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Panorama de la Economía Internacional | Panorama del Mercosur

PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 1, octubre 1998
La evolución reciente de la economía internacional
La Crisis Financiera Internacional y el fantasma de la Gran Depresión

Declaración de la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe (CEPAL) sobre la Crisis Financiera Internacional (15 de septiembre de 1998)

Japón: del estancamiento a la recesión

PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 2, diciembre 1998
La evolución reciente de la economía internacional
1998: Malos tiempos para el Comercio Mundial
El efecto contagio: ¿una metáfora conducente o un mito sin fundamento?

PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 3, mayo 1999
La evolución reciente de la economía internacional

PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 4, septiembre 1999
La evolución reciente de la economía internacional

PANORAMA DEL MERCOSUR Nº 1, octubre 1998
La Crisis Asiática y las Economías Latinoamericanas

PANORAMA DEL MERCOSUR Nº 2, marzo 1999
Los requisitos de acceso de carácter ambiental: ¿Un problema para las exportaciones argentinas?

PANORAMA DEL MERCOSUR Nº 3, julio 1999
¿Qué se puede esperar de la Ronda del Milenio?

PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 1, octubre 1998

La evolución reciente de la economía internacional.
A medida que la crisis financiera originada en el sudeste de Asia fue ganando en alcance y afectó economías que hasta ese momento habían quedado al margen de los acontecimientos, los pronósticos respecto de la evolución futura de la economía mundial fueron revisados sistemáticamente hacia abajo. De esta forma, pari passu la volatilidad de los mercados de activos y la presión sobre las monedas de diferentes países se va generalizando al tiempo que la crisis se cobra nuevas víctimas, tales pronósticos se van tornando cada vez más preocupantes. Inicialmente, en octubre del año pasado cuando la crisis aún no había alcanzado a Corea del Sur existía cierto consenso acerca de que la economía mundial prácticamente no sentiría el impacto de las turbulencias cambiarias y financieras iniciadas en Tailandia o que, en todo caso, lo haría en forma sólo marginal. En ese momento el FMI pronosticaba una tasa de crecimiento del PBI mundial del 4,3% para todo 1998. Sin embargo, una vez que el contagio alcanzó a Corea, la economía número 11 del mundo al producirse la crisis en términos de producto y la número 12 en términos de su participación comercial, los pronósticos oficiales y privados fueron revisados sensiblemente hacia abajo y se estimó que el conjunto de la economía planetaria registraría una reducción de su tasa de crecimiento de 0,8 puntos procentuales. Al mismo tiempo, luego de una relativa calma durante el primer trimestre del año, las malas noticias llegadas desde Japón augurando serias perspectivas de recesión en la segunda economía del globo agregaron un nuevo elemento para el pesimismo. Así, el nuevo pronóstico efectuado por el FMI en mayo de este año calculaba una tasa de crecimiento del producto mundial del 3,1% para todo 1998 (1,2 puntos porcentuales menos que siete meses atrás). No obstante ello, la continuación de la volatilidad y la incertidumbre en los mercados de activos y de divisas y la extensión de la crisis a Rusia han determinado que en el curso del último mes se produzca una renovada ronda de revisiones en los pronósticos relativos al desempeño de la economía mundial. Así en el World Economic Outlook de septiembre de 1998 el FMI revisó sus pronósticos de mayo en 1,1 puntos porcentuales adicionales y espera que la economía internacional crezca un 2% durante todo 1998. De esta forma, desde el pronóstico efectuado hace un año la tasa esperada de crecimiento del PBI mundial se ha reducido en nada menos que 2,3 puntos porcentuales lo que pone de manifiesto la magnitud de las impactos ocasionados por la crisis.
Las estimaciones efectuadas por diferentes analistas del sector privado son aún más pesimistas. Algunas de tales anticipaciones como, por ejemplo, las efectuadas por J.P. Morgan, un banco norteamericano de inversión, a fines de agosto, estimaban una tasa de incremento del PBI mundial de sólo el 1,5%. De verificarse dicho pronóstico la evolución de la economía mundial sería más desalentadora que la registrada en el "recesivo" año 1991 y se asemejería a la del bienio 1981-82 cuando la economía mundial experimentó su peor "recesión" desde la década del treinta. La correción de los pronósticos de crecimiento parece estar reflejando el marcado empeoramiento de las expectativas producido como consecuencia tanto del virtual colapso financiero de la economía rusa, como de la extensión de las dificultades al mercado bursátil norteamericano y, no menos importante, los crecientes temores generados por la aparición de nuevos ataques especulativos sobre las monedas de algunas economías emergentes ubicadas en regiones del globo como la latinoamericana, muy alejadas (geográficamente) del epicentro de la turbulencia. La sensación generalizada es que, a partir de las medidas que se vio obligado a adoptar el gobierno ruso el 17 de agosto cuando declaró la cesación momentánea de pagos de parte de los compromisos externos del país y decidió la devaluación del rublo, la crisis financiera ha adquirido verdadera dimensión internacional. Es en este sentido que las actuales turbulencias financieras y cambiarias se diferencian de las dificultades ocasionadas por el efecto tequila originado en México a fines de 1994, en el que los efectos de derrame no dejaron de adoptar esencialmente un carácter regional y aún de la crisis de la deuda externa latinoamericana iniciada en 1982. Con economías que dan cuenta de las dos quintas partes del output mundial (medido a la paridad del poder de compra) ya en franca recesión o desacelerándose en forma marcada, el mayor peligro que acecha a la economía internacional consiste en que la crisis afecte a los bastiones del crecimiento internacional en los últimos años, EEUU y Europa. Si ello ocurre y Asia no logra recuperar al menos tasas modestas de crecimiento, entonces, el producto mundial podría contraerse por primera vez desde la Gran Depresión, algo que no ocurrió en las "recesiones" de 1975, 1981-82 y 1991 pues mientras en esos años la contracción alcanzaba a los países desarrollados, la mayor parte del mundo en desarrollo se mantenía creciendo. Ciertamente, para que dicha perspectiva se viabilice no sólo debieran producirse los encadenamientos más desafortunados sino que los autoridades económicas tendrían que cometer un error tras otro en el diagnóstico, el diseño y la gestión de la política económica, algo que a lo que pocos analistas otorgan demasiadas probabilidades de ocurrencia. Sin embargo, el sólo hecho de que dichos analistas incluyan este "escenario de catástrofe" en el set de los "estados de la naturaleza" admisibles no hace más que reflejar la profundidad y complejidad de las dificultades que afectan a los mercados internacionales. Lógicamente, el fantasma que acecha el pensamiento de varios de los actores relevantes en la escena internacional no es otro que el de los años lúgubres de la década del treinta, algo que a esta altura de los acontecimientos parece, sin embargo, un presagio demasiado apresurado y débilmente fundado. De hecho, un conjunto de factores que caracterizan la actual situación de la economía internacional permite señalar la existencia de marcadas diferencias con aquella coyuntura (véase en esta publicación el recuadro correspondiente). Aún así es cierto que la gravedad de los problemas enfrentados están exigiendo una serie de intervenciones lúcidas e imaginativas para evitar que continúe el derrame de las dificultades. En lo que sigue se repasan diferentes aspectos de la situación económica internacional que permiten ilustrar dicha afirmación.
Las economías avanzadas
El PBI del conjunto de las economías avanzadas creció, durante 1997, a una tasa del 3,1% reflejando la fase particularmente favorable que el ciclo estaba atravesando en dicho momento, fundamentalmente en EEUU y Europa Occidental. Antes de que las dificultades financieras se manifestaran en toda su intensidad los pronósticos del FMI suponían la continuación sin alteraciones de este comportamiento expansivo. Así, en octubre del año pasado anticipaba una tasa de crecimiento del producto en las economías avanzadas del 2,9% para todo 1998. Sin embargo, como se ha señalado al comienzo de este informe, en mayo de este año el FMI procedió a revisar hacia abajo sus pronósticos a fin de tomar en cuenta las primeras repercusiones serias de la crisis asiática. Como resultado de ello se redujo la tasa esperada de crecimiento de las economías avanzadas en medio punto, llevándola al 2,4% anual. Del cuadro correspondiente surge que la revisión más importante correspondió a Japón en el que se corrigió hacia abajo la tasa en más de dos puntos porcentuales. Excepto ello en el resto de los casos las correcciones fueron más bien menores reflejando la idea bastante generalizada de que el impacto de la crisis financiera sobre dichas economías tendería a ser relativamente acotado y, en el caso de EEUU y Europa, incapaz de alterar el sendero expansivo en el que ambas economías se venían desenvolviendo. En lo que se refiere a los pronósticos de crecimiento este panorama no se alteró radicalmente cuando la crisis se generalizó a partir del colapso financiero en Rusia. En efecto, tanto los pronósticos efectuados por los organismos financieros multilaterales como los llevados a cabo por el sector privado auguran la continuidad de la fase expansiva del ciclo en EEUU y Europa Occidental. El World Economic Outlook de septiembre de 1998 anticipa que las economías avanzadas crecerán en conjunto un 2% aunque este resultado está influído fuertemente por lo que ocurre en Japón. En dicho país las dificultades de origen doméstico y la virtual parálisis de las autoridades en los últimos meses deterioraron aún más el pronóstico para este año. Así, mientras en los primeros meses del año se esperaba que la economía japonesa permaneciera estancada, el pronóstico efectuado este mes por el FMI reconoce la existencia de un recesión abierta y espera una caída del 2,5% para todo 1998. Por su parte algunos pronósticos privados son aún más pesimistas. J. P. Morgan, por caso, estimaba a fines de agosto una contracción del orden del 2,8%. En lo que se refiere al resto de las economías avanzadas el pronóstico no ha variado sensiblemente desde mayo e incluso en algunos casos ha sido revisado hacia arriba. Esta es la situación de la economía estadounidense donde se espera que el crecimiento continúe a una tasa del 3,5%, mejorando el anterior pronóstico en 0,6 puntos porcentuales. Lo mismo ocurre, aunque en menor medida, con Francia y Alemania donde los pronósticos han sido mejorados. En esos casos se espera que la economía crezca a un ritmo del 3,1% y el 2,6%, respectivamente.
Hasta el momento los efectos benéficos provocados por la crisis financiera sobre las economías de EEUU y Europa occidental parecen haber superado con creces a los impactos negativos. Por un lado, tanto la caída de los precios internacionales de commodities y materias primas como la creciente presión proveniente de importaciones sustancialmente abaratadas ayudaron a relajar las presiones inflacionarias en economías que llevan ya varios períodos consecutivos de expansión. En el caso de EEUU dicho factor se vio reforzado fuertemente por la revaluación del dólar provocada por el fuerte ingreso de capitales de corto plazo en busca de refugio seguro en los bonos del Tesoro. Por otro lado, la salida de fondos de los países emergentes parece haber coadyuvado en los últimos meses al logro de nuevos récords en los mercados de capitales tanto de Europa como de EEUU. Sin embargo, los acontecimientos de mediados de agosto en Rusia y el derrame de las presiones especulativas a Latinoamerica parecen haber determinado un punto de inflexión en lo que se refiere al balance de los efectos potenciales derivados de la crisis financiera internacional sobre las economías avanzadas. En efecto, la fuerte caída acaecida en las bolsas de EEUU y Europa el 31 de agosto generó profundos interrogantes respecto del fin de la supuesta burbuja especulativa que venían experimentando los mercados de activos y sobre la que varios analistas, y en particular el presidente de la Reserva Federal, habían alertado ya un año y medio atrás. Asimismo, hizo patente que las perspectivas inmediatas de las empresas europeas y norteamericanas con operaciones en las regiones afectadas distan de ser demasiado auspiciosas y que los bancos y otros acreedores con exposición financiera en aquellas economías tendrán que asumir nuevos quebrantos que se suman a los sufridos por los agentes alcanzados inicialmente por la primera onda de la crisis. Por último, la generalización de la turbulencia financiera y la confirmación de su carácter decididamente internacional tornaron evidentes las crecientes presiones -muchas veces contradictorias- que de aquí en más deberán enfrentar las autoridades de política económica de los países centrales. En lo que respecta a EEUU, cabe señalar que el principal temor reside en el impacto que un eventual inicio de un ciclo bajista en Wall Street, gatillado por la perspectiva de menores beneficios futuros de las empresas norteamericanas radicadas en las regiones en emergencia económica, pueda tener sobre la tasa de crecimiento de la economía. De lo anterior se puede inferir entonces que el principal canal a través del cual la debacle en los mercados internacionales de activos puede transmitirse a la economía estadunidense parece ser de naturaleza financiera. Ello es así pues el shock externo negativo provocado por la caída de la demanda asiática de productos norteamericanos aunque significativo parece tener, en última instancia, un impacto limitado. Tal situación obedece, naturalmente, a la reducida participación en el producto de las exportaciones al sudeste de Asia. En efecto, dado que los ventas a los cinco países asiáticos más afectados (Tailandia, Indonesia, Corea del Sur, Malasia y Filipinas) representan un 8% de las exportaciones totales de EEUU y, medidos en términos del producto, dan cuenta de un escaso 0,7% del PBI, el Banco Asiático de Desarrollo estimó en su informe anual que el impacto directo de la crisis para la economía estadounidense será una reducción de sólo 0,6 puntos porcentuales en materia de crecimiento. Este hecho es interesante pues parece sugerir que un factor no menor en la explicación del impacto limitado de la crisis sobre la economía de EEUU reside en la reducida participación que las ventas a la región, y las exportaciones en general, tienen sobre el conjunto de la demanda agregada. En este sentido, no deja de ser paradójico constatar que, en el actual contexto de globalización financiera e internacionalización productiva, una de las claves -aunque ciertamente no la única- de la escasa vulnerabilidad de una economía grande como la estadunidense pase, precisamente, por su carácter básicamente cerrado en el plano real. A pesar de ello no debe subestimarse el impacto directo que, sobre la tasa de crecimiento de la economía, podría tener una extensión de las problemas financieros a Latinoamérica, una región con la que EEUU mantiene conexiones reales mucho más importantes. En dicho sentido, es importante destacar que aproximadamente un quinto de las exportaciones norteamericanas están dirigidas a nuestra región. En lo que se refiere al canal financiero de transmisión cabe señalar que, aunque hasta ahora prácticamente la totalidad de los pronósticos le otorga una probabilidad de ocurrencia muy baja, la única posibilidad real de que la crisis internacional afecte seriamente a la economía de EEUU parece residir en que las recientes correcciones ocurridas en el mercado bursátil sean el inicio de un marcado ciclo a la baja (bearish). En tales circunstancias, se especula con que el fuerte efecto riqueza que estuvo operando en los últimos años a la par de la suba en las cotizaciones accionarias se revierta y comience a afectar negativamente la evolución del consumo. En 1984 la propensión al ahorro por parte de las familias era de un 8,5% del ingreso disponible. A partir de allí dicha propensión ha caído al 6% en 1992 y en la primera mitad del presente año se ha ubicado en un prácticamente nulo 0,6% . Algunos analistas estiman, no obstante, que, frente a una fuerte caída de las acciones, la operatoria del efecto riqueza podría no ser simétrica. Esto es, si los agentes del sector privado se sienten más pobres e intentan reestructurar su hoja de balance a fin de hacer frente a las pérdidas de capital, entonces, el efecto riqueza negativo podría ser de mayor magnitud que el que operó en la fase expansiva. A ello debe agregarse que, en comparación con la década pasada, una proporción mucho mayor de los portafolios financieros privados están constituídos por tenencias accionarias. En tal caso, el impacto sobre el gasto de consumo del sector privado podría llegar a ser muy marcado. Algunas estimaciones privadas suponen que, de producirse una caída del 40% en los precios de las acciones, el consumo privado podría reducirse en un 4 a un 5% en los próximos dos años. Al mismo tiempo, una caída pronunciada del precio de las acciones, al incrementar el costo, vía mércado bursátil, del fondeo externo a las firmas, podría impactar negativamente sobre la evolución de los planes de inversión. Ello es así pues una reducción del valor de mercado del capital físico significaría que el precio de oferta de dichos activos productivos podría ubicarse eventualmente por encima de su precio de demanda y tornar más atractiva la compra de activos existentes antes que la creación de nuevos bienes de capital. Si ese fuera el caso y la "q" de dichos activos (el tradicional cociente de Tobin entre los precios de demanda y oferta) cayera bruscamente, los encadenamientos virtuosos que estuvieron en operación durante la fase expansiva podrían trocarse en un círculo vicioso que ponga a la economía norteamericana a las puertas de una recesión. Hasta el momento ése no parece, sin embargo, ser el cuadro que enfrenta la economía de EEUU. Durante la mayor parte de la presente década la primera economía del globo atravesó una fase expansiva de larga duración en la que, a diferencia del patrón usual exhibido por el ciclo de posguerra, la presiones inflacionarias estuvieron mayormente ausentes. Ello fue así a pesar de que, durante la misma, la tasa de desempleo alcanzó los registros más bajos en 24 años y, por tanto, la situación del mercado de trabajo se caracterizó por la presencia de una demanda tonificada. Tal evolución no impidió que las autoridades económicas, en particular la Reserva Federal, monitorearan con sumo cuidado la marcha de la economía, prestas a actuar subiendo las tasas de interés de corto plazo en caso de que hubiera síntomas de aceleración en la evolución de los precios.
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PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 1, octubre 1998
La Crisis Financiera Internacional y el fantasma de la Gran Depresión
Como se afirma en el texto, a medida que la profundización de la crisis internacional obligó a revisar hacia abajo los pronósticos de crecimiento de la economía mundial las posturas más pesimistas fueron ganando creciente terreno. La conjetura más difundida al respecto fue que el escenario inevitable era el de una repetición de las calamidades vividas en la década del treinta. Aunque no se deja de reconocer las marcadas similitudes existentes en la génesis de las dificultades y en la naturaleza de los problemas que caracterizan al actual panorama económico internacional, vale la pena destacar que existen aún así notorias diferencias -particularmente en lo que se refiere al entorno institucional y de políticas- respecto de aquella coyuntura. En primer lugar, cabe destacar que uno de los canales principales a través de los cuales el crack bursátil de 1929 y las presiones recesivas iniciales derivaron en caídas acumulativas del producto y en la generación de desempleo en una escala masiva fue la conducción de la política monetaria. En efecto, las autoridades monetarias de la época, restringidas por la vigencia en varios países del régimen de patrón oro, contaban con escasos grados de libertad para manejar la oferta monetaria y los utilizaron de manera desafortunada promoviendo activamente la contracción monetaria. En efecto, no sólo se resignaron, en los países con déficit externo, a observar cómo se producía la contracción monetaria sino que, en el caso de EEUU, esterilizaron mediante la venta de bonos públicos las consecuencias monetarias del superávit. Esta política, implementada en la convicción de que la restricción monetaria ayudaría a combatir la especulación en los mercados de activos, era exactamente lo opuesto de lo que las economías necesitaban para evitar caer en la depresión. En la actualidad, por el contrario, la vigencia de tipos de cambio flotantes entre las principales monedas, aunque al costo de una exacerbación marcada de la volatilidad en su cotización, garantiza un mayor control de la oferta monetaria por parte de las autoridades económicas y las habilita para maniobrar en forma contracíclica en caso de ser necesario. De hecho, esto es lo que desde algunos sectores se les está reclamando a los bancos centrales de los países industrializados -y en particular a la Reserva Federal norteamericana- cuando se les exige que bajen las tasas de interés que rigen para los préstamos de corto plazo. En segundo lugar, durante la Gran Depresión la mayoría de los gobiernos, particularmente los de EEUU y Gran Bretaña, implementaron lo que Minsky (1982) denominó una estrategia de "No-No intervention" caracterizada por la combinación simultánea de la restricción monetaria, la ausencia de toda política de salvataje a los bancos por parte del banco central y una política fiscal pro-cíclica orientada a alcanzar el equilibrio del presupuesto y las finanzas públicas. Dicha política fue combatida en su momento no sólo por Keynes sino por buena parte de los principales economistas de la época pero no fue hasta la adopción del programa roosveltiano del New Deal y el estallido de la segunda guerra que se comprendió cabalmente la inadecuación de dicha estrategia. En la actualidad y principalmente como consecuencia de las lecciones arrojadas por aquella experiencia, no sólo los gastos e ingresos gubernamentales ocupan un lugar mucho más significativo en la composición de la demanda agregada y del ingreso disponible del sector privado, respectivamente, sino que los hacedores de política cuentan con una comprensión más acabada acerca del rol que puede desempeñar la utilización de la política fiscal como herramienta contracíclica. En consecuencia, el manejo del gasto, los ingresos y la política de endeudamiento público están en condiciones de desempeñar un papel mucho más efectivo para estabilizar el comportamiento de la demanda agregada. Ciertamente, tal como lo pone de manifiesto el caso japonés de los últimos años y en forma similar a lo que ocurría en los treinta, la probabilidad de que el manejo de la política fiscal sea capaz de alcanzar estos objetivos depende crucialmente de la credibilidad de la misma. En tercer término, cabe destacar que en la actualidad la economía internacional cuenta con un conjunto de instituciones financieras multilaterales constituídas luego de la segunda guerra con el objetivo explícito de evitar la repetición de una depresión global. De hecho, entre las responsabilidades específicas del FMI se cuentan lograr un manejo adecuado de la liquidez internacional, monitorear la evolución de la economía mundial, y actuar, en caso de necesidad, como prestamista de última instancia en escala internacional de aquellas economías que enfrenten dificultades transitorias en sus balanzas de pagos. Debe notarse, no obstante, que aunque la presencia de esta suerte de red de seguridad mundial ha sido de crucial importancia para lograr que episodios tales como la crisis del tequila quedara circunscripta, esencialmente, a las regiones y agentes inicialmente afectados, su papel en la crisis actual está siendo mucho más cuestionado. Por un lado, pues tanto el FMI como el Banco Mundial a partir del diagnóstico elaborado hacia fines de la década pasada y que cristalizó en los denominados "Washington Consensus" y "market friendly approach to development" impulsaron entusiastamente las políticas de desregulación financiera doméstica y liberalización de la cuenta capital implementadas por los países de Asia inicialmente afectados por la presente crisis. Según varios importantes economistas tales políticas, y particularmente su adopción e implementación aceleradas a través de estrategias de shock, se encuentran, precisamente, en la génesis de los desequilibrios financieros que dieron origen a la debacle. Por otro lado, el FMI ha sido criticado por su incapacidad para prever la ocurrencia de la crisis y, especialemente, por el carácter de las políticas recomendadas a los países afectados. Estas recomendaciones reeditan la conocida condicionalidad de los paquetes de ayuda financiera del FMI en los que, como tendió a ocurrir sistemáticamente en América Latina durante la década del ochenta, la combinación de la devaluación con la restricción fiscal y monetaria, a las que se suma ahora la exigencia de reformas estructurales en medio del pánico, producía las más de las veces un overkill en el ajuste. Si a ello se agrega el hecho de que la magnitud de la crisis ha agotado prácticamente la capacidad de asistencia financiera regular del FMI parece claro que en la actualidad las funciones de prestamista de última instancia en escala internacional están lejos de estar completamente aseguradas. En este sentido varios analistas han señalado la presencia de una seria inconsistencia en la situación que atraviesa la economía global. Dicha inconsistencia residiría en la asimetría existente entre un mercado financiero internacional completamente liberalizado y en creciente expansión y la ausencia de un marco institucional apropiado para su regulación. Se señala así la ausencia de instituciones dotadas con los recursos y atribuciones suficientes como para hacer frente a situaciones agudas de iliquidez a escala internacional tal como la que actualmente se encuentra en pleno desarrollo. Aunque las urgencias de la actual coyuntura señalan la necesidad de consolidar las instituciones de intervención actualmente existentes y reforzar su capacidad prestable está creciendo la opinión favorable a constituir, para el mediano y largo plazo, mecanismos de intervención precautoria o prudencial capaces de brindar un marco institucional adecuado para el desarrollo de las transacciones financieras internacionales. Sin embargo, en el corto plazo, es evidente que se debe apelar a todos los recursos existentes a fin de constituir una red de seguridad de emergencia capaz de proveer la liquidez monetaria internacional en caso de ser necesario. Ello ha conducido al intento, hasta ahora fallido, de recapitalizar al FMI y dotarlo de mayores recursos. Habida cuenta de la actual emergencia internacional es evidente que las procupaciones relativas al moral hazard implícito en los bail-outs del Fondo deben dejar lugar al objetivo prioritario de acotar la posibilidad de nuevos contagios. Sin duda, la no resolución hasta el momento de dicha cuestión ha agregado una cuota no menor de incertidumbre al escenario, ya de por sí crítico, en el que se desenvuelve la economía internacional. Por último, cabe destacar que la escasa probabilidad de que se produzca un escenario similar al de los treinta reside, esencial y un tanto paradójicamente, en el hecho de que aquellos acontecimientos, de por sí altamente excepcionales, ya ocurrieron en una circunstancia. Y aunque ello no los torna per se irrepetibles sí garantiza una dosis no menor de inmunidad frente a su recurrencia. De hecho, no resulta exagerado afirmar que buena parte de la gestión macroeconómica de la segunda parte de este siglo estuvo orientada a evitar la repetición de aquella experiencia y que el desarrollo de la propia teoría macroeconómica estuvo signado por la crisis del treinta que funcionó a modo de un permanente marco de referencia. En este sentido, habría que admitir que si tales episodios se repiten ello sería en buena medida una manifestación de que las sociedades, en ocasiones, también pueden desaprender. La garantía, sin embargo, para que las lecciones de la historia no sean olvidadas pasa, en buena medida, por reconocer que la naturaleza de los problemas que enfrenta hoy la economía mundial guarda importantes similitudes con los que condujeron, en su momento, a la Gran Depresión y dieron nacimiento a la macroeconomía como rama especial del razonamiento económico. En efecto, la macroeconomía moderna surgió esencialmente como una reflexión sobre los problemas que, en el final de la década del veinte y comienzos de la siguiente, condujeron a la aparición de fallas de coordinación a nivel agregado y, consecuentemente, a la generación de desequilibrios macroeconómicos de magnitud y duración inusitadas. En todos los casos, frente a las serias fallas evidenciadas en el funcionamiento de los mercados en tales circunstancias, se tornó necesaria la intervención gubernamental a fin de brindar señales que operaran en el sentido de coordinar las expectativas de los agentes del sector privado y poder sacar a las economías de la depresión, la deflación y el desempleo. En la actualidad, el problema luce similar en más de un sentido y distintas clases de intervenciones pueden estar siendo necesarias para evitar que la economía mundial caiga en una recesión global.
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PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 1, octubre 1998
Declaración de la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe (CEPAL) sobre la Crisis Financiera Internacional (15 de septiembre de 1998)

1. La crisis financiera internacional, que se inició en países asiáticos de rápido desarrollo hace un año y medio, ha generado una inestabilidad en los mercados de divisas y capitales que tiene pocos antecedentes en la historia económica mundial. A partir de la moratoria rusa, ha adquirido dimensiones extremadamente preocupantes, que han afectado a las bolsas de valores de los países industrializados y de las economías emergentes, y planteado una severa amenaza de recesión y deflación global. De materializarse esta amenaza, pondría en peligro muchos de los logros de las últimas décadas, muy especialmente los avances en la apertura del comercio mundial y en la liberalización de las economías en vías de desarrollo y en transición.

2. La inestabilidad financiera internacional se ha reflejado en presiones especulativas fuertes en América Latina en cuatro ocasiones en el último año: octubre de 1997, y enero-febrero, mayo-junio y agosto-septiembre de 1998. Estas fases especulativas han afectado con rigor variable a los distintos países de la región. La más reciente ha tenido efectos generalizados y severos sobre los mercados de divisas y de valores. Esta situación no concuerda con la solidez de las variables económicas fundamentales de los países de la región. Además, a la estabilidad macroeconómica, el fortalecimiento de los sistemas financieros nacionales y la transición a economías más abiertas que ha tenido lugar en los últimos años se ha agregado, durante la crisis actual, una respuesta rápida y eficaz de las autoridades económicas, como quizás nunca antes en una coyuntura similar. Sin embargo, las medidas que ha sido necesario adoptar son mucho más severas de lo que se podría justificar desde el punto de vista de cada economía, dado que responden fundamentalmente a fenómenos especulativos de origen externo. El contagio financiero tendrá, por lo tanto, costos importantes para los países latinoamericanos, que no se justifican desde el punto de vista interno, por lo que son económica y socialmente ineficientes.

3. Más allá de la situación macroeconómica de cualquier país asiático o latinoamericano que haya sido afectado por esta inestabilidad, ella refleja, ante todo, un problema fundamental de la economía global: la enorme asimetría que existe entre un mundo financiero internacional cada vez más sofisticado y dinámico, y la ausencia de un marco institucional apropiado para regularlo. Las graves imperfecciones de los mercados financieros y la rápida expansión de fondos de carácter especulativo, que explican su volubilidad, exigen el desarrollo de regulaciones prudenciales y esquemas de supervisión adecuados, así como de "prestamistas de última instancia". Estas lecciones, aprendidas en crisis pasadas por las naciones industrializadas y por nuestros propios países, han dado lugar a la creación de instituciones nacionales que cumplen estos papeles, aunque de manera no siempre eficaz y con vacíos importantes en la regulación y supervisión de las actividades de algunos agentes del mercado. Por el contrario, la globalización financiera no cuenta con instituciones similares. El Fondo Monetario Internacional tiene recursos extremadamente limitados para enfrentar crisis graves, como la actual. El Banco de Pagos Internacionales ha avanzado, por su parte, en el establecimiento de normas internacionales uniformes en materia de regulación y supervisión de algunas actividades financieras, pero su grado de implantación ha sido, hasta ahora, limitado.

4. Los programas de ajuste que se han puesto en marcha en los países en crisis han tenido dos características sobresalientes. En primer término, se ha subestimado sistemáticamente -y por lo general en una magnitud considerable- su efecto recesivo; más aún, en cada programa se han agregado ingredientes deflacionarios adicionales a la economía mundial. Este fuerte impacto recesivo ha impedido, por lo demás, en varios casos, el logro de uno de los objetivos básicos de los procesos de ajuste: el restablecimiento de la confianza de los inversionistas en el buen funcionamiento de las economías involucradas. En segundo lugar, la esagregado ingredientes deflacionarios adicionales a la economía mundial. Este fuerte impacto recesivo ha impedido, por lo demás, en varios casos, el logro de uno de los objetivos básicos de los procesos de ajuste: el restablecimiento de la confianza de los inversionistas en el buen funcionamiento de las economías involucradas. En segundo lugar, la esfera de la condicionalidad de los programas se ha ampliado más allá de la estabilidad.

5. En el caso de los mercados emergentes, las agencias calificadoras de riesgo, las principales instituciones encargadas de proveer información a los inversionistas, han demostrado ser un instrumento insatisfactorio en los últimos años. En efecto, han actuado en forma enteramente procíclica, por promover primero inversiones excesivas en dichos mercados y luego una salida masiva de capitales. De esta manera, en vez de atenuar los ciclos financieros, papel que debería desempeñar en los mercados un buen sistema de información, han tendido a agudizarlos. Este hecho, que se hizo evidente con la crisis de varias naciones asiáticas en 1997, ha sido ratificado recientemente con sus decisiones relativas a algunos países latinoamericanos.

6. En estas circunstancias, se requieren urgentemente acciones concertadas de los países del Grupo de los siete (G-7) dirigidas a (i) dar señales expansionistas, que contrarresten efectivamente la amenaza de deflación mundial y (ii) proporcionar recursos adecuados para apoyar a los países en desarrollo que enfrenten dificultades transitorias, elevando así los costos de ataques especulativos contra sus monedas. Las indicaciones del Sistema de la Reserva Federal de los Estados Unidos de que podría reducir sus tasas de interés deben materializarse y complementarse con acciones en igual sentido de los otros miembros del G-7, particularmente los países europeos. En el caso japonés, deben ponerse en marcha en forma efectiva los programas de expansión del gasto público y de saneamiento del sistema financiero. A su vez, el problema de recursos del Fondo Monetario Internacional debe resolverse con igual urgencia.

7. Estas acciones inmediatas deben ir acompañadas del inicio de negociaciones orientadas a crear un marco institucional apropiado para la globalización financiera. Este marco debe contar no sólo con un Fondo Monetario Internacional con mayor capacidad de acción y funciones más amplias en materia de prevención de crisis, sino también con sistemas regulatorios y de supervisión adecuados a nivel internacional. Estos últimos pueden estar basados en los sistemas nacionales existentes, pero sujetos a una autoridad financiera internacional, que profundice los avances que en tal sentido ha encabezado el Banco de Pagos Internacionales. Este proceso debe ser de gran alcance y abarcar, en particular, medidas orientadas a llenar los vacíos que existen en la regulación y supervisión de diversos agentes del mercado en los propios países industrializados. El establecimiento de mecanismos para encarecer las transacciones financieras internacionales de corto plazo, que reduzcan significativamente la rentabilidad de los flujos más volátiles, puede formar parte de ese marco.

8. Un mundo de globalización financiera exige, por otra parte, reconocer que las políticas económicas de los países industrializados tienen efectos globales y no sólo nacionales. Por este motivo, el ordenamiento institucional consistente con el nuevo contexto de globalización exige también una coordinación efectiva de las políticas macroeconómicas de los países industrializados -que no se ha logrado hasta ahora- en la cual se tengan en cuenta sus efectos globales, vale decir, también las consecuencias que tienen para los países menos desarrollados.

9. El debate en curso en torno a la liberalización internacional de los flujos de capitales debe estar claramente supeditado al diseño de este nuevo marco institucional para la globalización financiera. En particular, la posibilidad de ampliar el mandato del Fondo Monetario Internacional a la convertibilidad de la cuenta de capitales depende fundamentalmente de que exista un nuevo esquema de esta naturaleza. Mientras subsista la situación actual, los países en desarrollo deben mantener, por lo tanto, una mayor autonomía en esta materia. Esta autonomía debe quedar igualmente consagrada en cualquier acuerdo multilateral de inversiones, incluido el que se ha venido negociando en el marco de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE). Como lo han señalado la CEPAL y otros analistas, en ausencia de una regulación financiera apropiada a nivel internacional, se justifica ampliamente la adopción de medidas prudenciales por parte de los países en desarrollo con el fin de reducir los flujos de capital más volátiles.

10. Deben corregirse en igual sentido dos elementos preocupantes de la coyuntura actual. En primer término, en los programas de ajuste encabezados por el Fondo Monetario Internacional se debe evitar el sobreajuste y limitar la condicionalidad a temas relativos a los equilibrios macroeconómicos y la regulación y supervisión financiera. A su vez, las agencias calificadoras de riesgo deben estar sujetas a regulación y su calificación del riesgo soberano debe regirse por estrictos parámetros objetivos y de conocimiento público. Convendría estudiar la posibilidad de reemplazar la calificación del riesgo soberano que hoy en día realizan estas agencias por un sistema de calificación que apliquen las entidades de supervisión de los países donde se originan los recursos, de acuerdo con parámetros objetivos acordados a nivel internacional.

11. Los países en desarrollo, entre ellos los latinoamericanos y del Caribe, deben proseguir los esfuerzos por consolidar su solidez macroeconómica y por mejorar la regulación y supervisión financieras internas. Deben diseñar, además, como lo ha venido señalando la CEPAL en varios documentos recientes, nuevos instrumentos orientados a reducir la vulnerabilidad frente a los ciclos financieros internacionales, en especial instrumentos destinados a hacer un buen manejo fiscal y crediticio en las fases expansionistas del ciclo económico, para evitar el desarrollo de situaciones que se tornen a la postre insostenibles.
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PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 2, diciembre 1998
La evolución reciente de la economía internacional

I. Las respuestas de política frente a la crisis financiera

Luego de haber atravesado más de quince meses de profunda turbulencia, la calma parece estar retornando a los mercados financieros internacionales. Aunque la situación presenta todavía rasgos de extrema fragilidad y persisten una serie de riesgos importantes que impiden afirmar con certeza que la más seria crisis financiera de los últimos sesenta años ha sido completamente superada, la sensación generalizada en los mercados es que lo peor de la misma parece estar quedando atrás. Este significativo cambio en la percepción de los agentes, que pocas semanas atrás y en medio del pánico no encontraban otro refugio que los bonos de más largo plazo de los gobiernos de las principales economías avanzadas, se tradujo en un repunte generalizado de los mercados de distintas clases de activos financieros desde el piso que las cotizaciones habían alcanzado, en general, hacia mediados de septiembre e inicios de octubre (véase el recuadro). Consecuentemente, este movimiento significó la reaparición paulatina del crédito para algunos de los deudores que, como buena parte de los países de economías emergentes, habían sido directamente racionados de los mercados durante los meses de agosto y septiembre y una importante reducción de los diferenciales de riesgo de toda clase de activos financieros respecto de las tasas de interés "libres del riesgo de default" que pagan los bonos de los Tesoros de las economías más avanzadas.En este sensible cambio de escenario en los mercados financieros fueron cruciales las respuestas de política adoptadas por los policy-makers en varios países. En particular, a partir del momento en que los impactos de la devaluación y el cuasi-default ruso se dejaron sentir con fuerza en el centro nervioso del sistema financiero internacional al afectar a los mercados financieros de las propias economías avanzadas. La percepción en dicho momento de que la crisis financiera había adquirido una verdadera dimensión internacional luego de irse derramando de una región a otra del globo y de que la misma amenazaba seriamente con colocar a la economía mundial al borde de una recesión generalizada por primera vez desde la década del treinta parecieron inducir una respuesta en escala global de las autoridades de política del mundo desarrollado. Aunque no hubo una coordinación explícita de dichas respuestas de política lo relevante es que, luego de la reunión anual de los organismos financieros multilaterales mantenida en Washington a principios de octubre y en la que el pesimismo exhibido por los principales banqueros internacionales fue la nota dominante, pareció producirse una suerte de punto de inflexión e, implícitamente, todas las acciones encaradas comenzaron a apuntar en la misma dirección. Varios fueron los factores y acciones de política que, a nivel global, parecieron dar lugar a la superación, al menos momentánea, de la fase más aguda de la crisis:a) Las acciones de política monetaria encaradas en la mayor parte de las economías avanzadas y lideradas por la Reserva Federal de EEUU que, en menos de siete semanas, realizó tres recortes de 25 puntos básicos en la tasa de los fondos federales de corto plazo;b) Las medidas financieras y fiscales adoptadas en Japón dirigidas a sanear y revitalizar el sistema financiero y a sacar a la economía de la profunda recesión que atraviesa desde fines del año pasado. Al mismo tiempo, como parte del paquete fiscal, las autoridades anunciaron la concesión de fondos de asistencia a las economías de Asia en problemas por 30.000 millones de dólares. La magnitud de los recursos involucrados en ambos anuncios puso de manifiesto la voluntad de parte de las autoridades de retomar la iniciativa luego de un par de meses de aparente desorientación y estancamiento en materia de medidas de política. El estímulo fiscal involucra recursos por alrededor de 24 trillones de yenes (un 4,8% del producto) computando planes de gasto, recortes impositivos y préstamos del gobierno y el paquete dirigido a reestructurar el sistema financiero inyecta fondos públicos por dos veces y media dicha cifra (60 trillones de yenes);c) La declaración efectuada a fines de octubre por los líderes del Grupo de los Siete ratificando formalmente las reformas específicas anunciadas por sus Ministros de Finanzas y los presidentes de sus Bancos Centrales dirigidas a fortalecer el sistema financiero y monetario internacional. Esta declaración puso de manifiesto la voluntad de los líderes de las economías avanzadas de actuar en forma coordinada para prevenir la ocurrencia de nuevas dificultades en la economía mundial y, en caso de que se verifiquen crisis financieras en países particulares, minimizar las consecuencias de las mismas y contener su contagio a otras economías;d) La aprobación, a principios de noviembre, por parte del gobierno de los Estados Unidos de la postergada ampliación de su cuota de aporte al Fondo Monetario Internacional. Dicha decisión destrabó el aumento de las contribuciones del resto de los miembros de la institución y permitió a esta última incrementar en forma sustantiva su capacidad prestable. Asimismo, la mencionada capitalización permitió la entrada en vigencia de nuevas líneas de crédito contingente; e) Finalmente, y con el objeto de contener el contagio de la crisis a nuevas regiones de la economía mundial, el anuncio del paquete de ayuda financiera por 41.500 millones de dólares coordinado por el FMI y el Tesoro norteamericano, dirigido a respaldar el importante programa de ajuste fiscal anunciado a fines de octubre por las autoridades económicas brasileñas. El repaso de las iniciativas de política recién listadas parece prestar sustento a la sensación generalizada de que los esfuerzos de contención de la crisis han sido exitosos. Más aún, la favorable respuesta de los mercados parece poner de manifiesto el espacio con que cuentan los hacedores de política de los países desarrollados para encarar nuevas acciones de política contracíclicas en caso de ser necesario y la confianza de los agentes en su capacidad -particularmente de la Reserva Federal- de efectuar un fine-tuning apropiado. En efecto, el elevado nivel en términos históricos de las tasas de interés reales en un contexto de expectativas inflacionarias prácticamente inexistentes permite afirmar que existe un margen considerable para acciones ulteriores en materia de política monetaria. Asimismo, la sólida situación fiscal de buena parte de los gobiernos tanto en Europa como en EEUU conduce a sospechar que hay espacio suficiente para llevar adelante, en caso de ser necesario, acciones de estímulo fiscal de la demanda agregada. No obstante ello, hay dos cuestiones que merecen ser tenidas en cuenta a fin de apreciar con mayor perspectiva la presente coyuntura de la economía internacional. En primer lugar, cabe destacar que la crisis actual, tal como suele ocurrir con la mayor parte de las crisis sistémicas, ha procedido mediante una sucesión de fases de profundización y recuperación. Por tanto, aunque poco probable dada la evidencia existente hasta el momento, no se puede descartar en forma completa la posibilidad de una nueva fase en la evolución de la crisis financiera. En segundo término, no debe olvidarse que, aún cuando la fase más profunda de la crisis haya sido superada y la calma persista en los mercados financieros, sus impactos sobre la economía real recién están comenzando a ser apreciados en su verdadera magnitud y, con una elevada probabilidad, las consecuencias de los desequilibrios financieros sobre los mercados reales se van a dejar sentir por un tiempo todavía prolongado.
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II. ¿Superación de la crisis o interregno hacia una nueva fase de la misma?
En lo que se refiere al primer punto cabe mencionar que hasta el momento ha habido tres etapas bien diferenciadas en la evolución de la crisis financiera internacional y que las dificultades observadas en cada una de ellas se han ido montando sobre las experimentadas en la etapa anterior. Esto es, durante cada una de estas etapas la crisis financiera ha ido creciendo en extensión y profundidad. La primera de estas etapas comenzó en Tailandia en julio de 1997 cuando las autoridades se vieron obligadas a dejar flotar la moneda doméstica, el baht, luego de una ronda de presiones especulativas en el mercado cambiario que habían comenzado algunos meses antes. Estas presiones, que parecieron seguir a la suba de tasas de corto plazo efectuada por la Reserva Federal en marzo del año pasado, ya habían conducido a una depreciación de la corona checa de alrededor del 10% cuando las autoridades del país europeo decidieron dejar flotar su moneda el 27 de mayo de 1997. Como es sabido la marcada depreciación de la moneda tailandesa, que sólo en la primera semana de julio perdió alrededor de un 15% de su valor, se transmitió rápidamente a las economías vecinas. Así, luego del 11 de julio en Filipinas y del 14 de agosto en Indonesia se asistió a una fuerte depreciación del peso y de la rupia. Poco tiempo después las autoridades de Malasia redujeron su intervención en el mercado de cambios y dejaron flotar el ringgit que también experimentó una marcada desvalorización. Sin embargo, luego de ocurridos estos efectos de contagio, se pensó que la crisis había quedado esencialmente contenida a dichas economías y que, por tanto, aunque muy problemática para los países afectados, había adquirido a lo sumo una entidad subregional. Debe destacarse que tal conjetura no parecía demasiado errónea habida cuenta de la escasa significación desde el punto de vista real y financiero de las economías afectadas para el conjunto de los mercados internacionales. De hecho, el tono de las conversaciones mantenidas en septiembre de ese año en el marco de la reunión anual del FMI y el Banco Mundial fue relativamente optimista y las expectativas de los agentes apuntaban, incluso, a una suba de las tasas de interés de corto plazo por parte de la Reserva Federal.Sin embargo, poco tiempo después el 22 de octubre, y en forma completamente no anticipada, se produjo el derrumbe de la bolsa de valores de Hong-Kong y el derrame de las dificultades a Corea del Sur que, luego de dos meses de profunda turbulencia financiera y cambiaria, se vio obligada a dejar flotar el won libremente a mediados de diciembre. Ello dio inicio a una segunda etapa de la crisis financiera en la que se verificó la generalización de las dificultades al conjunto de la economía asiática, incluyendo a Japón que pasó de una situación de estancamiento a la recesión abierta. Dicha etapa duró aproximadamente hasta fines de enero cuando la intensidad de la crisis comenzó a ceder y una calma relativa retornó a los mercados financieros y cambiarios de Corea del Sur e Indonesia, las dos economías más afectadas de esta nueva ronda de dificultades. Luego de ello se verificó una fuerte recuperación de los mercados cambiarios de los países de la región entre febrero y abril de este año y las autoridades de política estuvieron en condiciones de reducir paulatinamente las tasas de interés de corto plazo. También en dicho momento se pensó que la fase más aguda de las dificultades financieras había sido superada.Sin embargo, en mayo de este año la situación de las economías más afectadas por la crisis (Corea del Sur, Indonesia, Tailandia, Malasia y Filipinas) volvió a experimentar un marcado deterioro cuando la publicación de los datos relativos al desempeño de dichas economías durante el primer trimestre del año puso en evidencia que el impacto de la crisis había sido considerablemente peor de lo inicialmente pensado. El impacto negativo sobre la confianza de los inversores determinó que las monedas de la región experimentaran una nueva ronda de depreciaciones, aunque sin llegar a los pisos alcanzados en cada caso en enero de este año. Aunque a partir de junio la calma retornó a los mercados cambiarios del sudeste asiático, las presiones especulativas derramaron sobre la economía rusa que ya había estado sometida a algunos importantes remezones financieros durante la intensificación de la crisis asiática a partir de octubre. Esta vez, sin embargo, el contagio interregional de las dificultades pareció llegar para quedarse: a pesar de la intervención de las autoridades rusas en los mercados de cambios y de las fuertes subas impulsadas en las tasas de interés de corto plazo, los mercados parecieron poner en duda la sustentabilidad de dicha respuesta habida cuenta de la creciente concentración de los vencimientos de deuda en el corto plazo. Al mismo tiempo, la presión en los mercados financieros reflejó las expectativas negativas de los inversores en relación al impacto de la declinación de los precios del petróleo sobre la situación del sector externo de la economía rusa, la persistencia de fuertes desequilibrios fiscales, la excesiva dependencia de los flujos de capitales de corto plazo y el retraso en la implementación de las reformas estructurales. En estas condiciones, y luego de algunas idas y vueltas, el encadenamiento negativo de los acontecimientos determinó que el episodio culminara en la crisis en gran escala que la economía experimentó en agosto y que obligó a las autoridades a decidir la devaluación del rublo y la reestructuración compulsiva de algunas de las obligaciones externas del país. Esta drástica decisión inauguró la tercera y más profunda de las etapas de la crisis caracterizada por la definitiva internacionalización de los desequilibrios financieros. Como se dijo más arriba el hecho distintivo de esta fase es que esta vez la transmisión de las dificultades, vía las significativas pérdidas de capital experimentadas por los agentes que habían invertido fondos en Rusia, afectó en forma directa a los mercados financieros de las propias economías avanzadas. No sólo hubo caídas significativas en los mercados de valores sino que se produjo un inusual incremento en los diferenciales de riesgo pagados por los mejores deudores del sector privado (las compañías de la categoría de riesgo AAA) respecto de las tasas de interés pagadas por los bonos del gobierno de las economías más avanzadas. Al mismo tiempo, aunque Corea del Sur e Indonesia ya lo habían decidido de facto durante la segunda etapa de la crisis, la declaración formal por parte de Rusia de la imposibilidad de hacer frente a parte de los compromisos que vencían en el corto plazo instaló el fantasma de la reedición de las moratorias unilaterales decididas por las economías latinoamericanas en los ochenta durante la crisis de la deuda internacional. La reaparición abrupta del riesgo de default afectó naturalmente a las economías latinoamericanas y el ataque especulativo eligió como blanco a la economía brasileña. El derrame de las dificultades desde Rusia a Brasil y el riesgo de generalización al conjunto de la región latinoamericana terminaron de sancionar el carácter internacional de la crisis financiera. La caída de la demanda de los títulos emitidos por las economías emergentes determinó que, en pocas semanas, los mercados internacionales de crédito pasaran a operar en una situación de virtual racionamiento. De hecho, durante el mes de septiembre prácticamente desaparecieron las emisiones de deuda de los países en desarrollo reflejando que los mercados internacionales sólo estaban dispuestos a otorgar nuevo financiamiento a estas economías a una tasa de interés tendiendo a infinito. En estas condiciones, la dinámica de funcionamiento de los mercados financieros hizo temer en forma creciente que si los mercados de valores de las economías avanzadas ingresaban en una espiral deflacionaria los efectos riqueza negativos podrían terminar arrastrando a los últimos bastiones del crecimiento y provocar que el conjunto de la economía mundial ingresara en un escenario recesivo. Paradójicamente, tal vez, en la internacionalización de la crisis financiera estuvo parte de su comienzo de solución. Ello fue así pues el riesgo de una recesión -y el fantasma de la Gran Depresión- en escala global acabó de convencer a las autoridades de política de las economías avanzadas de que "el balance de los riesgos" en la situación económica internacional había cambiado y de la necesidad de intervenir en forma más activa para poner fin a la propagación de los impactos de la crisis poniendo fin al encadenamiento negativo de los acontecimientos. La sensible recuperación de los mercados financieros a partir de mediados de octubre como consecuencia de las medidas de política arriba detalladas parece haber echado por tierra los peores presagios y dado lugar a la percepción antes comentada de que lo peor de la crisis ya ha pasado. Sin embargo, sería erróneo subestimar los riesgos presentes en la actual coyuntura y suponer que la crisis financiera ha finalizado. De hecho, la evolución evidenciada por los mercados financieros de todo el mundo durante la primera semana de diciembre pone de manifiesto la precariedad de la situación actual y la subsistencia de numerosos interrogantes. En particular, tres son los frentes a monitorear con cuidado para aventar la posibilidad del ingreso a una nueva fase de la crisis:1) Que no se produzca un nuevo deterioro de la situación de alguna de las economías emergentes que conduzca a la aparición de renovados efectos de contagio. Dos son las economías que los inversores internacionales están siguiendo con atención a este respecto. En primer lugar, existen temores acerca de que China pueda decidir una devaluación de su moneda para hacer frente a una pérdida de competitividad si la recesión japonesa se profundiza y ello conduce a nuevas presiones bajistas en la cotización del yen. En los últimos días, de hecho, los mercados financieros de todo el mundo experimentaron caídas pronunciadas alimentadas por algunos rumores en este sentido. Sin embargo, los últimos indicadores de crecimiento hablan de una expansión del 10% del PBI chino entre octubre de este año y octubre del año pasado y del 7,6% durante el tercer trimestre del año en relación con igual período del año anterior. Estas cifras son muy superiores a las pronosticadas por el FMI en su último informe sobre la economía mundial y pondrían de manifiesto que el crecimiento jalonado por el gasto doméstico en infraestructura auspiciado por las autoridades está permitiendo compensar la desalentadora evolución de las exportaciones. Asimismo, para varios analistas -incluídos los miembros de la Administración Estatal china ocupada de las cuestiones cambiarias- la cuestión del supuesto atraso cambiario está sobreestimada en lo que respecta al desempeño de las ventas al exterior. En segundo lugar, no poca atención está depositada en la evolución de la economía brasileña luego de alcanzado el acuerdo con el FMI. Aunque el comportamiento de los mercados financieros con posterioridad a la difusión del mismo ha sido favorable y las medidas destinadas al ordenamiento de las cuentas públicas están realizando progresos notorios en el Parlamento, es cierto que, como todo intento de defender una moneda frente a un fuerte ataque especulativo, la situación presenta riesgos no menores. De hecho, en la primera semana de diciembre los mercados reaccionaron en forma muy negativa al rechazo del parlamento al incremento de la contribución proyectada de los empleados públicos al régimen de seguridad social poniendo de manifiesto el estrecho sendero por el que actualmente transita la economía brasileña en su intento de recuperar la confianza de los inversores. Respecto a ello, la preocupación central de los mercados está depositada en que las autoridades sean capaces de reducir en forma pronunciada las tasas de interés domésticas a fin de descomprimir la carga financiera sobre el endeudamiento de corto plazo y en que la recesión que la economía va a experimentar el año próximo no sea muy superior a la proyectada para elaborar el ajuste de las cuentas públicas;2) La posibilidad de que las importantes medidas fiscales y financieras adoptadas en Japón no logren evitar una profundización de la recesión en dicha economía. En este sentido cabe tener en cuenta que a pesar de que las medidas fiscales dan cuenta de más del 4% del producto y que las mismas ponen de manifiesto la voluntad de las autoridades japonesas de retomar la iniciativa luego de varios meses de quietismo la reacción inicial de los mercados frente a las mismas no ha sido demasiado satisfactoria. En dicha respuesta parece haber influído el hecho de que el anuncio del paquete fue opaco y no está del todo claro si la totalidad de los recursos involucrados son nuevos o si, en parte, se trata de fondos provenientes de viejos paquetes que no han sido ejecutados. Ello coincidió con la decisión de la agencia Moody's de recalificar la deuda del gobierno japonés desde la más alta categoría a un segundo nivel de riesgo. De hecho, los últimos datos disponibles que muestran que el PBI del tercer trimestre cayó un 2,6% a tasa anualizada señalan que, por ahora, la recesión, lejos de haber sido superada, sigue su curso;3) La posibilidad de que se produzcan desarrollos adversos en los mercados financieros de las propias economías avanzadas. En este frente, dos son las cuestiones a monitorear con atención. En primer lugar, la posibilidad de que se produzca una abrupta restricción del crédito (credit crunch) motivada por la aparición de dificultades en la hoja de balance de los intermediarios financieros. En este sentido, las causas de la nueva reducción de tasas decidida por A.Greenspan el 17 de noviembre no están del todo claras y la mención de que persisten dificultades en el sector financiero ha conducido a algunos analistas a interrogarse respecto de la posibilidad de que la decisión de la Reserva federal haya estado motivada por la existencia de problemas en algunas entidades financieras desconocidos por el mercado. En segundo término, la posibilidad de que la propia rebaja de tasas de interés conduzca a la reaparición de los fenómenos de sobrevaluación de activos en los mercados financieros, particularmente en Wall Street. En este sentido, la preocupación de la mayor parte de los analistas está concentrada en la evolución de la tasa de ahorro de las familias norteamericanas cuya proxi se ha tornado negativa en septiembre por primera vez en sesenta años y en la posibilidad de que el fin de la supuesta burbuja especulativa venga acompañado de una abrupta contracción del gasto privado. Aunque el fin del período de apreciación no necesariamente tiene que venir acompañado por un desplome de las cotizaciones y del gasto privado de consumo e inversión y la tasa de ahorro podría recomponerse gradualmente en los próximos años, es cierto que la evidencia indica que los ciclos de excesivo crecimiento del gasto usualmente finalizan en forma pronunciada. Claramente en el actual contexto de fragilidad ello tendría consecuencias muy negativas para la estabilidad financiera.
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III. Los impactos reales de la crisis financiera internacional
En lo referido al segundo punto mencionado más arriba no hay demasiado espacio para la euforia. En efecto, aún cuando la crisis financiera haya sido finalmente superada cabe señalar que, una vez pasada la tormenta, los impactos de la misma sobre la economía real serán muy pronunciados. Es sabido que, como consecuencia de los serios desequilibrios financieros, en el caso de varias economías se ha pasado en pocos meses de un crecimiento robusto a una recesión profunda y que pocos países han quedado al margen de la crisis global. Al mismo tiempo, las consecuencias sociales de la crisis en los países más afectados han sido muy profundas y están llamadas a tener impactos no sólo en el corto sino también en el medio plazo a través del incremento en los niveles de pobreza y desempleo, el deterioro de las condiciones de acceso a la salud y la educación y el empeoramiento en la distribución del ingreso. De las proyecciones efectuadas por los principales organismos e instituciones multilaterales surge que, en el mejor de los casos, el año próximo cabe esperar una evolución del producto mundial similar a la pobre performance observada durante 1998 y que recién en el 2000 se podría apreciar una moderada recuperación (véase el gráfico). Así, en su último informe la OCDE anticipa que la tasa de crecimiento del producto mundial prácticamente se mantendrá el año próximo en los exiguos niveles registrados este año de forma tal que el PBI mundial sólo crecería 2,1% en 1999 frente al 2,0% que se espera para el presente año. Para el 2000 dicho organismo anticipa una recuperación moderada de la economía mundial cuya tasa de crecimiento se situaría en un 2,9%. Sin embargo, cabe mencionar que si el arte de pronosticar siempre es una tarea difícil y sometida a riesgos importantes y, por tanto, todo pronóstico económico está sujeto per se a un importante grado de variabilidad, dicha situación se ha visto exacerbada en el actual contexto de profunda incertidumbre. Ya en nuestro informe pasado se destacó que, a medida que la crisis se desarrollaba y se tomaba consciencia de su gravedad creciente, la revisión de los pronósticos de crecimiento de la economía mundial evidenciaba un sesgo sistemático a la baja. Ello puso de manifiesto no sólo que la precisión y el grado de confianza de las proyecciones se ven particularmente afectados durante los períodos de elevada incertidumbre sino también que, en la presente situación, los riesgos se encuentran distribuídos asimétricamente a la baja. Dicha situación continuó verificándose en el último mes y medio. Así, mientras en octubre el World Economic Outlook del FMI pronosticaba que el año próximo la economía mundial crecería un 2,6%, el último informe del Banco Mundial anticipa un crecimiento del PBI mundial en 1999 de sólo el 1,9% (véase gráfico). De hecho, habida cuenta de la nueva evidencia disponible que indica que las consecuencias reales de la crisis internacional son mucho más serias de lo inicialmente pensado, el propio FMI proyecta presentar antes de fin de año, tal como lo hizo el año pasado, una nueva versión de su Outlook de la economía mundial. Sin duda esa nueva versión contendrá una revisión a la baja de la mayor parte de las estimaciones y pronósticos respecto al desenvolvimiento futuro de la economía internacional Por su parte, la tasa de crecimiento del comercio mundial experimentaría una leve recuperación desde los magros niveles a los que se ha visto contraída su evolución como resultado de la crisis internacional. En efecto, luego de crecer a una tasa superior al 9% durante 1997, la OCDE espera que los flujos reales de bienes y servicios crezcan un 4,6% durante este año, un 5,3% durante 1999 y un 6,1% durante el año 2000. En lo referido a la evolución de los precios, excepto en los países que sufrieron fuertes ataques especulativos contra sus monedas y experimentaron episodios de crisis financiera, se espera un escenario de desaceleración. Ello es lógico habida cuenta del exceso de oferta prevaleciente en varios mercados. Para las economías avanzadas la tasa de inflación para el próximo año se espera que se sitúe en los muy bajos niveles de este año (1,7%), los más bajos de los últimos cuarenta años. Por su parte, para las economías en desarrollo se prevé que, luego de haber subido levemente por encima del 10% en el presente año, la tasa de evolución de los precios se ubicará en un exiguo 8,3%. Este resultado está influído, sin embargo, por la marcada aceleración que experimentó la evolución de los precios en los países asiáticos más afectados por la crisis. Para las economías en transición se espera que el próximo año la tasa de inflación se sitúe alrededor de un 34% luego de que los precios registraran una suba de alrededor del 29% durante el presente año. Este resultado esconde, sin embargo, una evolución dispar: mientras se espera que la inflación en Rusia se sitúe por encima del 70% el año próximo luego de haber registrado una tasa del 14% en 1997, el resto de las economías en transición tienden a exhibir importantes desaceleraciones. Aún así, y a pesar de los temores que surgieron durante los peores momentos de la crisis, la evolución de los precios está lejos de haber ingresado en una espiral deflacionaria. Aunque hubo algunos desarrollos que pudieron indicar la existencia de presiones en este sentido lo máximo que puede decirse es que la economía mundial está atravesando actualmente una etapa de marcada desinflación. En efecto, aunque los precios de las commodities cayeron más de un 30% desde mediados del año pasado como resultado fundamentalmente de la contracción de la demanda en Asia debe tenerse en cuenta que dichas caídas parecen haberse detenido en los últimos meses. Asimismo, mientras dichas reducciones de precios generaron importantes pérdidas de ingresos para los países productores, para los países importadores representaron una favorable evolución de los precios relativos que ayudó a reducir costos y, por tanto, contribuyó a mejorar los ingresos reales. Por otra parte, aunque el comportamiento de los precios de las materias primas y de muchas mercancías de origen industrial, provocó la caída generalizada de los precios mayoristas en los principales países desarrollados, la evolución de los precios de los servicios impidió que tales reducciones en los precios al productor se trasladarán a la evolución del nivel general de precios. Así, aunque los precios mayoristas han caído, por ejemplo, un 4,7% en Alemania y un 0,7% en EEUU en el año transcurrido hasta octubre, de los países desarrollados los únicos que han experimentado una leve deflación en los precios al consumidor han sido Japón y Suecia (0,2% y 0,4%, respectivamente). Por último, otro de los indicadores que se utilizaron para señalar la existencia de presiones deflacionarias en la economía mundial ha sido la evolución de los rendimientos nominales de los bonos de los distintos gobiernos. En efecto, dado que el rendimiento nominal de los bonos es igual a la suma de su rendimiento real más el premio pagado por el riesgo de default más la tasa de inflación esperada, si se supone que los dos primeros factores se mantienen constantes, entonces toda reducción en el rendimiento nominal de los bonos debería reflejar reducciones de la tasa de inflación esperada. Precisamente, durante las peores instancias de la crisis, varios analistas adujeron que la fuerte reducción del rendimiento nominal de los bonos era un factor que señalaba la presencia de marcadas expectativas de deflación. Sin embargo, dado que durante dichos meses se verificó un importante cambio en la composición de los portafolios financieros a favor de dichos bonos es muy difícil sostener que la reducción en su rendimiento nominal no esté reflejando en realidad una disminución del rendimiento real de los bonos y del riesgo de default.
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III.1. Las economías avanzadas
Como puede suponerse, los pronósticos recién mencionados respecto de la evolución de la economía internacional durante el año próximo encierran situaciones bastante disímiles. En efecto, mientras la mayor parte de las anticipaciones supone que en las economías avanzadas, con la clara excepción del Japón, la situación macroeconómica continuará exhibiendo síntomas de fortaleza aunque evidenciará cierta desaceleración, los pronósticos relativos al desempeño de los países en desarrollo son mucho menos alentadores. En lo que se refiere, entonces, a la evolución de las primeras los informes elaborados por los organismos financieros y las instituciones multilaterales en el último mes y medio coinciden en anticipar para el año próximo sólo una leve desaceleración del crecimiento. Aunque con diferente intensidad ciertos impactos de la crisis internacional se han dejado sentir aún en dichas economías, cabe destacar que, con la excepción de Japón, la situación macroeconómica ha permanecido hasta ahora bastante robusta. Así, aunque se anticipa una cierta pérdida de dinamismo, se espera que el crecimiento continúe firme en el caso europeo y, luego de varios años de elevado e ininterrumpido crecimiento, se prevé un soft-landing de la economía de EEUU. En el caso de la economía japonesa, la mayor parte de los pronósticos estima que, si no hay nuevas dificultades, los paquetes fiscales y financieros recientemente anunciados posibilitarán una salida suave pero firme de la presente recesión. De esta forma, mientras el Banco Mundial proyecta un crecimiento del 1,6% para el PBI del conjunto de los países desarrollados en 1999, la OCDE estima que las economías de su área crecerán el año próximo un 1,7% y un 2,3% en el 2000 (véase el cuadro).Como recién se dijo la mayoría de los pronósticos estiman que la economía estadounidense efectuará el año próximo un aterrizaje suave y desacelerará su crecimiento desde el elevado 3,4%/3,5% que se prevé para este año. En dicha prognosis coinciden tanto la mayor parte de los analistas del sector privado como los principales organismos e instituciones multilaterales. Así, mientras la OCDE estima que la economía norteamericana crecerá el año próximo un 1,5%, el promedio de los pronósticos privados relevados por la revista The Economist sitúa la tasa de crecimiento de EEUU para 1999 en un 1,7%. Dichos pronósticos parecen estar basados en la anticipación de una fuerte desaceleración del gasto de consumo privado durante el año próximo en la medida en que se asume que el actual ciclo de endeudamiento masivo de las familias que ha conducido a una tasa de ahorro negativa por primera vez desde los año treinta (véase el Box n 2) va a llegar a su fin durante el año próximo. De este modo, habida cuenta de que como resultado de la crisis internacional las exportaciones netas están evolucionando en forma negativa y que la inversión parece haberse desacelerado durante la segunda mitad de este año desde los elevados niveles exhibidos durante la década del noventa, parece evidente que la clave de lo que ocurra en el futuro con la economía norteamericana depende en forma crucial de la evolución del gasto de consumo privado. Hasta el momento, sin embargo, dicho gasto ha dado escasas muestras de desaceleración y la economía de EEUU ha seguido creciendo por encima de lo que la mayor parte de los pronósticos anticipaban. En el tercer trimestre del año, de la mano de una inesperada continuación del gasto de consumo que no cayó en ningún mes desde junio de 1996 y de la recuperación en noviembre del índice de confianza de los consumidores que volvió a crecer luego de caer por cuatro meses consecutivos desde el pico alcanzado en junio, la economía norteamericana volvió a crecer un 3,5% contra igual período del año anterior. La pregunta central es, entonces, qué es lo que ocurrirá en el próximo período con el gasto de consumo de las familias norteamericanas. Dos son los factores relevantes en relación a esta cuestión y se encuentran estrechamente vínculados: la suerte de las cotizaciones bursátiles y los impactos que la reciente baja de tasas de corto efectuada por la Reserva Federal pueda tener en la evolución del gasto privado, fundamentalmente de consumo. En relación a la primera de dichas cuestiones cabe destacar que, durante los peores meses de la crisis, cuando se temió la generalización de la recesión al conjunto de la economía mundial uno de los principales canales de transmisión apuntado fue precisamente la posibilidad de que el desplome de las cotizaciones en la bolsa generara un fuerte efecto riqueza negativo sobre la posición patrimonial de las familias que terminara arrastrando a la economía norteamericana a la recesión. Sin embargo, a pesar de la caída del 20% ocurrida en los precios de las acciones desde el anterior pico alcanzado en julio de este año, el consumo privado estuvo lejos de sentir algún impacto. Este hecho podría ser interpretado en forma positiva si se asume que los efectos riqueza provocados por la porción de la riqueza privada que se mantiene bajo la forma de tenencias bursátiles es menos robusto de lo que se suponía y que los consumidores no estaban asumiendo al tomar sus decisiones de gasto que los valores de las acciones se mantendrían en los niveles record que tenían antes de la crisis y que han vuelto a alcanzar en estos días. Sin embargo, dicho comportamiento es plausible de ser interpretado desde una óptica menos optimista. En efecto, los consumidores podrían haber interpretado la caída de las cotizaciones como un fenómeno meramente transitorio y haber supuesto que las acciones continuarían creciendo a las elevadas tasas en que lo han venido haciendo en los últimos cuatro años. En tal caso, dicho comportamiento se tornaría altamente preocupante y plantearía una amenaza potencial toda vez que las cotizaciones en el mercado accionaro se han vuelto a situar en los elevados niveles de mitad de año y la mayor parte de los analistas estiman que los mismos ponen en evidencia la existencia de una inflada burbuja en la valuación de los activos. En tales circunstancias un desplome de la bolsa de valores podría acarrear consecuencias muy severas para la economía norteamericana y poner fin de manera abrupta a su etapa de elevado crecimiento. Sin embargo, el segundo de los factores recién mencionados podría actuar de forma de compensar estos desarrollos. En efecto, aunque según algunos analistas el recorte decidido sobre las tasas de interés ya ha agotado su estímulo expansivo a través del rebote de las cotizaciones bursátiles, la mayor parte de los pronosticadores suponen que el gasto privado de consumo e inversión todavía tiene que disfrutar los efectos completos de la nueva instancia expansiva de la política monetaria. En dicha interpretación, y asumiendo que el impacto del recorte de tasas recién va a dejar sentir sus efectos con cierto lag, la economía norteamericana va a experimentar una nueva aceleración desde mediados del año próximo y, en forma completa, a partir del año 2000 cuando se espera que vuelva a crecer al 3%. En lo que se refiere a la economía de los países que van a adoptar en menos de un mes la moneda única europea ya se ha destacado más arriba que la mayoría de los pronósticos prevén una leve pérdida de dinamismo de forma tal que el pronóstico de consenso es que la tasa de crecimiento se desacelerará en aquella región desde el 2,8% que probablemente se registre este año hasta un 2,1%/2,3% para el año próximo. De este modo, de la mano de la crisis internacional, el ciclo económico europeo que se encontraba en una fase más temprana que el norteamericano ha dado muestras de enfriamiento y ha provocado un cambio inesperado pocos meses atrás en el perfil inicial de la política monetaria común encarada por el Banco Central Europeo. El sector más afectado de la economía europea es probablemente la industria manufacturera que, como consecuencia de la fuerte desaceleración del comercio mundial, enfrenta muy malas perspectivas en el corto plazo. La mayoría de los pronósticos anticipan que cuando se conozcan los números de la parte final de este año el output industrial europeo exhibirá una importante contracción y que la recesión industrial se prolongará hasta bien entrado 1999 en la medida en que la presión competitiva proveniente fundamentalmente de Asia continúe desplazando producción local. En dicho contexto los gobernadores de los once bancos centrales europeos que forman parte de la unión monetaria decidieron el 3 de diciembre fijar la tasa de interés de corto plazo en el 3%, acelerando el proceso de convergencia de tasas que se venía dando en el último mes y medio hacia el nivel del 3,3% prevaleciente en Alemania y Francia. De esta forma, contra la mayor parte de los pronósticos que anticipaban que el debutante Banco Central Europeo se vería obligado a priorizar el combate contra la inflación a fin de construir su reputación, las autoridades decidieron relajar la política monetaria frente a los síntomas de debilidad que estaba comenzando a exhibir el crecimiento europeo. La reacción de los mercados financieros a dicha iniciativa de política fue ampliamente favorable poniendo de manifiesto que, tal como lo señaláramos más arriba, existe un amplio margen para encarar, en caso de ser necesario, política económicas anticíclicas más expansivas a fin de proteger el crecimiento. Al mismo tiempo, esa decisión pone de relieve que el riesgo principal no se encuentra del lado de una aceleración inflacionaria sino, por el contrario, surge de la existencia de presiones recesivas e incluso deflacionarias. En efecto, no sólo el precio de las commodities afectado por la reducción de la demanda mundial está corrigiendo los índices de precios hacia abajo sino también la declinación de los precios de productos manufacturados afectados por el exceso de capacidad. Asimismo, se espera que la desregulación en el sector de servicios públicos conduzca a una desaceleración de la tasa de crecimiento de los precios de los servicios. En este sentido, no es que el Banco Central Europeo haya decidido abandonar la construcción de su reputación en materia antiinflacionaria sino que parece haber decidido contruirla como garante de la estabilidad de precios reconociendo los riesgos de la deflación de precios en un contexto recesivo o de menor tonicidad de la demanda. De ser exitosa la política de reducción de tasas, la mayor parte de los pronósticos estiman que la actual desaceleración del crecimiento puede ser de corta vida y que, junto al estímulo brindado por el lanzamiento del euro, la economía puede volver a crecer a tasas más altas en el año 2000. Así, mientras las OCDE anticipa que en dicho año el producto de la Unión Europea crecerá un 2,5%, algunos pronósticos privados anticipan una importante recuperación que situaría la tasa de crecimiento en el 3,2%. Como se ha señalado más arriba, la evolución de la economía japonesa es un outlier en el comportamiento previsto del conjunto de las economías avanzadas y es probable que, en los próximos dos años su tasa de crecimiento se mueva en sentido contrario a la del resto de los países desarrollados. En efecto, mientras como se dijo recién se espera que el año próximo tanto la economía europea como la de EEUU vean desacelerar su crecimiento, es casi seguro que la tasa de variación del PBI japonés experimente una mejoría desde la preocupante contracción de alrededor del 2,6% experimentada durante 1998. Por otra parte, mientras que en la práctica totalidad del mundo desarrollado se anticipa que en el 2000 habrá una sensible recuperación del crecimiento, los pronósticos existentes anticipan -aunque con un nivel de confiabilidad no demasiado elevado y con un alto grado de incerteza- que en dicho año la economía japonesa volverá a experimentar una contracción de su nivel de actividad económica. Dicho pronóstico -una recuperación de corta vida de la economía japonesa- se asienta en la idea de que las medidas recientemente anunciadas de estímulo fiscal a la demanda agregada se van agotar el año próximo sin generar demasiados efectos multiplicadores si la reestructuración del sistema financiero y del sector corporativo proceden a un ritmo lento sin sentar bases sólidas para una recuperación duradera de la economía nipona. Cabe señalar, sin embargo, que algunos analistas destacan que es muy difícil e inconveniente adoptar medidas de reforma estructural y reestructuración en un contexto recesivo por lo que el grueso de las iniciativas debieran estar orientadas en el actual contexto a lograr por todos los medios el estímulo de la demanda agregada. Aún así, la mayor parte de los pronósticos anticipan que, en el mejor de los casos, la economía japonesa dejará el año próximo la recesión para instalarse en el estancamiento y crecer no más del 0,2% como espera que ocurra la OCDE. Los pronósticos privados son, de hecho, más pesimistas y el promedio elaborado por The Economist supone que el PBI de Japón todavía se contraerá el año próximo un 0,8%. De esta forma, a pesar de los recursos involucrados en las iniciativas fiscales y de reforma financiera más arriba señaladas, prácticamente ningún analista espera hasta ahora que la segunda economía del mundo exhiba tasas positivas de crecimiento. Antes bien, la mayor parte de las anticipaciones parecen esperar que las dificultades continúen situando los riesgos a la baja y, por ejemplo, Morgan Stanley, una consultora privada norteamericana, anticipa que luego de una corta recuperación el año próximo la economía japonesa se contraiga en el 2000 un 1,5%. En ese caso la preocupación volvería a estar situada en una posible depreciación del yen frente al dólar norteamericano luego de que la moneda japonesa se recuperara hacia noviembre de este año más de un 21% desde los niveles de inicios de agosto. En tales circunstancias reaparecería uno de los principales factores de riesgo para la economía global: la posibilidad de que una depreciación del yen induzca una devaluación en China y que ello conduzca a una ronda de devaluaciones competitivas en el conjunto de Asia. Por ello la principal amenaza para la evolución de la economía mundial en los próximos meses parece ser lo que suceda en Japón y la clave para evitar una nueva fase de la crisis internacional parece descansar en que la recesión allí no se profundice.
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III.2. Las economías en desarrollo
De hecho, el anuncio de las medidas financieras y fiscales en Japón -que incluían la concesión de líneas de crédito por 30.000 millones de dólares para las economías asiáticas en crisis- y la apreciación del yen respecto del dólar profundizó el proceso de apreciación generalizada que las monedas del sudeste asiático vienen experimentando desde mediados del año respecto de dólar (véase el gráfico). Es evidente, entonces, que la evolución favorable de la economía de Japón es un factor de extremada importancia para la suerte de la economía regional. Ello no debe, sin embargo, conducir a sobreestimar el rol de Japón para las economías de la región asiática. De hecho, contra la creencia convencional hace tiempo que Japón ha cesado de funcionar como la locomotora regional. En la actualidad las exportaciones del conjunto de los países del sudeste asiático -incluyendo la India- a Japón dan cuenta de alrededor del 12% de las ventas externas totales de dichos países mientras que las colocaciones en EEUU representan un 21% y las exportaciones a la Unión Europea alrededor de un 15%. Estrictamente, el flujo comercial singular más importante para las economías de la región asiática es el propio comercio intrarregional por lo que la recuperación de dichas economías residirá fundamentalmente en lo que ocurra con EEUU y Europa y en la posibilidad de que a medida que se recupere alguna de las economías de la subregión se vayan generando interacciones virtuosas al interior de la misma. En tal sentido, algunos pronósticos parecen anticipar que, aún cuando Japón continúe sin recuperarse pero sin empeorar en forma notoria, y de la mano de la mayor estabilidad cambiaria alcanzada en los últimos meses en la región, las menores tasas de interés y la reestructuración del sistema financiero y de las deudas pendientes del sector privado, las economías del sudeste asiático comenzarán a recuperarse a mediados del año próximo. Algunos pronósticos privados son bastante optimistas, y si bien admiten que la fase de recuperación va a ser muy diversa entre los diferentes países de la región, esperan que el conjunto de Asia, incluyendo a China y la India, crezca un 2,9% el año próximo para acelerarse a un elevado 4,8% en el año 2000. El propio Banco Mundial que en su último informe elabora un diagnóstico detallado, preciso y sombrío de la crisis asiática, anticipa, por ejemplo, que si no se producen nuevos desarrollos negativos, en las cinco economías más afectadas por la crisis se pasará de un virtual estancamiento el año próximo a una marcada recuperación en el año 2000 (3,2% de crecimiento del PBI). Aún así cabe señalar que en la actualidad la situación de dichas economías continúa exhibiendo signos de fragilidad. En lo que respecta a América Latina es evidente que la clave de su desempeño reside en la performance de la economía brasileña. A pesar de que el fuerte ataque especulativo que tuvo que enfrentar Brasil una vez que Rusia devaluó amenazó con diseminar la crisis financiera al conjunto de la economía regional, los esfuerzos de contención de crisis desplegados por las autoridades brasileñas y la comunidad financiera internacional permitieron que la región lograra hasta ahora mantenerse al margen de una diseminación completa de los efectos de contagio. Ello no quiere decir que diversas economías de la región no hayan experimentado serias dificultades en los planos real y financiero como consecuencia de la crisis internacional. En primer lugar, el conjunto de la economía regional se vio afectada, como el resto de las economías en desarrollo, por el marcado endurecimiento de los mercados de capitales internacionales y, durante los meses de agosto y septiembre, los países de la región se vieron prácticamente excluídos del acceso al crédito externo. Sin embargo, a diferencia de la región asiática donde se ha verificado una fuerte retracción, las estimaciones del FMI sugieren que la región sólo experimentará una leve desaceleración de los flujos netos de capital privado. De hecho, en 1997 cuando los flujos netos dirigidos al conjunto de las economías emergentes cayeron a la mitad desde su record de un año atrás, la región experimentó un leve crecimiento de los ingresos netos de fondos y pasó de recibir 81.800 millones de dólares en 1996 a ser receptora de 87.500 millones. Durante 1998 mientras Asia experimentaba salidas netas de fondos privados América Latina sólo experimentó una caída moderada de los ingresos netos de capital privados. Sin embargo, éstos continuaron siendo positivos y se espera que totalicen alrededor de 75.000 millones de dólares. Las estimaciones del FMI para el año próximo suponen que la región experimentará una nueva retracción y que los flujos netos de fondos externos de origen privado alcanzarán los 66.600 millones de dólares. De estos ingresos netos se estima que durante 1998 49.000 millones de dólares representaron inversión extranjera directa y que este concepto dará cuenta de ingresos por un total de 44.300 millones durante el año próximo. En segundo lugar, varias de las economías de la región han sentido de manera marcada los impactos reales de la crisis internacional y han experimentado fuertes shocks externos de naturaleza comercial. Así, Venezuela, y en menor medida México, se vio muy afectada por la fuerte declinación de los precios del petróleo y la fuerte caída verificada en el precio del cobre planteó graves dificultades a la dinámica de corto plazo de la economía chilena. Asimismo, la mayor parte de las economías de la región sufrieron en distinto grado los impactos de una negativa evolución de sus términos de intercambio. Sin embargo, como recién se dijo, la suerte de la dinámica macroeconómica del conjunto de la economía de la región es muy dependiente de lo que ocurra en Brasil cuyo PBI da cuenta de alrededor del 40% del producto regional. Como se analiza en otra sección del presente volumen la clave del éxito del programa de fuerte ajuste fiscal lanzado por el gobierno del país vecino a fines de octubre con el aval financiero otorgado semanas más tarde por la comunidad internacional reside en que las autoridades sean capaces de llevar a cabo la reducción prevista de la tasa de interés de corto plazo. Ello permitirá descomprimir gradualmente la comprometida situación financiera que enfrentan las cuentas públicas y posibilitará una paulatina recuperación de la confianza y una desactivación de las presiones en el frente cambiario. De todas formas, debe quedar claro que la dinámica de corto plazo de la economía brasileña transita por un corredor estrecho y que, a pesar de la asistencia financiera brindada por los organismos multilaterales de crédito y los gobiernos del G7, la situación es todavía precaria tal como lo puso de manifiesto la negativa reacción de los mercados a las dificultades surgidas en el parlamento para la aprobación de parte de la reforma del sistema de seguridad social. En el mejor de los casos, sin embargo, el propio gobierno descuenta que el año próximo la economía brasileña experimentará un panorama recesivo caracterizado por una caída del 1% del PBI. Si ese es el panorama y la recesión brasileña no se profundiza tal como lo prevén algunos analistas del sector privado que esperan una contracción del 2 al 3%, América latina experimentará durante 1999 una modesta evolución con el producto creciendo a un escaso 0,6%. Aunque evidentemente "gris" dicho pronóstico debe ser comparado con el desempeño del producto de la región en el escenario alternativo de una generalización de las dificultades financieras al conjunto de la región. Sin embargo, si el programa resulta exitoso las previsiones suponen que en el año 2000 la economía brasileña volverá a crecer a una tasa del 3%. En ese caso, la economía regional estaría en condiciones de crecer a una tasa superior al 2,5% durante dicho año. Un panorama similar -repetición del débil crecimiento durante 1999 y una fuerte recuperación a partir del 2000- se espera para el conjunto de las economías en desarrollo. Ello es lo que surge del último informe del banco Mundial (Global Economic Prospects and the Developing Countries 1998/99). Allí se destaca que las economías del mundo en desarrollo crecerán un 2,7% durante el año próximo frente al 2% estimado para este año y que, como resultado de las iniciativas de política decididas en el último tiempo con el objeto de superar la crisis financiera y fortalecer las perspectivas de mediano plazo de la economía mundial reseñadas más arriba, dichas economías se recuperarán fuertemente en el año 2000 para crecer al 4,3% -sólo 0,5 puntos por debajo de la tasa de crecimiento registrada en 1997. De todas maneras, la gravedad de la crisis para el mundo en desarrollo se puede sintetizar en los datos ofrecidos en la presentación del informe de la institución multilateral: mientras en 1997 el ingreso per cápita cayó en 21 países que daban cuenta del 10% del PBI del mundo en desarrollo y un 7% de su población, durante este año ocurrió lo propio con 36 países del mundo en desarrollo que representan el 40% de su PBI y más de un 25% de su población.
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IV. A modo de conclusión
El informe del Banco Mundial recién comentado está dirigido a examinar las causas de la crisis financiera, realizar un análisis de las respuestas del mundo a la misma y otorgar una guía acerca de como hacer para que tales crisis sean menos frecuentes y dolorosas. Como resultado del análisis se enfatizan allí algunas de las principales enseñanzas brindadas por la crisis actual. Esencialmente se señala allí que los orígenes de la crisis en Asia residen en la interacción entre las debilidades institucionales observadas en el manejo de la liberalización financiera doméstica y las imperfecciones del mercado internacional de capitales. Al mismo tiempo, se destaca que la prosecución de políticas monetarias y fiscales excesivamente contractivas recomendadas, en general, por los organismos multilaterales impidió en las primeras etapas de la evolución de la crisis operar en forma contracíclica y, de hecho, produjo un overkill en el ajuste contribuyendo a profundizar la recesión. Según el Banco Mundial, por el contrario, el objetivo de las intervenciones de política durante la crisis debería ser contribuir a sostener la demanda, expandir la red de seguridad social para proteger a los sectores más vulnerables de la población, recapitalizar los bancos y evitar las quiebras de las firmas endeudadas mediante la reestructuración de sus deudas. Al mismo tiempo, en la medida en que la crisis habría puesto de manifiesto las dificultades que enfrentan los países en desarrollo para manejar flujos de capitales muy volátiles y de gran magnitud en relación al tamaño financiero de dichas economías, la institución multilateral recomienda la prosecución de una mayor regulación del sector financiero y, en caso de ser necesario, alguna restricción a los flujos de corto plazo. Vale la pena destacar tales recomendaciones por dos razones. Por un lado, pues las mismas contradicen algunas de las principales orientaciones recomendadas hasta ahora a los países en desarrollo por los principales organismos financieros multilaterales, cristalizadas en los denominados Washington Consensus del FMI y market friendly approach to development del propio Banco Mundial de los años ochenta. Tales orientaciones han caracterizado el espíritu y la implementación concreta de las reformas estructurales encaradas no sólo en las economías afectadas por la crisis sino por la mayor parte de las economías emergentes desde inicios de la presente década. Por otro lado, tales lecciones son importantes pues en la medida en que la institución que las extrae será uno de los actores clave en el prometido proceso de reforma de la arquitectura financiera internacional, las mismas podrían formar parte de la constitución del futuro sistema monetario y financiero internacional.
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PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 2, diciembre 1998
1998: Malos tiempos para el Comercio Mundial
Introducción
Los años que van desde 1990 hasta el estallido de la crisis asiática hacia la segunda mitad de 1997 han sido una etapa de fuerte expansión para el comercio mundial. La tasa de crecimiento que las corrientes internacionales de intercambio de bienes -medidas en términos de volumen- han alcanzado durante dicho período, no solo resulta ampliamente superior a la correspondiente a las dos décadas precedentes, sino que resulta incluso comparable a la experimentada durante los "dorados" años 60: La creciente integración financiera entre países y empresas, el desarrollo incesante de nuevos instrumentos comerciales y financieros tendientes a la facilitación de los negocios internacionales, el abaratamiento de los sistemas de transporte y la creciente tendencia hacia la "containerización" -y por ende la mayor transabilidad- de cada vez más productos, sumado al auge de las comunicaciones y la creciente difusión de ciertas "pautas de consumo" universales, están contribuyendo fuertemente a reducir las distancias geográficas y culturales entre diferentes países y regiones, lo que se traduce en los años noventa en condiciones estructuralmente más favorables para la expansión de las corrientes comerciales. Del mismo modo, el fortalecimiento de las normativas internacionales en materia comercial, y los avances alcanzados en materia de reducción de aranceles y barreras al comercio -tanto desde la órbita multilateral como los emprendidos voluntariamente por numerosos países en desarrollo- sumados a la proliferación de diferente tipo de esquemas de integración y/o asociación entre países tendientes a reducir o eliminar las barreras al comercio recíproco, también han contribuido al mayor crecimiento de los intercambios transfronterizos. En definitiva, la creciente interdependencia económica y financiera entre los países encuentra su expresión en el hecho que el comercio de bienes se ha ido expandiendo a tasas que duplican -y a veces triplican- al crecimiento de la producción: En este marco, a lo largo de la década en curso un conjunto importante de países en desarrollo implementaron y/o profundizaron diferente tipo de esquemas de crecimiento basados -en mayor o en menor medida- en los mercados externos (export led growth), fenómeno que en buena parte de los casos les permitió alcanzar (o mantener) elevadas tasas de crecimiento en forma continuada. Del mismo modo, otros países, que por sus características naturales, geográficas o históricas no se encontraban en condiciones de adoptar estrategias de ese tipo, comenzaron crecientemente a "entender" al comercio exterior como una herramienta de gran utilidad a efectos de apoyar sus respectivos modelos de desarrollo, tanto desde el aspecto de la consistencia macroeconómica de sus políticas, como desde el campo de la competitividad global de sus economías. Por otra parte, el señalado dinamismo del comercio internacional del período 1990/1997 -que prácticamente no fue afectado por la crisis mexicana de 1995, y al que se sumaba una favorable coyuntura en materia de precios de la mayor parte de las commodities- aparecía como una herramienta "útil" tanto a los fines de amortiguar los efectos de la etapa descendente de los ciclos económicos nacionales -del estilo stop and go-, como para afrontar en mejores condiciones las situaciones de crisis regionales (a este respecto, es de destacar el positivo "papel" jugado en ese sentido por los mercados externos en ocasión de la crisis del tequila para los países de América Latina).



El impacto de la crisis sobre el comercio mundial: una visión de conjunto
Si durante la primera fase de la década en curso (1990/93), el crecimiento de las corrientes comerciales internacionales fue impulsado por las economías en desarrollo (las asiáticas en particular), la recuperación económica y comercial que los países desarrollados (excepto Japón) comenzaron a experimentar a partir de 1994/1995, contribuyó a otorgar un mayor impulso a los flujos de comercio internacional, cuyo volumen se expandió a tasas superiores al 10% anual en tres de los cuatro años que van de 1994 a 1997. Pero la crisis financiera desatada en el Este de Asia hacia mediados de 1997 puso fin a este ciclo expansivo. Y si bien sus efectos se manifestaron con gran rapidez sobre los mercados bursátiles y de capitales de prácticamente todo el planeta, su impacto sobre las corrientes de producción y comercio se ido ha verificando con cierto retraso, pero no por ello con menor vigor. Las devaluaciones de las monedas de algunos países "relevantes" en el comercio mundial (Indonesia, Korea, Tailandia, Filipinas, Malasia y Rusia), sumado a la depreciación de las paridades cambiarias de otro grupo importante de economías (Japón, Taiwan, Singapur, México y el área del euro), junto a los fuertes procesos recesivos en los que ha quedado inmersa la mayor parte de la región asiática (alrededor de la tercera parte de la economía mundial y algo más de un cuarto del comercio) y a la fuerte restricción del financiamiento internacional que siguió a dichos acontecimientos, han afectado fuertemente tanto el volumen como el sentido de los flujos de comercio, fenómeno que comenzó a insinuarse muy parcialmente hacia fines de 1997, para hacerse plenamente visible a partir del primer semestre de 1998. De este modo, la tasa de expansión del volumen del comercio mundial proyectada para el año en curso resulta la mitad del promedio de la década, siendo a su vez tres veces inferior a la verificada durante 1997, con una proyección de crecimiento nominal -en valores- que por primera vez desde 1983 arroja una variación negativa respecto de los valores del año anterior: De este modo, el menor crecimiento del comercio internacional significa una pérdida de ingresos para la economía mundial del orden del 1% del PBI global.Uno de los primeros efectos directos de la crisis desatada en el Este de Asia en el terreno del comercio ha sido la fuerte disminución de las importaciones de los países más afectados -las que se redujeron rápidamente, en magnitudes del orden del 30% o 40% anual-, consecuencia tanto de la virtual desaparición del crédito comercial para sus importadores y/o productores, como por la brusca reducción de su nivel de actividad económica interna. No obstante ello, la "tan temida" explosión exportadora de dichos países aún no parece haber comenzado a ser visible. Por el contrario, hasta el tercer trimestre del año en curso, el valor de las ventas al exterior originadas en el Este de Asia no había logrado recuperar los niveles anteriores a la crisis, con proyecciones que indican que -en el mejor de los escenarios- recién hacia mediados de 1999 podrán obtenerse valores de exportaciones similares a los anteriores a la crisis.La generalizada deflación de precios de los bienes transados internacionalmente -y que incluye una dramática caída en las cotizaciones de las principales commodities, tendencia que se venía manifestando limitadamente desde antes del estallido de la crisis, pero que indudablemente fue potenciada por la misma-, genera sin dudas un adicional factor depresivo sobre las corrientes comerciales internacionales. No obstante ello, las fuertes alteraciones en los precios relativos de dichos bienes se traducen en ganancias y pérdidas de ingresos comerciales -es decir redistribuciones de riqueza- entre los diferentes países. A este respecto, es interesante tener en cuenta que si en términos puramente comerciales, las más afectadas por este fenómeno son las economías cuyo perfil de exportaciones se basa en las commodities -y dentro de ellas, las especializadas en aquellos bienes cuyos precios muestran tendencias más desfavorables-, en términos más estrictos las pérdidas/ganancias estáticas de bienestar de los diferentes países dependen no solo de la composición de sus ventas al exterior sino también de la participación relativa que el comercio exterior tiene en términos de su PBI. De este modo, puede observarse que economías no particularmente afectadas por caída de sus términos del intercambio pero fuertemente dependientes del comercio exterior (tal el caso de los cinco países del Este de Asia) sufran mayores pérdidas de bienestar que otras áreas en las que la participación de las commodities en la oferta exportable es relativamente mayor, pero en los que la exportación es una actividad menos relevante (tal el caso de América Latina). Del mismo modo y dentro del grupo de países cuyos términos del intercambio se han modificado favorablemente, las ganancias de bienestar son mayores en los casos de las economías más abiertas al comercio (tal el caso de los países europeos), mientras que los países más autosuficientes (tal el caso de EE.UU.) reciben beneficios relativamente menos significativos.
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El comercio mundial durante el primer semestre de 1998: Ganadores y perdedores
En un escenario global caracterizado por la alta volatilidad financiera y el racionamiento de los mercados de capitales, sumado a la existencia de alrededor de un tercio de la economía mundial atravesando procesos de estancamiento, recesión o fuerte recesión -a los que se suma el paulatino surgimiento de indisimulados síntomas de desaceleración en algunas de las que hasta ahora eran los "baluartes" del crecimiento mundial, y con los precios de los bienes exportables en uno de sus puntos más bajos de los últimos años, no debe sorprender que sean muy pocos los países exitosos en materia de exportaciones. De este modo, analizando el desempeño que a ese respecto han evidenciado las principales regiones/países durante el primer semestre de 1998 se pueden obtener algunas conclusiones acerca del nuevo mapa comercial que esta configurándose luego de la crisis asiático-rusa: En base a los datos precedentes y a efectos de realizar un análisis global de las principales tendencias, resulta oportuno clasificar el comportamiento exportador-importador de los principales países/regiones en tres grupos diferentes: · performances exportadoras muy afectadas por la crisis: Se ubican dentro de este grupo a los países del Este de Asia (excluyendo a China), Japón y el grupo de las economías extra regionales "Asia Dependientes". En los tres casos, durante el primer semestre del año en curso sus ventas al exterior se han contraído en términos absolutos, poniendo así fin a un largo período de notable dinamismo exportador. La característica común a este conjunto de economías es su alta dependencia comercial de la región del Este Asiático: el 45% del comercio de los países del Este de Asia se realizaba durante 1996/7 dentro de la misma región (incluyendo a Japón), mientras que el 40% de las ventas japonesas al exterior se destinan a estos mismos países. Del mismo modo, la "Asia dependencia" de Australia llega al 41%, la de Nueva Zelandia supera el 25%, mientras que las de Chile y Perú se ubican en el 26% y 23% respectivamente. En consecuencia, el desplome de la demanda asiática -fenómeno visible desde fines de 1997-, ha implicado reducciones absolutas en los valores exportados por todos estos países, los que -al menos hasta el momento- no han podido ser compensadas con el incremento de las ventas hacia mercados alternativos -ni siquiera en el caso de las economías que han depreciado sus monedas respecto del dólar-. En el caso de los países asiáticos, el descalabro de los sistemas financieros nacionales y regionales ha afectado adicionalmente su capacidad exportadora e importadora, a partir de la imposibilidad de sus empresas para financiar sus ventas al exterior y/o la importación de insumos utilizados en la producción de bienes exportables. Por su parte, la situación comercial de los países "Asia Dependientes" se ha visto adicionalmente afectada por la fuerte caída de los precios de sus productos exportables (commodities en gran su mayoría) y el consiguiente deterioro de sus términos de intercambio. Por el lado de las importaciones, los señalados procesos recesivos han impulsado la fuerte contracción de las importaciones de Japón y el Este de Asia, fenómeno que en el caso de las economías "Asia dependientes" (que "solo" han sufrido una desaceleración de su ritmo de crecimiento) también se observa, aunque de manera mucho menos drástica. · performances exportadoras relativamente afectadas por la crisis: Países de América Latina, EE.UU. y China. En los tres casos las ventas al exterior siguen mostrando resultados positivos, si bien notoriamente menos plausibles a los de los años precedentes. Pero más allá de esta característica común, existen importantes diferencias entre los tres casos. China, país cuya performance exportadora ha sido relativamente poco afectada por la caída de los precios de las commodities, ha sufrido el impacto de la brusca reducción de la demanda proveniente de Japón y del resto de los mercados del Este de Asia (más del 50% de sus exportaciones durante 1997), a lo que se agrega el efecto de la revaluación relativa de su moneda frente al yen y demás signos monetarios de la región. No obstante ello, la fortaleza de su sector exportador le ha permitido seguir siendo durante el primer semestre del año una de las grandes "estrellas" del comercio mundial. Por su parte, los países de América Latina, que -con la señalada excepción de Chile y Perú- no mantenían lazos comerciales de gran importancia con el Este de Asia, son en buena medida exportadores de commodities agropecuarias y energéticas, de forma tal que la caída de los precios internacionales las ha afectado particularmente en sus términos del intercambio. Del mismo modo, el escaso dinamismo de la demanda brasileña (30% de las exportaciones argentinas y 35% de las de Uruguay) y el desplome de las ventas latinoamericanas a la región asiática han generado efectos negativos adicionales sobre la performance exportadora de la región. En el caso de EE.UU. -país cuyas exportaciones han sido solo marginalmente afectadas por la caída de los precios-, el menor dinamismo exportador es marcado (1,2% de incremento durante el primer semestre de 1998, frente al 10,2% de todo 1997) y se explica tanto por la debilidad de la demanda japonesa-este asiática (25% de sus exportaciones en 1997), como por el menor dinamismo de las importaciones latinoamericanas -20% de sus ventas externas, habiendo sido el mercado más dinámico para EE.UU. entre 1990 y 1997-. Del mismo modo, el proceso de fuerte apreciación que ha venido sufriendo su moneda está teniendo efectos negativos sobre la competitividad de algunos productos norteamericanos, tanto en su mercado nacional como en otros países o regiones. Por el lado de las importaciones, en los tres casos se observa una desaceleración de las compras al exterior, las que sin embargo siguen manteniendo su ritmo ascendente. Pero mientras que en América Latina, el menor dinamismo de las compras al exterior -respecto de las altas tasas de crecimiento de los años precedentes- se explica por la menor disponibilidad de financiamiento internacional -y consiguientemente, la desaceleración del nivel de actividad interno-, en EE.UU. el menor ritmo de incremento de las compras al exterior -respecto del año anterior- es solo parcial y se explica en su totalidad por disminución de precios -y no por un menor crecimiento de los volúmenes de las compras al exterior-. · performances exportadoras poco afectadas o no afectadas por la crisis: Economías del área del Euro (Unión Europea + Europa Oriental), región que hasta el momento pareciera sentir muy levemente los efectos de la crisis internacional. Dado que algo más de las dos terceras partes de las ventas externas de la U.E. se realizan dentro de la misma región, resulta natural que su flujo de exportaciones refleje el "razonable" dinamismo que aún sigue exhibiendo dicha región. Por otra parte, es preciso tener en cuenta que con algunas pocas excepciones (Noruega, Gran Bretaña y Países Bajos), las commodities ocupan un lugar de escasa relevancia en la oferta exportable de los países comunitarios, razón por la cual la actual coyuntura de precios afecta a sus exportadores en forma parcial, siendo el resultado neto de dicho fenómeno una mejora en los términos del intercambio de los países europeos (tal como se señalara anteriormente). Por el lado de las importaciones europeas, el panorama es similar, observándose incluso un leve incremento en el ritmo de crecimiento de las importaciones de extra zona -aún cuando los precios promedio de las mismas se ha reducido-, lo que refleja un incipiente incremento en el ritmo de crecimiento de las importaciones provenientes del Este de Asia.
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Ajustes comerciales con diferentes características
En definitiva y a efectos de aproximarnos al nuevo mapa del comercio internacional generado a partir de la crisis asiático-rusa, resulta interesante analizar cuales son los cambios verificados tanto en la cuantía como en la dirección de los flujos comerciales internacionales netos De acuerdo con la información disponible para el primer semestre del año en curso, pueden detectarse cinco tipos de ajustes diferentes: · Ajustes comerciales restrictivos: Es este el caso de los países del Este de Asia (excluyendo Japón y China), cuyo resultado comercial ajusta "violentamente", impulsado por la reducción de las importaciones. De este modo, en menos de un año la región ha pasado de una posición comercial deficitaria a otra de fuerte superávit, situación que no se observa con ninguna otra área comercial del planeta. Japón repite el mismo fenómeno -reducción simultánea de importaciones y exportaciones- aunque la disminución de las compras al exterior es allí menos acentuada (ya que la recesión es menos profunda)-. Otra diferencia que se observa entre Japón y el resto de la región este-asiática es que dicho país ya exhibía una situación superavitaria desde antes del estallido de la crisis regional, de forma tal que el nuevo escenario no hace más que impulsar un mayor incremento de dicho excedente comercial. · "No ajustes": Economías escasamente afectadas por la crisis internacional: Es el caso de los países europeos y de EE.UU, áreas económicas que hasta el momento parecen estar siendo poco afectadas por la crisis. Si bien la característica común es que las dos "avenidas" del comercio exterior (exportaciones e importaciones) mantienen un ritmo saludablemente expansivo, se observan algunas importantes diferencias entre ambas situaciones. En el caso europeo, la pre existente posición comercial superavitaria ha ido sufriendo una cierta desmejora, no obstante lo cual los países de la U.E. siguen siendo superavitarios respecto del resto del mundo. Para EE.UU. los flujos comerciales también son expansivos, pero a diferencia de lo que sucede en el caso europeo, su pre existente desbalance comercial ha dado un fuerte salto cuantitativo -aún cuando la mejora en sus términos del intercambio contribuye a "amortiguar" el incremento de dicho déficit-, acelerando notoriamente la tendencia que ya se venía observando desde 1992: Puede también incluirse dentro de este grupo al conjunto de las economías del Este de Europa (excluida Rusia), cuyo comercio exterior -crecientemente vinculadas a Alemania y al resto de los países de la U.E.- también muestra signos expansivos. De todos modos y como resultado del importante dinamismo de algunas de las economías de esta región (particularmente Hungría y Polonia) y de la disminución de los precios de las commodities, el desequilibrio comercial ha sufrido un modesto incremento. · Ajustes preventivos por desaceleración del crecimiento: China y los países de América Latina. En ambos casos los flujos de comercio exterior se han desacelerado respecto de los altos ritmos de crecimiento que venían experimentando durante el último lustro, hecho que refleja tanto las mayores dificultades para colocar productos en el exterior como la menor demanda de importaciones que se deriva del menor crecimiento de sus economías -respecto de los elevados niveles de 1997, año en que la región en su conjunto creció más del 5%-. No obstante estas similitudes, se observa que mientras que en China la tendencia es hacia el incremento del superávit comercial, en América Latina el desequilibrio externo ha seguido ampliándose, si bien a tasas sensiblemente menores a las de años anteriores (si el crecimiento de las importaciones ha sido afectado por el menor dinamismo de la actividad económica interna, las exportaciones han sufrido plenamente el impacto de la caída de los precios de las commodities, a lo que se agrega el efecto del menor dinamismo del comercio intra regional). · Ajustes restrictivos por "contagio" comercial: Países "Asia Dependientes", cuyas economías han sido fuertemente afectadas en su ecuación comercial por el colapso de las compras asiáticas, a lo que se suma el efecto de la caída de los precios internacionales de su oferta exportable. Como resultado de este proceso, sus desequilibrios comerciales se han profundizado notoriamente, lo que se ha traducido en una fuerte disminución del anterior ritmo de crecimiento de este grupo de países. · Desajuste caótico: Si normalmente muchos países incrementan su desequilibrio comercial durante los ciclos de expansión y lo reducen en los momentos de recesión, la Rusia actual es una excepción a esta regla, que combina lo peor de ambas situaciones. La explicación de este atípico fenómeno no debe buscarse sino por el lado de la fuerte crisis política y social por la que este país atraviesa desde hace varios años, la que se ha visto agravada aún más por la caída en el precio del petróleo (40% de las exportaciones rusas) y del oro. Del mismo modo, aún en un marco de fuerte caída del producto, las importaciones se han incrementado, debido a las graves insuficiencias alimentarias y productivas que se derivan de la señalada crisis política.
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Lo que se viene: muchas dudas y pocas promesas
Si una de las tantas causas que llevaron a la crisis en el Este de Asia era el elevado desequilibrio de la cuenta corriente que exhibían la mayor parte de los países de dicha región, es indudable que pasado un año, dicho problema ha sido corregido en forma completa y drástica. Y que uno de los efectos de los ajustes de los balances de pagos de los países de dicha región (sumado al incremento del superávit japonés) ha sido la profundización de las situaciones de sobre oferta en diferentes mercados (y consiguientemente, profundización de las caídas de precios). Analizando los resultados comerciales correspondientes al primer semestre del año en curso, se observa que el Este de Asia (incluyendo a Japón y China) ha ajustado sus balances en algo más de U$S 80.000 millones (con una proyección superior a los U$S 200.000 millones para el año completo), al tiempo que todas las restantes áreas económicas del mundo han visto deterioradas sus cuentas comerciales por un valor similar. Cabe preguntarse entonces, cuales son los países o regiones que están "cargando con el peso" del ajuste de las balanzas comerciales asiáticas, para luego intentar analizar en base a ello tanto los escenarios previsibles para 1999 como los efectos secundarios de la actual coyuntura comercial. Como una aproximación a la primer pregunta, pueden encontrarse dos diferentes tipos de resultados: · perdedores comerciales "pasivos": Son las economías cuyas posiciones comerciales se han deteriorado como resultado del impacto -directo o indirecto- de la crisis, lo que las ha obligado a efectuar ajustes internos que las conduzcan hacia posiciones comerciales más sostenibles (lo que en todos los casos implica una reducción de sus tasas de crecimiento esperadas). Dentro de este heterogéneo conjunto de países, el incremento de los desequilibrios comerciales de los países de América Latina y del grupo de economías "Asia Dependientes" explican un 10% del ajuste asiático. En ambos casos, esta situación se explica por un menor dinamismo -o bien caídas absolutas- de las exportaciones, que no llegan a ser compensadas con ajustes por el lado de la reducción de las compras al exterior (o por la caída en sus precios unitarios). En el caso de América Latina, la disminución de los precios de las commodities es la principal causa del menor dinamismo exportador, mientras que para las economías "Asia Dependientes" el desplome de la demanda asiática aparece como la principal causa de la disminución de las ventas (a lo que también se agrega el efecto precios). Por último, los países "mono" exportadores de commodities energéticas, agrícolas y mineras (Medio Oriente, África y otros) explican otro 15% del ajuste, a partir del fuerte deterioro de sus términos de intercambio. Por su parte, el mayor desequilibrio comercial de Rusia explica algo más de un 10% del ajuste asiático, ya que si por un lado sus ventas al exterior han sufrido el impacto de la caída de los precios del petróleo, el extraño dinamismo de sus importaciones la hizo receptora -durante el primer semestre de 1998- de excedentes comerciales provenientes de diferentes regiones. · importadores de última instancia: Son las economías que por sus características, su tamaño y/o por su posición comercial anterior a la crisis, se encuentran en condiciones de contribuir positivamente a "balancear" el ajuste comercial asiático, sea absorbiendo productos provenientes de dicha región o bien siendo depositarios de exportaciones de terceros países que han sido "rechazadas" por la deprimida demanda asiática-japonesa. La "gran estrella" de este grupo de países es indudablemente EE.UU. El incremento en el desequilibrio comercial norteamericano (que se genera por partes iguales, por las mayores importaciones desde el Este de Asia como por la caída de las ventas norteamericanas a dicha región) explica hasta el momento casi un tercio del ajuste asiático. En mucha menor medida, la Unión Europea -área que pareciera estar comenzando a incrementar sus vínculos comerciales con dicha región-, refleja (junto con Canadá) poco menos del 10% del ajuste comercial asiático (principalmente como resultado de la reducción de las ventas europeas a dicha región). Los países de Europa Oriental podrían ser considerados de algún modo partícipes indirectos -y temporarios- de este grupo (con algo menos del 10% del ajuste), habida cuenta de su creciente incorporación al área del euro y de su tendencia a incrementar su desequilibrio comercial con los países de la U.E. ¿Cuáles son los escenarios futuros más previsibles? Las principales proyecciones y los datos disponibles están indicando que las tendencias superavitarias de Japón y de los países asiáticos se han ido acentuando durante el segundo semestre del año, al tiempo que la caída de los precios de las commodities parece haberse detenido -con la excepción del petróleo y el cobre-. Por su parte, el colapso ruso de agosto pasado ha sacado de carrera a esta economía en su carácter de fuerte demandante de importaciones (tal como sucedía durante el primer semestre), al tiempo que la crisis brasileña y la desaceleración de las demás economías latinoamericanas (particularmente Argentina y Chile, y en menor medida México) ya se ha traducido en un menor dinamismo -o reducciones absolutas- de sus importaciones y -consiguientemente- en una tendencia hacia la reducción -o menor incremento- de sus desequilibrios comerciales, en el marco del estancamiento de una panoramo poco satisfactorio en materia de exportaciones. Un fenómeno similar se observa para el grupo de las economías "Asia dependientes", que ya están entrando en un período de menor dinamismo y que -consiguientemente- tienden a reducir sus desequilibrios comerciales a costa de sacrificar su tasa de crecimiento global. En definitiva, todo un importante grupo de países y/o regiones "comercialmente relevantes" ya están realizando esfuerzos en pos de reducir o eliminar sus actuales desequilibrios comerciales, lo que se traduce en la implementación de diferente tipo de políticas tendientes a reducir las importaciones e incrementar las importaciones. De este modo, en mercados mundiales sobre ofertados, con precios en baja y con pocos demandantes o compradores, la mejora de los balances comerciales de los países parece más factible desde el "poco plausible" lado de la baja de las importaciones, que por el incremento del valor de las ventas al exterior. En este marco, el papel de EE.UU. como gran "depositario" de la oferta comercial excedente es un fenómeno que ha seguido in crescendo, al tiempo que más allá de que las economías europeas parecen haber sido hasta el momento poco afectadas por la crisis internacional, factores de diferente índole -que van desde la ya visible desaceleración de la economía de Gran Bretaña y las expectativas referidas al lanzamiento del Euro, hasta los complejos procesos de Reforma de la Política Agraria Común y/o la incorporación de los países del Este a la Unión que deberán definirse en el futuro inmediato- hacen poco razonable esperar que su comercio con el resto del mundo pueda llegar a jugar -al menos en el corto plazo- un papel de "locomotora comercial", cuantitativamente similar al que actualmente tiene EE.UU. De acuerdo con las opiniones de los principales analistas internacionales, la esperada -pero incierta- recuperación económica y comercial de Japón y las demás economías del Este de Asia será -en el mejor de los casos- un proceso lento y paulatino, mientras que las perspectivas de corto plazo de la principal economía latinoamericana (Brasil) no resultan nada alentadoras, al tiempo que la capacidad de compra de los países exportadores de petróleo y commodities agropecuarias no parece que pueda experimentar más que una muy leve recuperación durante el año entrante. Por otra parte, resulta poco razonable esperar que la política monetaria que inicialmente impulsará el nuevo Banco Central Europeo esté orientada a estimular la demanda de manera importante, de forma tal que sólo podría esperarse nada más que un limitado incremento en su desequilibrio comercial comunitario con el Este de Asia. En el mismo sentido, autoridades de dicha institución ya han hecho saber su disposición a evitar que un tipo de cambio inadecuado afecte la competitividad de la producción europea vis a vis el resto del mundo, lo que reafirma una vez más la escasa disposición europea a permitir desequilibrios comerciales importantes con las regiones en crisis. Del mismo modo y hacia "adentro" de las diferentes economías nacionales, es interesante observar que la fuerte caída de los precios de los bienes transados internacionalmente vis a vis los bienes y servicios no transables -fenómeno que viene observándose desde 1996 pero que ha cobrado particular vigor a partir de la crisis asiático-rusa-, actúa (al menos en el corto plazo) como un incentivo hacia la "sustitución de exportaciones" por parte de las empresas. Dicho de otro modo, si en las principales economías del mundo la tasa de inflación (precios al consumidor) se mantiene en niveles de entre el 1 y el 2% anual, mientras que los precios internacionales de los bienes objeto del comercio exterior (transables) muestran una trayectoria claramente descendente, esta situación debería inducir a las empresas de los diferentes países a realizar esfuerzos en pos de re-orientar parte de sus actividades y/o sus proyectos de inversión hacia sus respectivos mercados internos -al menos en los casos en los que esto es materialmente posible-. Que esta tendencia termine "contagiando" la deflación de los bienes transables hacia los sectores no transables (con lo cual la economía mundial entraría en un "muy peligroso" terreno), o bien que la reactivación del comercio internacional -alentada al menos parcialmente por la caída de los precios de los bienes importados- contribuya a re equilibrar los precios, es una cuestión que depende -en buena medida- de cuanto tiempo tarde la economía mundial en retomar un sendero de crecimiento "razonable". En otras palabras, cuanto más tarde la economía mundial en eliminar -o mediatizar- las expectativas negativas y/o la incertidumbre actualmente existentes, mayores serán los riesgos de ingresar en proceso de deflación generalizada -fenómeno que en ese caso sería también retroalimentado por la debilidad de la demanda interna y externa-, contingencia que la totalidad de los economistas y analistas aconsejan evitar por todos los medios. En cualquier caso y en el marco de un panorama internacional caracterizado por la fuerte incertidumbre, la alta volatilidad y el bajo crecimiento global, no parece demasiado razonable albergar expectativas acerca de una recuperación significativa del comercio mundial para 1999. En este sentido, la preservación del actual proceso de sostenido dinamismo de la economía norteamericana aparece como una condición de vital importancia a efectos de evitar una mayor depresión de los flujos comerciales internacionales. Las preguntas del millón son entonces al menos dos. La primera tiene que ver con la continuidad del ya señalado ciclo expansivo de la economía norteamericana -condición necesaria para que su "decisiva" demanda de importaciones mantenga su actual dinamismo-, proceso que diferentes analistas ponen en duda. A este respecto, es indudable que una eventual desaceleración significativa de la misma, devendría casi inevitablemente no solo en una espontánea reducción del ritmo de crecimiento de su demanda de importaciones, sino también en un recrudecimiento de las siempre latentes presiones proteccionistas internas. La segunda se relaciona con la magnitud de desequilibrio comercial que el Gobierno Norteamericano está dispuesto a tolerar, aún en un escenario doméstico expansivo.
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PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 2, diciembre 1998
El efecto contagio: ¿una metáfora conducente o un mito sin fundamento?
Aunque resulte algo paradójico, los momentos de crisis profunda, tal como la que atraviesa actualmente el sistema financiero internacional, son al mismo tiempo fuente de sufrimiento y aprendizaje. En efecto, al lado de los lamentables costos económicos, sociales y humanos generados por tales acontecimientos, los episodios de crisis han sido tradicionalmente prolíficos en materia de enseñanzas referidas a la gestión de la política económica y un estímulo a la generación en la disciplina de nuevo conocimiento científico orientado a evitar la repetición de tales disrupciones. Baste recordar que la propia teoría macroeconómica moderna surgió esencialmente como una respuesta a los serios desafíos planteados por la lúgubre experiencia de la Gran Depresión.Como no podía ser de otra forma, la crisis actual y la experiencia acumulada en el entorno de creciente liberalización financiera e integración económica de los noventa, no parecen estar siendo la excepción a esta curiosa- aunque inexorable- regla. Entre los tantos aspectos que concitan actualmente la atención de la profesión hay un debate que ya ha generado un apreciable cuerpo de literatura y parece llamado a exhibir rendimientos crecientes por un tiempo todavía prolongado. Se trata de la existencia o no de los denominados efectos de contagio en la transmisión internacional de las dificultades financieras entre unas economías y otras. Como tiende a ocurrir en estas cuestiones, y aún pecando de cierto esquematismo, puede afirmarse que existen dos visiones marcadamente contrapuestas. La primera de ellas afirma la existencia de los mencionados efectos y destaca como evidencia a favor de dicha postura que el derrame de las dificultades alcanzó a un conjunto muy variado de economías sin distinción del estado preciso de sus fundamentals. En tales circunstancias, la respuesta de los inversores no guardaría ninguna proporción con la realidad económica de los países afectados y el "castigo" infligido a dichas economías estaría, entonces, fuera de toda relación con el "crimen" cometido por ellas. Así, la crisis se habría diseminado bajo la forma de una sucesión de shocks externos negativos de naturaleza financiera y que, alimentados por el "pánico irracional" de los inversores, se diseminaron de Tailandia al resto de Asia, de allí a Rusia y luego a Brasil, amenazando seriamente con generalizarse al resto de América Latina. Incluso, los efectos del contagio alcanzaron a los mercados financieros de las economías avanzadas que, en uno de los picos de la crisis durante los meses de septiembre y octubre, experimentaron una marcada volatilidad. La segunda visión sostiene, por el contrario, que el diagnóstico trazado por la postura anterior es impreciso e inexacto. La crisis, se argumenta, no afectó aleatoriamente a cualquier economía sino que aquellas que resultaron víctima de las presiones cambiarias y financieras habrían sido, precisamente, las más vulnerables. En tal sentido, la transmisión de los desequilibrios no habría avanzado en forma indiscriminada contagiando una economía tras otra sino que el virus habría sido altamente selectivo y sólo habría atacado a los "organismos económicos" más débiles. Lógicamente, este contrapunto no tiene un interés puramente académico ya que de cada una de esas visiones se derivan prescripciones contrarias en materia de política económica. En efecto, un corolario de la tesis que afirma la existencia de efectos de contagio es que existen fuertes fundamentos para coordinar internacionalmente la ayuda a los países afectados por la crisis pues la contención de la misma tendría la naturaleza de un bien público de escala internacional. La justificación de ello sería que como los ataques especulativos inexorablemente se diseminan afectando a toda clase de economías independientemente de su grado de interrelación económica y de la salud de su cuadro macroeconómico y financiero , las ganancias de asistir a una economía en dificultades exceden largamente el salvataje de los agentes -prestamistas y prestatarios- directamente involucrados. Como las economías afectadas difícilmente internalicen la externalidad negativa que generan sobre el resto de la economía internacional hay espacio, entonces, para la intervención multilateral. Este fue, precisamente, el fundamento utilizado para instrumentar el paquete de ayuda de alrededor de 50.000 millones de dólares que México recibió de parte del Fondo Monetario Internacional, EEUU y otros gobiernos del Grupo de los Siete en ocasión del efecto tequila. El mismo argumento, destinado a impedir la profundización y el desarrollo de una nueva ola de la crisis internacional y que la misma se disemine por el conjunto de América Latina, justificó en buena medida el reciente paquete de asistencia financiera de 41.500 millones de dólares a Brasil.De la visión contraria, que sostiene que los inversores internacionales discriminan entre los países víctimas del ataque especulativo y que sólo las economías con débiles fundamentals, graves desequilibrios macroeconómicos y políticas inconsistentes son vulnerables a los mismos, se sigue que tales intervenciones resultan injustificadas. Más aún, continúa el argumento, el salvataje multilateral de las economías en problemas corre el riesgo de agravar seriamente el fenómeno de moral hazard. Esto es, si los inversores observan que, ante la aparición de dificultades en países con una mala performance en materia de indicadores de fragilidad y solvencia, se asiste rápidamente a su rescate ello generará incentivos para que los prestamistas se despreocupen de realizar una cuidadosa evaluación tanto de los riesgos involucrados en los proyectos que financian como de la calidad de la cartera de sus deudores. De hecho, uno de los argumentos en esta línea de pensamiento es que, en buena medida, el origen de los malos préstamos realizados en el sudeste de Asia encuentra un precedente en el bail-out experimentado por la economía mexicana en los primeros meses de 1995 y la consecuente percepción por parte de los inversores de que, en caso de default, sus acreencias serían resguardadas por el auxilio multilateral a los deudores en problemas. Similares argumentos se escucharon -esta vez con bastante éxito- en ocasión de las dificultades que Rusia sufrió a fines de junio de este año y que condujeron a la firma de un acuerdo con el FMI a mediados del mes siguiente. Aunque el arreglo, anunciado en forma conjunta con un importante ajuste fiscal, despertó una respuesta inicial favorable de los mercados, la negativa de la Duma a aprobar el paquete y del Sberbank a refinanciar los vencimientos sobre sus tenencias de títulos públicos condujeron a un rápida pérdida de confianza y a un marcado agravamiento del cuadro de inestabilidad financiera. En tales condiciones, el Fondo Monetario Internacional decidió reducir el primer desembolso del acuerdo de facilidades extendidas de los 5.600 millones de dólares originalmente previstos a 4.800 millones. Cuando el 17 de agosto las autoridades rusas anunciaron la devaluación del rublo y el cuasi-default sobre parte de las obligaciones externas del país, los organismos multilaterales y los gobiernos del Grupo de los Siete decidieron, de hecho, no continuar con la ayuda.Como es sabido, una de las consecuencias del colapso financiero ruso fue la definitiva internacionalización de la crisis y el derrame de las dificultades al conjunto de la economía mundial. No sólo el conjunto de las economías emergentes experimentaron un notorio endurecimiento de las condiciones de acceso al crédito -y, en varios casos, un virtual racionamiento en los mercados financieros internacionales- sino que las propias economías avanzadas sufrieron, en distinto grado, los efectos de la inestabilidad financiera global. La víctima inmediata de las renovadas presiones especulativas fue la economía brasileña que, a fines del año pasado, ya había experimentado una fuerte turbulencia en sus mercados de activos financieros. Esta vez, los principales actores de la escena internacional no quisieron tomar el riesgo de una profundización ulterior de la crisis -que en la opinión de varios analistas podría haber conducido a la primera recesión abierta de la economía mundial desde la década del treinta- y los organismos multilaterales y los gobiernos del Grupo de los Siete comenzaron a trabajar para organizar el paquete de rescate que, junto al anuncio de un drástico ajuste fiscal, fue finalmente acordado el 13 de noviembre. Sin embargo, la asistencia acordada en este caso difiere en dos aspectos cruciales de la brindada a México durante la crisis del tequila. Por un lado, el monto de la ayuda está lejos de cubrir la totalidad de las necesidades de financiamiento de corto plazo de una deuda interna superior a los 300.000 millones de reales e indexada en un 66% a tasas muy superiores al 30%. Por otro lado, el desembolso no será once-and-for-all sino que se suministrará en varias etapas y conforme la economía brasileña vaya realizando progresos en los importantes ajustes de las cuentas fiscales que tiene por delante. En el contraste entre estas dos actitudes- la decisión, luego de reiterados intentos de encarrilar la situación, de no concurrir al salvataje de la economía rusa en el momento de máxima dificultad y la de intentar prevenir aunque con una actitud precavida que el difícil cuadro macroeconómico brasileño desemboque en una situación de crisis abierta- se esconde un trade-off de difícil solución. Esto es, cómo conciliar la necesidad de acotar el riesgo sistémico y los desequilibrios financieros una vez que se han declarado las dificultades con el imperativo de no estimular el moral hazard que es lo que, en el largo plazo, conduce a la inestabilidad y a la generación de ciclos especulativos. Así, por una parte si con el argumento de no estimular los comportamientos oportunistas se retacea el apoyo a las economías y/o agentes en situaciones de iliquidez, se corre el riesgo de provocar una amplificación de las dificultades iniciales. De otra parte, si se es demasiado laxo en otorgar auxilio a los agentes que han tomado decisiones erróneas, el riesgo es enviar señales contraproducentes que estimulen la repetición de dichos comportamientos. Lo importante es comprender que dicho dilema es inevitable y que lo mejor que puede hacerse es intentar suavizarlo mediante una gestión inteligente y anticipada de los dos riesgos involucrados. Como puede apreciarse fácilmente ello se vincula estrechamente aunque no se yuxtapone directamente con la cuestión de si existen o no efectos de contagio en las crisis financieras. Ello es así pues si se cree que, una vez desencadenadas las crisis financieras, existe una elevada probabilidad de que ocurran efectos de contagio entonces posiblemente se estará dispuesto a priorizar la contención de las dificultades y a otorgar el auxilio financiero a las economías en crisis. Por el contrario, si se asume que las crisis no se generalizan aleatoriamente y sin consideración de los fundamentals de las economías involucradas, entonces, es posible que se prioricen las consideraciones asociadas a los fenómenos de moral hazard. Sin embargo, en la medida en que, como se destaca más adelante, los episodios de crisis financiera están caracterizados por la presencia de equilibrios múltiples y profecías autocumplidas, es probable que la prudencia aconseje otorgar alguna clase de auxilio financiero a las economías inicialmente en crisis a fin de evitar el derrame ulterior de las dificultades.
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En la búsqueda de fundamentos para afirmar la existencia de los efectos de contagio.
Aunque la existencia o no de efectos de contagio es un tópico ineludible en la literatura sobre crisis financieras y de balanza de pagos, la cuestión ha cobrado renovada importancia en el análisis de las crisis ocurridas en el primer lustro de la presente década -la del sistema monetario europeo en 1992/93 y la crisis ocasionada por la devaluación mexicana en diciembre de 1994- y, particularmente, en el examen de las turbulencias actuales iniciadas en julio de 1997 en el sudeste de Asia. De hecho, y ello pareciera no contradecir en principio el sentido común, la opinión de la mayor parte de los analistas es que durante este último episodio la existencia de efectos de contagio ha alcanzado su máximo apogeo. En efecto, una crisis que en principio parecía circunscripta a una región en particular fue adquiriendo verdadera dimensión internacional a medida que nuevas regiones y países ingresaban en dificultades, víctimas de la diseminación epidémica del contagio. Al mismo tiempo, el hecho de que tantos países hayan sido afectados al mismo tiempo por las dificultades financieras y requirieran el auxilio de los organismos multilaterales pareció sugerir la existencia de dificultades de naturaleza sistémica. Cuando durante los meses de septiembre y parte de octubre el conjunto del sistema financiero internacional -incluyendo los mercados de activos financieros de las economías más desarrolladas- estuvo al borde de sufrir serias disrupciones en su funcionamiento pocos se atrevieron a dudar que la economía mundial había sido afectada por una extraña clase de infección contagiosa. Puesto de otra forma, el encadenamiento de los acontecimientos pareció prestar apoyo a la sensación generalizada de que perturbaciones más bien menores en determinada economía -tal como pudo ser Tailandia, escasamente significativa para la economía internacional según cualquier indicador convencional- culminan transmitiéndose de manera amplificada a los rincones más alejados de la economía mundial. Ello pareció alimentar la percepción de que el funcionamiento del sistema financiero internacional en el actual contexto de globalización, creciente interdependencia e integración en los planos real y financiero entre las diversas economías nacionales, proliferación de innovaciones financieras y de acelerado avance en las tecnologías de manejo de la información es dinámicamente inestable. Esta constatación dista, sin embargo, de ser explicativa y de brindar una justificación precisa de cuáles son los canales de propagación a través de los cuales ocurriría el contagio. No obstante, en la literatura existen algunos argumentos para justificar la existencia del contagio y su diseminación amplificada en el actual contexto.En lo que se refiere a la evidencia empírica acerca de la existencia de efectos de contagio no cabe duda que una pieza valiosa de información se vincula con lo acaecido con las funciones de distribución de los retornos de los activos financieros emitidos por los países emergentes. En efecto, un test interesante del grado de contagio podría efectuarse estudiando la evolución que experimentaron en los últimos meses los diferenciales de riesgo que pagan dichos activos respecto de la tasa de interés internacional. Si, como es de sospechar, se encuentra que en los meses de crisis activos financieros emitidos por diferentes países que tendían a covariar en forma negativa o estaban débilmente relacionados pasaron a moverse en forma conjunta y a correlacionarse positivamente ello sería indicativo de la presencia, en principio, de importantes efectos de contagio. Ello sería así pues la inestabilidad provocada en la distribución de los retornos podría estar señalando la existencia de efectos de derrame generados por el cambio en la percepción del riesgo de parte de los inversores y el surgimiento de un exceso de oferta generalizado de los títulos emitidos por los países en desarrollo.Varios estudios de este tipo se realizaron para analizar lo acaecido durante la ocurrencia del efecto tequila. En uno de tales trabajos Calvo y Reinhart testean precisamente la hipótesis respecto de la existencia de efectos de contagio y encuentran evidencia de que el grado de co-movimiento de las acciones y los bonos Brady de los países de América Latina se incrementó como consecuencia del efecto tequila. Dada la heterogeneidad exhibida en el comportamiento de los fundamentals de las economías de la región interpretan dicha evidencia como sugestiva de la existencia de comportamientos de tipo imitativo de parte de los inversores. Adicionalmente, encuentran evidencia de que el balance de la cuenta capital de las economías pequeñas de la región tiende a estar afectado por los desarrollos y las tendencias de los países grandes lo que apuntaría hacia formas de contagio más persistentes que las típicamente asociadas a los episodios de crisis. La recomendación de política que se seguía de su análisis era que los hacedores de política debían resguardar de alguna forma a los sistemas financieros domésticos de la volatilidad de los flujos internacionales de capital en la medida en que el movimiento de éstos respondía a elementos de contagio que podrían guardar poca relación con la evolución de los fundamentals macroeconómicos.En el mismo sentido, pero analizando lo acaecido durante las crisis ocurridas en el sistema monetario europeo en 1992/93, Eichengreen et. al. (1996) encuentran fuerte evidencia acerca de la existencia de efectos de contagio. Utilizando datos trimestrales de panel para 20 países y para el período 1959-93 conducen una batería de tests y de análisis de sensibilidad que les permiten concluir uniformemente, y luego de controlar por los fundamentals económicos y políticos de los países involucrados, que la ocurrencia de crisis en cualquier punto de la economía mundial incrementa de manera significativa la probabilidad de que se produzca un ataque especulativo sobre la moneda doméstica del país bajo estudio.Sin embargo, tal como admiten los propios autores, aunque el trabajo mencionado fue uno de los primeros en presentar un análisis empírico sistemático que respaldara la hipótesis del contagio, una limitación del enfoque adoptado es que resulta incapaz de distinguir los efectos de una crisis en un país vecino que tiene efectos de spill over sobre otras (efecto contagio per se) de los efectos de un shock global común a varias economías (factores de contexto no observados que afectan de manera simultánea los fundamentals de un número significativo de economías). De acuerdo a los autores la situación es similar a la que enfrenta el epidemiólogo para quien el problema es determinar si la diseminación del virus refleja la naturaleza contagiosa del germen o la característica favorable a la transmisión del medio o del entorno.
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Efectos contagio versus efectos demostración.
Es precisamente el tipo de analogía reseñada en el párrafo anterior lo que objetan los analistas contrarios a la hipótesis que afirma la existencia de los efectos de contagio puro. En la opinión de dichos analistas la utilización del término por parte de la prensa internacional ha resultado altamente perjudicial y ha conducido a la utilización de una serie de metáforas poco constructivas -de tipo médico, meteorológico con abundantes referencias a tormentas y huracanes de tipo financiero o incluso militar- propias del sentido común pero lejanas al espíritu que debería guiar al estudio científico de los episodios de crisis financiera.En un ameno e inteligente artículo Robert A. Feldman, analista de Morgan Stanley, arremete contra la utilización de lo que denomina "metáforas distorsivas y retórica provocativa" en el análisis de la crisis financiera internacional. Según dicho analista la utilización de la metáfora del contagio por parte de los medios dio lugar a una visión apocalíptica en la evaluación de la magnitud real del problema enfrentado por los mercados internacionales y puso en una perspectiva errónea la búsqueda de soluciones a las dificultades. Citando a Susan Sontag destaca que "la enfermedad NO es una metáfora" y que "...la manera más constructiva de considerar a la enfermedad" resulta de evitar, precisamente, la utilización de tales analogías. Desde su punto de vista la apelación al razonamiento metafórico sólo contribuyó a poner el debate fuera de foco. De este modo, tanto el FMI como los hedge funds habrían sido vindicados como la causa de la crisis global. En el primer caso, aduciendo que sus recomendaciones erróneas serían las que condujeron al caos económico resultante. En el segundo, el foco en los hedge funds, dada su naturaleza off-shore, habría servido como perfecto argumento a los "provocadores" para poner la naturaleza de las dificultades fuera de la responsabilidad de los policy-makers domésticos, calzando a la perfección en el molde que Sontag identifica para la enfermedades epidémicas: "la enfermedad invariablemente procede de afuera". Debe admitirse que esta visión se ajusta muy bien al cariz que, en algunos casos, tomó el debate respecto de la necesidad de reintroducir controles a la movilidad de capitales y a la actitud que, respecto de los flujos de corto plazo, adoptaron algunos gobiernos (Malasia dixit). Aunque no cabe duda que el ingreso masivo de fondos externos (y particularmente, su rápida reversión en situaciones de incertidumbre) es capaz de inducir disrupciones económicas muy profundas en el contexto de mercados financieros poco desarrollados, no es menos cierto que la respuesta adecuada a tales problemas en el actual contexto de globalización y fuerte interdependencia financiera no pasa necesariamente por la reintroducción lisa y llana de los viejos esquemas de controles cambiarios y de capitales. Ello es así pues tales medidas , en el mejor de los casos, serían inútiles para detener las fugas de divisas y, en la mayoría de las situaciones, sólo contribuirían a agravar la naturaleza del problema enfrentado por las economías víctimas del ataque especulativo. En este sentido, la respuesta adecuada parece encontrarse en el diseño de un conjunto consistente de regulaciones prudenciales dirigidas a monitorear el comportamiento de los agentes en el sistema financiero doméstico. No parece ser casualidad que los países más afectados por la debacle hayan sido justamente aquellos caracterizados por una estructura de incentivos que estimuló de manera marcada los comportamientos del tipo moral hazard y en los que las imperfecciones propias de los mercados de capitales internacionales interactuaron en forma muy negativa con las debilidades institucionales existentes para manejar la desregulación financiera doméstica. Este es precisamente el punto destacado por los teóricos contrarios a la idea de que los efectos de contagio afectan aleatoriamente a cualquier economía emergente independientemente del estado de sus fundamentals, regulaciones y estructura de incentivos. Uno de los principales expositores de dicho punto de vista es Michael Bordo quien luego de estudiar un conjunto muy amplio de episodios de crisis financieras, pasados y contemporáneos, afirma no encontrar un solo caso de contagio financiero puro. Según dicho autor, en todos los casos en los que un país experimentó crisis financieras y cambiarias los inversores contaban con buenas razones de origen doméstico para retirar sus fondos de dichas economías. Más aún, aunque admite que los episodios de crisis tienden a presentar un elevado grado de correlación temporal -dando lugar según él a la creencia errónea de que se está en presencia de efectos de contagio, dicha evidencia sería confirmatoria de la operación de un efecto demostración. Esto es, frente a la aparición de dificultades en una economía particular, los inversores se tornarían más cuidadosos y, contrariamente a lo sugerido por la hipótesis de los comportamientos de tipo manada, se involucrarían en un escrutinio más activo y detallado sobre el estado de los fundamentals de las economías a las que hasta dicho momento se hallaban dispuestos a financiar. De este modo la noción de que existen efectos demostración descarta la idea de que los inversores se comporten irracionalmente o que, víctimas del pánico y de la información incompleta que poseen, tiendan a exhibir comportamientos de manada. Por el contrario, en presencia de tales efectos, los agentes tenderían a discriminar con sumo cuidado la situación de fragilidad financiera y solvencia externa de diferentes economías y contarían con buenos fundamentos para decidir si retiran o no sus fondos de una economía particular. Así, el supuesto de efectos demostración aparece en principio consistente no sólo con la conducta racional de los agentes sino con el supuesto de información completa y mercados eficientes. Esto es, no cualquier economía sería víctima de la crisis internacional sino sólo aquellas que cuenten con una mala gestión macroeconómica y débiles fundamentals. De hecho, si se observa con atención la lista de países que han sufrido con mayor virulencia las consecuencias de la presente crisis se apreciará que la misma no se ha diseminado en forma indiscriminada ni en Asia ni el resto de las regiones afectadas sino que las más afectadas han sido precisamente aquellas que evidenciaban, por diferentes razones, un mayor grado de vulnerabilidad frente a la ocurrencia de shocks negativos. Nadie discute que Tailandia, la economía en la que se iniciaron las dificultades, era un ejemplo de una poco saludable gestión macroeconómica y que evidenciaba profundas debilidades en varios planos. Entre los más notorios cabe destacar la presencia de profundos desequilibrios en el sector financiero, una inadecuada gestión del proceso de desregulación financiera doméstica, un desequilibrio de cuenta corriente persistente y una moneda sobrevaluada. En el resto de las economías asiáticas directamente afectadas por la crisis (Indonesia, Malasia, Filipinas y Corea) tampoco parecen caber dudas que la combinación de una política de fijación del tipo de cambio -que condujo a la apreciación de la moneda doméstica y a un déficit externo creciente, los desbalances en el sector financiero, la afluencia masiva de fondos externos de corto plazo y las debilidades y prácticas poco transparentes en el financiamiento del sector de corporaciones o la presencia de al menos algunos de estos elementos condujeron al desencadenamiento de la crisis. Sin embargo, otras economías de la región, aunque sufrieron inicialmente una importante presión en sus mercados de activos financieros y divisas pudieron sobrellevar la situación con menores dificultades. Taiwán y Singapur, por caso, con sólidos fundamentals macroeconómicos y del sector financiero y en el contexto de profunda crisis atravesada por sus vecinos, sólo han experimentado una desaceleración de sus tasas de crecimiento -aunque bastante marcada en el caso de Singapur. China, por su parte, aunque ha visto desacelerarse su tasa de crecimiento a un estimado del 5,5% desde los elevados niveles experimentados anteriormente -y en buena medida por el carácter básicamente cerrado de la cuenta capital de su balance de pagos- se ha mantenido hasta ahora relativamente al margen de los desarrollos más negativos de la crisis. Algo similar ha ocurrido al producirse el derrame de la crisis desde la región sudasiática hacia Rusia. Entre sus vecinos sólo Ucrania, con estrechos vínculos comerciales y financieros con la economía rusa y similares dificultades estructurales y en el plano fiscal, ha sentido con toda su virulencia las dificultades derivadas de la crisis rusa. Las autoridades de otras economías vecinas como Polonia, Hungría y Checoslovaquia, aunque enfrentaron fuertes presiones en los mercados cambiarios y bursátiles no sólo durante la debacle financiera en Rusia sino a fines del año pasado, estuvieron a fines de agosto y principios de septiembre en condiciones, no obstante, de mantener políticas monetarias relativamente laxas y de desacelerar, incluso, la tasa de depreciación pautada de sus monedas. Asimismo, durante septiembre, la producción industrial continuó creciendo en Polonia y Hungría -en este último caso a una tasa anual del 14%.
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En busca de un punto de vista más equilibrado
De lo anterior parece inferirse -aunque por cierto se trata de evidencia dispersa y no sistemática- que las dificultades no avanzaron en forma indiscriminada y que el contagio de las dificultades tuvo una importante cuota de selectividad. Este es, precisamente, el punto de los teóricos contrarios a la hipótesis de los efectos contagio. Sin embargo, para realizar una apreciación adecuada de los puntos de vista en pugna sería conveniente distinguir con cuidado entre lo que se podría denominar efectos de contagio puro en los que se produce un cambio abrupto en la conducta de los inversores motivada por una modificación en su percepción del riesgo -una suerte de shock negativo en los animal spirits de los inversores- de los efectos de derrame o spill-over en los que el "contagio" se produce justamente porque existen fundamentos para que así ocurra. En este último caso existirían una serie de canales precisos a través de los cuales se produce la transmisión de las dificultades entre unas economías y no una mera "depresión exógena de los animal spirits de los inversores". En efecto, es evidente que la probabilidad de "contagio" entre diferentes economías crecerá de manera significativa dependiendo de: a) el desarrollo y la integración de sus mercados financieros domésticos con el mercado financiero internacional y/o los mercados financieros de las economías inicialmente afectadas por la crisis; b) la magnitud de los desequilibrios macroeconómicos exhibidos por cada una de ellas y su similitud con los evidenciados por las economías en crisis; c) de la profundidad de sus vínculos comerciales y financieros con las economías en crisis.Sin embargo, afirmar que la crisis se transmite a las economías pequeñas en la forma de shocks externos que afectan a sus fundamentals y que, por tanto, existe una justificación para afirmar por qué determinada economía fue víctima del "contagio" y no otras no significa postular que no existan fallas en el funcionamiento de los mercados financieros internacionales y que éstos operen siempre en forma eficiente como implícitamente parecen hacerlo los proponentes de la hipótesis de los efectos demostración. Hay algunos ejemplos que permiten ilustrar esta afirmación. En primer lugar, podría citarse la experiencia de Chile. No es casual que la economía trasandina haya sido, en ocasión de la crisis del sudeste asiático, una de las primeras y más afectadas economías de América Latina debido a sus estrechos vínculos comerciales con la región y al peso de las ventas de cobre en su canasta de exportaciones. Chile colocaba inmediatamente antes de la crisis un 36% de sus exportaciones en los mercados asiáticos y los precios del cobre han experimentado, como otras commodities, una fuerte declinación. La conjunción del shock externo negativo sobre sus términos de intercambio y su elevada exposición a la evolución del ciclo macroeconómico de sus socios comerciales se tradujeron, naturalmente, en un significativo empeoramiento de su balance de cuenta corriente y es lógico que, en tales circunstancias, sus perspectivas de crecimiento hayan empeorado significativamente en el corto plazo. Difícilmente pueda hablarse aquí de un contagio "injustificado" de las dificultades. Sin embargo, las dificultades experimentadas por el sector externo de la economía chilena dieron lugar a una fuerte desaceleración de los flujos de ingreso de capitales y a cierta presión en el mercado de cambios lo que obligó a las autoridades a adoptar algunas medidas de política económica para desacelerar la tasa de crecimiento de la economía, acentuando el impacto recesivo inicial sobre la economía doméstica. Este hecho pone de manifiesto la forma altamente procíclica y volátil en la que operan los mercados financieros internacionales exacerbando el ciclo macroeconómico en lugar de tender a suavizarlo. Ello ha generado, lógicamente, serios problemas para la gestión de la política económica. Durante los primeros años de la década del noventa la economía chilena, considerada la "estrella" de América Latina, asistió a un exceso de oferta de fondos externos que, dado el tamaño de los flujos de capitales vis-a-vis los stocks transados en los mercados financieros domésticos, tendió a provocar un proceso de importante apreciación cambiaria. De hecho, ello es lo que condujo a las autoridades de política económica del país vecino a introducir ciertas restricciones a los ingresos de capitales. Cuando, a pesar de la ponderada gestión de la política económica, el saludable estado de sus fundamentals y el grado de avance alcanzado en materia de reformas estructurales, la economía chilena sufrió un shock externo negativo los mercados de fondos voluntarios, contrariamente a lo que cabría esperar si los mercados financieros funcionaran en forma eficiente, se mostraron más reacios a otorgar el financiamiento necesario para transitar este período de mayor desequilibrio externo que podría ser considerado como transitorio.En segundo lugar, está la cuestión de lo que podría denominarse "contagio positivo" típico de los ciclos financieros "a la Minsky" en los que a una expansión y boom iniciales les suceden una depresión y un crack final. En efecto, así como la explicación de los efectos contagio reside en la existencia de una ola de pesimismo y en la "depresión de los animal spirits inversores" no es menos cierto que la fase inicial de las burbujas especulativas está caracterizada por una ola -en muchos casos igualmente infundada- de euforia -y miopía- de parte de los inversores. En tales condiciones se produce, aunque con signo contrario al existente durante los períodos de pánico, una incorrecta evaluación de los riesgos involucrados. No es impensable que algo de ello haya ocurrido no sólo en la región asiática en los últimos años sino en América Latina a inicios de los noventa: una porción muy significativa de los ingresos de capitales recibidos por nuestra región en aquellos años estuvieron dirigidos a Brasil que, a diferencia de la mayor parte de los países de la región que habían estabilizado y realizado importantes progresos en materia de reformas estructurales, todavía enfrentaba un cuadro de marcada inestabilidad macroeconómica. Esta cuestión no ha sido suficientemente discutida por los proponentes de la hipótesis de los efectos demostración.Por último, debe mencionarse la existencia en los episodios de crisis financieras y cambiarias de fenómenos de profecía autocumplida. El caso de la transmisión de las dificultades de Rusia a la economía brasileña ilustra bien el punto. Como es sabido, los vínculos reales y financieros entre ambas economías son de escasa significación por lo que, de tener algún fundamento, es evidente que el "contagio" operó a través de otro canal. La explicación más plausible es suponer que, si no se trató de efectos de contagio puros, los inversores hayan percibido algún patrón común en el cuadro macroeconómico de ambas economías. En efecto, dado que la economía brasileña exhibía un importante desequilibrio en las cuentas fiscales y evidenciaba una significativa acumulación de vencimientos de deuda pública en el corto plazo, los mercados parecieron descontar que Brasil, tal como lo habían hecho las autoridades rusas, también podría decidir una renegociación compulsiva de sus compromisos y una devaluación de su moneda. Resulta interesante notar que, en tales circunstancias, poco importa si el diagnóstico inicial era correcto o erróneo pues la lógica presente en esta situación es la de una crisis alimentada por un fenómeno de profecías autocumplidas. Al asumir que la situación de Brasil era no sostenible, los agentes comenzaron a mostrarse reticentes a financiar los vencimientos de corto plazo y ello exacerbó las dificultades iniciales, lo que ex-post tendía a validar la suposición inicial. El fenómeno de las crisis autocumplidas es típico de la literatura dedicada a examinar los episodios de crisis financieras. Un trabajo particularmente interesante a este respecto es el realizado por Sachs, et. al. (1996) en el que se estudian las lecciones derivadas de la crisis del tequila y se testea, una vez más, la existencia o no de efectos de contagio. En dicho trabajo los autores intentan aportar nuevos elementos respecto de la naturaleza de las crisis financieras y de balanza de pagos y se preguntan por qué países como Argentina y Brasil experimentaron reacciones muy negativas como consecuencia de la devaluación mexicana mientras que otros países de la región como Chile y Colombia u otros fuera de la región que, como Malasia y Tailandia que exhibían déficits de cuenta corriente comparables o superiores a los de México a fines de 1994, pudieron sortear sin mayores sobresaltos la turbulencia financiera. La hipótesis de los autores es afín a lo que más arriba hemos presentado como efectos de demostración pues postulan que no cualquier economía será presa del contagio sino sólo aquellas que sean vulnerables a un ataque especulativo. El grado de vulnerabilidad financiera de una economía particular dependerá, a su turno, de los fundamentals de dicha economía, condensados en tres factores: a) si el país ha experimentado un proceso de fuerte apreciación cambiaria; b) la fragilidad de su sistema financiero; y c) el nivel de sus reservas externas en relación a algún agregado monetario amplio. Lo interesante del modelo propuesto, sin embargo, es que existe la posibilidad de equilibrios múltiples. Esto es, un país experimentará crisis financiera y será "víctima del contagio" sólo si exhibe débiles fundamentals pero no todo país con débiles fundamentals sufrirá necesariamente una crisis financiera y un ataque especulativo sobre su moneda. El punto crucial del argumento es la circularidad propia de todo evento caracterizado por la posibilidad de ocurrencia de equilibrios múltiples y profecías autocumplidas: la posibilidad de una devaluación depende del comportamiento exhibido por los flujos de capitales, pero dicho comportamiento depende, a su vez, de las propias expectativas de devaluación. En otros términos, si un país exhibe débiles fundamentals y se viera obligado a devaluar, entonces, sufriría una fuga de capitales. Pero que tal devaluación se verifique o no depende del comportamiento exhibido por los agentes. Si cada uno de ellos espera que la devaluación ocurra y supere el umbral tras el cual está dispuesto a retirar capitales, entonces la devaluación ocurre y el país enfrenta un ataque especulativo. Pero si cada uno de ellos no espera que tal devaluación ocurra, no retira sus capitales y, ex-post, la devaluación no se verifica. La evidencia parece prestar sustento a la hipótesis del trabajo. En efecto, uno de los hallazgos del mismo es que, para una muestra de veinte mercados emergentes, las tres medidas de vulnerabilidad antes descriptas son capaces de explicar alrededor del 70% de la variabilidad de un índice de crisis construído como un promedio ponderado del cambio porcentual en las reservas internacionales y la tasa de devaluación de la moneda doméstica de cada uno de los países de la muestra respecto del dólar norteamericano entre diciembre de 1994 y los primeros meses de 1995. Ello quiere decir que, en promedio, sólo los países que exhibían un bajo coeficiente de reservas respecto de M2 (esto es, aquellos activos monetarios líquidos que, en caso de crisis, los agentes pueden convertir en demanda de divisas), una moneda sobrevaluada y habían experimentado un fuerte boom crediticio con anterioridad a 1994, estaban expuestos a sufrir un ataque especulativo.De alguna forma las conclusiones del trabajo de Sachs et. al. (1996) podrían ayudar a entender por qué fue tan diferente la performance de la economía argentina en ocasión del efecto tequila y durante la crisis actual. En aquella ocasión no sólo los inversores tendieron a asimilar la dinámica de corto plazo de la economía argentina con la descripta por la economía azteca sino que la Argentina caía en la categoría de los países que dicho trabajo caracterizaba como de débiles fundamentals -particularmente, debido a un importante grado de apreciación cambiaria y a la existencia, en el período previo, de un significativo boom de crédito. Como es sabido nuestro país logró sortear, no sin dificultades, la crisis financiera que se produjo como consecuencia de la abrupta contracción de los depósitos en el sistema bancario. Gracias a la conjunción de una activa y pragmática política de redescuentos y un importante apoyo financiero externo se pudo evitar la devaluación de la moneda doméstica aunque al costo de una aguda recesión y de un abrupto incremento en la tasa de desempleo. En la actualidad, la consolidación de la situación de solvencia del sistema financiero y la buena performance de los indicadores macroeconómicos lograron mantener a la economía local relativamente al margen de los desarrollos más negativos de la crisis financiera internacional. Aunque el nivel de actividad se desaceleró marcadamente en el segundo semestre de este año, la creación de empleos se detuvo y el mercado bursátil experimentó una marcada volatilidad, no existieron ninguna clase de presiones en el mercado cambiario y, cuando luego de mediados de octubre los mercados de crédito externo tendieron lentamente a normalizarse, nuestro país fue uno de los primeros en recuperar cierto acceso al financiamiento.
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A modo de conclusión preliminar
De todo lo anterior parece seguirse que existe alguna clase de fundamento para descartar la idea de sentido común -y ampliamente reproducida en los medios de comunicación masiva- de que el contagio entre las economías se disemine aleatoriamente sin ninguna clase de consideración al estado de sus fundamentals macroeconómicos e indicadores de fragilidad y solvencia. Antes bien, parece haber cierta evidencia de que existe algún grado de selectividad en el comportamiento de los inversores y que los efectos de spill-over operan a través de precisos canales de transmisión. No cualquier economía parece pasible de sufrir los "embates de la tormenta financiera". No obstante ello, dicha constatación no significa desconocer que la economía mundial ha experimentado en estos meses una crisis de naturaleza sistémica y que, en muchos casos, la reacción inicial de los mercados ha estado exacerbada por el pánico de los inversores. De alguna forma, la evidencia parece sugerir que la respuesta de los mercados financieros internacionales ha sido en dos etapas: una primera caracterizada por los efectos impacto de un shock negativo en la que el pánico de los inversores se disemina "indiscriminadamente" hacia diferentes economías en una suerte de contagio alimentado por el brusco incremento de la incertidumbre; una segunda en la que las expectativas de los inversores absorben el shock y discriminan más cuidadosamente entre las diferentes economías.Aún así, el hecho de que finalmente puedan discriminar y no todas las economías resulten igualmente afectadas por el contagio no significa asumir que los mercados de capitales operen siempre en forma eficiente. Tampoco implica suponer que la conducta de los inversores esté basada en todo momento en la disponibilidad de información completa, precisa y detallada sobre el estado de cada una de las economías como el pánico que dominó los mercados internacionales en los últimos meses parece mostrar en forma palpable. De todas formas, los estudios actualmente en curso y los que se encaren en el futuro brindarán nueva evidencia respecto de esta relevante cuestión. La esperanza es que tales estudios provean al mismo tiempo sugerencias respecto de la forma más efectiva de prevenir -o, en todo caso, de acotar al máximo sus consecuencias- la repetición de estos episodios. Si de algo vale la formulación de metáforas en la actividad científica, entonces, sería deseable que el nuevo conocimiento derivado de la actual experiencia otorgue creciente inmunidad frente a la aparición de nuevos virus contagiosos. Sería sumamente lamentable que las futuras terapias y medicinas derivadas de las enseñanzas brindadas por los actuales acontecimientos sean inocuas en la prevención de nuevas enfermedades.
Bibliografía
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PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 3, mayo 1999
1- Introducción

En los meses transcurridos desde el anterior número de esta publicación, y a pesar de la ocurrencia de nuevos episodios de contagio, la economía mundial ha continuado transitando un camino de retorno gradual a una mayor normalidad en su funcionamiento. Aunque persisten numerosos riesgos y se han producido nuevos episodios de crisis como el que obligó a las autoridades brasileñas a dejar flotar su moneda, las iniciativas encaradas por las autoridades de política de los países desarrollados parecen haber alejado a la economía mundial del escenario de "catástrofe" que orilló a fines del verano y comienzos del otoño boreales. De hecho, los efectos de contagio y los impactos financieros inducidos por la crisis brasileña han sido mucho menores de lo que ex-ante se temía y han estado básicamente confinados a Latinoamérica. De esta forma, se redujo en forma importante la probabilidad de que una de las más serias crisis financieras internacionales de los últimos sesenta años culminara en una profunda depresión a escala global. En los últimos días, de hecho, se ha observado una renovada ola de optimismo que se tradujo en subas importantes en los mercados de activos financieros de algunos países en desarrollo y podría estar indicando una cierta reversión de la extrema aversión al riesgo exhibida por los inversores internacionales con posterioridad al default ruso de agosto del año pasado. Un factor de importancia no menor en este incipiente cambio de actitud de parte de los inversores ha sido, sin duda, la relativa estabilización de la situación en Brasil luego del período de fuerte incertidumbre que siguió a la decisión de dejar flotar el real a mediados de enero. Sin embargo, aún en el plano estrictamente financiero, persisten numerosos interrogantes y la mayor parte de los observadores espera que, durante este año, los mercados de fondos voluntarios para las economías en desarrollo continúen bastante retraídos, lejos de las favorables condiciones de acceso al crédito observadas durante los mejores años de la década. Más aún, la mayor parte de las anticipaciones estima que el comportamiento del mercado financiero internacional será altamente selectivo y privilegiará sólo a aquellas economías emergentes con indicadores sólidos de solvencia. De todos modos, la aparición de noticias positivas en el escenario internacional se encuentra básicamente confinada al lado financiero de la economía; en el plano real, aún cuando la tormenta financiera haya pasado, sus consecuencias están llamadas a ser muy importantes. Lejos de haberse comportado en forma neutral, ello significa que los desequilibrios verificados en los mercados financieros se han transmitido a otros mercados, afectando el comportamiento de variables tales como la tasa de crecimiento de las diferentes economías, la tasa de desempleo, el volumen del comercio mundial, etc. En ese contexto la performance global de la economía mundial para el presente año no parece demasiado alentadora. Mientras tanto el Banco Mundial como el FMI estiman que la tasa de crecimiento del producto mundial se va a desacelerar aún respecto del magro registro exhibido el año pasado y parece extremadamente dependiente del notable desempeño de la economía norteamericana, los flujos de comercio internacional no terminan de recuperarse. El Banco Mundial, por ejemplo espera que este año crezcan aún menos que los deprimidos niveles ya verificados en 1998. Por su parte, los precios de toda una serie de commodities exportadas por los países en desarrollo continúan deprimidos (excepto una importante recuperación del precio del crudo en las últimas jornadas), al tiempo que, como se dijo antes, la mayor parte de los observadores espera que, luego del pánico, los flujos de capitales dirigidos a estos países sólo se recuperen lentamente y en forma altamente selectiva. De este modo, aunque se observan ciertos signos de recuperación en algunos de los países asiáticos más afectados por la crisis, el panorama para el conjunto de las economías emergentes continúa estando muy lejos del que caracterizó a los mejores años de la década.De hecho, buena parte de los pronósticos formulados a fines del año pasado respecto del desempeño del mundo en desarrollo han debido ser corregidos a la baja. El propio Banco Mundial ha corregido sus previsiones y, si un par de meses atrás, esperaba que el producto de los países en desarrollo creciera durante este año un 2,7%, en la actualidad anticipa que lo hará sólo en un 1,5%. Sin embargo, no fueron éstas las únicas previsiones que debieron ser modificadas desde fines del año pasado. En efecto, mientras a fines del año pasado se esperaba alguna desaceleración en el crecimiento de EEUU y su reemplazo, en el contexto del lanzamiento del euro, por una mayor expansión de la economía europea, dichos pronósticos parecen lejos de verificarse. Tal como lo revela la reciente decisión del flamante Banco Central Europeo de reducir las tasas de interés de corto plazo, las economías de la eurozona, principalmente Alemania e Italia, están desacelerándose, al tiempo que, jalonada por nuevos récords de Wall Street y el gasto de consumo, la economía de EEUU continúa creciendo a un ritmo que algunos observadores comienzan a sospechar como no sostenible. Por su parte, a pesar de los importantes estímulos fiscales y monetarios y de algunos síntomas que parecen indicar que lo peor de la recesión ya ha sido superado, la economía japonesa todavía se debate en los vericuetos de una clásica trampa de liquidez. Esto significa que, contra todos los pronósticos formulados a fines del año pasado, la economía de EEUU seguirá operando como la locomotora exclusiva del desempeño de la economía mundial. Lo preocupante en este sentido es que la creciente dependencia respecto de un vector único de crecimiento impide una adecuada diversificación del riesgo si, debido a cualquier circunstancia, aquella locomotora se quedara sin suficiente combustible o, en el peor de los casos, llegara a descarrilar.Dichas preocupaciones se han visto exacerbadas por el comportamiento exhibido en el último período por los precios de toda una serie de bienes. Según no pocos analistas dicha evidencia podría estar indicando que la economía mundial ha ingresado, por primera vez desde la década del treinta, en una nueva fase signada por la existencia de importantes presiones deflacionarias. Si ello fuera así, y habida cuenta de los calamitosos efectos que la deflación puede tener sobre el comportamiento del consumo y la inversión, es evidente que las autoridades de política económica tendrán que mantenerse bastante alertas. Sin embargo, cabe acotar que el nivel históricamente muy elevado de las tasas de interés reales y la relativamente holgada o, en algunos casos, aceptable situación fiscal de las economías avanzadas otorga a los hacedores de política un margen de acción relativamente amplio para encarar acciones de respuesta en caso de ser necesario. Por otra parte, debe mencionarse también que no todos los observadores concuerdan con que la tendencia observada en el comportamiento de los precios sea una manifestación de una deflación de naturaleza monetaria o macroeconómica generada por la existencia de una marcada debilidad de la demanda agregada. Por el contrario, tales observadores afirman que la caída de precios observada en algunos sectores podría ser de naturaleza benigna y estar reflejando más bien las ganancias de productividad inducidas por el progreso tecnológico y la desregulación económica. En tal caso, se estaría simplemente en presencia de una variación del precio relativo de los bienes transables respecto del de los no transables, fenómeno ya largamente anticipado por la teoría del desarrollo económico.Hasta ahora, la evidencia es mixta y no parece confirmar de manera concluyente ninguna de tales hipótesis. Por un lado, de la mano del exceso de oferta generado por la reducción de la demanda en los países más afectados por la crisis, los precios de las commodities se han derrumbado y ello ha terminado traduciéndose en la evolución negativa de los precios mayoristas de las economías más avanzadas. Respecto de un año atrás, excepto EEUU y Gran Bretaña, dichas economías están experimentando deflación abierta en los precios al productor (mayoristas). Sin embargo, a pesar de dichas tendencias, ninguna de tales economías -con la notable excepción de Japón- está atravesando todavía un proceso de caída en el nivel general de precios al consumidor. Es cierto que se observa un proceso generalizado de desinflación (vgr. menor inflación) pero aún así dicha tendencia esconde importantes discrepancias en el comportamiento de los precios de bienes y servicios. Por su parte, son relativamente pocos los países en desarrollo que experimentaron durante los últimos doce meses (febrero contra febrero) deflación en el nivel general de precios (Argentina, China, Hong Kong, Singapur, Taiwán). De todas formas, lo que sí es innegable es que, aún cuando la economía mundial no se encuentre frente a un abismo deflacionario, las significativas caídas de precios experimentadas por las commodities exportadas por las economías en desarrollo han representado una notable redistribución de ingresos desde estos países hacia los países ricos que importan dichas mercancías. Esta transferencia de ingresos ha sido muy marcada en el caso de América Latina cuyos términos de intercambio empeoraron fuertemente desde el inicio de la crisis financiera internacional. En este contexto, las perspectivas para América Latina durante 1999 no son claramente las mejores, luego de haber sido afectada por una sucesión de shocks externos fuertemente negativos que se han ido acumulando a medida que la crisis financiera se generalizaba y alcanzaba a nuevas regiones del globo. De esta forma, luego de recibir los coletazos de la crisis en el sudeste de Asia en 1997 y del colapso ruso a mediados de 1998 y sus consecuencias en materia de precios internacionales y flujo de capitales, las economías de Latinoamérica se vieron negativamente afectadas por el colapso del régimen cambiario en Brasil. En efecto, a pesar de que los impactos financieros de la depreciación de la moneda brasileña fueron muchos menores de lo que ex-ante se temía, las perspectivas reales para el conjunto de las economías de la región empeoraron fuertemente con el ingreso de Brasil a un escenario de franca y marcada recesión. Así, luego de crecer durante todos los años de la década del noventa, se espera que en 1999 el PBI del conjunto de la región latinoamericana se contraiga. Mientras el Banco Mundial estima que dicha contracción se ubicará alrededor del 0,8%, el FMI anticipa que será del 0,5%.
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2- Los limitados impactos internacionales de la devaluación brasileña
Como se señaló más arriba, luego de las oportunas intervenciones de política de las autoridades de las economías avanzadas registradas en el punto más agudo de las dificultades en los mercados financieros, la economía mundial parece haber continuado su camino de retorno a un escenario de mayor normalidad. Sin embargo, la evidencia acumulada en los últimos meses parece indicar que dicho retorno será, cuando menos, un proceso paulatino, trabajoso y no exento de riesgos. De hecho, una clara señal de que el "sendero de retorno a una situación más equilibrada" está plagado de "no linealidades" es que, a pesar de aquellas medidas de intervención, en el último período se verificaron renovados episodios de contagio y nuevas economías se vieron alcanzadas por la crisis financiera. Así, a mediados de enero de este año, con el colapso del régimen cambiario en Brasil, las turbulencias financieras terminaron de generalizarse y alcanzaron, al afectar de manera directa a la región latinoamericana, una definitiva dimensión global. Sin embargo, a diferencia de lo que cabía esperar ex-ante, los impactos financieros de la debacle del real han sido relativamente limitados y, luego de un primer momento de renovada incertidumbre, los mercados financieros internacionales parecieron retomar la tendencia hacia la normalización de su funcionamiento -que ya venían exhibiendo antes del shock brasileño. Estrictamente, los impactos ocasionados sobre los flujos financieros han quedado confinados a Latinoamérica y aún en este caso han sido mucho menores de lo que los observadores antipaban. En el caso de la Argentina, por ejemplo, donde la mayor parte de los analistas temían que una devaluación en Brasil pudiera ocasionar dificultades financiera tan graves como las observadas durante el tequila, los impactos de naturaleza financiera estuvieron relativamente acotados más allá de un incremento transitorio en las tasas de interés domésticas Es muy probable, también, que una buena dosis de suerte haya acompañado a la economía internacional ya que es evidente que si el colapso cambiario brasileño hubiera ocurrido un par de meses antes otra hubiera sido la historia que habría que relatar en este momento. En efecto, el encadenamiento en cierta forma fortuito de los acontecimientos parece haber contribuido a que buena parte de los agentes anticiparan el shock y que, mediante la recomposición de sus portafolios, en algunos casos pudieran reducir el grado de su exposición a los desarrollos adversos verificados en la economía del país vecino. De esta forma, y a diferencia de lo que ocurrió cuando Rusia se vio obligada a devaluar en agosto del año pasado, los efectos de derrame inducidos por la marcada depreciación de la moneda brasileña sobre los mercados financieros de las economías más avanzadas han sido sensiblemente menores que los verificados en aquella oportunidad. En consecuencia, los acontecimientos que siguieron a la flotación de la moneda brasileña han estado lejos de replicar el pánico y la dramática reconsideración de la actitud frente al riesgo observado en la conducta de los inversores en agosto del año pasado. Parece difícil, no obstante, que esta discrepancia en la respuesta de los mercados financieros pueda ser explicada por la diferencia en el tamaño relativo de los epicentros de ambos shocks (Rusia y Brasil) y por la magnitud de los impactos financieros y reales que cada uno de ellos estaba en condiciones de generar. Si ello fuera así, en principio, las consecuencias internacionales de la crisis brasileña deberían haber sido bastante más pronunciadas de lo que fueron. De hecho, una de las cuestiones que ha concitado el interés de los analistas en el último tiempo fue intentar explicar por qué -y a través de que mecanismos de amplificación- una perturbación aparentemente menor como la inducida por Rusia fue capaz de generar efectos derrame de tal magnitud (véase el recuadro número 1). En cualquier caso, una vez ocurrido el shock , los agentes comenzaron a observar a otras economías emergentes y descontaron que podrían verificarse nuevos episodios de default.En lo que se refiere al financiamiento disponible para los denominados mercados emergentes ello trajo aparejadas, al menos, dos consecuencias importantes. Por un lado, y en forma instantánea, activó el pánico de los inversores, induciendo el virtual racionamiento crediticio y ocasionando, por tanto, una severa restricción de la liquidez disponible para dichas economías y el surgimiento de una situación abiertamente crítica en muchas de ellas.En segundo término, determinó un cambio sensible en la percepción del riesgo de default asociado a la exposición en mercados emergentes determinados. Consecuentemente, al incorporar en su formación de expectativas esta nueva pieza de información, los inversores pasaron a considerar en forma explícita que ya no había economías "demasiado grandes como para no quebrar" y anticiparon a partir de ese momento la ocurrencia de nuevos shocks tales como el que, finalmente, indujo Brasil. Aunque la concesión de un importante paquete de apoyo financiero preventivo en la primeras semanas de noviembre a la economía del país vecino por parte de la comunidad internacional permitió inicialmente alejar el escenario de crisis cambiaria, las dificultades enfrentadas en el Congreso por el ambicioso programa de ajuste fiscal deterioraron una vez más la confianza de los mercados y determinaron, finalmente, la imposibilidad por parte de las autoridades de defender el régimen de cambios. A esa altura de los acontecimientos los mercados ya estaban altamente precavidos respecto de la posibilidad de que dicho escenario se verificase y el relato de los acontecimientos que condujeron a la flotación de la moneda brasileña no pasó de ser, en buena medida, la crónica de una devaluación bastante anunciada. Lo anterior podría explicar, al menos en parte, el menor impacto relativo del shock brasileño vis-a-vis el ocasionado por el caso ruso. Aún así, un factor de importancia no despreciable para dar cuenta de ese menor impacto diferencial es que, a pesar de los temores y especulaciones iniciales, las autoridades brasileñas - aparte de la decisión de modificar la paridad- no se vieron compelidas a desconocer sus compromisos financieros. Sin embargo, ello no fue tan claro en un primer momento y algunos analistas estimaron que la evolución de los acontecimientos daba crédito a los pronósticos más pesimistas y se pensó que la extensión de los efectos de contagio a Brasil en particular y a América latina en general había dado inicio a nueva fase de la crisis signada por una profundización aún mayor de los desequilibrios a escala global (véase el recuadro número 2). Es posible que, tal como se afirmó anteriormente, los agentes ya hubieran descontado en buena medida la ocurrencia de dicho shock y que aquellos más expuestos hayan estado en condiciones de "deshacer" en parte sus posiciones críticas durante los meses de fuerte salida de capitales que precedieron a la mudanza del régimen cambiario. En cualquier caso, lo que muestra la evidencia es que, luego de la muy breve interrupción que siguió al anuncio de la flotación del real, los mercados financieros de las economías avanzadas prosiguieron la tendencia a una importante recuperación desde el punto más bajo alcanzado en el momento más álgido de la crisis.
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3- EEUU: la prosecución de la expansión.
Ese, sin duda, es el caso del mercado bursátil norteamericano cuyo índice Dow Jones tocó transitoriamente la marca de los 10.000 puntos a mediados de marzo y el 29 de ese mes cerró por primera vez en su historia por encima de ese nivel. De esta forma, el mercado accionario, a pesar de las repetidas advertencias formuladas en más de una oportunidad por los bears y varios destacados macroeconomistas respecto de la existencia de una burbuja en la valuación de mercado de los activos de las firmas que cotizan en Wall Street, continuó su marcha aparentemente initerrumpida hacia nuevos records. Es cierto que como todo índice agregado la evolución del Dow Jones y de otros indicadores más amplios como el S&P 500 encierra grandes disparidades en la evolución de la cotización de acciones individuales. Al mismo tiempo no lo es menos que, mientras aquellos índices han experimentado desde el primer semestre del año pasado incrementos de entre el 12 y el 20%, indicadores tales como el Russell 2000 que incluye un conjunto aún más amplio de firmas -entre ellas varias pequeñas y medianas empresas- se redujeron en el mismo período alrededor de un 11%. Sin embargo, en promedio, y aunque es cierto que la rentabilidad de varias firmas de la economía norteamericana se ha incrementado sustancialmente como resultado de significativas ganancias de productividad, el elevado price/earnings ratio resultante (el cociente de los precios de las acciones a los beneficios de las firmas) parece, en la opinión de varios analistas, difícil de justificar en la evolución de los fundamentals de la economía de EEUU. En tales circunstancias los temores respecto de la existencia de un fenómeno de sobrevaluación de activos y de una "exuberancia irracional" en el mercado bursátil, presentes desde mucho tiempo atrás, han vuelto a manifestarse con fuerza. La inflación en el precio de los activos puede ser incluso mucho más dañina que la inflación convencional en los precios de bienes y servicios al inducir una asignación errónea de los recursos. Dos son los canales principales a través de los cuales ello puede ocurrir. Por un lado, la burbuja accionaria abarata el costo de fondeo de las firmas y puede impulsar un crecimiento de la inversión en proyectos de dudosa rentabilidad a precios de equilibrio. Por otro lado, al incrementar el valor de la activos financieros de las familias, estimula el gasto de consumo a través de un efecto riqueza positivo.En este sentido, la preocupación central de buena parte de los analistas es que la economía norteamericana se haya ubicado en un sendero de crecimiento no sostenible impulsado por una evolución exagerada del gasto privado. La evidencia muestra que la tasa de ahorro combinada de las familias y las firmas norteamericanas se ha reducido a un nivel sin precedentes históricos. De hecho, a fines del año pasado la tasa de ahorro de las primera se ubico, por primera vez, en territorio negativo. A partir de ello, la mayor inquietud reside en que una reversión de las cotizaciones bursátiles interrumpa en forma brusca la fuerte expansión que actualmente experimenta la mayor economía del mundo e impida un "aterrizaje suave" de la tasa de actividad económica. Hasta ahora, sin embargo, la economía de EEUU ha desafiado todos los pronósticos formulados en este sentido y la lógica de su funcionamiento parece describir una suerte de círculo virtuoso de profecías autovalidadas: el fuerte dinamismo responde a la evolución del consumo alimentado por el efecto riqueza y ello revierte en nuevos incrementos bursátiles que dan lugar, a su vez, a renovados impulsos de la demanda agregada. En cualquier caso, lo cierto es que la economía ha continuado su ciclo expansivo -que a esta altura es el más prolongado en tiempos de paz- y en el último trimestre del año pasado el PBI creció a una tasa anualizada de nada menos que el 6%. Para este año, el consenso de los pronósticos recogido por la revista inglesa The Economist arroja una estimación del 3,6%, no demasiado inferior a la tasa de crecimiento registrada el año pasado del 3,9%.Por su parte, la tasa de desempleo cayó en marzo a su nivel más bajo en 29 años (4,2%) a pesar de la desaceleración registrada en la creación de nuevos empleos y explicada fundamentalmente por la caída de los puestos de trabajo en algunos sectores de la industria manufacturera afectados por la competencia de las importaciones a bajo costo provenientes de los países asiáticos en crisis. A pesar de que estos registros permiten inferir que la economía se encuentra cerca de su "nivel de pleno empleo", ello no se ha traducido, como era usual en ciclos anteriores y contra las predicciones de la tradicional curva de Phillips, en un incremento de las presiones inflacionarias. En el año transcurrido hasta febrero los precios al consumidor han crecido sólo un 1,6% y los mayoristas se han incrementado un 0,5%. Esta situación ha reactualizado uno de los dilemas que enfrentan las autoridades de la Reserva Federal respecto de si:1. deben o no endurecer la política monetaria y elevar las tasas de interés de corto plazo y; 2. qué ponderación otorgan en sus decisiones a las consideraciones estrictamente domésticas y a las de naturaleza internacional, respectivamente. Por ahora, el criterio adoptado en la última reunión del comité de mercado abierto del 30 de marzo ha sido mantener la tasa de los fondos federales en su actual nivel del 4,75% anual. Sin embargo, dicha decisión sólo parece haber estado parcialmente basada en apreciaciones vinculadas a la evolución de la economía doméstica. De hecho, aunque en términos reales las tasas de interés norteamericanas de corto plazo son elevadas si se las compara con el promedio histórico, la evolución de algunos agregados monetarios y financieros parece indicar que la política monetaria es bastante laxa. Mientras M1 ha crecido un 1,5% en el año transcurrido hasta febrero, agregados más amplios como M2 o M3 lo han hecho a una tasa superior al 10%, al tiempo que según datos de la Reserva Federal el financiamiento otorgado por el sector financiero alcanzó el record de 1,1 trillones de dólares el año pasado (contra 653 billones en 1997). Por otra parte, según Goldman Sachs si bien el índice de condiciones monetarias que elabora dicho banco de inversión y que combina el nivel de las tasas de interés de corto plazo, los rendimientos de los bonos y la evolución del tipo de cambio de cesta de monedas no indica que las condiciones monetarias sean laxas en términos históricos, una vez que se incorpora a dicho índice la evolución de las cotizaciones en el mercado bursátil resulta que las condiciones financieras son tan laxas como a comienzos de 1993 cuando la economía recién estaba saliendo de la recesión. Más aún, la difícil situación atravesada por el mercado financiero estadounidense como consecuencia del default ruso y el temor a un credit crunch y que motivaron el recorte en un cuarto de punto en tres ocasiones de la tasa de fondos federales desde fines de septiembre pasado parecen haberse disipado. En tales condiciones, y habida cuenta de la continuidad de la expansión en el nivel de actividad y la suba ininterrumpida de las cotizaciones bursátiles no hubiera resultado osado esperar una moderada suba preventiva de las tasas por parte de la Reserva Federal si ésta hubiera guiado sus decisiones por consideraciones exclusivamente domésticas. Es por ello que, afortunadamente para los países en desarrollo, la decisión de no modificar las tasas parece más bien haber otorgado una elevada ponderación al objetivo de preservar la estabilidad financiera internacional aún al riesgo de permitir que la economía estadounidense siga evolucionando "a elevada velocidad por un camino resbaloso". Si ello fuera así, es evidente que la decisión de no intervenir por parte de la Reserva Federal puede entrañar riesgos importantes de cara al futuro. En este sentido, la la no modificación de las tasas por parte de las autoridades monetarias norteamericanas podría interpretarse como el resultado subóptimo ocurrido como consecuencia de la ausencia de coordinación en las políticas macroeconómicas de las principales economías. Sin medidas monetarias más expansivas en Europa y Japón es evidente que una suba de las tasas norteamericanas podría haber resultado muy riesgosa para la economía global en su conjunto si dicha medida se traducía en una caída abrupta de las cotizaciones bursátiles en Wall Street, lesionando seriamente la expansión económica del país y derramando efectos depresivos sobre el conjunto de la economía mundial. De ello parece concluirse que un requisito de importancia para evitar que la economía internacional se introduzca en un callejón de estrecha salida es que las autoridades de política de las economías avanzadas se comprometan en acciones de coordinación explícita. De lo contrario, el conjunto de la economía mundial puede ver peligrosamente incrementada su dependencia de la continuidad de la expansión de un único "oasis de prosperidad". Dicha situación, como es sabido, va en contra de los principios elementales de la diversificación del riesgo.
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4- La Unión Europea y el Euro: promesas y debilidades
Afortunadamente, y luego de no pocas vacilaciones, las autoridades del recientemente constituido Banco Central Europeo decidieron el 8 de abril reducir la tasa de interés de referencia en 50 puntos básicos, llevándola a un nivel de 2,5% anual. Dicho recorte persigue estimular el crecimiento europeo que en los últimos meses experimentó síntomas de importante desaceleración, particularmente en Alemania e Italia. Al mismo tiempo, parece poner en evidencia que las autoridades de la nueva unión monetaria, preocupadas por no aparecer vulnerables a las presiones provenientes del sector político y por cimentar una reputación de independencia, estaban esperando la renuncia del ex-hombre fuerte del gobierno alemán Oskar Lafontaine para implementar una medida que, a todas luces, parecía inevitable.Hasta ahora, a efectos de contrarrestar las opiniones no sólo del ex-ministro de finanzas sino las de buena parte de los analistas e incluso las de las autoridades de política norteamericana , Wim Duisenberg -máxima autoridad del Banco Central Europeo- había venido aduciendo erróneamente que las tasas de interés en el Viejo Continente eran históricamente muy reducidas. Ello sólo puede ser cierto si se consideran las tasas nominales, error que cabría esperar de cualquiera pero no de un banquero central. En efecto, si se toman en cuenta las tasas en términos reales (esto es, restando a las tasas nominales la tasa de inflación) puede comprobarse que, antes de la reducción recién comentada, aquéllas se ubicaban aproximadamente en un 2,2% anual, no demasiado por debajo de la tasa de interés real de corto plazo vigente en la pujante economía norteamericana (3,1%). Más aún, las autoridades del Banco Central Europeo en el intento de establecer en sus primeras semanas de vida una reputación de firmeza, parecieron confundir la credibilidad en materia de estabilidad de precios con una tarea sesgada exclusivamente a combatir los peligros asociados a la aceleración inflacionaria. Aunque habida cuenta del patrón observado en las economías de mercado desde la segunda posguerra dicha identificación aparece como comprensible, cabe tener en cuenta que, en la actualidad, la principal amenaza a la estabilidad de precios en la eurozona proviene no del riesgo de un incremento en la tasa de inflación sino de la posibilidad concreta de que alguna de sus economías pueda experimentar deflación.En promedio, la tasa de inflación minorista para el conjunto de los 11 países que forman parte de la unión monetaria ya se ubica en un insignificante 0,8% en el año transcurrido hasta febrero. Sin embargo, algunas economías como Alemania o Francia, luego de varios meses de experimentar una fuerte deflación en los precios mayoristas, ya están enfrentando tasas de variación prácticamente nulas en los precios al consumidor. Para la primera de ellas, cuyo producto ya se contrajo en términos anualizados un 1,8% el último trimestre del año pasado respecto del trimestre anterior, la tasa de interés real de corto plazo aún después del recorte reciente se ubica en niveles "astronómicos" del 2,3% anual. En tales condiciones cabe esperar, incluso, que las autoridades monetarias se vean obligadas a inducir nuevos recortes de las tasas de referencia. IPMSin embargo, bienvenida como puede ser, la reciente reducción de las tasas de interés permite observar los enormes desafíos que enfrentará la gestión de la política macroeconómica en las nuevas condiciones de la unificación monetaria ya que las autoridades de política de la Unión deben hacer frente a realidades económicas nacionales muy disímiles. El cuadro siguiente muestra la disparidad en la fase del ciclo económico que experimentan las distintas economías de la eurozona. Allí puede observarse que países periféricos como España y Portugal están creciendo a tasas muy elevadas y que para este año se espera que el producto se incremente por encima del 3%. Incluso algunos como Irlanda, que creció un 10% en 1998 y se espera que lo haga por encima del 6% este año, están al borde de experimentar un recalentamiento de la demanda agregada. En tales condiciones es difícil afirmar que la dinámica de corto plazo de dichas economías requería un recorte de las tasas de interés. Después de la reciente reducción en ninguno de esos países la tasa de interés real de corto supera el 1% y, de hecho, en Portugal es negativa (-0,2% anual). Contra este razonamiento puede aducirse que cualquier espacio monetario unificado experimenta similares dificultades. La Reserva Federal de Estados Unidos, por caso, debe lidiar con tasas de evolución económica muy dispares en los diferentes estados de la unión cuando decide su política de tasas de interés. Sin embargo, a diferencia de la economía norteamericana, en el caso europeo la homogeneización del espacio económico es un fenómeno que todavía debe completar varias etapas y en el que la ausencia de transferencias fiscales masivas y de una elevada movilidad del trabajo puede dificultar la suavización de tales discrepancias en la dinámica de corto plazo de las diferentes economías nacionales. Tales dificultades, no obstante, no son novedosas y nadie anticipaba antes del lanzamiento del euro que la tarea del Banco Central Europeo fuera a ser sencilla. Sin embargo, lo que sí resulta más preocupante es la creciente discrepancia en las tasas de evolución del nivel de actividad de las economías más importantes de Europa. Mientras la evolución del producto en Alemania e Italia se está desacelerando a un ritmo creciente, la tasa de crecimiento en Francia todavía se mantiene por encima del 2% anual. Dicha discrepancia puede deberse al hecho de que la exposición de la economía alemana tanto desde el punto de vista financiero como del lado real a los desequilibrios macroeconómicos ocurridos en el sudeste asiático y en Rusia es bastante mayor que el caracteriza a la economía gala. De hecho, de las economías grandes de la eurozona Alemania es la que mayor porcentaje de sus exportaciones (14,1%) dirige a exta-zona y en el último trimestre de 1998 las ventas al exterior cayeron un 3,4% mientras las de Francia lo hicieron un 1,6%. Aún así, dicha participación es relativamente baja y difícilmente pueda explicar por sí sola la desaceleración del nivel de actividad en Alemania. En ese sentido, las razones de la debilidad de la demanda agregada habría que buscarlas también en cuestiones de índole doméstica. Según algunos analistas, que vieron con alegría la salida del ministro de finanzas Lafontaine, las mismas se relacionan con un deterioro de la confianza de los consumidores y, particularmente, de las expectativas empresariales inducidas por el sesgo de las decisiones adoptadas en su primera fase por el nuevo gobierno alemán. En cualquier caso, lo significativo es que, luego de varios años de moverse en conjunto, el ciclo de las economías del core de la eurozona muestra evidencia de estar desincronizándose y planteando un dilema aún más difícil para las autoridades de política, pues ahora no se trata únicamente de lidiar con la discrepancia en la fase del ciclo entre el "centro" y la "periferia" de Europa.Si la política monetaria enfrenta tales dificultades, cabe preguntarse cuáles son las otras alternativas de política disponibles por parte de las autoridades. Hacia el interior de la eurozona la política cambiaria, luego de la adopción del euro, ha desaparecido como herramienta contracíclica. Hacia afuera de la misma, todavía es posible apostar a una modificación del tipo de cambio respecto de las principales divisas internacionales. De hecho, ello es lo que ha estado pasando en los últimos meses cuando el euro, luego de una breve apreciación en los primeros días posteriores a su lanzamiento, se depreció respecto del dólar norteamericano. Algunas estimaciones señalan que el euro ponderado por una cesta de monedas se ha depreciado hasta el momento alrededor de un 4%. Más aún, la reciente decisión de Frankfurt de modificar las tasas de interés se supone que profundizará dicha tendencia y se espera, por tanto, una depreciación adicional del euro.De acuerdo a estimaciones de la OECD, si la debilidad del euro continúa, es posible que ello induzca un crecimiento adicional del conjunto de la región de 0,3 puntos porcentuales. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la adopción de la moneda única probablemente ha modificado en cierta medida los canales a través de los cuales una alteración del tipo de cambio afecta la demanda agregada de los países de la eurozona. En la medida en que buena parte del comercio europeo es intrazona, es de esperar que las fluctuaciones cambiarias afecten ahora a una porción menor de dicha demanda. Sólo en aquellas economías que colocan una parte sustancial de sus exportaciones en mercados extra-comunitarios es concebible que dicho mecanismo continúe teniendo una influencia importante (Irlanda, Bélgica y Finlandia). En el corto plazo, de hecho, es probable que la depreciación del euro incremente la expansión de la demanda precisamente en los países que, como Irlanda, menos la necesitan. En el caso de Alemania, aunque la participación de las exportaciones como proporción del PBI fuera de la zona europea es mayor que en Italia y Francia, es probable que los movimientos del tipo de cambio no aporten demasiado para inducir una recuperación sostenida del nivel de actividad. De hecho, una de las preocupaciones que concita la atención de no pocos analistas es que la economía alemana puede haber ingresado a la moneda única con un tipo de cambio real significativamente sobrevaluado lo que podría afectar seriamente su competitividad respecto de otros países de la eurozona. 3,30,624,617,680,443,7Por otra parte, si Europa confía en utilizar en forma sistemática un tipo de cambio depreciado para estimular el nivel de actividad es probable que recrudezcan las tensiones comerciales con EEUU, cuyo déficit de cuenta corriente ha crecido en forma muy marcada y se acerca peligrosamente a los 300.000 millones de dólares. Habida cuenta de las dificultades que enfrentan las políticas monetarias y de manejo del tipo de cambio el estímulo a la demanda agregada todavía podría provenir del lado fiscal, a través de mayores gastos y/o menores impuestos. Sin embargo, varios países ya enfrentan déficits elevados en las cuentas públicas (Francia 2,9% del PBI, Alemania 2,4% e Italia 2,6%) que los acercan peligrosamente al límite del 3% impuesto por el denominado Pacto de "Estabilidad y Crecimiento" firmado por los países de la unión monetaria. En tales condiciones, si el debilitamiento del nivel de actividad continua, varios países podrían, de hecho, verse obligados a inducir un ajuste fiscal en lugar de permitir que el desequilibrio de las cuentas públicas amortigüe la contracción de la demanda privada. La falta de flexibilidad para el manejo de la política económica implícita en dicho acuerdo podría determinar de esta forma que, contrario sensu de lo que recomienda el sentido común económico, el déficit público se mueva en forma pro-cíclica. El corset impuesto a la política de corto plazo de manejo de la demanda agregada por este conjunto de novedosos factores institucionales delega a la política monetaria un rol muy destacado. Como se ha visto, sin embargo, las autoridades del Banco Central Europeo deben realizar un trabajo de extremada sintonía fina para conciliar necesidades muy disímiles. Aún así es muy difícil que el manejo de dicha política permita lidiar con varios de los frentes de conflicto antes señalados. En tales circunstancias, la recomendación de política preferida por varios analistas y por las propias autoridades del Banco Central Europeo es inducir la desregulación de la economía y eliminar las rigideces existentes en varios mercados, particularmente el de trabajo. En la opinión de varios de tales analistas ésa es la única forma que Alemania tiene, por caso, de reducir el elevado nivel de sus costos laborales. Si es cierto que ello es así y que la falta de dinamismo de la economía europea no está sólo asociada a las deficiencias de la demanda agregada sino a la existencia de graves problemas estructurales, se sigue que la única manera de que Europa se coloque en un sendero de crecimiento sostenido es que se encaren un conjunto de reformas estructurales de largo plazo, postergadas durante un período prolongado. Según varios de tales observadores la suavización de la política monetaria recientemente ocurrida brinda a los gobiernos de la zona del euro una oportunidad inédita para avanzar en la implementación de dichas reformas. Sin embargo, no puede ignorarse que la desregulación y la reestructuración de las economías no sólo toman tiempo sino que pueden tener efectos cíclicos adversos desde el punto de vista de la dinámica de corto plazo e inducir, de hecho, una reducción de la demanda agregada. En este sentido, no debe olvidarse que siempre es más fácil pagar los inevitables costos asociados a los programas de reforma estructural en un contexto de crecimiento económico y dinamismo de la demanda agregada que en el actual escenario de desaceleración del producto, presiones comerciales en territorio propio y en terceros mercados y existencia de incipientes pero visibles tendencias deflacionarias.
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5- La postergada recuperación de Japón
En buena medida, aunque en forma mucho más aguda, ése es el dilema en el que todavía se debate Japón, cuya economía no termina de salir del estancamiento que la ha caracterizado desde el final de la burbuja financiera de los ochenta y del estado depresivo en que se encuentra desde la segunda mitad de 1997. La economía está atravesando un proceso de incipiente reconversión centrado en la reestructuración del sistema financiero y del sector industrial; lo que es una buena noticia desde el punto de vista de los agentes individuales y de la eficiencia con que asignan los recursos pero no necesariamente desde las necesidades cíclicas de la economía nipona. En el corto plazo la segunda economía del mundo continúa inmersa en una profunda recesión caracterizada por la presencia de evidentes presiones deflacionarias. La tasa de interés nominal de corto plazo es prácticamente nula, y a pesar de que las autoridades han estado intentando "cebar la bomba" mediante importantes medidas de estímulo fiscal, el gasto privado no se ha reactivado o, lo que es lo mismo, el ahorro deseado se ha mantenido de manera persistente por sobre la inversión planeada. ¿No suena esta descripción parecida a una configuración que casi todos los textos de macroeconomía consideraban una curiosidad teórica con casi nulas posibilidades de existencia histórica? De hecho, ello ha conducido a varios autores, notablemente Paul Krugman, a señalar en Japón la existencia de una trampa de liquidez que, sin embargo, ha resultado muy difícil de remediar con las recomendaciones típicas de expansión del gasto público. Aún así, a pesar de la decepcionante performance de la economía japonesa, hay alguna evidencia que podría sugerir que la economía japonesa está saliendo del punto más bajo del pozo recesivo. Aunque las autoridades se han apresurado a utilizar dichas señales como evidencia de que "lo peor ya está definitivamente superado", nada parece autorizar una actitud eufórica respecto de las perspectivas de una rápida recuperación de la economía japonesa. De todas formas, estos datos cíclicos sumados a las buenas noticias provenientes del frente estructural permiten entender que algunos observadores estén estimando un leve crecimiento positivo para el primer semestre del año. Todavía nadie, sin embargo, parece apostar a que dicha recuperación sea sostenida y, por lo tanto, el consenso de los pronósticos de evolución se ubica para todo 1999 en -1,1%. Entre las noticias que permiten una leve reducción del pesimismo respecto del que ha sido característico en relación a Japón en los últimos tiempos, cabe destacar las tres siguientes, una de naturaleza cíclica y dos de orden estructural. En primer lugar, la difusión de los resultados de la encuesta Tankan -la más importante del país- llevada a cabo para escrutar el estado de las expectativas empresariales indicó que, por primera vez luego de siete trimestres, el deterioro de los animal spirits parece haber tocado fondo y que la confianza en el futuro de la economía comienza muy lentamente a recomponerse. De todas maneras, la interrupción del pesimismo no debe ser confundida con el optimismo. Todavía la encuesta indica que, de cada 100 empresarios que creen que las cosas irán mejor en el futuro, 147 opinan que las condiciones de los negocios experimentarán un nuevo deterioro.En segundo lugar, la reforma orientada a lograr el saneamiento del sistema financiero ha hecho grandes progresos. El ambicioso paquete de 500.000 millones de dólares destinados a recapitalizar los bancos lanzado en la primavera pasada no sólo ha logrado contener la crisis bancaria. Ha impulsado también una marcada recuperación de las cotizaciones de las acciones del sector -que han ganado más de un 55% en los últimos seis meses. Las acciones del sistema financiero japonés habían estado entre las activos más castigados como consecuencia de la sucesión de shocks adversos sufridos por el sector (finalización de la burbuja de los ochenta con fuertes implicancias para la hoja de balance de los bancos que habían alimentado la expansión de la demanda de toda clase de activos y, más recientemente, la caída en desgracia de sus deudores del sudeste de Asia). Aún así, el sistema financiero está lejos de haber saneado su hoja de balance y para que los bancos estén en condiciones de prestar nuevamente a largo plazo todavía es necesario "depurar" el activo de la montaña de malos préstamos acumulada, a la que se han venido a sumar los nuevos defaults que la actual recesión ha generado. Algunas estimaciones indican que todavía serían necesarios entre 125 y 170 mil millones de dólares para completar dicha tarea. Al mismo tiempo se señala que los bancos todavía no han encarado una reestructuración seria de su negocio que los torne más rentables. En cualquier caso, lo que parece evidente es que la situación más saludable de los bancos ha suavizado el credit crunch de corto plazo. Sin embargo, ello no es suficiente y todavía parece quedar un largo camino por transitar para resolver las dificultades del sistema financiero. En este sentido, el mayor peligro es que las autoridades japonesas, acostumbradas a intervenir sólo en momentos de pánico, canten vistoria antes de tiempo y cedan en su impulso reformista. Finalmente, en tercer término, ha habido indicios crecientes de una ola de reestructuración en las compañías japonesas -risutora. El caso paradigmático de esta tendencia es la participación minoritaria de la firma Renault en la automotriz Nissan. Varios analistas coinciden en que las firmas japonesas están sobredimensionadas y han invertido en los últimos años en proyectos de dudosa rentabilidad. Hasta ahora las decisiones adoptadas parecen involucrar un recorte de costos pero no reformas de naturaleza radical. De todas formas, aunque puedan ser estrictamente necesarias en el largo plazo para incrementar la tasa de crecimiento potencial, en el corto dichas decisiones pueden mantener deprimida a una economía que ya se caracteriza por una brecha de output de entre el 6 y el 10% (la diferencia entre el producto potencial y el efectivo).De hecho, parece muy difícil que el gasto en capital se incremente mientras las firmas están involucradas en el mencionado proceso de reestructuración. Eso es lo que surge de la encuesta antes mencionada en la que las compañías japonesas declaran planear una reducción de su demanda de bienes de capital en un 13%, al tiempo que pretenden seguir recortando sus plantillas de personal. Esta tendencia ya se ha traducido en un salto dramático de la tasa de desempleo oficial que ha alcanzado en febrero un registro de 4,6%, un máximo histórico desde que comenzaron dichas mediciones hace 45 años. La evolución del desempleo ha tenido naturalmente efectos devastadores sobre las decisiones de consumo. En el año transcurrido hasta febrero el gasto de las familias cayó un 3,7% al tiempo que la actitud precautoria de los consumidores determinó que la propensión a gastar del ingreso disponible se haya reducido a su nivel más bajo desde que las mediciones comenzaron en la década del setenta.Hasta ahora las autoridades han ensayado sin demasiado éxito varios intentos de inducir una recuperación del nivel de actividad mediante la política fiscal financiada con emisión de títulos. El problema es que el déficit del sector público es ya tan elevado que las enormes sumas de bonos emitidos sólo pueden generar un exceso de oferta en dicho mercado y, por tanto, un incremento en las tasas de interés a largo plazo, reforzando la carga financiera sobre un sector corporativo altamente endeudado. En tales condiciones las vías de salida del actual atolladero parecen haberse reducido a dos alternativas contrapuestas. Por un lado, algunos burócratas oficiales entusiasmados con la reforma estructural han comenzado a argumentar que, antes de salir de la recesión, la economía japonesa tendrá que atravesar un necesario período de saneamiento. En este sentido recomiendan que el gobierno deje de intervenir para sostener los mercados de activos y que induzca una aceleración en el proceso de reconversión productiva de las firmas japonesas. En este razonamiento la economía tendría que atravesar una largo período de "purga" antes de tocar fondo y "rebotar" y la tasa de desempleo todavía podría subir varios puntos.Por otro lado, quienes se oponen a esta suerte de "destrucción creadora" argumentan que una prolongación de la recesión en la segunda economía del globo podría tener efectos altamente perjudiciales para la frágil economía internacional. En este sentido, para evitar que la economía nipona ingrese de manera decidida en una espiral depresiva y deflacionaria, varios analistas liderados por el audaz Paul Krugman argumentan que las autoridades monetarias deben comportarse en "forma irresponsable", induciendo una agresiva monetización de la economía. El objetivo deliberado de esta conducta monetaria "no convencional" sería generar, en un contexto de tasas de interés nominales cercanas a cero, expectativas de inflación capaces de inducir una tasa real negativa y estimular así el gasto privado. Desde mediados de marzo, hay alguna evidencia que podría indicar que las autoridades gradualmente están involucrándose en un cambio radical de sus puntos de vista y la tasa del overnight a la que unos bancos se prestan a otros ha caído literalmente a cero (0,03% anual). Aunque sus sostenedores tienden a subestimarlo el peligro más grande de que las autoridades monetarias se involucren en forma masiva en una política monetaria expansionista es que el yen podría depreciarse en forma importante respecto de otras divisas claves y perjudicar la competitividad de los países asiáticos en crisis. De tal forma, desde el punto de vista de la economía mundial, surgiría el siguiente trade-off: la continuidad de la recesión en Japón con un yen en sus actuales valores vis a vis una recuperación del nivel de actividad con un yen depreciado. Frente a ello puede objetarse que el dilema no es tal pues de profundizarse la depresión en Japón bien podría esperarse que el yen se depreciara. Por otra parte, y ello resulta crucial para las economías del Sudeste asiático, es muy probable que, en términos netos, los efectos positivos de un Japon recuperado sean superiores a los efectos negativos provenientes de un debilitamiento del yen. De no ser así, ello podría afectar seriamente, mediante una renovada ola de inestabilidad cambiaria y elevadas tasas de interés, la incipiente recuperación que se observa en algunas de las economías asiáticas más afectadas por la crisis.
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6- ¿ Asia se recupera?
Tal como recién se dijo, la evidencia de los últimos meses permite observar que algunas de las cinco economías más afectadas por la crisis iniciada a mediados de 1997 experimentan signos de apreciable recuperación. Este son los casos, principalmente, de Corea del Sur y Tailandia y, en menor medida, de Malasia en los que se espera, incluso, un leve crecimiento positivo para este año. Ya en la segunda mitad de 1998 se observó un retorno de la estabilidad a los mercados financieros y cambiarios, permitiendo un relajamiento creciente de las duras políticas monetarias y fiscales que dichos países tuvieron que encarar para hacer frente a la crisis. En efecto, en casi todos los casos, luego de experimentar un notable overshooting el tipo de cambio evidenció una marcada caída y ello permitió un descenso de las tasas de interés a niveles incluso inferiores a los de pre-crisis. En Corea del Sur, por caso, la tasa de interés de corto plazo ha caído a un 8% anual al tiempo que la moneda doméstica, luego de haberse depreciado alrededor de un 50%, recuperó tres cuartas partes de su valor respecto del dólar norteamericano. Por su parte, las reservas internacionales, que prácticamente se habían agotado cuando a fines de 1997 los bancos coreanos se vieron obligados a hacer frente a una montaña de deudas de corto plazo, se recompusieron fuertemente como resultado de un drástico ajuste de la cuenta corriente hasta alcanzar en la actualidad a alrededor de 50.000 millones de dólares.Tales positivos desarrollos en los mercados financieros han sido utilizados por el FMI como evidencia en favor de la dura estrategia de política de corto plazo recomendada a dichos países y consistente en inducir una severa restricción monetaria -y, en menor medida, fiscal- a efectos de revertir el overshooting cambiario y contener el inicio de una espiral inflacionaria. Aunque las consecuencias reales en términos del nivel de actividad de la conjunción de la crisis financiera y las duras medidas de política adoptadas fueron muy severas, el retorno de la calma a los mercados financieros indujo en el último tiempo el surgimiento de algunos síntomas incipientes de recuperación.En el caso de Tailandia, cuya economía se contrajo el año pasado alrededor de un 8%, algunos analistas pronostican para 1999 un crecimiento modesto del 1%, liderado por una fuerte expansión del consumo privado y una marcada suavización de la restricción del sector público, cuyo déficit fue autorizado por el FMI a alcanzar un 6% del PBI durante el presente año. En cierta forma, esta actitud más permisiva del organismo multilateral refleja tanto el mayor margen de maniobra otorgado por la dinámica de los mercados financieros como la preocupación por exhibir indicadores positivos que, frente a las críticas recibidas, validen la estrategia de política adoptada en el último año y medio.El caso de Corea es bastante similar aunque los indicadores aparecen un poco más robustos en la medida en que las condiciones del mercado financiero han permitido una notable relajación de la política monetaria. Luego de la abrupta contracción del largo ciclo de crecimiento ocurrida el año pasado cuando el PBI cayó un 5,5%, para 1999 se espera que el nivel de actividad crezca alrededor de 2,5%. También aquí la recuperación viene liderada por los consumidores que han decidido gastar parte de los ahorros constituidos durante la crisis. Durante febrero las ventas minoristas y mayoristas crecieron un 7,6% respecto del mismo mes del año pasado al tiempo que la producción industrial lo hizo en un 4%.Sin embargo, en ambos casos persisten dudas similares respecto de la sostenibilidad de la recuperación. Por un lado, la renovada fortaleza del gasto de los consumidores puede ser un fenómeno transitorio en la medida en que el desempleo siga creciendo de la mano de la reestructuración pendiente en las corporaciones y firmas del sector privado. Por otro lado, el caso japonés pone de manifiesto que existen límites precisos a un endeudamiento excesivo del gobierno orientado a financiar mediante la emisión de bonos la expansión fiscal. En este sentido, buena parte de los analistas estima que para asegurar la sustentabilidad del renovado crecimiento las autoridades tendrán que hacer frente al problema generado por la enorme deuda acumulada por el sector privado (debt overhang) y la reticencia de los bancos, con una montaña de mala deuda en su hoja de balance, a volver a prestar. En tales condiciones, es improbable que un boom jalonado por el consumo pueda ser de naturaleza duradera y, si dicho gasto se desacelera nuevamente, no está claro cuáles podrían ser las fuentes de crecimiento que lo reemplacen. En un contexto de débil crecimiento mundial y regional y de marcado exceso de capacidad en el sector industrial no es evidente que las exportaciones o el gasto de inversión puedan cumplir dicho rol.Las autoridades han tomado una serie de iniciativas para hacer frente al problema de la deuda y encarar la reforma del sistema financiero y la reestructuración de las firmas del sector industrial. Sin embargo, en algunos casos el progreso ha sido relativamente lento y las reformas estructurales sólo se encuentran en una etapa inicial. De hecho, en Tailandia las demoras en aprobar una nueva ley de quiebras han impedido hasta ahora que los bancos tomen medidas decisivas para "limpiar" su balance de los malos préstamos y han generado pocos incentivos para que los deudores decidan repagar sus préstamos. Algunas estimaciones colocan a la cartera irregular de los bancos encima del 46% del PBI. El problema no es menor en Corea del sur donde los malos préstamos todavía dan cuenta de un nivel bien por encima del 30% del producto. Por otra parte, los programas de reforma de los bancos sólo se encuentran en sus fases iniciales y, aunque ha habido algunos recortes importantes de costos, la reestructuración de los chaebols (conglomerados empresariales) coreanos todavía está esencialmente pendiente. En este sentido, el actual contexto de bajas tasas de interés y de estabilidad financiera facilita la implementación de programas de largo alcance de reestructuración de la deuda privada en comparación con las condiciones vigentes unos meses atrás. Aún así, el panorama luce todavía altamente complejo: mientras que la postergación de las reformas pendientes puede provocar que la actual recuperación sea una corta primavera, la prosecución de las mismas -aunque mejore las perspectivas de crecimiento potencial de dichas economías- no necesariamente se va a traducir en un rápido rebote en la dinámica macroeconómica de corto plazo. De esta forma, no es impensable que, en el mejor de los casos, transcurran algunos años hasta que, luego de la profunda crisis experimentada, dichas economías puedan volver a operar normalmente. Obviamente, la difícil experiencia de la década pasada en las economías latinoamericanas y el largo estancamiento de la economía japonesa indica qué es lo que puede ocurrir en un escenario menos benigno.Desde una perspectiva de más corto plazo surgen también algunos interrogantes vinculados a la dinámica futura de las exportaciones. Como es sabido, el fuerte ajuste de cuenta corriente alcanzado por las economías del sudeste asiático durante 1998 tuvo un sesgo claramente contractivo. Esto es, la súbita y espectacular reversión del desbalance comercial de dichas economías se produjo como consecuencia del desplome de las importaciones inducido por el severo escenario recesivo en que ingresaron dichas economías a partir del colapso financiero y cambiario. A pesar de la fuerte mejora experimentada por el tipo de cambio real, las exportaciones tuvieron una performance sumamente desalentadora, en buena medida como resultado de la virtual desaparición del crédito y de la desesperante situación financiera de las firmas.En este sentido, la pregunta relevante son dos. Del lado de la oferta, si en la medida en que las economía de la región se recuperan y la situación financiera se recompone, las firmas estarán ahora sí en condiciones de aprovechar la fuerte mejora evidenciada por el precio relativo de los bienes transables. Del lado de la demanda, si los países de la región contarán con mercados suficiente dinámicos para colocar su mayor oferta exportable. En este sentido, habida cuenta de los síntomas de recuperación de la región, es dable esperar que se produzca una recomposición gradual de los flujos comerciales intrarregionales que, en años pasados, explicaron una porción muy relevante del comercio externo de estas economías. La recuperación de los flujos intra-zona resulta crucial en la medida en que no está claro hasta que punto la economía estadounidense, cuyo déficit de cuenta corriente ha crecido de manera importante el año pasado, estará en condiciones de seguir absorbiendo los excedentes de las economías en crisis. Por otra parte, como se planteó anteriormente al analizar la coyuntura de la economía japonesa, debe tenerse en cuenta que el crecimiento del comercio intrarregional puede encontrar un límite en la postergada recuperación de la economía nipona. Sin embargo, no debe olvidarse tampoco que una política muy agresiva de parte de las autoridades japonesas podría producir una tendencia a la depreciación del yen lo que si bien en el corto plazo es bueno para la demanda agregada en ese país podría producir eventos que conduzcan a una renovada inestabilidad financiera y cambiaria en la región. Estos eventos no están sólo asociados a una eventual desvalorización de la moneda japonesa. No menos se ha hablado en el último tiempo respecto de la posibilidad de que las autoridades chinas decidan devaluar el yuan-renminbi si las exportaciones, que han experimentado tasas negativas de evolución anual desde agosto del año pasado con la excepción de diciembre, continúan cayendo. A pesar de ello, no todos los analistas concuerdan con que este sea un evento que se vaya a producir con una elevada probabilidad. Entre las más importantes de las razones adelantadas en dicho sentido se destaca que: a. en las actuales circunstancias no hay tendencias a un empeoramiento acelerado del resultado de la cuenta corriente y, a pesar de la falta de transparencia de las estadísticas oficiales del balance de pagos, todavía se está produciendo una importante acumulación de reservas; b. el superávit comercial de todo 1998 todavía fue positivo en 43.600 millones de dólares y que las autoridades cuentan con un importante stock de reservas como resultado de los superávits pasados del balance de pagos; c. y, fundamentalmente, que la moneda china no es transable libremente y que la existencia de importantes controles en la cuenta capital impediría la posibilidad de que se produzca un ataque especulativo contra la moneda. Obviamente, es cierto que desde inicios de la década la elevada tasa de crecimiento de la economía china se ha desacelerado en forma marcada y que, en el último período, la evolución del nivel de actividad ha descansado fuertemente en el estímulo provisto por las políticas de gasto público. En tales condiciones, no sería impensable que las autoridades quieran reemplazar la debilidad exhibida por la demanda privada incentivando el crecimiento de las ventas al exterior. Aún así, debe tenerse en cuenta que, comparada con la pobre performance de los países en desarrollo afectados por la crisis, la economía china continúa disfrutando de tasas muy elevadas de crecimiento y prácticamente ningún observador espera que en el próximo año la misma caiga por debajo de un 6/7%.
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7- Un panorama poco alentador para el conjunto de los países en desarrollo.
No obstante, a pesar de los síntomas de recuperación existentes en algunas de las economías del sudeste de Asia afectadas por la crisis y de la continuidad del crecimiento en algunas grandes economías en desarrollo como China y la India, el contexto externo que enfrenta buena parte de los países en desarrollo ha evidenciado nuevos signos de deterioro desde el estallido de la crisis rusa. Como se comentó al inicio, los impactos inducidos por la crisis brasileña han estado relativamente contenidos -y confinados esencialmente a Latinoamérica. Al mismo tiempo, estuvieron lejos de iniciar una nueva ronda de pánico global. Sin embargo, la reanudación de los flujos de capitales hacia las economías en desarrollo -un hecho característico de los noventa- promete ser muy lenta y bastante selectiva. Esto es, se anticipa que los inversores internacionales exhibirán una conducta de mayor cautela, exigiendo un mayor rendimiento y priorizando a aquellas economías que gocen de una mejor calificación de riesgo y buenos fundamentals. Al mismo tiempo, la declinación del precio de las commodities industriales y agropecuarias que componen el grueso de las exportaciones de estos países ha sido bastante más pronunciada de lo que inicialmente se anticipaba. Aunque el precio del petróleo ha recuperado en el último tiempo algo de la fuerte caída de más de 30% que experimentó durante el año pasado, el precio promedio de las commodities no energéticas -que ya cayó un 15% en 1998- se espera que experimente una caída adicional de más del 6% durante el presente año. Por último, la evolución del volumen del comercio mundial, que durante la mayor parte de la década creció a tasas muy elevadas, ha sido claramente desalentadora y en el último trimestre del año pasado permaneció virtualmente estancado respecto de un año atrás. Para este año el Banco Mundial ha recortado su pronóstico de crecimiento del volumen de comercio desde el 5,7% que esperaba unos meses atrás hasta el 4,2% actual. Esta tasa de evolución es menor aún que el decepcionante registro verificado el año pasado del 4,8%.Todo ello condujo recientemente al Banco Mundial a revisar sus pronósticos de crecimiento para el conjunto de los países en desarrollo en 1,2 puntos porcentuales respecto de los que había formulado a fines de 1998. De esta forma, en la actualidad se espera que los países de ingreso mediano y bajo sólo crezcan durante 1999 un exiguo 1,5%, por debajo aún de los magros registros del año pasado. Más preocupante, sin embargo, es que dicha tasa de crecimiento significa que el ingreso per cápita de dichos países se contraerá - luego de permanecer prácticamente estancado durante 1998- en un 0,1%. La contrapartida de esta notable desaceleración del crecimiento del mundo en desarrollo será una marcada reducción del déficit en cuenta corriente agregado de tales países, continuando una tendencia ya observada durante la crisis financiera internacional de los últimos veinte meses. En efecto, una característica prominente de la evolución económica internacional durante el último período ha sido que los países asiáticos afectados por las turbulencias financieras se han visto obligados a un inducir un vuelco espectacular en sus cuentas corrientes y han estado generando importantes superávits. Como se analiza en otros artículos de la presente publicación la contracara de dichos superávits ha sido un acelerado incremento del déficit de cuenta corriente en alguna de las economías avanzadas, en particular EEUU, cuyo desequilibrio externo creció de 155 mil millones de dólares en 1997 a 235 mil millones el año pasado. Para el año en curso, la conjunción de los factores antes mencionados tornará muy difícil para las economías en desarrollo financiar sus desequilibrios en cuenta corriente por lo que se espera una sensible desaceleración de sus compras externas de la mano de la menor disponibilidad de financiamiento y de la contracción del nivel de actividad en varias de ellas. En conjunto, el déficit de cuenta corriente agregado para los países en desarrollo caerá hasta un 0,4% del PBI, un tercio del experimentado en promedio durante la década. Esta brusca desaceleración de los flujos de ahorro externo dirigidos al mundo en desarrollo ha mantenido en el tapete uno de los debates que ha reactualizado la reciente crisis financiera: la eficiencia del mercado internacional y los riesgos y beneficios asociados a la liberalización financiera. Como ha sido ampliamente destacado, uno de los hechos estilizados más destacados es la elevada volatilidad observada en flujo de capitales hacia el mundo en desarrollo y los perjuicios que la misma puede ocasionar en términos de inducir una exacerbación del ciclo económico: bruscas aceleraciones seguidas de contracciones igualmente abruptas. Ello puede ser observado en el siguiente cuadro que reproduce las estimaciones del Banco Mundial respecto de los flujos de largo plazo dirigidos a los países en desarrollo en el período 1990-98. Un primer hecho que merece ser destacado es el acelerado incremento que el total de dichos flujos evidenciaron en el período 1990/96 cuando crecieron a un ritmo del 20% anual promedio, la notable desaceleración evidenciada en 1997 a partir de la crisis asiática y la súbita contracción acaecida en 1998 como resultado del pánico generado a partir del default ruso. Un segundo punto a tener en cuenta es que los diferentes rubros han experimentado un comportamiento muy desparejo. Por una parte existe una tendencia de carácter más permanente a una declinación de la importancia de los flujos de origen oficial respecto de los de naturaleza privada. Mientras en 1990 los flujos oficiales explicaban alrededor de un 56% de los ingresos netos de capitales en los años 1996/97 dicha participación se había reducido a un exiguo 10/11%, reflejando el renovado acceso de los países en desarrollo a los mercados de fondos voluntarios. Sin embargo, en el contexto de renovada incertidumbre de los últimos años, los flujos oficiales de naturaleza compensatoria volvieron a crecer como consecuencia de los paquetes de apoyo financiero destinados a auxiliar a los países directamente afectados por la crisis.En lo que respecta a los flujos privados se observa un comportamiento altamente disímil. De una parte, los flujos de IED muestran una tendencia más permanente de crecimiento que sólo se ha visto interrumpida con la caída relativamente menor observada en 1998. De otra parte, los flujos privados de más corto plazo asociados a la demanda de bonos, acciones y préstamos bancarios han evidenciado una notable volatilidad. Mientras crecieron a un ritmo del 40% anual promedio entre 1990 y 1996, en los dos últimos años se redujeron hasta alcanzar su nivel más bajo desde 1992. Durante el presente año es muy probable que los flujos de capitales experimenten una débil recuperación respecto de los magros niveles observados en 1998 aunque seguirán ubicándose bien por debajo de los niveles de pre-crisis. Como se afirmó antes, el súbito incremento en la percepción del riesgo y la consecuente reticencia de los inversores internacionales determinará, sin embargo, que dichos influjos sean altamente selectivos y se dirijan a aquellas economías que exhiban una performance más sólida en términos de fundamentals. A nivel regional, luego de la debacle del régimen cambiario en Brasil, cabe esperar que América Latina se encuentre entre las zonas más afectadas por la creciente precaución de los inversores internacionales.
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8- América Latina enfrenta uno de sus peores momentos en la década
Aunque como se analizara anteriormente, los impactos financieros inducidos por la decisión brasileña de dejar flotar el real han sido muchos más moderados de lo que se temía ex-ante, la crisis de la mayor economía de la región se ha venido a sumar a una sucesión de shocks fuertemente negativos que las economías latinoamericanas experimentaron desde el inicio de las turbulencias en Asia. De esta forma, en un contexto de fuertes caídas en los precios de las commodities, aguda estrechez en las condiciones de acceso al financiamiento y con Brasil inmerso en una severa recesión, 1999 va a ser el peor año en materia de desempeño económico para la región desde el inicio de la década que, por primera vez desde 1990, evidenciará una tasa de evolución negativa. Luego de crecer a una tasa promedio anual del 3,3% hasta 1998, el PBI del conjunto de Latinoamérica se contraerá este año, según diferentes estimaciones, entre un 0,5% y un 1,2%.En este sentido, vale la pena tener en cuenta que la crisis actual difiere de la del tequila en varios aspectos. En primer lugar, a diferencia de la actual, la crisis ocasionada por la devaluación mexicana estuvo circunscripta a unas pocas economías de la región -esencialmente México y la Argentina que sufrieron una contracción muy aguda de su nivel de actividad durante 1995. De hecho, a pesar de la intensidad del impacto contractivo sobre las economías afectadas, el PBI regional creció durante dicho año. Un factor importante en dicho sentido fue que la economía brasileña, que sólo sufrió marginalmente los coletazos financieros de la tormenta azteca, se encontraba en las primeras etapas, naturalmente expansivas, de su programa de estabilización. En segundo lugar, aquella crisis aunque fue muy intensa fue de duración relativamente acotada y las economías más afectadas por el shock financiero registraron una espectacular recuperación una vez superadas las dificultades. En tercer lugar, y en claro contraste con la actual situación, aquella crisis se verificó en un contexto comercialmente muy expansivo. Los precios de las commodities se encontraban en niveles muy elevados y el volumen del comercio mundial se expandía a tasas cercanas al 10% anual. Muy pocos países serán capaces de escapar a este negativo panorama regional: Perú, cuya tasa de crecimiento se anticipa que se incremente del 0,9% observado en 1998 a un 2,7% durante el presente año, Bolivia que ha exhibido tasas de crecimiento superiores al 4% anual y se ha mantenido relativamente al margen de las turbulencias financieras de los últimos años y, en cierta medida México donde, aunque se espera una desaceleración del crecimiento, ha contado con el privilegio de una estrecha integración comercial a la dinámica economía estadounidense. Para el resto de las economías de la región el panorama luce bastante menos alentador. Por un lado, aquellas cuyos ingresos externos se encuentran atados a la suerte de unos pocos productos verán sus tasas de crecimiento sensiblemente afectadas por la negativa evolución del precio internacional de las commodities. Este es el caso, por ejemplo, de Venezuela donde las exportaciones de petróleo dan cuenta de más del 70% de sus ingresos externos y del 40% de los fiscales. Ya en 1998 el producto se contrajo casi un 1% y para este año se espera una fuerte caída adicional del 2,2%. Muy similar es la situación de Ecuador debido a la pobre performance de los precios del crudo y de otras exportaciones primarias. Ello ha determinado que la economía se mantuviera prácticamente estancada durante 1998. Las perspectivas para este año han empeorado sensiblemente como consecuencia de la severa crisis financiera y cambiaria desatada a mediados de febrero. La misma economía chilena, considerada hasta no hace poco como una de las rising stars de la región, se ha visto seriamente afectada por la notable caída de los precios del cobre y ello se ha traducido en una marcada desaceleración de sus anteriores tasas de crecimiento de "milagro". Sin embargo, la mayor estabilidad macroeconómica relativa de dicha economía, ha permitido que las autoridades hayan estado en condiciones de suavizar en parte, mediante la "sintonía fina" de las políticas macroeconómicas de corto plazo, los fuertes impactos negativos de un shock externo que, en el pasado, hubiera inducido niveles más agudos de desequilibrio macroeconómico. Aún así, para este año se anticipa que el PBI no crecerá más que un magro 1,6%.Otros países, en particular los del Mercosur, serán afectados en forma más intensa por los impactos directos inducidos por la crisis brasileña. No obstante, y a contrario sensu de lo que a priori podía anticiparse cuando se especulaba sobre la posibilidad de una devaluación del real los derrames financieros sobre la economía argentina han estado relativamente acotados. En particular, a pesar de los estrechos vínculos existentes entre la economía argentina y la brasileña, del lado financiero los impactos locales inducidos por la devaluación del Brasil han sido escasos y, a excepción de la suba de las tasas de interés domésticas y la persistencia de un escenario ciertamente endurecido en el acceso al financiamiento, los indicadores monetarios y financieros de la economía argentina han exhibido hasta el momento una evolución más que satisfactoria. No obstante ello, si del lado financiero el escenario para la economía argentina se presenta hasta ahora claramente más favorable, los impactos esperados del lado real amenazan ser muy pronunciados. La Argentina dirige casi un 30% de sus exportaciones al socio mayor del Mercosur y se verá afectada en forma importante por la acción conjunta de los efectos de precio y cantidad inducidos por el fuerte deterioro de la paridad real entre el peso y la moneda brasileña y la severa caída que experimentará el nivel de actividad del socio comercial. Este shock real, sumado a la fuerte desaceleración que ya venía experimentando el nivel de actividad con posterioridad al default ruso, ha determinado que, por segunda vez desde el lanzamiento del plan de Convertibilidad, la tasa de evolución del PBI sea negativa. La mayor parte de los pronósticos sitúan dicha contracción en un entorno de entre el 1,5 y el 2,5%. Con las dos mayores economías del cono Sur de América en recesión, las perspectivas de los socios menores del Mercosur lucen francamente desfavorables.Es evidente que por su tamaño relativo la evolución de la economía brasileña opera como un impulso negativo para el conjunto de la región y que es difícil que la misma se recupere hasta que Brasil retorne a una situación de mayor normalidad. Es cierto que, desde la firma del nuevo acuerdo con el FMI a inicios de marzo, la situación ha mejorado notablemente respecto de la aguda incertidumbre que siguió a la decisión de las autoridades de dejar flotar el real a mediados de enero. Las expectativas de los agentes que operan en los mercados financieros han evidenciado una favorable reversión y el gobierno ha recuperado una cuota no menor de credibilidad por su decisión de implementar las duras medidas monetarias y fiscales acordadas con el organismo financiero multilateral. Ello se ha traducido en el último mes en una positiva evolución del mercado bursátil y en la desaparición, al menos transitoria, del exceso de demanda en el mercado de cambios. En tales circunstancias, la economía del vecino país parece haber comenzado a recorrer un sendero que podría dar lugar al círculo virtuoso al que han apostado "todas sus fichas" las autoridades de política y que va de la reaparición del ingreso de capitales, a menores tasas de interés y un menor desequilibrio de las cuentas públicas por concepto de servicios financieros de la abultada deuda doméstica de corto plazo. Algo de ello se observó en los últimos días cuando la autoridad monetaria estuvo en condiciones de reducir las tasas de corto plazo -que habían sido elevadas al 45% anual a fines de febrero- hasta el 34% sin que reaparecieran presiones en el mercado de divisas.Sin embargo, a pesar de un apreciable exceso de optimismo de buena parte de los analistas, la situación dista de haberse estabilizado y, en el mejor de los casos, la economía del país vecino todavía tendrá que atravesar un período muy duro en el que las dificultades no estarán ausentes. Este año la economía experimentará una fuerte recesión. Desde el punto de vista de los fundamentals tanto en el plano externo como en el fiscal los desequilibrios continúan, lógicamente, siendo muy pronunciados y existen numerosos interrogantes respecto de que puedan ser reducidos al ritmo proyectado por las autoridades. Aunque en febrero la balanza comercial experimentó un superávit no está para nada claro que la devaluación, aparte de contraer las importaciones a través de un fuerte efecto ingreso, sea capaz de estimular una respuesta muy dinámica de las exportaciones que permita cumplir con las ambiciosas metas de resultado comercial. Por otro lado, a pesar de la reciente baja de tasas de corto plazo, éstas continúan todavía en niveles insostenibles y no está claro que las autoridades puedan reducirlas al ritmo necesario para alejar a la deuda del sendero explosivo en el que se encuentra. Lo que sí parece claro es que, si cualquier perturbación alejara nuevamente a la dinámica de corto plazo del estrecho corredor en el que se encuentra, podrían observarse reverberaciones financieras que, afortunadamente, hasta ahora han estado ausentes a nivel global y, a lo sumo han estado confinadas exclusivamente al plano regional.
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PANORAMA DE LA ECONOMIA INTERNACIONAL Nº 4, septiembre 1999
La evolución reciente de la economía internacional
Hace exactamente un año, la economía mundial atravesaba una de las peores coyunturas que se recuerde desde la Gran Depresión de la década del treinta. La devaluación del rublo y el default sobre parte de los compromisos externos del país decidido a mediados de agosto del año pasado por las autoridades rusas desató el pánico en los mercados financieros globales y sancionó la definitiva internacionalización de la crisis, que hasta ese entonces se había pensado confinada a la región asiática. En unas pocas semanas las turbulencias se extendieron a todos los mercados del globo, no sólo a los de las economías emergentes sino a los mercados de activos financieros de las propias economías avanzadas. La diseminación de las dificultades puso al borde de la quiebra al hedge fund Long Term Capital Management dejando en claro que el contagio había alcanzado al centro nervioso mismo del sistema financiero internacional. En tales circunstancias, el temor sobre el ingreso de la economía internacional a un escenario de recesión abierta se hizo presente y la necesidad de una intervención decidida de parte de las autoridades de política de los países avanzados adoptó el carácter de un clamor generalizado. Desde aquel fatídico momento el panorama de la economía internacional, aunque todavía difícil, ha mejorado en forma notable, poniendo de manifiesto la efectividad y oportunidad de aquellas intervenciones de política. Aunque la reducción internacional de las tasas de interés liderada por las autoridades monetarias de EEUU no pudo impedir que se produjeran nuevas turbulencias -como la que, a pesar del fuerte apoyo financiero externo recibido, condujo al quiebre de la política cambiaria brasileña en enero de este año- esos episodios estuvieron mucho más acotados y la virulencia de la crisis fue cediendo gradualmente en intensidad. Desde comienzos de este año, entonces, la calma comenzó a retornar gradualmente a los mercados financieros internacionales. De esta forma, si a inicios de este año se anticipaba que la tasa de crecimiento de la economía mundial durante 1999 sería aún menor (con un fuerte sesgo a la baja en el pronóstico) que el magro registro de 2,5% verificado durante 1998, ese escenario se ha ido modificando de manera notable durante el transcurso de los últimos meses. En la actualidad, la mayor parte de las previsiones anticipan que el crecimiento del producto mundial se ubicará alrededor del 2,9% durante el año en curso y se acelerará a un 3,3% para el 2000, ubicándose cerca del promedio registrado durante la década del noventa. Aunque persisten riesgos importantes y la incertidumbre no se ha disipado por completo de los volátiles mercados internacionales, puede afirmarse que se asiste a las primeras instancias de recuperación de la economía internacional luego de las fuertes turbulencias que la azotaron durante los dos últimos años. En tal sentido, y si nuevos desarrollos adversos no se interponen en el camino, los analistas más optimistas prevén que en los primeros años del próximo milenio la economía mundial exhibirá tasas de evolución no muy lejanas a las del período previo a la crisis. Es cierto que varias economías están sintiendo todavía con fuerza las consecuencias provocadas por la conjunción de los desequilibrios financieros y cambiarios, el incremento de las tasas de riesgo país, la desfavorable evolución de los términos de intercambio y la fuerte desaceleración del comercio internacional. Este es el caso particularmente en América Latina donde, a pesar de que la flotación de la moneda brasileña estuvo lejos de inducir la crisis financiera que ex-ante se temía, los impactos de la misma sobre el nivel de actividad y el comercio de los países de la región se han dejado sentir con bastante fuerza. Sin embargo, la recuperación de las economías asiáticas más afectadas por la crisis ha sido bastante más rápida de lo inicialmente anticipado, tomando por sorpresa a no pocos observadores. En el corto plazo, algunos de dichos países están experimentando, luego de efectuar profundos ajustes en sus cuentas corrientes, una importante y rápida reactivación -particularmente notable es el caso de Corea del Sur, cuya economía creció durante el segundo trimestre a la "espectacular" tasa del 9,8%-. Aunque persisten interrogantes sobre la sustentabilidad de mediano y largo plazo de las actuales tendencias, la rápida recuperación cíclica ha puesto de manifiesto la flexibilidad y capacidad de respuesta de dichas economías frente a las pronunciadas perturbaciones enfrentadas, ciertamente auxiliadas por el enfoque más permisivo -fundamentalmente en materia fiscal- de los organismos multilaterales de crédito.Por su parte, la economía europea, que desde mediados del último año había comenzado a exhibir un desempeño bastante desalentador, está retomando lentamente el crecimiento a tasas razonables de la mano del efecto combinado de la depreciación del euro acaecida en el primer semestre del año, la reducción de tasas de interés efectuada por el nuevo Banco Central Europeo a inicios de abril, una leve reducción del desempleo y la recuperación de la demanda en Asia. Si a inicios de este año se anticipaba para 1999 un magro crecimiento del 1,8% (frente al 2,8% registrado durante 1998), la aparición de renovados signos de confianza en la comunidad de negocios en Francia y en Alemania e Italia -dos de las economías más afectadas por el colapso de las economías emergentes- ha posibilitado una mejora moderada de las previsiones de crecimiento para todo 1999. Aunque tampoco cabe esperar un dramática reactivación, los pronósticos de incremento de la actividad en la eurozona se ubican ahora en un 2/2,2% para el año en curso y entre un 2,4/2,8% para el año 2000. En lo que respecta a la problemática situación del Japón parece haber indicios de que, finalmente, la economía nipona está superando el punto más bajo de la profunda recesión de 1998. Las cifras del primer trimestre, que mostraron un llamativo crecimiento anualizado del 7,9% respecto del mismo período del año anterior, parecen reflejar los efectos del importante estímulo fiscal brindado por las autoridades, en particular durante el último bienio. Y aunque varios observadores anticipaban que dicho estímulo podría evidenciar signos de agotamiento en el transcurso del año, el resultado para el segundo trimestre ha vuelto a ser favorable (0,8% respecto de igual período del año anterior), situación que parece indicar que la salida del ciclo recesivo -si bien lenta- es ya una incipiente realidad.Cabe notar no obstante, que más allá de estos favorables números, la evidencia hacia el futuro sigue siendo mixta: por caso, datos recientes muestran que la producción industrial se contrajo en julio un 0,6% respecto del mes anterior y que las órdenes de compra recibidas por la industria de la construcción se han contraído. Aún así, de ser cierta la salida de la recesión, ello está lejos de significar que se vaya a producir un fuerte rebote de la actividad que permita absorber los inéditos niveles de desempleo que, para los estándares nipones, exhibe el mercado de trabajo. Entre los obstáculos más importantes para una sólida recuperación parecen contarse las tareas pendientes en materia de una profunda reforma estructural de la economía, fundamentalmente en materia de resolución de las notorias fragilidades que aún exhibe el sistema financiero a pesar de algunos progresos verificados en los últimos tiempos y la incipiente pero todavía insuficiente reestructuración y consolidación del sector empresario. En este contexto de franca mejoría del escenario de la economía mundial, los precios de las commodities y los insumos básicos parecen haber encontrado un piso y algunos de ellos comienzan a evidenciar, como es el caso del petróleo, una importante recuperación. Al mismo tiempo, la mejoría observada en materia de crecimiento comenzó a traducirse en una incipiente reversión de la tendencia negativa que los flujos reales y financieros internacionales exhibieron desde el inicio de la crisis. El comercio mundial, que desde el tercer trimestre de 1997 había exhibido una brusca desaceleración de las elevadas tasas de crecimiento que lo caracterizaron durante la mayor parte de la década, comenzó una incipiente recuperación desde el primer trimestre de este año. Aunque todavía las tasas de variación inter-anuales siguen siendo negativas, ellas contrastan fuertemente con la aguda contracción que el intercambio mundial de mercancías mostró en el tercer trimestre de 1998, en medio de la crisis financiera. Por su parte, aunque lentamente, los capitales que en el momento más álgido de la crisis habían encontrado refugio en los activos más seguros (flight to quality) han vuelto a buscar oportunidades rentables de inversión y ello se ha reflejado en una mejora de las cotizaciones bursátiles -que en algunos casos han sido muy importantes- y las de toda otra gama de instrumentos financieros. La sensible mejora en el escenario económico internacional permite apreciar que, contra la creencia bastante generalizada en el sentido de que en un mundo cada vez más interdependiente y globalizado los márgenes de acción para la política pública se encuentran severamente acotados, las intervenciones de los gobiernos y los organismos multilaterales todavía cumplen un rol fundamental a efectos de contribuir a la estabilización de los mercados y la coordinación de las expectativas. No obstante ello, en forma paralela al papel desempeñado por la política económica, un factor clave a efectos de comprender por qué la economía mundial estuvo en condiciones de eludir el ingreso a un escenario de contracción global ha sido la continuidad de la expansión en la mayor economía del planeta, que ya contabiliza 101 meses de crecimiento ininterrumpido. Durante el año pasado, la economía de EEUU mantuvo las elevadas tasas que exhibió en los últimos tres años y creció casi al 4%, mientras que para el año en curso los pronósticos de consenso sólo esperan una muy leve desaceleración. No resulta, entonces, exagerado afirmar que el gasto "exhuberante" de consumidores y firmas norteamericanos cumplió al menos tres funciones cruciales para evitar una debacle internacional: facilitó el ajuste de cuenta corriente de las economías más afectadas por la crisis, fue capaz de sostener a la demanda agregada mundial y, en consecuencia, evitó un deterioro más profundo de las expectativas en los momentos de mayores dificultades.Paradójicamente, sin embargo, donde residió la mayor fortaleza de la economía internacional para evitar el colapso, parece habitar hoy una de sus principales debilidades.
Ello es así pues el auxilio brindado por la economía estadounidense no parece haber ocurrido sin costo: la continuidad del crecimiento de dicha economía se verificó a expensas de agravar varios de los desequilibrios y fragilidades más evidentes que exhibe su actual ciclo expansivo y no parece prudente descartar por completo que, de producirse alguna noticia negativa, se produzca un final abrupto de la prolongada fase expansiva del ciclo. En un entorno internacional que, a pesar de las mejorías recién listadas, exhibe una cierta precariedad y con mercados todavía sensibilizados por los acontecimientos recientes, las consecuencias para la economía internacional de un aterrizaje forzoso de la economía norteamericana podrían ser comprensiblemente muy negativas. No obstante ello, frente a los signos de una continuada fortaleza de la demanda doméstica, la creciente estrechez del mercado de trabajo, los temores respecto del resurgimiento de la inflación y la certeza de que el stress en los mercados financieros había sido superado, en los últimos dos meses la FED "desanduvo" 2/3 partes de la reducción de la tasa de fondos federales que había decidido en el pasado otoño boreal. De todos modos, hay alguna evidencia que permite afirmar que la economía acusó en parte el impacto de la restricción monetaria: de crecer a un ritmo del 4% anual, la tasa de crecimiento pasó a un 2,3% en el primer trimestre para desacelerarse a un 1,8% anualizado en los últimos tres meses. De ahí que varios analistas consideren que, por fin, la mayor economía del globo está comenzando a desacelerarse y a efectuar un aterrizaje suave.
Sin embargo, hay otras piezas de evidencia que apuntan en la dirección contraria, lo que ha llevado a otro grupo de analistas a una conclusión diferente. Algunos indicadores de la evolución de la demanda doméstica -gasto de los consumidores, ventas minoristas, producción industrial, ordenes de exportación, ventas internas de bienes de capital, etc.- permiten inferir que la misma continuará creciendo en el corto plazo a una tasa muy elevada (Merrill Lynch proyecta un 4% o 4,5% para la segunda mitad del año en curso, con una leve desaceleración para el 2000), al tiempo que la apreciación bursátil mantuvo en los últimos meses su marcha ascendente aparentemente incontenible. En este sentido, dicha evolución ha conducido a varios observadores a preguntarse sobre la sostenibilidad de una expansión liderada tanto por un gasto de consumo apoyado en un fuerte endeudamiento y el incremento de los valores bursátiles como por una elevada deuda corporativa. El déficit financiero del sector privado alcanza el 5% del PBI y la tasa de ahorro de las familias hace tiempo que ha ingresado en territorio negativo.
En tales circunstancias no resulta de mucho consuelo suponer que, dado que las cuentas del sector público exhiben un apreciable superávit, el exceso de gasto privado por sobre el ingreso no es motivo de preocupación y que sus decisiones de endeudamiento son enteramente racionales. Aunque las burbujas financieras y los ciclos de euforia desmedida son difíciles de diagnosticas ex-ante, a la luz de los desarrollos ocurridos en los últimos tiempos en los mercados financieros internacionales no parece insensato destacar que, en determinadas circunstancias, la miopía puede afectar también a las decisiones inter-temporales adoptadas por los agentes del sector privado. Quienes así opinan, no descartan la posibilidad de que algún desarrollo o noticia adversa pueda poner un límite abrupto a la expansión y que ello se traduzca en un hard landing de la economía. Aunque existe un importante debate respecto de si la economía de EEUU ha ingresado o no en un nuevo paradigma caracterizado por la conjunción de elevadas tasas de crecimiento, la virtual ausencia de inflación y la revolución incesante de las condiciones de productividad posibilitadas por las nuevas tecnologías de la información, numerosos analistas se mantienen escépticos respecto de tal posibilidad y destacan que algunos de los factores recién mencionados provocan que la expansión luzca cada vez menos robusta.
Es cierto que la inflación no ha dado muestras todavía de aceleración y ha permanecido bastante contenida a pesar de la fortaleza exhibida por la demanda doméstica y la estrechez del mercado laboral. Sin embargo, en este frente algunos factores están comenzando a afectar el balance: el dólar se ha depreciado frente al yen y -en menor medida- frente al euro, los precios del petróleo se han incrementado fuertemente, la caída del precio de las commodities transadas internacionalmente parece haber encontrado un piso y los costos laborales unitarios crecieron en el segundo trimestre a su tasa más elevada en cinco años (4,5% anualizado si se excluye al sector agrícola). Esta evolución de los costos laborales pone en interrogante uno de los presupuestos de la tesis de la "nueva economía": la productividad -que en los últimos tres años había estado creciendo a un ritmo del 2% anual superando el magro registro de fines de los ochenta y comienzos de los noventa- se ha contraído a un desalentador 0,6% en el segundo trimestre del año.Al mismo tiempo, aunque la inflación todavía se sitúa en niveles bastante modestos (2,1% en los últimos doce meses), dicho registro es ciertamente superior que el de hace un año atrás cuando se ubicaba en un 1,6% anual. De ello se sigue que, a pesar de la continuidad de la expansión económica, la tasa de interés de interés real de corto plazo es muy inferior a la vigente en septiembre del año pasado (3,1% en la actualidad contra 3,8% hace 12 meses) y que si las autoridades monetarias, en el intento por inducir una desaceleración, quisieran retornar a los niveles vigentes en aquel momento debieran subir las tasas nominales de corto todavía 75 puntos básicos para llevarlas al 6% anual. Más allá de cuál sea la conducta precisa en el futuro de parte de las autoridades monetarias, para varios analistas no parece improbable esperar que, en la próxima reunión del Comité de Mercado Abierto, la FED decida un nuevo retoque de la tasa de fondos federales.
Dicha perspectiva se refuerza cuando se observa la evolución de las cuentas externas de la economía norteamericana: el déficit comercial de junio se ubicó en el nivel récord de 31.400 millones de dólares y la cuenta corriente se acerca peligrosamente a un desequilibrio no muy lejano al 4% del PIB.
Aunque las características de la economía norteamericana la distinguen notoriamente de cualquiera de las economías emergentes que han dependido en forma acentuada del ahorro externo, los paralelismos de un fuerte desequilibrio de cuenta corriente impulsado por un exceso del gasto privado no dejan de causar cierta perplejidad. En la medida en que las perspectivas de crecimiento en Europa y en Japón están comenzando a mejorar, los inversores extranjeros podrían comenzar a demandar mayores tasas de interés para continuar financiando el desequilibrio externo norteamericano. Si el sentimiento externo cambiara en forma aguda, ello podría conducir a que la necesaria desaceleración de la economía norteamericana ocurriera en forma mucho más abrupta que la deseada. De hecho, la suba que en los últimos meses se ha observado en el rendimiento de los bonos de largo plazo de la tesorería parece apuntar en dicha dirección. De modo similar, ello permite entender la reciente caída en la cotización del dólar y lo que ha estado ocurriendo en los volátiles mercados de divisas durante el último mes y medio.Luego de haberse apreciado en forma importante respecto del euro en la primera mitad del año (alrededor de un 15%), desde mediados de julio el dólar ha exhibido un comportamiento fuertemente errático respecto de la moneda europea. En cambio, ha seguido una trayectoria claramente descendente en relación al yen, habiendo alcanzado a fines de agosto su cotizaciòn más baja en siete meses (109,05 yenes por dólar). Resulta interesante destacar que aunque este movimiento en la cotización de las principales monedas parece ocurrir en la dirección adecuada como para resolver los grandes desajustes existentes entre los resultados de cuenta corriente de las economías avanzadas (elevado dèficit en EEUU y superávits en Europa y Japón), en el corto plazo -y desde el punto de vista del nivel de actividad- podría generar dificultades para la recuperación de la economía mundial, particularmente si dicha corrección adopta la forma de una caída pronunciada de la divisa norteamericana.
En efecto, un desplome del dólar operaría como una fuerza contractiva global en una situación internacional todavía muy frágil: en EEUU ello podría eliminar uno de los factores que hasta ahora ha permitido mantener baja la inflación en una economía que ha estado funcionando por encima de su capacidad, forzando a las autoridades a elevar las tasas de interés; por su parte, en Europa y Japón ello podría conspirar contra la tímida reactivación de los últimos meses. Cuán contractiva puede terminar resultando dicha fuerza depende, obviamente, de la magnitud de la corrección. Esto es, si los inversores extranjeros fuerzan a la economía estadounidense a reducir su déficit de cuenta corriente en forma drástica no se puede descartar la posibilidad de una nueva ronda de incertidumbre financiera acentuada a escala global, particularmente si se tiene en cuenta que el resto de las economías avanzadas no parecen en condiciones de reemplazar a EEUU como sostenes de la demanda agregada mundial. Aún cuando no se produjera una corrección acentuada, hay alguna evidencia que indica que el actual nivel del yen ya está produciendo dificultades importantes a las empresas exportadoras japonesas.
Un estudio de la Agencia de Planeamiento Económico japonesa plantea que la tasa "crítica" (a partir de la cual la rentabilidad de los exportadores puede verse seriamente afectada) es una cotización de 112 yenes por dólar. Aunque las estimaciones del sector privado difieren un poco -por caso Merill Lynch estima que dicha tasa se ubica entre 108 y 110 yenes por dólar- es evidente que las actuales cotizaciones ya se ubican cerca de dicho nivel crìtico.Esta situación ha conducido a las autoridades japonesas a reclamar a sus colegas del grupo de los Siete una intervención conjunta para impedir una posible profundización de la actual tendencia. Hasta ahora, las autoridades norteamericanas han sido reacias a involucrarse en un experimento de este tipo en la confianza de que la depreciación del dólar mantenga un ritmo moderado y ello ayude a corregir el fuerte desequilibrio que exhibe la cuenta corriente. Parece, entonces, evidente que las percepciones y el diagnóstico de las autoridades de política serán claves en el derrotero futuro de las cotizaciones entre las principales monedas internacionales. En el caso de EEUU todavía no es del todo claro si habrá una actitud de "desentendimiento benigno" y los mercados ignoran cuál es la postura precisa al respecto del nuevo secretario del Tesoro Larry Summers. En particular, no es todavía claro si el nuevo secretario del Tesoro continuará la política de su antecesor R.Rubin, cuya orientación puede resumirse en la repetida afirmación de "un dólar fuerte está en el interés de los EEUU" o si, por el contrario, permitirá una depreciación de la divisa. En este sentido, resulta interesante destacar que, desde que se pasara al sistema de flotación a inicios de la década del setenta, ha habido un patrón bastante sistemático que señala que los secretarios del tesoro provenientes del sector financiero han sido propensos a favorecer una moneda apreciada, mientras que los provenientes de la comunidad académica y el sector político han tendido a promover un dólar depreciado. De hecho, los dos grandes períodos de apreciación cambiaria de la historia económica reciente en los EEUU se produjeron en momentos en los que algún miembro de la comunidad financiera estuvo al frente del Tesoro (Donald Reagan en 1981-85 de Goldman Sachs y Rober Rubin de Merril Lynch).
Habida cuenta de la procedencia "académica" de Larry Summers algunos sospechan que, dentro de ciertos límites, el nuevo secretario pueda ser propenso a favorecer las pretensiones de agricultores y exportadores. En lo que respecta a Japón es evidente que existen algunas contradicciones entre la posición del Ministerio de Finanzas -que ya en junio ha planteado la preocupación por un dólar por debajo de los 120 yenes- y el Banco Central, menos preocupado por la apreciación de la moneda y que ha señalado que las empresas deben adaptarse para ser competitivos a los nuevos precios relativos. De hecho, fue la oposición de la autoridad monetaria a las políticas de relajamiento monetario la que parece haber conducido a fortalecer la moneda japonesa. En tales circunstancias, algunos opinan que antes que una intervención conjunta entre las autoridades de EEUU y Japón, lo que haría falta sería una política de intervención no esterilizada en el mercado cambiario que, al expandir la oferta monetaria, podría cumplir el doble propósito de facilitar la recuperación y desactivar la tendencia a la apreciación del yen (lo que ayudaría a contener las señales negativas sobre las exportaciones, ayudando aún más en el corto plazo). El principal obstáculo para ello, sin embargo, es la reticencia del Banco Central japonés. Esta inconsistencia entre las posiciones de diferentes formuladores de política al interior del gobierno japonés -y las dificultades que ello puede plantear para las perspectivas de corto plazo de la economía japonesa- vuelve a recordar el "tri-lemma" clàsico de la economía abierta, que en una economía financieramente integrada al resto del mundo significa las políticas cambiarias y monetarias son una y la misma cosa.En cualquier caso, lo concreto es que -en parte favorecida por las actitudes de los formuladores de política pero, fundamentalmente, por los importantes desbalances que exhibe la situación global- una nota distintiva del próximo período de la economía internacional será la presencia de un importante grado de volatilidad cambiaria entre las principales monedas. De lo anterior surge que, en lo inmediato -y aún cuando no debe descartarse la posibilidad de que se verifique algún desarrollo negativo en alguna de las economías emergentes de particular importancia resultará seguir con atención la evolución de la economía china y la renovada preocupación acerca de que sus autoridades se vean obligadas a devaluar la moneda.
En definitiva, las principales amenazas para la mayor estabilidad de las finanzas internacionales alcanzada en los últimos meses y la consecuente recuperación de la economía mundial parecen depender -una vez más- en buena medida de lo que ocurra en las principales economías. Es decir que, una de las cuestiones a monitorear con atención en el próximo período se vincula críticamente con la forma en que se resuelva el cambio en el "balance" del crecimiento global que ha caracterizado hasta ahora a la economía internacional. A este respecto dos escenarios surgen como posibles. Por un lado, si la economía norteamericana lograra efectuar un "aterrizaje suave" (vgr. el fine tunning de las autoridades monetarias permitiera que las elevadas tasas de crecimiento observadas hasta el momento declinaran en forma moderada) y su expansión fuera reemplazada por la afirmación del crecimiento en Europa y la definitiva salida de la recesión en Japón, el escenario de la economía mundial de los próximos años volverá a lucir promisorio; por el contrario, si esta instancia optimista no se viabilizara y -de la mano de una fuerte corrección en el mercado de valores- la expansión de "filo de navaja" por la que parece transitar la economía de EEUU se viera abruptamente interrumpida, dicha situación podría abortar la incipiente recuperación en los otros centros de la actividad y colocar a la economía internacional en las puertas de una crisis de mayores proporciones. Aunque buena parte de los indicadores existentes hasta el momento parecen señalar que el primero de los escenarios descriptos se presenta como el de más elevado grado probabilidad, hay que reconocer que la evidencia empírica está lejos de ser concluyente y, en el mejor de los casos, continúa siendo mixta. Parafraseando a Keynes, cabe afirmar que "cuando los hechos permanecen irresueltos, yo prefiero mantener mi mente abierta…¿Qué es lo que hace usted, señor?"
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PANORAMA DEL MERCOSUR Nº 1, octubre 1998
La Crisis Asiática y las Economías Latinoamericanas

Los años transcurridos de la década del 90 han sido indudablemente un período de fuerte recuperación económica para América Latina. Luego de haber sido el epicentro de las turbulencias financieras de los años 80, y aún cuando algunos de los principales países de la región han sido fuertemente afectados por la crisis de 1995, la economía latinoamericana ha crecido entre 1990 y 1997 a una tasa superior a la del conjunto de la economía mundial, habiendo también evidenciado un favorable desempeño en términos de su participación en el comercio mundial y la atracción de inversiones extranjeras, en el marco de niveles inflacionarios históricamente reducidos. Este proceso de dinamismo económico y estabilidad monetaria y cambiaria, que tuvo su mayor expresión en 1997 cuando la región creció a la tasa más alta de las últimas dos décadas (5,1%), ha sido dramáticamente alterado por la crisis financiera internacional que estalló en el Este de Asia hacia la segunda parte de dicho año. Si el impacto de la misma se transmitió rápidamente hacia el resto de los mercados emergentes en el terreno de las finanzas y los mercados accionarios, el agravamiento de las turbulencias acaecido hacia mediados de 1998 y su "globalización" hacia el resto del mundo en desarrollo han profundizado los peligros del "efecto contagio" y han comenzado a hacer sentir sus efectos sobre el sector "real" de las economías latinoamericanas, fenómeno del que no han podido escapar economías cuyos "fundamentals" políticos y macroeconómicos no las hacían -a priori- pasibles de situaciones de ese tipo. De este modo, de un entorno caracterizado por el crecimiento y la previsibilidad, la región ha pasado en poco tiempo a un escenario en el que la incertidumbre, las presiones especulativas y la volatilidad financiera no parecen ser fenómenos pasajeros.
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El panorama global de la crisis

Si en un primer momento, los organismos internacionales y los principales analistas privados tendieron a interpretar la crisis originada en el Este de Asia como una turbulencia pasajera y derivada de los desajustes existentes en los sectores bursátil, financiero e inmobiliario, existe hoy cierto consenso entre los principales economistas del mundo acerca de que los problemas actuales son mucho más profundos y preocupantes que los generados tres años atrás en ocasión del "efecto tequila" (shock financiero en el que la turbulencias tuvieron una corta duración y que en buena medida se limitaron a algunos países del área latinoamericana). Del mismo modo, se observa con claridad que si los efectos reales de la "primera" oleada de la actual crisis se habían limitado en buena medida a la región asiática, su "segunda" fase -iniciada de alún modo a partir del default de Rusia en agosto último- ha comenzado a afectar visiblemente al conjunto de las economías en desarrollo, algunas de las cuales han pasado a ser actualmente centro de atención de analistas internacionales (particularmente Brasil y Venezuela). De este modo, los "optimistas" pronósticos de crecimiento del producto y el comercio mundiales para 1998 realizados hacia fines de 1997, han ido siendo corregidos a la baja en más de una ocasión. En este sentido, es interesante señalar que mientras que los efectos "reales" de la crisis parecen ser por el momento menores para las dos principales áreas economicas del mundo (EE.UU. y la U.E.), las previsiones de crecimiento para los mercados emergentes de Asia han sido drásticamente reducidas, quedando América Latina en una situación intermedia, con una desaceleración importante respecto de 1997 pero aún muy por encima del conjunto de la economía mundial. De este modo y por primera vez en muchos años, se prevé que durante 1998 el ritmo de crecimiento del mundo en desarrollo sea superado por EE.UU. y la Unión Europea, siendo también posible la continuidad de dicha tendencia durante el año venidero: Como puede observarse, la corrección más notoria ha sido -lógicamente- la correspondiente a los NIC's asiáticos (con la excepción de China), cuyas expectativas de crecimiento para 1998 han sido fuertemente corregidas a la baja, lo que indicaría que la región habría entrado por primera vez en tres décadas en un escenario de contracción absoluta del PBI. Del mismo modo, la confirmación de los pronósticos más pesimistas respecto de la debilidad de la economía japonesa y -consecuentemente- su imposibilidad de actuar como "locomotora" de la reactivación regional -tal como hiciera EE.UU. con México luego del tequila-, contribuyen a reducir aún más la posibilidad de una rápida recuperación del área asiática. Por el contrario y con la sola excepción de Brasil (cuyas previsiones se han reducido a menos de la tercera parte respecto de las estimaciones pre-crisis), los pronósticos correspondientes a los principales países latinoamericanos han sufrido solo leves correcciones a la baja: En relación con el panorama para 1999, el abanico de pronósticos es mucho más variado, existiendo algunos analistas que pronostican una desaceleración de las economías latinoamericanas mucho más marcada que la de 1998. De todos modos, la posibilidad de un escenario recesivo solo es prevista por algunos observadores para el caso de Brasil.
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El primer impacto de la crisis
Si la magnitud -absoluta y relativa- de las necesidades de financiamiento externo de una economía ha sido "desde siempre" uno de los indicadores de solvencia más utilizados por organismos internacionales y analistas, la crisis mexicana contribuyó a poner definitivamente el tema en el candelero. Si bien resultaría una obviedad decir que no es éste el único indicador relevante acerca de la solidez de una economía, existe cierto consenso entre economistas y analistas acerca de que caeteris paribus las demás variables, los déficits de cuenta corriente inferiores al 5% pueden considerarse como "razonables", mientras que los superiores a dicho porcentaje debieran ser considerados como de "alto riesgo". En este sentido, se observa que el desequilibrio pre-crisis de las economías asiáticas que luego devaluaron sus monedas era -en términos generales- sustancialmente más elevado que el de los países de América Latina: Pero más allá del nivel del déficit de la cuenta corriente del balance de pagos, la forma en la que este se financia no es un tema menor. En condiciones normales no es indistinto que dicho desequilibrio se financie a partir del ingreso de capitales volátiles y/o de corto plazo ("hot money"), a que ello se realice por medio de inversiones extranjeras directas. En este sentido, es interesante señalar que en el caso de América Latina -y el Mercosur en particular-, el tipo de financiamiento del déficit de la cuenta corriente parece hacer menos vulnerable a la región en comparación con otros rincones del planeta: Mientras que en 1997, los flujos netos de capital destinados a América Latina en concepto de IED superaron los us$ 50.000 millones, dicho monto representó alrededor del 50% del déficit de la cuenta corriente de la región. En este sentido, las buenas perspectivas globales de la región, la existencia de marcos regulatorios y jurídicos favorables al ingreso de dichos flujos, sumado a las oportunidades que la región ofrece en el campo de las privatizaciones (particularmente en Brasil) o la atracción que generan los procesos de integración regional (especialmente el Mercosur) permiten prever la continuidad futura de los ingresos de IED, canal más seguro -y más saludable- para el financiamiento de los déficits de cuenta corriente de la región. Del mismo modo, la desaceleración de la actividad económica prevista para el próximo bienio promete contribuir a disminuir las demandas de importaciones y, consiguientemente, de financiamiento externo. Si bien es esperable también una paralela disminución de los ingresos netos de fondos en concepto de IED, se observa que al menos durante 1998 dichos flujos resultan incluso superiores a los de 1997 para los casos de Argentina, Brasil y México. En segundo lugar, el grado de solidez de los sistemas financieros de la región parece ser mucho más elevado que lo que era en el pasado, fenómeno particularmente evidente luego de las reformas efectuadas en materia de normas de supervisión y requisitos de liquidez efectuadas con posterioridad a la crisis mexicana (particularmente en Argentina y Brasil). Del mismo modo, tanto la tendencia hacia la concentración del sector, como el desembarco de importantes entidades internacionales (algunas de las cuales han absorbido bancos más pequeños y/o han capitalizado otros) también han contribuido a mejorar los índices de solvencia financiera del sector. Como consecuencia de ello, las tensiones producidas por la crisis internacional no se han traducido hasta el momento en pérdidas de depósitos y/o corridas bancarias, tal como sí había acontecido durante el primer trimestre de 1995, cuando las presiones sobre las reservas y/o los tipos de cambio motivaron a buena parte de los operadores a retirar sus depósitos del sistema financiero, situación que contribuyó a potenciar aún más la contracción de la oferta de crédito y la elevación de las tasas de interés, con los consiguientes efectos negativos sobre el nivel de actividad económica. De todos modos, estas dos características (mayor presencia relativa de IED y mayor fortaleza de los sistemas financieros) no implican en modo alguno que la región no tenga que afrontar costos ni que esté exenta de problemas macroeconómicos hacia el futuro. En este sentido, la decisión de los países de la región de afrontar los cambios en el escenario internacional sin efectuar modificaciones en el "espíritu de sus respectivas políticas económicas, ha sido de alún modo reafirmada a través de la puesta en práctica de diferente tipo de ajustes fiscales tendientes a mejorar "preventivamente" la situación de sus cuentas públicas.
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Los efectos comerciales de la crisis
Los efectos comerciales de las turbulencias iniciadas a partir de la crisis asiática se han comenzado a hacer sentir a lo largo y a lo ancho del sistema mundial de comercio a través de tres vías. Por un lado, a partir de la drástica y repentina caída en las importaciones de una región que -incluyendo a Japón- representa casi un cuarto del comercio mundial. Por otro lado, a partir del efecto que dicho fenómeno genera sobre los precios internacionales de numerosas commodities agropecuarias, industriales y energéticas, de las que algunos de los países en crisis eran importantes compradores. La tercera vía depende en buena medida de lo que suceda en el futuro con la performance exportadora de los países que han devaluado sus monedas, situación que -presumiblemente- puede traducirse en el corto plazo en un fuerte incremento en las ventas externas de dichas economías. En cualquier caso, la reducción de la demanda proveniente de los países afectados por la crisis (Japón incluído) ya está influyendo fuertemente sobre la magnitud de los flujos comerciales internacionales. Si hacia fines del año pasado la OMC pronosticaba un incremento del volumen del comercio mundial del orden del 8%, en la actualidad el FMI prevé que dicha tasa se ubique en el 3,7%. Del mismo modo, si bien la caída de los precios internacionales de las principales commodities era un fenómeno que ya se venía observando con nitidez desde al menos un semestre antes del estallido de la crisis en Tailandia, dicha tendencia se aceleró fuertemente a partir del segundo semestre de 1997, para profundizarse aún más durante la primera mitad del año en curso, existiendo un amplio consenso entre los analistas acerca de la baja probabilidad de que el actual panorama se revierta sustancialmente durante los próximos dos años. De todas maneras, entre los propios países latinoamericanos existe una gran variedad de situaciones, tanto en lo que a su grado de vinculación comercial con los países más afectados se refiere como a su patrón de exportaciones o a los efectos de la modificación de los respectivos términos de intercambio. Aunque la contracción de las importaciones asiáticas influye sobre el desempeño exportador latinoamericano, sus efectos se ven limitados por la reducida importancia global de ese mercado para los principales países de América Latina, con las excepciones de Chile y Perú: En su carácter de países densamente poblados, con un escaso nivel de autosuficiencia en materia alimenticia y energética, y con la necesidad de importar buena parte de los insumos necesarios para las actividades industriales, los países del Este de Asia son importantes demandantes de numerosas commodities y materias primas. En este sentido, antes del estallido de la crisis (1996) la región explicaba más de la mitad de las importaciones mundiales de productos tales como pescados congelados, mineral de hierro y algodón en bruto, siendo también uno de los principales demandantes de petróleo crudo y lingotes de acero: En definitiva, si bien otros factores además de la crisis han contribuido a alimentar la declinación de los precios internacionales, no hay dudas acerca de que dicho fenómeno ha sido potenciado por la fuerte caída de la demanda proveniente de la región asiática. Del mismo modo, el estallido de la crisis en Rusia ha contribuido a reducir las demandas de alimentos provenientes de ese país (importante importador de carnes y cereales europeos durante la última década), situación que introduce otra señal depresiva sobre los mercados agrícolas. Este movimiento, que supone para Latinoamérica en su conjunto un fuerte deterioro de los términos de intercambio, actúa en la dirección de acentuar la vulnerabilidad externa de las economías de la región. De todos modos, dichas consideraciones guardan diferencias seún las características del patrón de comercio exterior de cada país en particular. Chile, país cuyo patrón de exportaciones se basa fundamentalmente en los recursos naturales (minerales, pescado, maderas, frutas,) ha sido uno de los países más golpeados por la caída de la demanda asiática y la baja en el precio de las commodities: el valor de sus ventas al exterior ha caído un 11% a lo largo del primer semestre del año en curso. Un análisis similar puede aplicarse a México, país afectado por la baja del precio del petróleo y por el posible desplazamiento de una parte de sus exportaciones de manufacturas a EE.UU., que no obstante lo indicado siguen mostrando signos de fortaleza (crecen 11% durante el primer semestre de 1998 ). Del mismo modo, si el trade-off crecimiento-resultado del balance de pagos es una de las principales limitaciones que hoy enfrenta la economía brasileña para mejorar su no muy destacada performance global, la batalla por mejorar el desempeño del sector exportador de ese país no parece encontrar en la actual coyuntura internacional el terreno más propicio. La Argentina, por su parte, se encuentra en una situación intermedia entre los primeros casos (Chile y México) y Brasil, tanto desde el punto de vista del impacto financiero de la crisis como desde la óptica comercial. Respecto a la primera cuestión puede decirse que aunque la economía argentina no ha sufrido ataques especulativos -por el contrario, las reservas internacionales y los depósitos bancarios han continuado incrementándose-, el acceso al financiamiento internacional se ha visto seriamente complicado. De igual manera, el importante aumento en los volúmenes exportados (11% durante el primer semestre de 1998) se ha visto en buena medida compensado por la caída en los precios de las commodities agropecuarias y el petróleo, situación que tiende a profundizar el pre-existente problema de balance de pagos. De todos modos, las implicancias de esta tendencia deflacionaria global varían seún la contribución de dichos productos en el comercio de cada país. Para países como Chile, Perú y Venezuela (exportadores relativamente poco diversificados de minerales, productos de la pesca, maderas y otros recursos naturales) el impacto es claramente negativo, situación que se agrava aún más para Chile y Perú en su carácter de economías fuertemente vinculadas comercialmente con la región asiática. Para Argentina el impacto es también negativo aunque a una escala algo menor, debido a la mayor diversificación de sus ventas al exterior. Por el contrario, los efectos de la caída de precios internacionales sobre el resultado comercial de Brasil son menos claros, debido a que si bien la caída de precios del café, el azúcar, la soja o el acero afectan el desempeño exportador, la disminución de los precios del trigo o petróleo y sus derivados juega en su favor.
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Efectos de corto plazo vs efectos de largo plazo
Los procesos de depreciación de la moneda doméstica vienen frecuentemente acompañados por alteraciones más o menos importantes en los precios internos. Es por ello que una devaluación nominal implica una mejora en el tipo de cambio real solamente en el caso de que los precios internos no se modifiquen, o bien se incrementen a una tasa inferior a la de la paridad cambiaria. En cualquier caso, la devaluación real de una moneda implica entonces un cambio en los precios relativos en favor de los bienes transables, lo que -caeteris paribus las demás variables- favorece a las exportaciones y desalienta las importaciones. Adicionalmente, las devaluaciones pueden inducir efectos adicionales sobre el nivel de actividad global de la economía. Si bien existen diferentes modelos que analizan las condiciones bajo las cuales una depreciación de la moneda tiene efectos expansivos o contractivos sobre el conjunto de la economía, es indudable que -al menos en el corto plazo- las recientes devaluaciones asiáticas han devenido en procesos dramáticamente recesivos para los países en cuestión. En condiciones normales, dichos escenarios refuerzan los efectos comerciales de las devaluaciones, ya que la disminución generalizada de la actividad interna deprime la demanda de importaciones e induce a las empresas productoras de bienes transables -particularmente de los basados en economías de escala- a incrementar sus ventas al exterior a efectos de contrabalancear la caída de sus ventas al mercado interno. En otras palabras, las situaciones de recesión usualmente contribuyen a la mejora ("ajuste recesivo") del resultado comercial de los países afectados, respecto de la situación de pre-crisis. En el caso de los países asiáticos que han devaluado sus monedas, la situación guarda estrecha relación con el escenario descripto, con la salvedad de que tanto las características como la profundidad de la crisis han generado -al menos en el corto plazo- una situación de "caos macroeconómico" (particularmente en Indonesia y Corea) que se ha manifestado con particular énfasis en el descalabro del sistema financiero. Si bien este fenómeno ha contribuido a deprimir rápida y drásticamente las compras al exterior de estos países, las empresas exportadoras también han visto afectadas sus posibilidades de realizar ventas al exterior (por la imposibilidad de financiarlas y/o de importar insumos o componentes) aún en un escenario de fuerte recesión interna y mejora de la competitividad, derivadas de la depreciación cambiaria. De todos modos, ya hacia fines del primer semestre de 1998 los volúmenes exportados por algunos de los países asiáticos (particularmente Corea, Tailandia, Filipinas e Indonesia) habían comenzado a crecer a tasas cercanas al 15-20% anual. No obstante ello y como resultado tanto de la fuerte caída de los precios internacionales como de la brusca declinación del comercio intra-asiático, los números actualmente disponibles no permiten aún apreciar esta tendencia en su real magnitud. Por el contrario, el drástico ajuste producido en los balances comerciales de los países en crisis se explica mucho más por la fuerte caída de sus importaciones que por un aumento en el valor de sus ventas al exterior. En cualquier caso, la suma de ambos efectos -menor demanda de importaciones y mayor oferta de exportaciones- se traduce en un ajuste de los balances comerciales de los países de la región de más de U$S 210.000 entre el "antes y el después" de la crisis (o U$S 110.000 si consideramos solamente a los cinco países cuyas monedas se han depreciado en mayor medida). Este fenómeno, ocurrido en el marco de mercados internacionales caracterizados por el escaso dinamismo y la existencia de expectativas poco favorables, contribuye a reforzar aún más la señalada tendencia deflacionista sobre los precios de los bienes de los que estos países son importadores relevantes (combustibles, minerales, materias primas agrícolas y alimentos en general), o bien poseen un importante potencial exportador (siderurgia, textiles, bienes durables, químicos, calzado, etc.): De cara al futuro, resulta razonable prever que la paulatina recuperación de la capacidad productiva y financiera de las economías afectadas por la crisis -que luego de haber "tocado fondo" durante el primer trimestre de 1998 parecería estar comenzando a gestarse, si bien a paso lento- se vaya traduciendo en el mediano plazo en un incremento de su potencial exportador, fenómeno que posiblemente induzca no solo tendencias deflacionarias adicionales sobre los mercados de commodities sino también el desplazamiento de actuales exportaciones de manufacturas latinoamericanas en terceros mercados, en los que compiten con producción de origen asiático. En la misma dirección, un reciente trabajo del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) prevé pérdidas comerciales para América Latina como consecuencia del aumento de importaciones provenientes del Este de Asia en mercados propios y ajenos -particularmente en el mercado estadounidense-. Dicho estudio (realizado en julio ppdo.) estima pérdidas para los países latinoamericanos por desvío de exportaciones latinoamericanas en terceros mercados por un valor de alrededor de casi U$S 8.000 millones anuales: Como puede observarse, los efectos de desplazamiento o sustitución son mayores en el caso de los países en los que las manufacturas ocupan un lugar destacado en la oferta de exportaciones destinadas a los países de la OECD. Es por ello que México, país cuyas ventas externas se componen esencialmente de manufacturas -que se dirigen hacia el NAFTA en alrededor de un 80%-, aparece como el principal damnificado de la mayor "competitividad" de los países que han visto depreciada su paridad cambiaria. Del mismo modo, otro importante exportador de manufacturas como Brasil también recibe perjuicios comerciales, si bien en menor medida que México, debido a su menor dependencia de los mercados desarrollados. Para el caso de los demás países latinoamericanos (particularmente Argentina, Perú y Chile) los efectos sustitución son menos importantes, primando en esos casos el efecto directo derivado de la caída de sus ventas a Asia y la caída en los precios de las commodities.
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Conclusiones
A más de un año ya del inicio de la crisis asiática a partir de la hoy lejana devaluación del bath tailandés, varias cuestiones comienzan a aflorar sobre la superficie. Desde una perspectiva general, la crisis ha alterado el anterior ambiente caracterizado por la certidumbre, el dinamismo del comercio y la abundancia de financiamiento internacional, por otro en el que la inestabilidad, el bajo crecimiento y la permanencia de expectativas negativas han pasado a ser la regla general. Del mismo modo, si antes del estallido de la crisis en Asia el conjunto de países en desarrollo exhibía tasas de crecimiento del producto y del comercio que duplicaban o triplicaban a las correspondientes a los países más adelantados, dicha tendencia pareciera estar ahora revirtiéndose. En el marco de este poco favorable escenario global, los países latinoamericanos -y el Mercosur en particular- están soportando la crisis en mucho mejores condiciones que lo que lo habían hecho en el pasado en situaciones de este tipo, tanto en lo que hace a la preservación de sus equilibrios macroeconómicos básicos como en relación con el mantenimiento de sus respectivos esquemas económicos y comerciales. No obstante ello, los efectos a futuro del nuevo escenario mueven a una conclusión más cautelosa. Dicho de otro modo, si la solidez de los fundamentals macroeconómicos de algunos de los principales países de la región -y particularmente la de sus sistemas financieros- son elementos claves para poder interpretar la respuesta de la misma al shock global, el enrarecimiento de los mercados financieros internacionales, la caída en los precios de las commodities, las mayores dificultades para acceder a los mercados de los países desarrollados o bien la pérdida de competitividad de la producción latinoamericana vis a vis los países que han visto depreciado el valor de sus monedas, ya están generando efectos desfavorables sobre el sector externo de las principales economías de la región, que -presumiblemente- se irán traduciendo en el surgimiento de mayores dificultades para mantener y/o sostener el actual ritmo de crecimiento. En este sentido y si bien las expectativas de crecimiento de América Latina para 1998 han sufrido solo leves correcciones a la baja y con la excepción de Brasil se ubican en un "saludable" rango de entre el 4% y el 5,5% -tasas que más duplican la performance del conjunto de la economía mundial- tanto las proyecciones para el segundo semestre de 1998 como los pronósticos para el año próximo resultan menos alentadores. Ello significa que si la crisis asiática y el default de Rusia han ido haciendo sentir sus efectos sobre los flujos de comercio y sobre las decisiones de inversión, consumo y producción de la región con cierto "lag", es de prever la posibilidad de que a lo largo de 1999 tales efectos se manifiesten con mayor vigor.
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PANORAMA DEL MERCOSUR Nº 2, marzo 1999
Los requisitos de acceso de carácter ambiental: ¿Un problema para las exportaciones argentinas?

Desde la creación del GATT, las sucesivas rondas de negociaciones comerciales multilaterales tuvieron como propósito fundamental la eliminación y/o la reducción de los aranceles y de los cupos de importación. Pero a medida que el empleo de estos instrumentos fue sujetándose a ciertas reglas comunes -con la significativa excepción de los relacionados con el sector agrícola-, comenzó a crecer en importancia el uso de barreras no arancelarias -v.g., derechos antidumping y compensatorios, restricciones voluntarias de exportación y normas técnicas-, en especial por parte de los países desarrollados. Con el tiempo se sumaron también otras medidas de política interna con repercusión sobre los flujos comerciales internacionales, siendo así que desde la Ronda Uruguay (1986/1994) forman parte de la agenda de negociación cuestiones internas que afectan al comercio, como la política relacionada con las inversiones extranjeras y el tratamiento dado a los derechos de propiedad intelectual. En esta línea se inscriben los nuevos temas, como la relación entre comercio y la política de defensa de la competencia, de protección al consumidor, las normas laborales y la política ambiental. Es así como se ha desdibujado la línea divisoria entre las medidas comerciales que actúan en la frontera y las medidas de política interna con efectos sobre el comercio exterior (Tussie, 1993).De esta manera la problemática ambiental se ha ido incorporando a la agenda de las negociaciones comerciales internacionales como un nuevo argumento en el debate librecambio versus proteccionismo y como un elemento más para fundamentar restricciones al comercio, tanto veladas como abiertas. Además de la menor transparencia que tienen las medidas no arancelarias en general, las barreras comerciales de tipo ambiental presentan el peligro particular de poder apelar a un conjunto de valores, cada vez más arraigados en la sociedad de los países desarrollados, que dan prioridad a la protección y al cuidado del ambiente, para así poder fundamentar actitudes que de otro modo no se aceptarían tan fácilmente, como ser el proteccionismo comercial. De ahí el particular cuidado que merecen las alianzas explícitas o implícitas entre grupos ecologistas y sectores industriales que buscan privilegios frente a la competencia externa.Estas medidas se presentan con el objetivo de reducir y eliminar las externalidades ambientales que, a causa del comercio, se producen en el país importador y en el exportador. En el primero puede ser la contaminación por el consumo -v.g., efluentes gaseosos de los autos- y la disposición de los residuos -v.g., materiales no biodegradables y elementos potencialmente riesgosos para la salud-, mientras que entre los problemas que ocurren en el país de origen se encuentra la contaminación derivada del proceso productivo empleado, la explotación no sostenible de los recursos naturales y las actividades que afectan la supervivencia de ciertas especies animales. Sin embargo, nada impide que también tengan como objetivo la protección de los productores locales.En este contexto resulta de particular interés analizar la influencia que las barreras comerciales de tipo ambiental pueden tener sobre el comercio exterior argentino, el objetivo de este trabajo. En primer lugar se presenta una visión de conjunto de estas medidas y un breve diagnóstico preliminar de la situación de Argentina. Luego se analizan en detalle distintos tipos de requisitos de acceso de carácter ambiental. A continuación se procede a una evaluación del impacto que las normas sobre procesos productivos pueden tener sobre las exportaciones argentinas de manufacturas, para posteriormente clasificar los sectores industriales en base al grado de vulnerabilidad relativa frente a estos requisitos de acceso, sean obligatorios o voluntarios.
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Una visión de conjunto y un primer diagnóstico
El estudio de la vinculación entre el ambiente y la política comercial se puede llevar a cabo a partir del ordenamiento de las medidas de política en dos grandes categorías (Galperín, 1995): las que corresponden al empleo de la política comercial con fines ambientales y las que hacen a la utilización de la política ambiental como barrera al comercio. Dentro de los primeros se encuentran: i) las medidas unilaterales para intentar modificar la política ambiental de otro país, como las propuestas de barreras al comercio de maderas provenientes de bosques tropicales, las restricciones al ingreso según cuál haya sido el método de producción utilizado o el condicionamiento para recibir los beneficios de sistemas de preferencias comerciales; ii) las medidas unilaterales para hacer cumplir estándares nacionales, como las normas sobre características de los envases, impuestos diferenciales según el tipo de embalaje y medidas fitosanitarias; iii) los acuerdos multilaterales ambientales que apelan a medidas comerciales como elemento de "enforcement", tal el caso de la CITES -"Convention on International Trade in Endangered Species"o Convención sobre el Comercio de Especies en Peligro de Extinción-, el Protocolo de Montreal -sustancias que afectan la capa de ozono- o la Convención de Basilea -comercio de residuos peligrosos-.iv) los subsidios diferenciales a la exportación de productos con características ambientales específicas, como material para ser reciclado o equipos de control de la contaminación; v) la pretensión de imponer el derecho por dumping ecológico y derechos compensatorios de subsidios implícitos en estándares internos menos rigurosos.Dentro de las medidas de política ambiental interna que, deliberadamente o no, resultan en barreras al comercio, se puede mencionar al "compre ambiental"-cláusulas que exigen a las compras gubernamentales a dar preferencia a bienes elaborados de acuerdo a ciertas normas de cuidado ambiental- y al etiquetado ecológico. Aunque el objetivo básico que persiguen estas etiquetas es brindar información al consumidor sobre los atributos ecológicos de los diversos bienes, como ser sus efectos ambientales al consumirlo, si son reciclados o van a serlo y, en algunos casos, sobre el impacto ambiental a lo largo del ciclo de vida del producto, pueden surgir problemas para el comercio internacional si: i) se torna obligatorio el uso del sello; ii) aun cuando el sello sea de carácter voluntario, los criterios para hacerse acreedor de la etiqueta y las características del proceso de verificación y certificación pueden discriminar en contra de los productos importados (Jha y Zarrilli, 1993).Por otro lado, e íntimamente relacionado con los sellos ambientales, el desarrollo de la denominada "conciencia ecológica" está modificando los patrones de consumo hacia un crecimiento sostenido de los mercados de productos que no dañan el medio ambiente, ya sean de origen agropecuario o industrial. Esta tendencia se verifica principalmente en países de mayor poder adquisitivo donde los consumidores no sólo están dispuestos a pagar un precio mayor si es que el producto ofrecido cumple con normas de producción "environmentally friendly", sino que pueden dejar de adquirir bienes que no respeten dichos requisitos.Hasta ahora Argentina no ha sentido los efectos de estas medidas comerciales porque no desarrolla actividades particularmente sensibles para otros gobiernos y organizaciones ecologistas, como ser la tala de bosques tropicales, caza de ballenas o exportar productos como atún o camarones que hayan sido pescados usando métodos de captura dañinos para otras especies en peligro, como delfines y tortugas marinas. Sin embargo, un nuevo problema la puede afectar en especial: las barreras a la importación de productos elaborados con semillas transgénicas.Las semillas transgénicas son variedades modificadas genéticamente con el objeto de tornarlas resistentes a plaguicidas e insectos. Entre sus ventajas se puede mencionar el mayor rendimiento y, desde el punto de vista ambiental, que requieren un menor uso de agroquímicos -lo cual implica un menor costo de producción- y facilitan llevar adelante técnicas de labranza más conservacionistas. Las principales críticas que reciben estas semillas se relacionan con los problemas que se pueden originar al liberar estos productos al medio ambiente, como ser impactos desconocidos sobre la salud humana, deficiencias en su biodegradabilidad, amenaza a la supervivencia de plantas silvestres y de insectos benéficos, transmisión de toxinas a través de la cadena alimentaria natural y modificación en la resistencia de bacterias dañinas al ser humano por el contacto con estos alimentos en el tracto digestivo de animales y personas.A pesar de que todavía se están discutiendo los fundamentos científicos de estas apreciaciones, la presión de la opinión pública está creciendo, liderada por organizaciones ecologistas como Greenpeace, que propone la suspensión de las importaciones por motivos precautorios hasta que se lleve a cabo una adecuada evaluación de los riesgos involucrados y se analice la nueva evidencia científica. También se está presionando a grandes empresas alimenticias europeas para que no adquieran materias primas elaboradas con estas semillas. No hay que olvidar que el consumidor europeo es en particular sensible a la aplicación de biotecnología en alimentos, tanto por motivos culturales como por desconfianza en la opinión de los entes reguladores, en especial luego del problema de la "vaca loca".En este marco se inscribe la decisión de la Unión Europea de exigir el etiquetado de alimentos que se hayan elaborado con soja o maíz transgénico (reglamento 1139/98 de mayo de 1998). La aplicación de este reglamento genera diversos inconvenientes y limitaciones prácticas, por ejemplo, en el caso de los productos mezclados y alimentos elaborados que contienen materias primas de diversas fuentes. Asimismo, no todos los alimentos que contienen derivados de soja o maíz utilizan cantidades significativas de los mismos, lo cual implica determinar un umbral mínimo para que el etiquetado sea exigible. Por otra parte, EE.UU. ha planteado en la OMC que el Reglamento no establece claramente qué se entiende por organismo modificado genéticamente ni qué procedimientos se seguirán para garantizar que el etiquetado se aplique de manera no discriminatoria (OMC, 1998). Por último, la diferenciación de los productos haría necesario desarrollar sistemas paralelos de almacenamiento, transporte y procesamiento, hecho que elevaría notablemente los costos de producción. Lo más probable es que el costo del procedimiento recaiga en los consumidores, sin que ello ofrezca mayores garantías de seguridad.Para el caso argentino es en especial relevante la soja por varios motivos: i) es un importante producto de exportación, con el 13% del total de las ventas externas del país y el 27% de las destinadas a Europa; ii) a Europa se vende el 38% de las exportaciones totales del complejo sojero y el 50% de las harinas y pellets, el principal rubro dentro del sector (cuadro 1); iii) más de la mitad del área sembrada lo está con semillas transgénicas, según estimaciones privadas; iv) Argentina se encuentra entre los tres primeros países en cuanto a las hectáreas sembradas con estas semillas (James, 1997); y v) destina la mayor parte de su producción a los mercados externos -80% de los aceites y 95% de las harinas proteicas- (Giorda y Baigorri, 1997). Todos estos factores señalan que es un sector potencialmente muy vulnerable si estas medidas comerciales prosperan.
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Requisitos de acceso de carácter ambiental
Por la necesidad de introducir criterios que permitan diferenciar los bienes "environmentally friendly" de los que no lo son y por su carácter de normas técnicas, dentro de las medidas de política que pueden actuar como barreras al comercio cobran relevancia los requisitos de acceso de carácter ambiental, sea con el objetivo de modificar la política ambiental de otro país o para hacer cumplir los estándares internos. Estas normas se refieren a productos o a procesos y pueden ser tanto voluntarias como obligatorias. A partir de estas características se puede elaborar una primera taxonomía de requisitos.Las normas sobre productos apuntan a externalidades durante el consumo mientras que los requisitos sobre procesos se dirigen a corregir externalidades durante la etapa productiva, como ser el proceso industrial, la extracción de productos primarios y el cultivo y cosecha de los productos agropecuarios. El ejemplo clásico de requisito de acceso voluntario relacionado con el producto es el de los sellos ecológicos, donde el principal efecto discriminatorio sobre el comercio tiene que ver, como ya se comentó, con los criterios de certificación.Por su parte, los estándares técnicos y normas fitosanitarias son normas obligatorias sobre productos que regulan sus características para impedir las externalidades causadas por su uso o por las sustancias que contienen. Los casos más comunes se refieren a los productos químicos y a los elaborados con los mismos, a las limitaciones al uso de sustancias que afectan la capa de ozono, a las normas sobre el nivel de emisión de gases de los motores de combustión y a los residuos de agroquímicos en los productos agrícolas. Estas regulaciones suelen exigir etiquetas que informan al consumidor sobre los posibles efectos dañinos de un uso inadecuado, en base a las leyes de protección del consumidor.Dentro de los requisitos voluntarios sobre procesos, se encuentran en primer lugar los sellos que se basan en el ciclo de vida. Para acceder a estas etiquetas, como la de la Unión Europea, se deben cumplir requisitos respecto a la contaminación del suelo, agua, aire, nivel de ruido, importancia de los residuos, consumo de energía y de recursos naturales, en la fase previa a la producción, durante la producción, la distribución, el consumo y la disposición final de los desechos. De este modo, los consumidores de un país pueden decidir su compra en base a los impactos ambientales en el país de origen. Por lo tanto, los exportadores y toda la cadena productiva pueden verse obligados a seguir un "comportamiento ambiental correcto" durante la producción si es que no quieren perder el favor de los consumidores, más allá de los problemas, ya mencionados, que surgen con los criterios para obtener la certificación, con las características del proceso de verificación y con la subjetividad en la evaluación global de los impactos ambientales. El número de productos involucrados está creciendo, siendo los sectores más afectados aquellos más intensivos en recursos naturales y en contaminación.Las normas ISO 14000 tienen por objetivo establecer los requerimientos para implantar sistemas de gestión ambiental en las empresas destinados al cumplimiento de la política ambiental de estas organizaciones. Dentro de los objetivos a cumplir se deben incluir los que prescriben las leyes locales, pero la obtención de esta certificación no implica ninguna inmunidad legal. En este sistema de gestión, la empresa debe evaluar los impactos ambientales directos e indirectos en todas las fases del ciclo de vida del producto. Un aspecto importante es que no prescriben criterios específicos respecto al desempeño ambiental ni a los métodos de producción a seguir, disminuyendo así la probabilidad de su empleo como barreras encubiertas al comercio.A pesar de su carácter de cumplimiento voluntario, una diferencia importante entre los sellos y las ISO 14000 es que los primeros son unilaterales o regionales, mientras las últimas son multilaterales, esto es, los países en desarrollo pueden participar activamente en el proceso de determinación de estos requisitos. De acuerdo a Motta Veiga (1999), este carácter multilateral hace de las ISO 14000 un instrumento voluntario menos propenso a restringir el comercio de manera discriminatoria. Primero, y a diferencia de varios esquemas de etiquetado, no define ni tácita ni explícitamente la tecnología a utilizar. Segundo, no sugiere una única metodología de evaluación de los impactos ambientales. Tercero, su preocupación es el cumplimiento de las leyes locales del país productor y no de criterios que favorezcan la extraterritorialidad. Entre los requisitos relacionados con el proceso, se ubica una de las metodologías de evaluación de riesgos más empleadas en el sector agroalimentario: el análisis de riesgo de puntos de control o HACCP según su sigla en inglés ("hazard analysis critical control point"). Esta metodología, que se utiliza para disminuir la probabilidad de contaminación en el procesamiento de alimentos, permite determinar más fácilmente si las distintas empresas de la cadena productiva están observando los estándares sanitarios y fitosanitarios (IICA, 1997). La implantación del HACCP es voluntaria u obligatoria para los exportadores, según los mercados de destino y los productos que vendan. Esto es, aun cuando su cumplimiento mejora las ventajas competitivas de las empresas, a veces se constituye en un requerimiento impuesto si se quiere exportar a ciertos mercados.Por último, las normas obligatorias sobre los procesos y métodos de producción (PPM o "processes and production methods") son usadas por la política ambiental interna y la política comercial. Las restricciones a la importación que se emplean para mejorar el "enforcement" de estas normas, afectan a productos con externalidades ambientales negativas en la etapa de consumo y, principalmente, en la etapa de producción. En este último caso buscan mejorar el desempeño ambiental estableciendo los niveles máximos aceptados de emisión de contaminantes, los insumos a utilizar o una técnica productiva o de cosecha específica.En OECD (1997) se los divide en dos grandes grupos: a) los relacionados con el producto, y b) los que no se relacionan con el impacto ambiental por el consumo del producto. Estos últimos se subdividen en: i) procesos con impactos transfronterizos, ii) procesos con efectos sobre especies migratorias y otras especies naturales compartidas, iii) procesos que afectan los bienes públicos globales -capa de ozono, clima global-, y iv) procesos con impactos acotados al país productor.Los PPM relacionados con el producto son aquellos donde la forma en que son producidos los bienes genera externalidades durante el consumo. Por ejemplo, una técnica agrícola intensiva en agroquímicos influye sobre las características del bien final y tiene impactos en el país importador. Como se describe en la siguiente sección, estos PPM son aceptados por el sistema multilateral de comercio.Los PPM más discutidos son los que no se relacionan con el producto final. En primer lugar, están los requisitos a la importación de bienes que durante su proceso productivo contaminan a países vecinos. Por ejemplo, limitar el ingreso de productos agropecuarios o industriales que descargan residuos en ríos compartidos o condicionar la compra de energía eléctrica por las emisiones gaseosas transfronterizas. Similar es el caso de los PPM que buscan proteger especies migratorias, como aves y peces, muchas veces regulando los procedimientos de captura y acordando límites de pesca por país. En tercer lugar se encuentran las normas sobre procesos que afectan la capa de ozono o inducen el cambio climático, presentes en acuerdos multilaterales ambientales. Por ahora, sólo el Protocolo de Montreal abrió la puerta a una posible futura barrera comercial a bienes elaborados con procesos productivos que utilicen gases prohibidos.El caso más conflictivo es el de los PPM que sólo afectan al país productor. Aquí un país busca que sus leyes internas tengan alcance más allá de sus fronteras, exigiendo que se cuiden los recursos naturales de la misma manera que en su propio país. De este modo se pretende imponer juicios de valor sobre el nivel aceptable de emisión de contaminantes, el manejo de bosques y el trato a animales silvestres, al prohibir o limitar la importación de bienes elaborados con procesos productivos contaminantes, maderas provenientes de bosques tropicales o de explotaciones forestales que no tienen un sistema de gestión sustentable y pieles de animales cazados con técnicas "no humanitarias". Si bien la motivación primaria es ambiental -bajo el criterio de que los bienes ambientales pertenecen a la humanidad y cualquiera tiene derecho a exigir su cuidado, no importa el país en que se encuentren-, los argumentos proteccionistas también están presentes. Esto se nota cuando se aduce que el costo de los bienes importados es menor porque no utilizan tecnologías "limpias", razón por la cual se les debe cobrar un derecho por "dumping ecológico" para "nivelar el campo de juego" o restringir su importación mediante PPM obligatorios. El grado de discrecionalidad que involucran atenta contra los principios del GATT y permitiría la proliferación de barreras comerciales justificadas por la consecución de un motivo "noble", como la protección del ambiente.Esto no implica que las normas de producción de los países en desarrollo no tiendan a ser cada vez menos contaminantes. La experiencia muestra que los estándares de los países desarrollados se están difundiendo a los países en desarrollo vía la transferencia de tecnología y mediante la presión de la demanda de los mercados de exportación, en particular sobre las empresas orientadas a los mercados externos (Tussie and Vázquez, 1999). Los sellos y las ISO 14000 enseñan cómo el comercio es capaz de transmitir las preferencias de los consumidores por productos y procesos menos dañinos para el ambiente, sin necesidad de un gobierno que exija su cumplimiento. Además, a los consumidores se les puede criticar sus gustos, pero no se los puede acusar de tener patrones de consumo proteccionistas. Por eso la importancia de un atento seguimiento del desarrollo de los requisitos para acceder a estos estándares voluntarios.
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Normas sobre procesos: una evaluación preliminar de su impacto
De la interacción entre las políticas comerciales y ambientales surgen dos preguntas: i) ¿tienen efectos positivos sobre el medio ambiente los instrumentos de política comercial que apuntan a objetivos ambientales?; ii) ¿en cuánto afectan a los flujos comerciales las restricciones de carácter ambiental? Como estas dos preguntas son de carácter empírico, requieren respuestas también empíricas, por ejemplo, evaluaciones de impacto y análisis de casos. En esta sección se toma el primer camino, presentando una evaluación preliminar del impacto potencial sobre las exportaciones argentinas de requisitos de acceso ambientales, en particular los referidos a los procesos productivos, que constituyen una amenaza potencial al comercio exterior del país.Una forma de aproximarse al impacto de las normas relacionadas con los proceso productivos sobre las exportaciones argentinas es clasificar las ventas externas según el grado de contaminación derivado de su proceso productivo y detallar cuáles de ellas tienen como destino mercados propensos a este tipo de medidas comerciales, sean obligatorias -por decisión del gobierno- o voluntarias -por decisión de los consumidores-. De este modo se podrá identificar a los sectores potencialmente perjudicados y se contará con una medida aproximada de la magnitud de las exportaciones argentinas que podrían verse afectadas si en sus mercados de destino se diseñan instrumentos que apunten a la internalización de los efectos ambientales durante el proceso productivo.Para este ejercicio de evaluación se seleccionaron los sectores manufactureros porque para ellos se cuenta con mejor información respecto del grado de contaminación generada en la etapa productiva y porque, motivo no menor, las exportaciones manufactureras representan el 66% de las ventas externas (cuadro 3). A su vez, de los destinos más propensos a implementar estas normas se eligió a la Unión Europea debido al nivel de "conciencia ecológica" de sus consumidores, a la rigurosidad creciente de su política ambiental, a su tradición en aplicar medidas no arancelarias a las importaciones, muchas veces con el objetivo de modificar aspectos de la política interna de sus socios comerciales, y a la importancia como mercado para las manufacturas argentinas. En el cuadro siguiente se precisa el conjunto de exportaciones a estudiar, donde se observa que, en el trienio 1995/1997, las exportaciones a Europa representaron el 18% del total y su composición, en términos de manufactureras y no manufactureras, fue similar al de las ventas globales .Para ordenar a los sectores industriales según su grado de contaminación se utilizó el índice lineal de toxicidad aguda para la salud humana -LAHTI, según su sigla en inglés- presentado en Hettige et al. (1995), sectores que a su vez se han subdividido en industrias de alto, mediano y escaso potencial contaminante, según el criterio seguido en Chudnovsky et al. (1995) .A partir de esta información, se puede analizar la estructura de las exportaciones manufactureras argentinas según su contaminación potencial durante la etapa productiva y ensayar una respuesta a la pregunta de cuán dependientes son estas exportaciones de las intensivas en contaminación y cuáles sectores serían los más sensibles .En el cuadro 4 se observa que, en promedio, en el trienio 1995/1997 los sectores de mediano potencial contaminante fueron los más importantes, con el 38% del total, seguidos por los de escaso y los de alto. Este orden se mantiene en las ventas a la Unión Europea, aunque se incrementa el peso relativo de las de mediano y disminuye el de las de escaso y alto potencial, lo cual señalaría una especialización hacia productos con procesos menos contaminantes, tanto en la estructura de las exportaciones como en la participación que tiene Europa en las ventas totales de cada uno de estos tipos de industrias. Un detalle de los sectores que componen cada categoría se presenta en los cuadros A1, A2 y A3, en el anexo. En el primero de ellos se resalta que las exportaciones de alto potencial provienen principalmente de la industria química, curtiembres, papeleras, aluminio, siderúrgicas, de plástico y refinerías de petróleo, para las cuales, excepto las dos últimas, la Unión Europea es un destino importante. Dentro de las de mediano potencial se destaca la industria aceitera, que dirige a Europa cerca del 29% de sus exportaciones, mientras que en las de escaso potencial sobresalen la industria cárnica y la automotriz. Es decir, dos de las actividades manufactureras que más exportan no forman parte de los sectores más sensibles si los socios comerciales de Argentina, y en especial la Unión Europea, adoptan medidas para reducir el comercio en los bienes más intensivos en contaminación.Este grado de sensibilidad por agrupación económica se refleja en el cuadro A4, donde se presentan las exportaciones a la Unión Europea a un nivel un poco más agregado. Así se observa que la industria alimenticia, que concentra las dos terceras partes de las ventas, no registra presencia de subsectores de alto potencial contaminante. Sin embargo, en los sectores que le siguen, como cueros, química básica, acero, pasta y papel, aluminio y refinerías de petróleo, el total de sus exportaciones son pasibles de sufrir limitaciones, tornándolos en las industrias que más se perjudicarían con medidas que apunten a las externalidades ambientales durante el proceso productivo.
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Grado de vulnerabilidad relativa
A su vez, este conjunto de sectores se puede ordenar según su grado de vulnerabilidad ante este tipo de medidas de acuerdo a la importancia que revisten las exportaciones en el total de sus ventas. Así, es posible determinar no sólo qué exportaciones serían las más afectadas sino también el impacto sobre la producción de cada sector. Con este criterio es posible clasificar a los sectores exportadores en cuatro categorías según la importancia de los mercados de destino más propensos a aplicar estos instrumentos en el total de sus ventas externas y la relevancia de las exportaciones como destino de su producción total.Aquí se observan dos casos extremos: los más vulnerables (tipo I) y los menos vulnerables (tipo III). Los más sensibles son los sectores tipo I, donde las exportaciones tienen un peso importante en sus ventas totales y una parte significativa de sus ventas externas se dirigen a mercados sensibles. Por lo tanto, las empresas de estas industrias cuentan con una motivación particular para adecuar sus métodos de producción. Los sectores tipo III tienen al mercado interno como principal destino y los mercados propensos representan una proporción baja en el total de sus exportaciones. Los tipo II y IV son casos intermedios, ya sea porque el mercado externo no es importante en la estrategia de las empresas o porque los mercados propensos no representan una magnitud importante del total de sus exportaciones.Para el caso argentino se seleccionaron las exportaciones a la Unión Europea de las industrias de alto potencial contaminante en su proceso productivo, las en principio más sensibles ante estas medidas comerciales. En el gráfico A1 se ordenan estas industrias de acuerdo al coeficiente de exportaciones sobre el valor bruto de producción (VBP) y a la importancia de Europa como mercado de destino, para el promedio de los años 1993-1995, con la media de estas industrias como parámetro de comparación. Para la estimación del grado de vulnerabilidad se utilizó el promedio de los años 1993/1995, en vez de 1995/1997, porque eran los años más recientes para los que se disponía de información sobre la participación de las exportaciones en el VBP por grupos de la CIIU Rev. 2. Con los datos del último trienio el análisis podría sufrir alguna modificación, dado que la participación de las exportaciones a Europa de algunos sectores experimentó un descenso.En el gráfico se observa que dentro del cuadrante I se encuentran importantes sectores exportadores, como la industria de pulpa y papel, química básica, cueros, metales no ferrosos y refinerías de petróleo, que no sólo son pasibles de sufrir restricciones comerciales por la contaminación que generan, sino que las exportaciones, y en particular las destinadas a Europa, constituyen una parte significativa de su producción. Además, representan el 85% de las exportaciones de sectores con alto potencial contaminante y el 18% del total de las exportaciones manufactureras. Por su parte, la industria del acero, otro de los sectores relevantes en las exportaciones industriales, presenta una posición menos vulnerable en términos relativos (cuadrante II), debido a que el mercado europeo significa una porción menor de sus ventas. Es importante marcar que en el último trienio algunos de estos sectores redujeron su dependencia del mercado europeo, destacándose las refinerías de petróleo y, en menor medida, pulpa y papel y química básica, que disminuyeron así su grado de vulnerabilidad.Dentro de los sectores con mediano potencial contaminante, que corresponden a la mitad de las exportaciones manufactureras (gráfico A2), la industria de grasas y aceites es la más vulnerable, lo cual se explica por ser un sector especializado en la exportación y donde Europa es uno de los principales destinos. A su vez, comprende el 86% de las ventas de sectores con mediano potencial contaminante y casi el 40% de todas las ventas de manufacturas a la Unión Europea. Aunque con menor grado de vulnerabilidad relativa, otro sector también muy sensible a barreras comerciales ambientales es la industria de hilados.La vulnerabilidad de estos sectores se potencia si, para conservar el mercado europeo, deben adaptar su proceso productivo, con el consiguiente impacto sobre sus empresas proveedoras. Además, el cambio en la función de producción no es en general divisible según el destino de las ventas, con lo cual el total de la producción cumplirá con los requisitos de acceso del mercado europeo, aun cuando esto no sea necesario para los demás destinos. Una dificultad adicional surge si las normas de distintos mercados no son compatibles entre sí, de modo que el productor se enfrenta a dos alternativas: o produce para cada destino según las normas que éste fije, con la consecuente pérdidas de economías de escala, o se especializa en la venta a los mercados que aceptan el proceso empleado. Por último, un comentario respecto a la comparación de la situación argentina con el principal socio del MERCOSUR. En un estudio hecho para Brasil (Motta Veiga, 1994), aun cuando se utilizan criterios ligeramente diferentes para la clasificación de las industrias, se señala a las papeleras, las químicas y las alimenticias como las más frágiles, seguidas por metalurgia, cueros y textiles, lo cual muestra cierta similitud con el caso argentino. En ese estudio se resalta además la importancia de las relaciones verticales entre los diferentes eslabones de la cadena industrial para hacer frente a estos requisitos de acceso, porque las normas sobre métodos y procesos de producción implican cambios que exceden al productor final. Así concluye que los sectores con un mayor grado de integración vertical o con un mayor nivel de cooperación entre los participantes de la cadena, son los que se encuentran en mejoras condiciones de adaptarse. A conclusiones similares llega Scholz (1996) para el caso chileno, donde resalta la importancia de la conjugación de factores a nivel empresario, a nivel de organizaciones intermedias y a nivel de políticas públicas macro y sectoriales, para llevar adelante un proceso de adaptación ágil y eficiente. Dentro de los primeros incluye a estructuras favorables a la innovación, personal capacitado y con un proceso de actualización sistemática y la articulación en redes empresariales. En el nivel mesoeconómico señala a los grupos de trabajo de asociaciones empresarias. los cursos de capacitación y la vinculación de las empresas con los centros de investigación aplicada, mientras que a nivel macro subraya la apertura económica -que posibilita la importación de tecnología de punta-, la estabilidad -que permite planificar a largo plazo- y una política ambiental sólida que incentive la búsqueda de mayores niveles de cuidado ambiental.
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Conclusiones
La relación entre comercio y medio ambiente es un tema de creciente interés en el mundo, en especial por su fuerza para justificar barreras no arancelarias, muchas veces con un objetivo proteccionista encubierto. A su vez, la preocupación por el medio ambiente es creciente en mercados, como la Unión Europea, con los cuales Argentina tiene fuertes vínculos comerciales. Por eso cobra relevancia la atención de estas cuestiones.El objetivo de este trabajo ha sido identificar potenciales problemas para ubicar al país en este contexto. De este análisis resulta que, aun cuando el país no ha mostrado hasta el presente actividades productivas ecológicamente sensibles, las barreras a la importación de productos elaborados con semillas transgénicas, en especial la soja, surgen como un nuevo problema que sí lo puede afectar, y en forma nada despreciable. Pero como en este caso Estados Unidos será el principal país afectado, Argentina puede beneficiarse de las negociaciones de este actor de peso en el sistema multilateral. Asimismo, habría lugar para acciones conjuntas con Brasil en los foros multilaterales, cuyo sector sojero también se vería perjudicado cuando comience a utilizar este tipo de semilla.Por otro lado, un problema que puede ser crítico en la vinculación entre comercio y medio ambiente, se relaciona con un tema "aún" no aceptado por el sistema multilateral de comercio: las normas obligatorias sobre métodos y procesos productivos (PPM). La principal crítica que reciben es el carácter extraterritorial de estas medidas comerciales, donde un país puede influir sobre los métodos de producción y cosecha de los demás. Hasta ahora, el GATT y la OMC han fallado en contra de estos instrumentos de política comercial, pero en los países desarrollados es cada vez mayor la presión para que se los acepte. Mientras tanto, están ganando aceptación los requisitos de acceso voluntario que apuntan al proceso, como los sellos ecológicos que abarcan el ciclo de vida del producto y las ISO 14000. Una evaluación preliminar del impacto de los requisitos de acceso que atienden a la contaminación en el país productor sobre las exportaciones manufactureras argentinas, muestra que el 28% de las mismas podría verse afectado porque corresponden a los sectores de mayor potencial contaminante durante su proceso productivo, seguidos por los de mediano potencial, que comprenden el 38%. Entre las de mayor potencial contaminante se encuentran curtidurías, acerías, refinerías de petróleo, química básica, metales no ferrosos y pulpa y papel, mientras en las de mediano potencial sobresalen la industria de aceites y grasas, de hilado y de productos farmacéuticos.Un panorama más preciso de este impacto requiere analizar la distribución geográfica de las exportaciones y la importancia de las ventas externas en la estrategia de las industrias, que es lo que marca la vulnerabilidad sectorial frente a barreras comerciales de corte ambiental. De la evaluación de la dependencia con el mercado europeo -uno de los más propensos a poner en práctica estas barreras comerciales-, surge que los sectores más vulnerables en términos relativos son curtidurías, química básica, metales no ferrosos, pulpa y papel, aceites y grasas e hilados. Por lo tanto, más de la mitad de las exportaciones de manufacturas a Europa estarían potencialmente comprometidas.Por supuesto, esta conclusión preliminar precisa ser complementada con un análisis sectorial que determine el verdadero grado de exposición de cada industria a estos requisitos y la capacidad de adaptación de cada una. Porque las normas externas pueden ser incompatibles con las características ecológicas locales y con la estructura y tecnología de las empresas, elevando en exceso el costo del ajuste necesario para continuar exportando. De la evidencia recogida en estudios para el caso argentino (ver Chudnovsky y Chidiak, 1995 y Chudnovsky et al., 1995), se desprende que los sectores exportadores más sensibles están prestando atención a este problema, en particular las grandes empresas. Pero esta conclusión no es generalizable ni a todas las firmas ni a todos los sectores. A su vez, una extensión de este análisis puede incluir también las exportaciones al NAFTA, otro de los mercados con consumidores atentos a las cuestiones ambientales, con organizaciones ecologistas con una muy desarrollada capacidad de presión política y con gobiernos preocupados por su imagen de protectores del ambiente. De este modo, se podría contar con una base empírica más amplia que brinde nuevos elementos para la posición negociadora del país en foros como la OMC y el ALCA, donde sería deseable evitar que cobren legitimidad medidas comerciales que sean discriminatorias y favorezcan la aplicación extraterritorial de las políticas ambientales de los países desarrollados.
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PANORAMA DEL MERCOSUR Nº 3, julio 1999
¿Qué se puede esperar de la Ronda del Milenio?

Introducción
La tercera Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) a desarrollarse en Seattle a fines de noviembre próximo, será uno de los hitos del acontecer económico internacional de los últimos años. Durante esa reunión se decidirá formalmente tanto el lanzamiento de una nueva ronda global de negociaciones comerciales multilaterales como sus alcances y objetivos.La importancia de las decisiones a las que se arrive en ese cónclave, más allá de la agenda que se defina finalmente, radica en que la mentada Ronda del Milenio pasará a constituirse en una nueva prueba para ratificar la tendencia a la liberalización presente en cada una de las ruedas anteriores, que fueran la columna normativa de la expansión comercial internacional generada desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La Ronda Uruguay (1986 - 1994) fue un arduo, prolongado y finalmente exitoso esfuerzo para mantener ese proceso, pero el contexto era entonces bastante diferente del actual. Basta decir que durante su transcurso tuvieron su apogeo las políticas derivadas del "Consenso de Washington", que más allá de diferencias de "color" local, impulsó la implementación de políticas basadas en la apertura comercial y la liberalización en materia de inversiones. Hoy el entorno no resulta ser el más favorable a una nueva iniciativa negociadora. Por un lado están creciendo una sensación de "desengaño" respecto de la globalización en varios países industrializados. El creciente peso de los sectores "perdedores" ha impulsado el advenimiento de gobiernos menos proclives a impulsar una apertura adicional de sus economías. Al mismo tiempo en varios países asiáticos han crecido los resquemores luego de la crisis que los afectara desde el segundo semestre de 1997. Por otra parte se detectan crecientes ataques a la OMC a nivel institucional, a la que acusan de ser un ente "cerrado", en el cual se desarrollan cónclaves "secretos" y que, para colmo de males, tiene una capacidad única para vulnerar el libre accionar de los estados soberanos. Por supuesto, estas críticas distan de ser novedosas, dado que las mismas fueron emitidas en uno u otro "envase" desde los tiempos de la Ronda Uruguay, salvo por el hecho que ahora coinciden con un rebrote de presiones proteccionistas generadas en buena medida por los efectos originados en la crisis de los mercados emergentes iniciada a mediados de 1997. La crisis de las commodities es un elemento perturbador adicional, que en el caso de la agricultura y otros productos, dificultará aún más la puesta en marcha de iniciativas de liberalización. Ante precios bajos las demandas por la utilización de subsidios resultan más frecuentes y, por ende, su reducción y/o limitación se vuelve más difícil de aceptar en términos políticos. La OCDE ha estimado que las medidas de apoyo a la agricultura en los países que componen esa organización superaron en 1998 los 360 mil millones de dólares, lo que representa un incremento de un 7,7% respecto a 1997 (OECD, 1999) Otro elemento que siembra dudas sobre las perspectivas de la nueva Ronda es la actitud de los supuestamente dos principales jugadores del comercio internacional: los Estados Unidos y la Unión Europea. Si bien formalmente, ha sido el Comisario Europeo de Comercio Exterior, Sir Leon Brittan, la primera personalidad en instar por la realización de una ronda global y aunque el Presidente Clinton anunciara su apoyo a tal idea en Ginebra en ocasión de la segunda Conferencia Ministerial, existen razones para abonar el escepticismo acerca del grado de compromiso real de estos países con el esfuerzo liberalizador. Por un lado, la UE ha anunciado recientemente que no alterará fundamentalmente la Política Agrícola Común hasta el año 2006, mientras que en los EE.UU., se percibe cierta apatía sobre la efectividad de una ronda global, en tanto y en cuanto esta no arroje resultados rápidos y - lógicamente - positivos sobre las temáticas sectoriales que son de su mayor interés, además de los recurrentes planteos proteccionistas del Congreso, la carencia de fast track y la actitud "anti-NAFTA" sostenida por grupos de interés de ese país que, por contagio, se convierte en una actitud contraria a toda negociación comercial que implique liberalización.Desde el plano puramente nacional (razonamiento que también puede extenderse a escala Mercosur), a pesar del fuerte aumento de la importancia del comercio exterior verificado a partir de la apertura y de la creciente influencia de las reglas multilaterales sobre el ordenamiento productivo doméstico (caso patentes farmacéuticas, régimen automotor, protección a la industria del calzado y textil, sin mencionar a la agricultura), se detecta que los temas de la OMC son seguidos por el sector privado desde cierta lejanía, ya que las negociaciones son percibidas como un dato de la realidad cuyo resultado final es más un estado de la naturaleza que el resultado de una actitud proactiva (Casiburi et al, 1998).No obstante ello, resulta claro suponer que el principal interés para nuestro país son las negociaciones sobre la agricultura. Pero en la consecución de una equiparación en el tratamiento dispensado a este sector respecto a los demás, deberán efectuarse diversas concesiones en otros aspectos. Si bien en algunos de ellos el ejercicio resulta relativamente sencillo para nuestro país, en virtud al régimen liberal implementado de manera unilateral durante los últimos años (servicios, inversiones), en otros segmentos los impactos pueden ser más notables (aranceles industriales y regionalismo).En suma, la nueva Ronda brinda a los miembros del Sistema Multilateral de Comercio (SMC) la posibilidad de renovar su compromiso por la liberalización, evitando a la vez una "recaída" en el proteccionismo. Las lecciones de la crisis de los mercados emergentes son útiles sobre el particular. Las reglas comerciales multilaterales han contribuido a evitar que las devaluaciones competitivas hayan tenido un correlato en la política comercial a través de la generalización de correcciones arancelarias de tipo proteccionista. Es más, la posibilidad de tener el acceso a los mercados más importantes con un alto grado de certidumbre ha servido para facilitar el ajuste externo de varios países afectados por la crisis (DFAT-Australia, 1999).En la siguiente sección se plantean diferentes alternativas sobre el alcance y el formato de la agenda de negociación, detallándose en la tercera parte las características sustantivas de los principales temas posiblemente a tratar, quedando la cuarta parte para las consideraciones finales.
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Panorama general
Durante la segunda Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) -mayo de 1998 - quedó plasmada la decisión de iniciar una nueva ronda global de negociaciones comerciales multilaterales. De esa forma tuvieron fin las especulaciones en torno a la propia realización de la ronda, en virtud que hasta ese momento aún existían posibilidades de adoptar un enfoque de negociaciones sectoriales.Las posiciones enunciadas hasta el presente por los principales jugadores de las negociaciones multilaterales permiten establecer - con cierto margen de seguridad - algunos parámetros dentro de los cuales se desarrollará la futura ronda:1. Existe amplio consenso en establecer un plazo máximo de 3 años para el desarrollo de las negociaciones, es decir que para comienzos de 2003 deberían alcanzarse resultados concretos. El desarrollo efectivo de los acontecimientos revelará cuán vigoroso es este límite, especialmente si a la fecha prevista no pueden obtenerse resultados positivos y "balanceados" de - al menos - una parte de los temas. Esto es resultado del "cansancio" producido tras los más de 8 años que requirieran las negociaciones de la Ronda Uruguay.2. En función del mencionado límite temporal, es posible que la lista de aspectos a incluir sea un tanto reducida o que los objetivos planteados en cada uno de los temas sea muy concretos y delimitados. No obstante, existe un compromiso entre el balance de negociación y la brevedad de las negociaciones, ya que cuanto menos abarcativo sea el paquete a negociar, más difícil resulta encontrar una mayor equilibrio en los resultados finales.3. Lo más probable es que se adopte el criterio de "compromiso único" (single undertaking), lo que significa que "hasta que no esté todo acordado, no hay nada definitivamente acordado". No obstante, aún están vivos los intentos de algunos países para obtener cierto tipo de "cosecha temprana" (early harvest) - que incluso pueda alcanzarse durante la Conferencia Ministerial de Seattle - bajo la forma de un "minipaquete" más o menos balanceado, que represente avances en diversos temas (denominados "los deliverables"), propuesta impulsada por los EE.UU.
La "urgencia" por obtener resultados palpables se vincula tanto a satisfacer intereses concretos del sector privado como a la necesidad de satisfacer requerimientos de un Congreso norteamericano renuente a otorgar la autoridad de negociación especial o fast track. Dado el plazo que se maneja para finalizar la ronda, queda un estrecho margen para obtener resultados "tempranos" en alguna revisión de medio plazo.Ante este panorama, pueden determinarse los siguientes escenarios posibles para la próxima ronda:a. Escenario "de mínima": "mini ronda" compuesta por los temas incluidos en la agenda incorporada en los resultados de la Rueda Uruguay. Las negociaciones se limitarían a la agricultura, los servicios y ciertos aspectos de la propiedad intelectual. En realidad este sería un panorama de "cuasi-catástrofe", ya que el mismo significa un duro golpe al proceso de liberalización, en la medida que reflejaría que durante cinco años - plazo transcurrido tras la firma de los Acuerdos de Marrakesh que formalizaron los resultados de la Ronda Uruguay - no se ha podido avanzar respecto a lo ya acordado. Sin embargo, esta perspectiva es de baja probabilidad, especialmente tras conocerse los resultados de la primera reunión ministerial de la Cuadrilateral realizada recientemente en Tokio, que reflejan que existe acuerdo en ampliar el espectro temático.b. Escenario de ronda "limitada": a los temas incluidos en la agenda incorporada, se le agregarían aquellos en los cuales existe consenso entre los principales actores. Los temas a incorporar serían los aranceles para productos industriales y la facilitación del comercio. Menor nivel de acuerdo existe en torno a la incorporación de la temática relativa a las inversiones y a las políticas de competencia (temas ambos que carecen de apoyo abierto de parte de los EE.UU.), aunque podrían llegar a sumarse en versiones "descafeinadas" o bajo un cronograma especial, fuera del "compromiso único", a la manera de los servicios en la RU..Con el objeto que este paquete resulte atractivo a los países menos adelantados (PMA) y a los efectos de crear menores resistencias en ciertos países en desarrollo reticentes a la incorporación de nuevos aspectos (la India, Egipto y Pakistán), el listado de temas debería ser complementado por iniciativas que pongan énfasis en la relación entre el comercio y el desarrollo, facilitando la integración de tale países al sistema multilateral. Esta iniciativa podría materializarse, ya sea a través del compromiso de reforzar el Sistema General de Preferencias (iniciativas "SGP-plus") limitándolo a los PMA, o a través de la consolidación a "0" por parte de los países desarrollados del arancel de nación más favorecida aplicado a los principales productos de exportación de esos países.c. Escenario de ronda "abarcativa": a los temas del escenario "b" se agregarían algunos temas relativamente "conflictivos", pero cuya inclusión podría resultar imprescindible para que la nueva ronda llegue a buen término, teniendo especialmente en cuenta los problemas que tiene la Administración Clinton para obtener el fast track. En principio, pueden mencionarse el comercio y medio ambiente, las normas laborales fundamentales y la revisión del acuerdo Sanitario y Fitosanitario de la OMC (SPS, en inglés). A los fines de contrarrestar estos temas - típicamente del "norte" - deberían incluirse otros de interés de ciertos PED, como la profundización de la relación entre desarrollo y el SMC implicando la reforma de algunos acuerdos existentes (propiedad intelectual -TRIPS- e inversiones -TRIMS- entre otros) con el objeto de otorgar mayores grados de libertad para diseñar "políticas de desarrollo" decididas a nivel nacional. Es claro que este listado de temas sería amplio, con una perspectiva de negociación muy difícil, haciendo prácticamente imposible dar cumplimiento al plazo de 3 años de negociación.Por lo expuesto no resulta aventurado considerar que, con algunas variantes leves, el escenario "b" sea el que cuenta con las mayores probabilidades. De esa forma se estaría perfilando la siguiente agenda, con los temas ordenados según la probabilidad de inclusión estimada:Con mayores probabilidades:· Agricultura · Servicios · Otros puntos de la agenda incorporada (algunos aspectos del Acuerdo sobre Propiedad Intelectual) · Aranceles de productos industriales · Facilitación del comercio · Asuntos institucionales (coordinación con Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Trabajo y otros organismos internacionales y acciones para incrementar la transparencia dentro de la OMC) Con menores probabilidades (existes mayores posibilidades de que algunos de ellos continúen como "grupos de trabajo" o se incorporen en versiones "limitadas"):
· Regionalismo
· Comercio y medio ambiente
· Comercio e inversiones (posiblemente dentro de un cronograma de acciones futuras fuera del "compromiso único")
· Comercio y políticas de competencia
· Comercio electrónico
· Compras gubernamentales
· Normas laborales
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Análisis de los puntos de la posible agenda
1. Agricultura:

Obviamente es éste el tema que concita el mayor interés para nuestro país, al punto que podría decirse, que, desde el punto de vista argentino, justifica por sí mismo la realización de la nueva ronda.Es conocido que la agricultura ha sido una especie de "paria" del Sistema Comercial Multilateral, dado que desde la creación del GATT en 1947 el sector había quedado prácticamente excluido de las normas que regulan los intercambios comerciales internacionales. Factores históricos han contribuido a consolidar esa situación, los cuales están relacionados con la necesidad de asegurar el abastecimiento nacional de una buena parte de los alimentos como una "estrategia nacional" ante la eventualidad de conflictos bélicos y los períodos de hambruna. Así, la autosuficiencia alimentaria se fue convirtiendo de esa forma en un objetivo de política pública, muchas veces alejado de las razones de eficiencia económica. De esa forma, existía cierta "vía libre" para imponer toda clase de trabas y distorsiones al comercio de estos productos. De esa forma era muy frecuente la utilización de restricciones cuantitativas, precios de entrada, subsidios, normas sanitarias establecidas sin fundamentación científica, etc..Esta situación sólo se vería parcialmente modificada durante la Ronda Uruguay, a través del Acuerdo sobre Agricultura (AA) y el Acuerdo sobre Aspectos Sanitarios y Fitosanitarios (SPS).Si bien el AA determina sólo modestas reducciones en materia de subsidios y aranceles, su relevancia radica en dos hechos: por un lado, se logra incorporar la agricultura a las reglas del SMC y segundo, se establece la necesidad de reanudar las negociaciones a fines de 1999 a efectos de lograr mayores avances en la materia. En cumplimiento de esto último es que las nuevas negociaciones agrícolas deberían comenzar en pocos meses.Aunque el mandato de negociación ya está determinado por la agenda "incorporada"- es decir, que el mismo no está "atado" a ningún tipo de negociación -, la posibilidad de que el mismo se lleve a cabo en una ronda global permite aumentar las posibilidades de obtener resultados ambiciosos.El mapa de posiciones previas puede ser trazado con relativa sencillez. Pueden identificarse dos grupos extremos: por un lado se ubican los países productores "eficientes" - en el sentido que su producción no está basada en la aplicación sistemática de subsidios - compuesto por el Grupo Cairns y los EE.UU. El planteo básico de estos países puede resumirse en el reclamo por la eliminación de todo elemento que establezca diferencias entre la agricultura y el resto de los bienes.En el otro "bando" se ubican aquellas economías en las cuales la producción agrícola se sostiene en el otorgamiento generalizado de subsidios y otros tipos de medidas de apoyo. Sus más claros exponentes son la Unión Europea (mas otros piases europeos extracomunitarios como Suiza y Noruega), Japón y Corea.Además, este grupo tiene gran influencia sobre ciertos países en desarrollo que encuadran en alguna o más de una de estas situaciones:· países importadores netos de alimentos que resultan favorecidos por el statu quo, dado que de esa manera pueden conseguir alimentos a precios subsidiados, · países beneficiarios de algún régimen preferencial de acceso a los mercados altamente protegidos (como el de la UE), tales como los partícipes del Convenio de Lomé, formado básicamente por ex colonias británicas y francesas, y · países muy dependientes de la ayuda al desarrollo en general (particularmente de Africa), lo que termina influyendo en sus decisiones de un modo tal que las mismas se determinan por esa única razón más allá de que las mismas puedan resultar contrarias a sus propios intereses desde el punto de vista de la eficiencia económica. Estos grupos apoyan visiones que procuran mantener la "especificidad" del tema agrícola, sosteniendo para ello una batería de argumentos, que pueden reunirse en lo que se ha dado en denominar la "multifuncionalidad de la agricultura" o "preocupaciones no comerciales". A través de estos conceptos, se afirma que la agricultura, además de su aporte productivo, genera una serie de externalidades, ya sean de índole demográfica - al evitar una excesiva concentración de la población en las ciudades -, de índole paisajística - al mantener cierta "vista de campiña" valorada por la sociedad - y de orden ambiental - aspecto más difícil de sostener - , entre otras.Podría sintetizarse que el debate radica entonces en diferencias de orden "filosófico" sobre el papel que desempeña la agricultura en la sociedad. Dado que difícilmente ello pueda dilucidarse en una negociación de carácter comercial, la vía de negociación no debería direccionarse en torno a la discusión del concepto de la "multifuncionalidad", sino en cómo evitar que el sostenimiento de tales valores sean lo menos distorsivos del comercio como sea posible.Se pueden identificar tres áreas básicas de negociación, que en definitiva responden a la estructura del Acuerdo Agrícola: acceso a los mercados, subsidios a las exportaciones, y medidas de apoyo interno. La primera de ellas hace referencia a la continuidad del proceso de rebajas arancelarias iniciado en la Ronda Uruguay. El objetivo en este sentido sería la eliminación o reducción del trato diferencial existente entre los bienes agrícolas y el resto de los productos. En virtud de la alta "sensibilidad" de este tema, es probable que el logro de tal objetivo sólo pueda alcanzarse tras el transcurso de varias rondas de negociación, en un proceso que, en cierta manera, replicaría al verificado en el caso de los productos industriales.Otro elemento a considerar en materia de acceso a los mercados son las denominadas "cuotas arancelarias" establecidas en el Acuerdo Agrícola para otorgar una oportunidad de acceso "mínimo" y mantener el acceso "corriente", con el objeto de impedir que el proceso de arancelización disminuya los niveles de importación preexistentes al mismo. En este caso, los países impulsores de la liberalización agrícola se encontrarán ante la disyuntiva de elegir según sus principios, abogando por la eliminación de estas "cuotas" al ser un elemento "extraño" aplicado únicamente a los productos agrícolas o, actuar de acuerdo a sus oportunidades, favoreciendo una ampliación de estos contingentes y acrecentar de esa manera las posibilidades de acceso efectivo.b. "Subsidios a la exportación": la peculiar carga distorsiva sobre el comercio, y el hecho de que resultan muy difíciles de justificar en términos de la "multifuncionalidad" hacen que sobre los mismos recaiga la mayor batería de críticas. De acuerdo al principio de "igualación" sostenido por Cairns, este tipo de subsidios debería ser abolido, ya que se encuentra dentro de la categoría de los prohibidos en el Acuerdo sobre Subsidios y Medidas Compensatorias (aplicable para bienes no agrícolas). Más allá de cual sea el resultado final que se pudiera conseguir, el mismo debería complementarse con la introducción de disciplinas en materia de créditos de exportación. Es fácil deducir que los créditos concesionales podrían convertirse en una "válvula de escape" para eludir las mayores obligaciones que pudieran surgir en materia de subsidios a la exportación. Si bien el AA contiene una disposición por la cual los países miembro deben "esforzarse" para negociar los mecanismos de créditos y seguros a la exportación subsidiados, ningún acuerdo ha podido ser alcanzado hasta el momento.Otro elemento inherente al apoyo a las exportaciones, es el relacionado con las actividades de las empresas comercializadoras estatales (cuando actúan como importadoras se convierten en otra variable del "acceso"). En cierta medida este problema tiende a agravarse en la medida que se produce la incorporación a la OMC de Miembros con economías en transición (Rusia), o con sistemas con fuertes resabios de planificación centralizada (China) en las cuales estar firmas no son la excepción, sino la regla.En realidad el conflicto con estas empresas es de naturaleza horizontal, es decir que es atinente a todo el SMC sin ser de naturaleza específicamente agrícola, siendo por ello necesario el establecimiento de disciplinas generales. Así pues, su negociación debería realizarse fuera del contexto del Acuerdo Agrícola, evitándose de paso una excesiva sobrecarga de demandas de modificación sobre el mismo (Hoekman y Anderson, 1999).c. Subsidios internos: a los fines de definir los compromisos de reducción el Acuerdo Agrícola distingue tres tipos de subsidios:I) Los pasibles de reducción (la caja "ámbar"), entre los cuales se cuentan aquellos directamente relacionados con el nivel de producción (precios mínimos, subsidios a la utilización de factores de la producción, etc.),ii) los subsidios no directamente vinculados a la producción (pagos directos por retiro de producción o "deficiency payments") o "caja azul" yiii) los subsidios no distorsivos sobre el comercio y la producción (ayudas destinadas al mejoramiento ambiental, aliento a la tecnología, etc.) en tanto y en cuanto sean financiados explícitamente, es decir, a través del presupuesto público (financiación a través del contribuyente) y no a través de administración de precios (financiación a través del consumidor). Las categorías ii) e iii) se hallan excluidas de los compromisos de reducción. Además, siempre que tales subsidios no excedan el 5% del valor de la producción (10% en los PED) pueden descontarse del monto sujeto a reducción (cláusula "de minimis").De acuerdo a la visión de Cairns, el objetivo final debería ser la aplicación directa y llana del Acuerdo sobre Subsidios al comercio agrícola, dejando de lado todo el esquema especial de "cajas" institucionalizado en el AA. Para ello, el resultado de la negociación debería propender a reducir la importancia de los subsidios vinculados con la producción (lo que incluye a la caja azul e incluso a algunos de la caja verde), concentrando el apoyo permitido en las medidas "no distorsivas" relacionadas con políticas específicas, permitiendo de paso, que cada país "pague", en la medida que lo considere necesario, los servicios "multifuncionales" provistos por la agricultura.Puede observarse que existen múltiples variables-objetivo a considerar en la renegociación del Acuerdo Agrícola. Cada una de las tres áreas básicas (acceso, subsidios a la exportación y ayuda interna), se abren a su vez en varios ítems a negociar, por lo cual el resultado a obtener posiblemente surja del sutil balance entre cada una de esas metas.
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II. Servicios
Estas negociaciones integran la otra gran rama de la agenda incorporada del Acuerdo de Marrakesh. Es fácil deducir la importancia y los impactos potenciales de estas negociaciones dada la creciente participación de los servicios en el producto y ocupación y el mayor grado de "transabilidad" de algunos sectores debido a los avances tecnológicos, los cuales a la vez han permitido un importante crecimiento de la productividad en este sector.Las negociaciones en este sector- denominadas "GATS 2000" - deberían brindar una oportunidad para ampliar las listas de concesiones nacionales, las cuales presentan un alto grado de disparidad. EE.UU. ha propuesto incluso cambiar el formato de negociación llevándolo a uno de "lista negativa"-, la introducción de disciplinas en materia de regulación interna (lo que en muchos casos resulta definitoria en materia de acceso a los mercados) y la negociación de medidas de "alivio comercial" (salvaguardias y antidumping) y subsidios en esta materia.A nivel sectorial pueden encontrarse algunos aspectos particularmente conflictivos: por un lado la UE ha manifestado el interés en que las negociaciones sean abarcativas, subterfugio para decir que desea incorporar el transporte marítimo a la negociación, lo cual históricamente ha generado oposición de los EE.UU. A la vez, este país por su parte insistirá por la incorporación de los sectores proveedores de servicios audiovisuales, lo cual generará rechazo en la UE (especialmente en Francia siempre alerta en defensa de los "bienes culturales") e intentará incorporar plenamente el transporte aéreo, en procura de multilateralizar los acuerdos tipo "cielos abiertos". Finalmente, los países en desarrollo buscarán contrapesar la agenda, señalado la necesidad de dinamizar las negociaciones sobre el movimiento de personas físicas.
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III. Aspectos Sanitarios y "preocupaciones no comerciales"
Estrechamente vinculado a la renegociación agrícola se encuentra el interés de ciertos miembros en promover la reapertura del Acuerdo Sanitario y Fitosanitario (SPS) y el Acuerdo sobre Obstáculos Técnicos al Comercio (TBT, en inglés). Como se ha señalado este acuerdo forma parte del paquete resultante de la negociación agrícola de la Ronda Uruguay y, básicamente, limita los grados de libertad de los países miembro para invocar de manera unilateral razones de esta índole que impliquen trabas al comercio, imponiendo la necesidad de utilizar fundamentos científicos, bajo el criterio de riesgo mínimo razonable.Ahora bien, en los últimos años se ha desatado en algunos países desarrollados y especialmente en la UE, un creciente movimiento que en nombre de las "preocupaciones del consumidor" procura incrementar el nivel de información sobre la composición y los procesos de producción de los alimentos. Esta visión tuvo un gran empujón tras la crisis de la BSE ("vaca loca") y los pollos belgas que puso al desnudo graves fallas de control sanitario en el ámbito de la Comunidad. La reacción, en vez de tratar de profundizar los métodos científicos de control interno, se ha volcado a inculpar al SPS de ser una barrera que impide "dar satisfacción" a esas preocupaciones de los consumidores. En esa tónica puede ubicarse la presente disputa entre la UE y los EE.UU. sobre la prohibición de importación de carnes vacunas con hormonas y la naciente disputa sobre la comercialización de productos conteniendo Organismos Genéticamente Modificados (OGMs).En ese sentido el interés de la UE es la "reapertura" del SPS, con el objeto de incorporar explícitamente el denominado "principio precautorio", el cual actualmente sólo está admitido de forma implícita y restringida, manteniendo en todo caso un papel subalterno en relación al criterio científico.En este aspecto se están disputando "batallas" paralelas en diferentes "frentes" de negociación. Por ejemplo, el tema de los OGMs es el centro de las discusiones relativas a un posible "Protocolo de Bioseguridad" del Convenio de Diversidad Biológica (CDB). Así pues, como resultado de la férrea oposición de un grupo de países exportadores de granos de clima templado (el "Grupo de Miami" conformado por Argentina, Australia, Canadá, Chile y Uruguay más un "no-parte" del CDB, los EE.UU.), en el pasado mes de marzo fracasaron en Cartagena de Indias los intentos por acordar un texto que incluía severas restricciones al comercio de granos transgénicos y sus derivados.Otra "batalla" se está librando en el marco de la Comisión del Codex Alimentarius, órgano que tiene la responsabilidad de recomendar normas mínimas de sanidad alimentaria con el objeto de proteger la salud humana y, al mismo tiempo, evitar la aplicación de prácticas comerciales desleales bajo pretextos de orden sanitario. La relevancia de la Comisión - anteriormente casi desconocida salvo para los especialistas- cobró impulso gracias a los resultados de la Ronda Uruguay, ya que el Acuerdo SPS reconoce como "necesarias para proteger la salud humana" y "consistentes con las reglas de la OMC" a aquellas medidas comerciales fundadas en las normas establecidas por el Codex.De esa forma, las decisiones del Codex han tomado una fuerte relevancia política, y en su ámbito se ha desplegado sin embagues la disputa que enfrenta al "criterio científico" versus el "principio precautorio". El Comité de Etiquetado del Codex durante su última sesión (Ottawa, abril de 1999) debatió infructuosamente sobre una recomendación atinente al etiquetado de alimentos procesados que contienen OGMs. De la resolución de esta negociación depende la posibilidad de justificar ante la OMC el régimen de etiquetado sobre productos transgénicos establecido por la UE, que los EE.UU. y otros países atacaran por su falta de "necesidad" y factibilidad técnica en el ámbito del Comité de Obstáculos Técnicos al Comercio de la OMC.Si el caso de los OGMs sigue el camino trazado por las carnes con hormonas, esto es, un panel con resultado adverso para la UE, las presiones de las ONGs y otros sectores por "reabrir" el Acuerdo SPS y el TBT pueden volverse aún más fuertes.
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IV Aranceles Industriales

Hasta la Ronda Uruguay este tema había sido "la razón de ser" de las sucesivas rondas del GATT. Este proceso, realizado en etapas y sin retrocesos, ha sido la columna vertebral de la expansión del comercio mundial verificado desde la postguerra. No obstante, y a pesar de los indudables avances logrados, persisten ciertas distorsiones que afectan el acceso a los mercados.Dado que el promedio arancelario vigente en los países en desarrollo es bastante más elevado que el de los países desarrollados, suele afirmarse que la inclusión de este tema responde mayormente a los intereses de este último grupo. Sin embargo, esta visión queda relativizada ante la frecuente aplicación por parte de los PD de picos y escalonamientos arancelarios para aquellos productos en los cuales los PED tienen ventajas comparativas.Gran parte de los debates versarán sobre el "enfoque" que deberá primar a los fines de asegurar cierto balance de intereses, es decir si la negociación debe ser "across the board" (general) o sectorial, si debe incluir "cosechas tempranas", etc.Pueden detectarse los siguientes subitems relativos a este punto:a. Niveles arancelarios: se trata de continuar el proceso de rebajas arancelarias, incluyendo rebajas mínimas por posición y niveles promedio máximos variables según el nivel de desarrollo. También se han presentado iniciativas "0x0" como la denominada "liberalización arancelaria acelerada" negociada en el contexto de APEC, que incluye acuerdos de eliminación arancelaria total en el 44% de las líneas arancelarias industriales.b. Picos y escalonamiento: se ha propuesto la utilización de fórmulas que contemple su eliminación o reducción sustancial de estas distorsiones, que afectan particularmente el acceso a los mercados de los productos originarios de los PED.c. Aranceles insignificantes: se refiere a aquellos aranceles muy próximos a cero. Se sostiene que su eliminación implicará importantes ventajas debidas a la simplificación aduanera, sin que ello signifique una gran pérdida en materia de recaudación o en el nivel de protección sectorial.d. Simplificación de las estructuras arancelarias: la misma también produciría ganancias a través de la reducción de costos de administración aduanera, una mayor transparencia y un menor margen para maniobras fraudulentas, proponiéndose concretamente homogeneizar aranceles a un nivel de seis dígitos del Sistema Armonizado.e. Consolidación: se propone aumentar el porcentaje de líneas arancelarias en las cuales queda fijado o "consolidado" su nivel máximo permitido. Además se ha propuesto reducir el margen existente entre el nivel consolidado y el nivel efectivamente aplicado.f. Aspectos "no arancelarios": bajo este nombre se hace referencia a la necesidad de complementar los diversos esfuerzos en materia arancelaria con el reforzamiento de las reglas relativas a valuación aduanera, licencias de importación, reglas de origen, normas y certificación, etc.g. Intereses de los países en desarrollo: se trata de volver el tema "mas atractivo" para este grupo de países, muchos de ellos reacios a ofrecer nuevas concesiones en este aspecto. Para ello se han mencionado la posibilidad de reforzar el Sistema General de Preferencias o disponer mayores plazos para implementar los compromisos acordados.V. Facilitación del comercioBajo este aspecto se concentran los esfuerzos por reducir la carga administrativa de los procedimientos relativos a los trámites de frontera, mayormente los de índole aduanera. Si bien existe amplio consenso en los beneficios potenciales de la simplificación en este aspecto, no hay total acuerdo sobre si resulta necesario la creación de reglas nuevas y específicas. De esa forma algunos países sostienen que no hay necesidad evidente de crear disciplinas en el contexto de la OMC dado que existen otras organizaciones que tienen programas de trabajo sobre este tema (por ej. la Organización Mundial de Aduanas), escondiendo quizás cierto temor de someter nuevas esferas al arbitrio del Sistema de Solución de Controversias, mientras que los impulsores de la creación de nuevas reglas OMC afirman que sólo ésta organización tiene la capacidad de integrar todos los interés relativos al comercio y favorecer un acuerdo real en la materia. Entre las propuestas concretas que se han presentado se pueden citar la armonización de procedimientos o la utilización de normas internaciones, el despacho rápido de los productos, la "ventanilla única" para la entrega de datos, la informatización y la automatización de los trámites y el reconocimiento mutuo de la documentación.
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VI. Comercio e Inversiones

A lo largo de las últimas dos décadas resultan cada vez más evidentes los fuertes vínculos existentes entre las corrientes de inversión y los flujos de comercio. La creciente internacionalización de las firmas y el proceso de fusiones y adquisiciones a escala internacional producido en los últimos años ha impulsado aún más el comercio internacional intrafirma, que hace ya varios años la UNCTAD estimara en un valor equivalente a un tercio del comercio total mundial.Existen varios antecedentes en relación a acuerdos internacionales en materia de inversiones. Durante los años sesenta y setenta, se alcanzaron ciertos arreglos en el marco de la OCDE en relación a la libre circulación de capitales que garantizaban el trato nacional para los inversores. No obstante, la carencia de un sistema de solución de controversias confiable, limitó su alcance geográfico. Durante los ochenta y los noventa se generalizaron los acuerdos bilaterales (BITs, su abreviatura en inglés), llegándose a contabilizar aproximadamente 1500 de estos acuerdos a nivel mundial. Además de la falta de transparencia y los costos de "administración" inherentes a la multiplicidad de diferentes textos, en la mayor parte de los casos el alcance de los mismos está limitado a la protección de inversiones, sin incluir compromisos en materia de liberalización.La Ronda Uruguay permitió incluir reglas relativas a las inversiones, aunque con un alcance parcial. El Acuerdo sobre Medidas en Materia de Inversiones Relacionadas con el Comercio (TRIMs) sólo establece disciplinas en cuatro materias: contenido local, requisitos en materia de balance del comercio exterior, control de cambios y restricciones a la exportación. Carece pues de disposiciones que determinen el trato nacional y el trato de nación más favorecida para las inversiones extranjeras, entre otras, las cuales, de manera indirecta, sí están incluidos en el Acuerdo de Servicios al otorgar protección a la provisión de los servicios suministrados a través de inversiones en el exterior (el denominado tercer modo de suministro), aunque obviamente su alcance está limitado a los sectores terciarios. Como resultado de este panorama, las inversiones relativas a la producción de bienes cuentan con un bajo grado de protección bajo el sistema OMC.Este panorama impulsó el comienzo de negociaciones abarcativas en la OCDE para lograr un Acuerdo Multilateral de Inversiones (MAI), con el objetivo de promover la protección de las inversiones extranjeras y consolidar el proceso de liberalización en esta materia. En octubre de 1998 quedó explícito el fracaso de este proceso negociador, quizás debido por haberse pretendido alcanzar metas demasiado ambiciosas. Al presente, los miembros de la Cuadrilateral (EE.UU., UE, Japón y Canadá) han reconocido formalmente la imposibilidad de retomar este proceso.Por este motivo, ha renacido con fuerza el movimiento para que se desarrollen en la OMC nuevas negociaciones sobre este asunto. De acuerdo al lo dispuesto por la Conferencia Ministerial de Singapur, un grupo de trabajo está analizando las relaciones entre las inversiones y las reglas de la OMC. Varios jugadores importantes del SMC -entre ellos la UE y Japón - apoyan la necesidad de incorporar este tema en la próxima ronda, aunque con un alcance más limitado que el originalmente previsto en el MAI. En cambio, otros países se muestran renuentes a incluirlo temiendo que la gran conflictividad que tuvo la negociación del MAI podría trasladarse a la OMC, lo que podría trabar los resultados de toda la Ronda, si es que la misma se realiza bajo el formato de "compromiso único".
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VII. Comercio y política de competencia
Forma parte también del "mandato de Singapur", existiendo un grupo de trabajo que analiza los distintos aspectos de las políticas de competencia y las reglas del SMC. También en este caso el proceso mundial de trasnacionalización empresarial ha expuesto la falta de reglas internacionales en la materia, en evidente contraste con las normas existentes en otras esferas de las políticas nacionales no fronterizas que afectan el acceso a los mercados.En un principio, cierto número de países - en su mayor parte las "víctimas" de las medidas antidumping o compensatorias - promovieron este tema con el objetivo de que nuevas normas multilaterales en materia de defensa de la competencia sirvieran para reemplazar a las herramientas de alivio contra las prácticas desleales en el comercio internacional (antidumping, derechos compensatorios y salvaguardias).Esta visión lejos está de ser antojadiza, dado que la misma sigue el derrotero recorrido por los procesos de integración económica regional tal cual lo sucedido en la UE, el CER y quizás en un futuro más o menos próximo, en el Mercosur, como lógica consecuencia de que la constitución de un mercado único regional deja sin sentido a mecanismos de defensa típicamente "de frontera". No obstante ello, muchos otros países alegan, no sin razón que, si bien el SMC debe procurar un mayor grado de liberalización, no constituye un mercado único ni presenta un grado de integración entre sus miembros tal que recomiende ese cambio de herramientas. Por ello, algunos miembros de este grupo han propuesto que la inclusión del tema en la agenda de la Ronda del Milenio se haga bajo unos términos de referencias limitados a promover la cooperación y a establecer principios fundamentales y ciertas reglas comunes para el diseño de las políticas nacionales en la materia.
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VIII. Propiedad Intelectual
De acuerdo a lo previsto en la "agenda incorporada", ya han comenzado la negociación de un registro multilateral sobre indicaciones geográficas en materia de vinos y la revisión de las normas relativos al patentamiento de la "materia viva". No obstante, la posibilidad que tales debates se efectúen en el marco del entendimiento único de una ronda global aumenta las perspectivas de alcanzar resultados positivos. Además, puede caber la posibilidad, insinuada por algunos países, de sumar nuevos asuntos a los ya programados.Respecto al registro de vinos, tema de especial interés para la UE, las negociaciones se hallan estancadas en el trade off entre el deseo de no alterar el balance resultante de la Ronda Uruguay, no incorporando nuevas obligaciones y la necesidad de que ese registro sea un aporte en el sentido de mejorar el respeto internacional de las indicaciones geográficas, lo que implica la imposición de disciplinas adicionales. La posibilidad de incorporar este tema a una ronda global puede resolver este conflicto.En relación con la revisión de las disposiciones del Acuerdo sobre Propiedad Intelectual de la OMC (TRIPs) sobre el patentamiento de plantas, animales y microorganismos (la "materia viva"), si bien hace algún tiempo se esperaba que este ejercicio deviniera en la pretensión de ciertos PD en posibilitar el patentamiento de los productos de tal sector tecnológico, o al menos, extender a los animales el sistema de protección sui generis previsto en el TRIPs para las variedades vegetales. Sin embargo, y quizás bajo la influencia del actual "pánico" a la bíotecnología que cunde en varios países de Europa, los países desarrollados parecen muy tímidos en sus aspiraciones, las que prácticamente se han reducido a mantener la situación actual, ante la pretensión de los países "anti TRIPs" (básicamente la India), en convertir al ejercicio en una suerte de "vuelta atrás", propiciando eliminar la protección brindada a las variedades vegetales.
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IX. Regionalismo
La importancia cualitativa y cuantitativa que a lo largo de la última década han ido alcanzando los procesos de integración regional en el comercio internacional es una realidad indudable. Se estima que actualmente alrededor del 50% del intercambio mundial se realiza entre partes de algún acuerdo comercial regional (en inglés, RTA), siendo casi todos los miembros de la OMC, partícipes - en uno u otro grado - de alguna de estas iniciativas.Si bien cada uno de estos acuerdos representa una excepción a uno de los principios básicos del sistema - el de nación más favorecida - al institucionalizar la discriminación entre integrantes del sistema, el GATT, a través del art. XXIV posibilitó su existencia, en el entendido que los RTA podían constituir una contribución favorable a la expansión del comercio mundial.A pesar de ello, la oleada de acuerdos comerciales regionales ocurrida durante los últimos diez años ha generado cierta preocupación, en el sentido de que su incesante proliferación - incluso ya fuera de las órbitas estrictamente regionales - podría de algún modo desvirtuar y debilitar el multilateralismo. Además, la existencia de múltiples acuerdos, cada uno con distintas disposiciones de aranceles y normas de origen, tiende a mellar la transparencia del sistema, transformando al trato de nación más favorecida en el trato de nación menos favorecida.Durante la Ronda Uruguay las disposiciones relativas a este tema sufrieron un mayor desarrollo: por un lado tienen un mayor alcance en virtud a que el artículo V del Acuerdo de Servicios extiende la "excepción RTA" al sector terciario y se intentó clarificar las disposiciones del artículo XXIV a través de un entendimiento interpretativo.A pesar de ello, varios aspectos han quedado irresueltos, en particular los relativos a aspectos sobre cómo medir la cobertura del comercio requerida en las disposiciones antes citadas y sobre el alcance de las restricciones al comercio mencionadas en las mismas. Esta falta de claridad ha ocasionado que el Comité de Acuerdos Regionales de la OMC, desde su creación en 1996, no haya podido aún finalizar el examen de ningún RTA.De esa manera, se han presentado iniciativas para que durante la próxima Ronda, se evalúe la posibilidad de clarificar adicionalmente las disposiciones existentes, mencionándose incluso la posibilidad de reforzar las mismas, a través de, por ejemplo, mecanismos que vinculen la extensión de las preferencias otorgadas dentro del RTA, a la mejora en las condiciones de acceso en términos de trato de nación más favorecida.Los aspectos más conflictivos surgen en torno a la cláusula de retroactividad, es decir si las posibles nuevas reglas se aplicarán para los acuerdos preexistentes o únicamente para los que sean notificados en un futuro. Una decisión favorable en este punto implicaría, en cierta medida, reconocer que gran parte de los RTA actualmente en vigor no aprobarían las normas "mas estrictas" a desarrollarse, consolidando de jure un status desigual.El hecho que la gran mayoría de los miembros formen parte de algún RTA, puede propiamente dificultar una resolución positiva de incorporar este tema en la agenda de la nueva Ronda, dado que esos miembros, con cierto grado de miopía, no vean muy claros los beneficios de autoimponerse disciplinas.
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X. Comercio y medio ambiente
La probable agenda relativa a este tema abreva en los términos de referencia del Comité de Comercio y Medio Ambiente de la OMC (CTE) creado tras la firma de los Acuerdos de Marrakesh. Si bien, en los debates del Comité las posiciones aparecen como irreconciliables (de hecho, en el CTE no se ha podido lograr una visión única en ninguno de los puntos de su agenda), la perspectiva de una negociación global puede flexibilizar ciertas posturas aparentemente rígidas.Este tema se caracteriza por ser de ejecución "horizontal" dado que las posibles acuerdos tomarían cuerpo a través de reformas a realizar en diferentes textos, en vez de generar un tratado único. A título ilustrativo se destacarán aspectos relevantes de agenda ambiental de la OMC, pero de ninguna manera cabe considerar a esta lista como taxativa.Puede mencionarse en ese sentido la necesidad de "acomodar" las restricciones comerciales incluidas en el texto de ciertos Acuerdos Multilaterales sobre el Medio Ambiente (AMUMAs) como el CITES (sobre el tráfico de animales en peligro de extinción) y el Convenio de Montreal (sobre el uso de materiales que dañan la capa de ozono) dentro de las reglas del SMC, siendo para ello necesario modificar el texto del Acuerdo GATT 1994, a los fines que tales medidas sean obviadas del test de "necesidad". Esta iniciativa esta motivada a los fines de dar mayor "certidumbre" a los negociadores de futuros AMUMAs, ya que los mismos estarán seguros que sus disposiciones no podrán - al menos entre sus partes - ser litigadas en el marco de la OMC.Otro aspecto que puede citarse, es el relativo al status de las prescripciones relativas a los procesos y métodos de producción (PPMs) no relacionados con las características finales del producto (lo que incluye a los sistemas de ecoetiquetado basados en el ciclo de vida del producto). Sobre el particular se discute si las actuales normas del Acuerdo TBT cubren este tipo de discriminación y, en caso negativo, de que manera modificarlas. A los fines de evitar que por esta vía se "filtren" medidas de índole unilateral con efectos extraterritoriales, se ha propuesto que tales sistemas de etiquetado estén basados en normas internacionales, y en caso de tratarse de medidas de cumplimiento obligatorio, las mismas se fundamenten en las disposiciones de un AMUMA.La posibilidad fáctica de promover efectivamente el apoyo mutuo entre el comercio y el medio ambiente no puede estar más clara que en la relación entre la eliminación de distorsiones al comercio internacional - notablemente los subsidios y el escalonamiento - que alientan PPMs perjudiciales al medio ambiente. La ejecución práctica de esta medida se reflejaría a través de las negociaciones sobre agricultura y productos industriales.
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Consideraciones finales
Si bien las perspectivas de la nueva Ronda de la OMC son aún bastante difusas, pueden establecerse ciertas pautas generales. A pesar de los existencia de factores negativos - "desengaño" con la globalización, crisis de los mercados emergentes, caída de las commodities - existen, por otro lado, elementos que permiten ser optimistas.Las vicisitudes recientes que afectaran a los mercados emergentes han puesto a prueba las ventajas de un sistema multilateral, el que ha servido como garantía contra el regreso al proteccionismo o la proliferación de alternativas unilaterales. Además se han visto acrecentadas las ventajas del SMC frente a los procesos de integración regional, ya que ante los cada vez más frecuentes fenómenos de contagio, tales procesos ven reducida su eficacia para servir como herramientas que faciliten el ajuste externo de los países afectados por la crisis.La necesidad alcanzar metas concretas en un relativamente breve período de tiempo, determina que debe primar la moderación en torno a los posibles resultados a obtener. De confirmarse esta dinámica, no sería descabellado suponer que esta será la primera de una serie de "miniruedas" (por su extensión, más que por su alcance temático) que, sin pretender producir un cambio abrupto en las instituciones del SMC como fuera el caso de la Ronda Uruguay, permita ir completando la agenda pendiente de la ronda anterior, y mantener la evolución de las reglas multilaterales a la par de los cambios producidos en los mercados.Para la Argentina la nueva Ronda tiene dos factores de sustancia "propia". Uno, viene dada por el "renovado" convencimiento en que el sector agroalimentario brinda las mejores posibilidades de obtener un crecimiento sostenido de las exportaciones. Un mayor grado de i integración de ese sector en el Sistema Multilateral de Comercio brindará mejores condiciones para que se concreten las inversiones destinadas al logro de ese objetivo.El segundo es la pertenencia al Mercosur. La relativa contemporaneidad de estas negociaciones, con las que se desarrollarán en el ámbito del Mercosur y con las correspondientes a las iniciativas interregionales (ALCA, Mercosur-UE) aportarán un esfuerzo de coordinación y timing respecto a negociaciones multilaterales realizadas con anterioridad. En cierta forma, los desafíos de la nueva Ronda pueden facilitar la profundización del Mercosur en varios frentes. La introducción de nuevas disciplinas (medio ambiente, inversiones, política de competencia) marcarán la necesidad de definir estos aspectos a nivel regional. Además, es de suponer que varios actores importantes del SMC esperan que el Mercosur - en virtud a su importancia como mercado - realice una contribución importante en materia de aranceles industriales. Puede ser este aspecto el primer y más urgente caso para definir una postura negociadora común.
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