adquisiciones a escala
internacional producido en los últimos años ha impulsado aún
más el comercio internacional intrafirma, que hace ya varios
años la UNCTAD estimara en un valor equivalente a un tercio
del comercio total mundial.Existen varios antecedentes en
relación a acuerdos internacionales en materia de inversiones.
Durante los años sesenta y setenta, se alcanzaron ciertos
arreglos en el marco de la OCDE en relación a la libre circulación
de capitales que garantizaban el trato nacional para los inversores.
No obstante, la carencia de un sistema de solución de controversias
confiable, limitó su alcance geográfico. Durante los ochenta
y los noventa se generalizaron los acuerdos bilaterales (BITs,
su abreviatura en inglés), llegándose a contabilizar aproximadamente
1500 de estos acuerdos a nivel mundial. Además de la falta
de transparencia y los costos de "administración" inherentes
a la multiplicidad de diferentes textos, en la mayor parte
de los casos el alcance de los mismos está limitado a la protección
de inversiones, sin incluir compromisos en materia de liberalización.La
Ronda Uruguay permitió incluir reglas relativas a las inversiones,
aunque con un alcance parcial. El Acuerdo sobre Medidas en
Materia de Inversiones Relacionadas con el Comercio (TRIMs)
sólo establece disciplinas en cuatro materias: contenido local,
requisitos en materia de balance del comercio exterior, control
de cambios y restricciones a la exportación. Carece pues de
disposiciones que determinen el trato nacional y el trato
de nación más favorecida para las inversiones extranjeras,
entre otras, las cuales, de manera indirecta, sí están incluidos
en el Acuerdo de Servicios al otorgar protección a la provisión
de los servicios suministrados a través de inversiones en
el exterior (el denominado tercer modo de suministro), aunque
obviamente su alcance está limitado a los sectores terciarios.
Como resultado de este panorama, las inversiones relativas
a la producción de bienes cuentan con un bajo grado de protección
bajo el sistema OMC.Este panorama impulsó el comienzo de negociaciones
abarcativas en la OCDE para lograr un Acuerdo Multilateral
de Inversiones (MAI), con el objetivo de promover la protección
de las inversiones extranjeras y consolidar el proceso de
liberalización en esta materia. En octubre de 1998 quedó explícito
el fracaso de este proceso negociador, quizás debido por haberse
pretendido alcanzar metas demasiado ambiciosas. Al presente,
los miembros de la Cuadrilateral (EE.UU., UE, Japón y Canadá)
han reconocido formalmente la imposibilidad de retomar este
proceso.Por este motivo, ha renacido con fuerza el movimiento
para que se desarrollen en la OMC nuevas negociaciones sobre
este asunto. De acuerdo al lo dispuesto por la Conferencia
Ministerial de Singapur, un grupo de trabajo está analizando
las relaciones entre las inversiones y las reglas de la OMC.
Varios jugadores importantes del SMC -entre ellos la UE y
Japón - apoyan la necesidad de incorporar este tema en la
próxima ronda, aunque con un alcance más limitado que el originalmente
previsto en el MAI. En cambio, otros países se muestran renuentes
a incluirlo temiendo que la gran conflictividad que tuvo la
negociación del MAI podría trasladarse a la OMC, lo que podría
trabar los resultados de toda la Ronda, si es que la misma
se realiza bajo el formato de "compromiso único".
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VII. Comercio y política de competencia
Forma parte también del "mandato de Singapur", existiendo
un grupo de trabajo que analiza los distintos aspectos de
las políticas de competencia y las reglas del SMC. También
en este caso el proceso mundial de trasnacionalización empresarial
ha expuesto la falta de reglas internacionales en la materia,
en evidente contraste con las normas existentes en otras esferas
de las políticas nacionales no fronterizas que afectan el
acceso a los mercados.En un principio, cierto número de países
- en su mayor parte las "víctimas" de las medidas antidumping
o compensatorias - promovieron este tema con el objetivo de
que nuevas normas multilaterales en materia de defensa de
la competencia sirvieran para reemplazar a las herramientas
de alivio contra las prácticas desleales en el comercio internacional
(antidumping, derechos compensatorios y salvaguardias).Esta
visión lejos está de ser antojadiza, dado que la misma sigue
el derrotero recorrido por los procesos de integración económica
regional tal cual lo sucedido en la UE, el CER y quizás en
un futuro más o menos próximo, en el Mercosur, como lógica
consecuencia de que la constitución de un mercado único regional
deja sin sentido a mecanismos de defensa típicamente "de frontera".
No obstante ello, muchos otros países alegan, no sin razón
que, si bien el SMC debe procurar un mayor grado de liberalización,
no constituye un mercado único ni presenta un grado de integración
entre sus miembros tal que recomiende ese cambio de herramientas.
Por ello, algunos miembros de este grupo han propuesto que
la inclusión del tema en la agenda de la Ronda del Milenio
se haga bajo unos términos de referencias limitados a promover
la cooperación y a establecer principios fundamentales y ciertas
reglas comunes para el diseño de las políticas nacionales
en la materia.
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VIII. Propiedad Intelectual
De acuerdo a lo previsto en la
"agenda incorporada", ya han comenzado la negociación de un
registro multilateral sobre indicaciones geográficas en materia
de vinos y la revisión de las normas relativos al patentamiento
de la "materia viva". No obstante, la posibilidad que tales
debates se efectúen en el marco del entendimiento único de
una ronda global aumenta las perspectivas de alcanzar resultados
positivos. Además, puede caber la posibilidad, insinuada por
algunos países, de sumar nuevos asuntos a los ya programados.Respecto
al registro de vinos, tema de especial interés para la UE,
las negociaciones se hallan estancadas en el trade off entre
el deseo de no alterar el balance resultante de la Ronda Uruguay,
no incorporando nuevas obligaciones y la necesidad de que
ese registro sea un aporte en el sentido de mejorar el respeto
internacional de las indicaciones geográficas, lo que implica
la imposición de disciplinas adicionales. La posibilidad de
incorporar este tema a una ronda global puede resolver este
conflicto.En relación con la revisión de las disposiciones
del Acuerdo sobre Propiedad Intelectual de la OMC (TRIPs)
sobre el patentamiento de plantas, animales y microorganismos
(la "materia viva"), si bien hace algún tiempo se esperaba
que este ejercicio deviniera en la pretensión de ciertos PD
en posibilitar el patentamiento de los productos de tal sector
tecnológico, o al menos, extender a los animales el sistema
de protección sui generis previsto en el TRIPs para las variedades
vegetales. Sin embargo, y quizás bajo la influencia del actual
"pánico" a la bíotecnología que cunde en varios países de
Europa, los países desarrollados parecen muy tímidos en sus
aspiraciones, las que prácticamente se han reducido a mantener
la situación actual, ante la pretensión de los países "anti
TRIPs" (básicamente la India), en convertir al ejercicio en
una suerte de "vuelta atrás", propiciando eliminar la protección
brindada a las variedades vegetales.
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IX. Regionalismo
La importancia cualitativa y cuantitativa que a lo largo de
la última década han ido alcanzando los procesos de integración
regional en el comercio internacional es una realidad indudable.
Se estima que actualmente alrededor del 50% del intercambio
mundial se realiza entre partes de algún acuerdo comercial
regional (en inglés, RTA), siendo casi todos los miembros
de la OMC, partícipes - en uno u otro grado - de alguna de
estas iniciativas.Si bien cada uno de estos acuerdos representa
una excepción a uno de los principios básicos del sistema
- el de nación más favorecida - al institucionalizar la discriminación
entre integrantes del sistema, el GATT, a través del art.
XXIV posibilitó su existencia, en el entendido que los RTA
podían constituir una contribución favorable a la expansión
del comercio mundial.A pesar de ello, la oleada de acuerdos
comerciales regionales ocurrida durante los últimos diez años
ha generado cierta preocupación, en el sentido de que su incesante
proliferación - incluso ya fuera de las órbitas estrictamente
regionales - podría de algún modo desvirtuar y debilitar el
multilateralismo. Además, la existencia de múltiples acuerdos,
cada uno con distintas disposiciones de aranceles y normas
de origen, tiende a mellar la transparencia del sistema, transformando
al trato de nación más favorecida en el trato de nación menos
favorecida.Durante la Ronda Uruguay las disposiciones relativas
a este tema sufrieron un mayor desarrollo: por un lado tienen
un mayor alcance en virtud a que el artículo V del Acuerdo
de Servicios extiende la "excepción RTA" al sector terciario
y se intentó clarificar las disposiciones del artículo XXIV
a través de un entendimiento interpretativo.A pesar de ello,
varios aspectos han quedado irresueltos, en particular los
relativos a aspectos sobre cómo medir la cobertura del comercio
requerida en las disposiciones antes citadas y sobre el alcance
de las restricciones al comercio mencionadas en las mismas.
Esta falta de claridad ha ocasionado que el Comité de Acuerdos
Regionales de la OMC, desde su creación en 1996, no haya podido
aún finalizar el examen de ningún RTA.De esa manera, se han
presentado iniciativas para que durante la próxima Ronda,
se evalúe la posibilidad de clarificar adicionalmente las
disposiciones existentes, mencionándose incluso la posibilidad
de reforzar las mismas, a través de, por ejemplo, mecanismos
que vinculen la extensión de las preferencias otorgadas dentro
del RTA, a la mejora en las condiciones de acceso en términos
de trato de nación más favorecida.Los aspectos más conflictivos
surgen en torno a la cláusula de retroactividad, es decir
si las posibles nuevas reglas se aplicarán para los acuerdos
preexistentes o únicamente para los que sean notificados en
un futuro. Una decisión favorable en este punto implicaría,
en cierta medida, reconocer que gran parte de los RTA actualmente
en vigor no aprobarían las normas "mas estrictas" a desarrollarse,
consolidando de jure un status desigual.El hecho que la gran
mayoría de los miembros formen parte de algún RTA, puede propiamente
dificultar una resolución positiva de incorporar este tema
en la agenda de la nueva Ronda, dado que esos miembros, con
cierto grado de miopía, no vean muy claros los beneficios
de autoimponerse disciplinas.
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X. Comercio y medio ambiente
La probable agenda relativa a este tema abreva en los términos
de referencia del Comité de Comercio y Medio Ambiente de la
OMC (CTE) creado tras la firma de los Acuerdos de Marrakesh.
Si bien, en los debates del Comité las posiciones aparecen
como irreconciliables (de hecho, en el CTE no se ha podido
lograr una visión única en ninguno de los puntos de su agenda),
la perspectiva de una negociación global puede flexibilizar
ciertas posturas aparentemente rígidas.Este tema se caracteriza
por ser de ejecución "horizontal" dado que las posibles acuerdos
tomarían cuerpo a través de reformas a realizar en diferentes
textos, en vez de generar un tratado único. A título ilustrativo
se destacarán aspectos relevantes de agenda ambiental de la
OMC, pero de ninguna manera cabe considerar a esta lista como
taxativa.Puede mencionarse en ese sentido la necesidad de
"acomodar" las restricciones comerciales incluidas en el texto
de ciertos Acuerdos Multilaterales sobre el Medio Ambiente
(AMUMAs) como el CITES (sobre el tráfico de animales en peligro
de extinción) y el Convenio de Montreal (sobre el uso de materiales
que dañan la capa de ozono) dentro de las reglas del SMC,
siendo para ello necesario modificar el texto del Acuerdo
GATT 1994, a los fines que tales medidas sean obviadas del
test de "necesidad". Esta iniciativa esta motivada a los fines
de dar mayor "certidumbre" a los negociadores de futuros AMUMAs,
ya que los mismos estarán seguros que sus disposiciones no
podrán - al menos entre sus partes - ser litigadas en el marco
de la OMC.Otro aspecto que puede citarse, es el relativo al
status de las prescripciones relativas a los procesos y métodos
de producción (PPMs) no relacionados con las características
finales del producto (lo que incluye a los sistemas de ecoetiquetado
basados en el ciclo de vida del producto). Sobre el particular
se discute si las actuales normas del Acuerdo TBT cubren este
tipo de discriminación y, en caso negativo, de que manera
modificarlas. A los fines de evitar que por esta vía se "filtren"
medidas de índole unilateral con efectos extraterritoriales,
se ha propuesto que tales sistemas de etiquetado estén basados
en normas internacionales, y en caso de tratarse de medidas
de cumplimiento obligatorio, las mismas se fundamenten en
las disposiciones de un AMUMA.La posibilidad fáctica de promover
efectivamente el apoyo mutuo entre el comercio y el medio
ambiente no puede estar más clara que en la relación entre
la eliminación de distorsiones al comercio internacional -
notablemente los subsidios y el escalonamiento - que alientan
PPMs perjudiciales al medio ambiente. La ejecución práctica
de esta medida se reflejaría a través de las negociaciones
sobre agricultura y productos industriales.
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Consideraciones finales
Si bien las perspectivas de la nueva Ronda de la OMC son aún
bastante difusas, pueden establecerse ciertas pautas generales.
A pesar de los existencia de factores negativos - "desengaño"
con la globalización, crisis de los mercados emergentes, caída
de las commodities - existen, por otro lado, elementos que
permiten ser optimistas.Las vicisitudes recientes que afectaran
a los mercados emergentes han puesto a prueba las ventajas
de un sistema multilateral, el que ha servido como garantía
contra el regreso al proteccionismo o la proliferación de
alternativas unilaterales. Además se han visto acrecentadas
las ventajas del SMC frente a los procesos de integración
regional, ya que ante los cada vez más frecuentes fenómenos
de contagio, tales procesos ven reducida su eficacia para
servir como herramientas que faciliten el ajuste externo de
los países afectados por la crisis.La necesidad alcanzar metas
concretas en un relativamente breve período de tiempo, determina
que debe primar la moderación en torno a los posibles resultados
a obtener. De confirmarse esta dinámica, no sería descabellado
suponer que esta será la primera de una serie de "miniruedas"
(por su extensión, más que por su alcance temático) que, sin
pretender producir un cambio abrupto en las instituciones
del SMC como fuera el caso de la Ronda Uruguay, permita ir
completando la agenda pendiente de la ronda anterior, y mantener
la evolución de las reglas multilaterales a la par de los
cambios producidos en los mercados.Para la Argentina la nueva
Ronda tiene dos factores de sustancia "propia". Uno, viene
dada por el "renovado" convencimiento en que el sector agroalimentario
brinda las mejores posibilidades de obtener un crecimiento
sostenido de las exportaciones. Un mayor grado de i integración
de ese sector en el Sistema Multilateral de Comercio brindará
mejores condiciones para que se concreten las inversiones
destinadas al logro de ese objetivo.El segundo es la pertenencia
al Mercosur. La relativa contemporaneidad de estas negociaciones,
con las que se desarrollarán en el ámbito del Mercosur y con
las correspondientes a las iniciativas interregionales (ALCA,
Mercosur-UE) aportarán un esfuerzo de coordinación y timing
respecto a negociaciones multilaterales realizadas con anterioridad.
En cierta forma, los desafíos de la nueva Ronda pueden facilitar
la profundización del Mercosur en varios frentes. La introducción
de nuevas disciplinas (medio ambiente, inversiones, política
de competencia) marcarán la necesidad de definir estos aspectos
a nivel regional. Además, es de suponer que varios actores
importantes del SMC esperan que el Mercosur - en virtud a
su importancia como mercado - realice una contribución importante
en materia de aranceles industriales. Puede ser este aspecto
el primer y más urgente caso para definir una postura negociadora
común.
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